Fue un partido vibrante, los comentaristas comenzaban a ensayar las opiniones del final, "sesudos" análisis nos contaban los secretos de un superclásico destinado a ser un empate redondo. De cómo la excelsa pegada de "Tito" Pompei abría el partido en el arco "De la 12". De cómo Marcelo Salas vulneraba el arco de Navarro Montoya y lo hacía estirarse como un elaśtico, sin poder impedir el empate parcial.
De como el pueblo Xeneize volvía a la vida con el gol de Gabriel Cedrés y regresaba al letargo del empate, con aquel gol de Juan Pablo Sorín.
Pero a veces las historias nos regalan una sorpresa, un tiro del final, un acto de injusticia o un castigo inesperado. Hernán Díaz le cometió una falta inocente a Gabriel Cedrés, que era uno de esos delanteros venenosos y pícaros, un prestidigitador silencioso, que le dio una vida más a Boca Juniors.
Alli fue Hugo Romeo Guerra, uno de esos grandotes que uno imagina atrás de todo en la fila del colegio, las parejas se armaron y Mauricio Pineda tiro un centro a la "olla", todos miraban la pelota mientras el "Uruguayo" elevándose en el aire empezaba a "inventar" la pirueta eterna.
Hugo Romeo Guerra fue uno de los tantos delanteros Uruguayos que desembarcaron en la década del 90 en el fútbol argentino. Grandote, fornido, de buen salto, tuvo su primera demostración de fuerza en Gimnasia y Esgrima de la Plata. En el "Lobo" jugó entre el año 1991 y 1994, completando 100 partidos y 29 goles, una cifra aceptable para un goleador promedio. Su desempeño le valió una transferencia al fútbol mexicano, más precisamente al Toluca, pero allí la suerte le fue esquiva: solo jugó 7 partidos, no convirtió goles y fue repatriado por Huracán.
En el "Globo" de Parque de Los Patricios, jugó casi dos años recuperando su promedio habitual, 15 goles en 37 partidos.
Carlos Bilardo llegaba a Boca como el primer entrenador de la presidencia de Mauricio Macri. El "Doctor" llegó a revitalizar y renovar un plantel que no había logrado conseguir cosas importantes. No importaba cuánto había que gastar, el club de la ribera debía renacer y volver a los lugares preponderantes desde lo deportivo. Todas las necesidades de Bilardo fueron cumplidas, llegaron muchos, se fueron otros tantos, y en esa renovación total, llegó Hugo Romeo Guerra.
La torsión digna de un faquir estaba en construcción, la mirada en la pelota, el golpe seco en la nuca y el silencio total antes de la explosión. Gol del grandote que lo festejó cómo si fuera el primero o el último de su carrera, como se festejan los goles que se presumen inolvidables. En frente River Plate que estrenaba su título de Campeón de la Copa Libertadores miraba incrédulo lo sucedido, más aún Ramón Díaz en el banco de suplentes, recitando todas las palabrotas habidas y por haber.