21 DE MAYO- MEDIANOCHE. SE AVECINA TORMENTA EN RENO, NEVADA.
Aquel viernes 21 de mayo de 1976, Don Chargin, poderoso empresario de boxeo que estaba a cargo del estadio Olympic, en el East Los Angeles, había tenido una conversación telefónica con Oscar Bonavena, que se hallaba en Reno. “Tenemos planes para ponerte en la cartelera del 15 de junio en Nueva York, Oscar. Podrías pelear con Howard Smith. Lo más importante es que, en la de fondo, van a pelear George Foreman y Joe Frazier, así que todo el mundo va a ver ese show”. La respuesta del boxeador fue inmediata: “Sólo espero que la bolsa sea buena. Aquí en Reno me prometieron una pelea con Ken Norton y no pasó nada. Ganarle a Billy Joiner hace un par de meses no me sirve, porque quiero rivales grandes. La idea me gusta. De todas formas, me estoy volviendo para Buenos Aires. Espero su llamada”.
Sin embargo, las apariencias engañaban. O al menos engañaron al promotor. Bonavena no estaba tan tranquilo ni tan seguro.
“Ese viernes 21, Oscar me llamó; se le notaba muy preocupado –recuerda Dora Raffa, su viuda-. Es más: me rogó para que rezara por él. Me dijo que iba a tomar el avión el día de mi cumpleaños –yo cumplo el 23 de mayo- y que llegaría el lunes 24: quería ver por la tele una pelea de Muhammad Ali (Nota de redacción: efectivamente el 24 de mayo Alí venció a Richard Dunn por KOT en 5 en Múnich, Alemania). Pero me aclaró que antes tenía una cosa que arreglar y que no le avisara a nadie, y mucho menos a sus hermanos, porque no quería preocupar a su gente. Por esa época solía llamarme hasta tres veces a la semana y siempre mandaba tarjetas, que hablaban de Dios y de nuestro amor. Estábamos separados, sí, pero siempre mantuvimos el vínculo”. Dora muestra algunas tarjetas que ha guardado celosamente: “Muerto, estaré enterrado dentro de ti”, dice una, escrita con trabajosa letra, casi infantil.
Razones tenía para estar mal. Apenas una semana antes, unos desconocidos habían ingresado al trailer donde vivía, en el lote de Lockwood. “Quedó una gran mancha negra en el suelo, donde hicieron la hoguera –contaría, tiempo después, la esposa del administrador del lugar, Barbara Wellington, a Alberto Oliva, corresponsal de El Gráfico en Estados Unidos-. Nosotros estábamos afuera de la ciudad. Bonavena declaró ante el sheriff que, entre otras cosas, le quemaron el pasaporte, la tarjeta de residente y otras pertenencias personales. Era un tipo simpático y conversador. Eso sí, no sé de dónde pudo haber sacado los 10 mil dólares que cuesta ese trailer, porque no parecía estar lleno de plata, justamente. Este es un pueblo chico y todo se sabe...”.
Ese viernes, 21 de mayo, Oscar Bonavena salió -como hacía casi todas las noches-, en su Montecarlo marrón claro, rumbo al casino Harra’s, a jugar unos dólares. Cuando llegó, ya era pasada la medianoche. No sabía que unas horas después iba a yacer muerto, de un balazo en el corazón.
De hecho, sus chicas eran revisadas periódicamente por médicos que él contrataba para estar seguro de que no hubiera enfermedades sexuales. También era cuidadoso en organizar “fiestas especiales” para los jugadores fuertes que visitaban los casinos. Un periodista de Las Vegas, Colin McKinlay, llegó a escribir que “Las mujeres eran más hermosas que cualquier fantasía que podía tener un hombre”. Entre esas beldades, una sería protagonista de esta historia: Cheryl Anne Rebideaux, conocida como “Daisy” quien, a los 24 años, y luego de haber tenido un romance con Ross Brymer, fue presentada por Sally a Bonavena. Así se acordó un casamiento de conveniencia, para que Oscar tuviera su residencia definitiva en los Estados Unidos. Se casaron el 19 de febrero del 76 ante el juez John Gabrielli. La libreta de casamiento fue enviada al domicilio de los Conforte, en el número 3115 de la Sullivan Lane de Reno. Por razones que nunca fueron aclaradas, ella desapareció poco tiempo después.
¿Qué hacía Bonavena en el Mustang Ranch? Allí efectuó solamente una pelea, la del 26 de febrero del 76, cuando le ganó por puntos a Billy Joiner, quien tenía más derrotas que victorias: había perdido con Larry Holmes, Zora Folley, Sonny Liston y Alvin “Blue” Lewis, entre otros. Bonavena quedó desencantado. “Nunca me sentí tan mal en la vida -le contó a su esposa, Dora-: la gente cenaba, se reía y nosotros nos peleábamos; sí, parecía el circo romano. Yo no quiero esto, quiero una pelea grande, en serio, no sé qué carajo hago acá”. En esa época, Oscar estaba séptimo en el ranking mundial. Cuando llegó a Reno lo hizo acompañado de un manager, Lorren Cassina, pero cuando este le ofreció una pelea en Albuquerque, Nuevo México, Ringo dijo que no. Cassina se fue y se oficializó el contrato con Sally Conforte.
Oscar se pasaba gran parte del día junto a Sally Conforte, que era su manager oficial. Se hicieron muy amigos. Demasiado, según el runrún de la ciudad. Ringo y Sally eran vistos públicamente, porque ninguno escondía su relación, que era amistosa según ellos e íntima para los demás. Alguna vez, cuando se efectuó una gran fiesta en el Mustang, Oscar cometió lo que fue un grave error. “Bienvenidos, espero que les guste mi lugar”, les dijo a varios invitados. Cuando se enteró, Conforte fue derecho al grano: “Con mi mujer hacé lo que quieras, pero no te metas en mi negocio”.
