La redada
El calor de noviembre siempre aprieta en Buenos Aires; suele ser más que una primavera. El año 1989 no fue la excepción. Más allá de lo climático, el país transitaba su enésima crisis. Carlos Menem había asumido la presidencia antes de tiempo y en la Argentina se hablaba de la gran inflación, el dólar y las colas para comprar pan dulce. Nada nuevo.
Sin embargo, una noticia interrumpió la hegemonía de los vaivenes económicos el 29 de noviembre: el asesinato de Felix Orte.
El barrio de San Cristóbal, rápidamente, se alborotó ante la presencia de un par de autos particulares de la policía. En un operativo conjunto, detuvieron en una pensión a Miguel Quintana, de 28 años, cuya fisonomía coincidía con el identikit confeccionado por Marisa Sanfilippo, mujer de Orte.
En la ronda de reconocimiento, al verlo entre otros sospechosos no lo dudó: "¡Es él, es él!", mientras la mujer del sospechoso declaraba que había pasado la noche con su marido, exculpándolo del asesinato.
El juez Amoroso, encargado de la causa, no pudo encontrar las pruebas suficientes y dictó la falta de mérito. Veinte días después, Miguel Quintana recuperó su libertad.
Félix Orte había llegado al gran Buenos Aires proveniente de su Catriló natal en la provincia de La Pampa, de ahí el apodo que lo acompañó toda su vida. De pibe había trabajado en una panadería y soñaba con jugar al fútbol. Aunque lo habían rechazado en Independiente, Racing, Banfield y Temperley, en una segunda prueba en el “Taladro” tuvo su oportunidad.
Debutó en el año 1976 -frente a Colón de Santa Fe- y lentamente se fue afianzando en primera, apoyándose en un hombre que le cambió la vida: Adolfo Pedernera. Don Adolfo fue quién lo apuntaló, le enseñó, lo protegió y hasta lo llevaba a almorzar a su casa. Ese equipo que lo tuvo como protagonista, logró que César Menotti lo convocara en 1977 para la Selección Argentina.
“Todas nuestras fábricas tienen su club: Barker, Zapala, Neuquén… Y yo quiero que cada uno de ellos sea manejado por los obreros. En Olavarría siempre tuvimos los mejores jugadores, no se olviden que aquí salieron los hermanos Alves, por ejemplo. A mí el fútbol me gusta de toda la vida y sé bastante. Quizás por eso en enero vino gente de la fábrica a verme, para pedirme colaboración porque querían reforzar un poco el equipo. Y lo hemos hecho a través de la Fundación Fortabat”.
Amalia Lacroze de Fortabat tenía poder, dinero y decisión. En Olavarría, provincia de Buenos Aires, estaba una de sus cementeras, Loma Negra, homónima del club de fútbol del pueblo “Loma Negra”.
Banfield, que militaba en la segunda división desde su partida en 1978, necesitaba de sus goles y su temperamento y lo repatrió hacia mediados de1986. Fue fundamental en la campaña del ascenso en la temporada 1986/87, pero la alegría duraría solo un año y su club volvería al Nacional B. Allí ofició de técnico-jugador sobre el cierre de su carrera, disputando su último partido contra Deportivo Maipú de Mendoza. En 1989, intentó jugar un año más en el Porvenir, pero una lesión muscular lo hizo desistir y decidió dejar el fútbol definitivamente.
Diseño y edición de fotografía
Matias Di Julio