Joe no hablaba en broma.
En esa época, Oscar estaba acompañado por el argentino Julio Morales, que estaba ligado al ambiente artístico. Primero vivieron en un hotel y luego, por 12.500 dólares Sally compró un trailer que estaba a dos kilómetros del Mustang Ranch. Después de su debut en Reno –que fue también su única pelea en esa ciudad–, recibió un contacto telefónico con José María Otero, por entonces corresponsal de El Gráfico en España. Otero, quien comenzaba a incursionar en el negocio del deporte, le ofreció una pelea con el español José Manuel Ibar, “Urtain” –un vasco que arrastraba multitudes-, por una bolsa de 30 mil dólares. Oscar le comunicó la novedad a Conforte, aunque finalmente la pelea no se hizo. “Yo lo acompañaba a todos lados –recuerda su hermano, José, gran compañero de Oscar– y si se hubiera hecho esa pelea, todo habría sido distinto.
"Todavía hoy no me perdono el no haber estado junto a él”. Tras llegar a Reno, y conocer a Conforte, Bonavena se enteró de las novedades. Una, que Conforte no podía figurar como su manager porque había estado cinco años en prisión. La otra, que Sally, la esposa, que andaba por los 65 años, sería su manager. Sally había sufrido un choque automovilístico y, luego de cuatro operaciones, no logró restablecerse del todo. Caminaba dificultosamente y tenía sobrepeso. El blanco de su cabello la hacía parecer aún más mayor. Ambos se llevaron bien desde el primer día. Firmaron un contrato por dos años: el boxeador recibió 7.000 dólares en el momento y se comprometió a pagar el 10% de su bolsa a Conforte. Sally, además, le regaló 3 mil dólares de su propio bolsillo. Cuando se anunció la pelea con Joiner, Oscar y Sally posaron para las fotos; en el cartel de publicidad se leía: “La bella y la bestia”.
Como Conforte no sabía nada de boxeo –y Sally menos– Oscar comenzó a desplegar sus contactos, buscando peleas. Llegó a tener una oferta para combatir con Alí en Guatemala, por 500 mil dólares, hasta que un terremoto canceló los planes. Se habló de un encuentro con Ken Norton, en Las Vegas o Montecarlo, pero tampoco se concretó.
Mientras tanto, Ringo, que no tenía mucho para hacer en Reno, comenzó a frecuentar cada día más a Sally, quien pronto mostró un cariño muy especial para ese “chico grande” que la hacía reír todo el tiempo con su simpatía. Se hicieron amigos, muy amigos. Ella se sentía sola porque su marido, diez años menor, siempre estaba ocupado.
Todo marchaba bien, salvo un detalle que a Conforte no le gustó: todas las propiedades estaban a nombre de Sally ya que él, por sus antecedentes penales, no podía arriesgarse a tenerlas.
Conforte, pues, no vio con buenos ojos la relación de ambos. La tormenta se ceñía sobre el boxeador y su manager.
La relación entre Joe y Sally se iba resquebrajando muy rápidamente. El comenzó a pasar algunas propiedades a su nombre. Y ella, a respaldarse en Oscar. Los hechos se precipitaron barranca abajo el sábado 15 de mayo, cuando se hizo una gran fiesta para inaugurar el Mustang Ranch 3, al que se sumarían 72 chicas más. El lugar incluía máquinas tragamonedas y había que llevar por lo menos 200 dólares para poder entrar. La fiesta fue tomando color a medida que pasaban las horas y corrían las bebidas, proporcionadas con generosidad por Joe. Fue entonces cuando, alrededor de las cuatro de la mañana, Bonavena sostuvo una fuerte discusión con Willard Brymer, el guardaespaldas privado de Conforte. El hombre, de gran físico, había llegado a hacer guantes con Ringo. Esta vez fue en serio, porque a medida que fueron subiendo de tono las palabras, y seguramente empujados también por la bebida consumida –Oscar nunca fue un hombre de beber demasiado alcohol-, terminaron yéndose a las manos y, como no podía ser de otra manera, Brymer terminó nocaut. Cuando Joe se enteró de esto, decidió prohibirle la entrada a su local a Bonavena. Era la forma más práctica de darle pasaporte a Brymer para hacer lo que quisiera.
Lo primero que hizo Brymer al día siguiente, sábado 16 de mayo, fue ir al trailer de Oscar y destruir todo lo que había. Incluso, le quemó el pasaporte. Era una clarísima señal de que estaban hablando en serio. Julio Morales desapareció y Oscar se recostó en Sally. Ella no solo le prometió su total protección: primero, le entregó un revólver calibre 38 y luego se ofreció a viajar con él a San Francisco, para ir al consulado argentino y renovar el documento, cosa que hicieron. El viaje tuvo sus riesgos, porque Sally se vio obligada a pedir protección policial, tras haber recibido algunas llamadas amenazantes. Se olfateaba la tragedia. Oscar regresó el miércoles 19 de mayo al Mustang Ranch, a eso de las diez de la noche, “Por supuesto, no lo dejaron entrar –recordó una empleada del lugar, Juanita Restrepo–. Hubo empujones entre él, Brymer y un par de guardias y tuvo que bajar Sally para que la cosa se calmara un poco. Bonavena anunció que el lunes se volvía a Buenos Aires, pero antes quería la copia de su contrato. "Tuve miedo, porque conocía a Brymer y compañía”.