Sabemos ya que el primer equipo de campo fue el del Lobos Fútbol Club, el de los hermanos Moore, creado poco después que en el país se había iniciado la práctica del deporte que introdujo don Alejandro Watson Hutton. De tal modo, pues, el Lobos viene a constituirse en la institución que aportó los primeros jugadores "de tierra adentro" a las competencias futbolísticas de la Capital. Desde aquellos días del siglo XIX hasta estos en que ya promedia la vigésima centuria, por las canchas porteñas han desfilado una infinidad de jugadores provincianos. El público de la metrópoli les dispensó, invariablemente, una recepción cordial y estuvo propenso a brindarles el aplauso que alienta así como el aplauso que premia una conquista. La historia, el rigor de la estadística, ha ido haciendo justicia por su parte; en las crónicas queda la constancia de todos los valores del interior que triunfaron en las canchas de la Ciudad capital.
Sin posibilidad de anotar en este artículo — nueva charla de una serie periodística — todos los nombres de los cracks de tierra adentro, porque semejante empresa invadiría otro terreno que el que nos proponemos pisar con este comentario, hemos de limitarnos a hilvanar estas frases recordatorias a manera de homenaje dedicado a las instituciones, a los jugadores y a todos los aficionados del interior del país. Es propicia la ocasión porque, con motivo del conflicto que mantuvo alejados de las actividades a los cracks profesionales, las entidades de la capital apelaron al único recurso que podía salvarlas de una absoluta crisis de figuras: se dedicaron a buscar jugadores en las provincias. No había otra cosa que hacer. Se acercaba la iniciación del campeonato, el conflicto no se solucionaba y los clubs tenían que presentarse a la competencia oficial con equipos capaces de representarlos dignamente o, por lo menos, en igualdad de condiciones con el resto. Apresuradamente viajaron los emisarios y vibraron las líneas telegráficas.
El ya crecido número de provincianos que desde hace un tiempo transita por las calles de la gran urbe se vió considerablemente aumentado con la llegada de los futbolistas que venían a integrar los primeros cuadros del fútbol porteño. Las casacas tradicionales fueron ceñidas por atletas de tez bronceada y fina silueta. Nos pareció encontrarnos de nuevo con aquellos viejos amigos...
¿Se acuerdan ustedes?... Cuando el fútbol argentino alcanzó jerarquía de actividad nacional e hizo sentir su real valer en las competencias internacionales ya habían desaparecido de las canchas los rubios jugadores del Alumni. Era también un recuerdo aquella pintoresca iniciativa de Lobos.
Por otra parte, la verdad es que a los del Lobos, por su proximidad a la Capital tanto como por la limitada cantidad de clubs que practicaban el fútbol, se los consideraba como de la casa. Preciso es señalar que entendemos por "provinciano" nosotros los porteños. Incluimos en tal clasificación al hombre radicado lejos de la metrópoli, en distintas localidades de la provincia de Buenos Aires — Bahía Blanca, por ejemplo, — pero sobre todo en las otras provincias: el cordobés, el tucumano, el mendocino... Así, pues, aceptamos que el fútbol de tierra adentro empezó a figurar como parte activa y vital en el fútbol nacional desde el momento en que nuestros seleccionados se forma-ron incluyendo a los valores radicados en aquellas provincias, de actuación en ellas, y no a los que se habían incorporado a los equipos de los clubs porteños. Ese fue el comienzo. Después ocurrió que el campeonato de Buenos Aires significó una aspiración para los futbolistas provincianos, y ocurrió también que los clubs de la capital, necesitados de valores nuevos, apelaron a la adquisición de jugadores en el interior del país. El profesionalismo intensificó aquella costumbre, acentuó esas necesidades. Y hoy no sólo son innumerables los jugadores provincianos que integran los equipos de primera categoría de las instituciones de la capital, sino que a muchos de ellos se les tiene por porteños y resulta que son provincianos.
Nosotros evocamos ahora los primeros tiempos de esta feliz conjunción entre los cracks de todo el país. Y repetimos la pregunta dirigida a los muchachos de entonces: ¿Se acuerdan ustedes?... Cuando celebramos alborozados la primera conquista trascendental de nuestro fútbol aquel año de 1921 en que las camisetas celestes y blancas ganaron el Campeonato Sudamericano, era un mendocino, Vicente González, el puntero izquierdo, y era un cordobés, Dellavalie, el centre hall. Hasta entonces no terminábamos de convencernos, los porteños, de que para presentar en un campeonato sud-americano a los once mejores futbolistas argentinos — nada más que once — hubiera que apelar a las provincias. Posteriormente, a lo largo de estos largos veintiocho años, casi sin excepción hubo jugadores del interior en los seleccionados nacionales. E incluso se llegó e formar un combinado totalmente constituido por cracks de tierra adentro, cuya gira memorable figura entre los acontecimientos sobresalientes del fútbol nacional.
Las fotografías con que ilustramos estas líneas son otros tantos ejemplos de ese valioso aporte que los aficionados de la metrópoli no olvidan: ahí está el nombrado mendocino González, los tucumanos Paco García y Fassora, el santafecino Chividini, los hermanos Gilli, cordobeses, el gran arquero Fernando Bello, orgullo de Pergamino, cada tino de los cuales debe ser contemplado más que por sus méritos personales, como un símbolo representativo de esa capacidad futbolística nacional. ¿Cuál de los clubs metropolitanos no tiene o no ha tenido por lo menos un jugador del interior en sus filas? Más aún. Pensemos e qué podría quedar reducida la potencialidad de los conjuntos actuales si se les obligara a prescindir de los valores provincianos. Bastaría la mención de los rosarinos, quizá, para confeccionar una lista tan extensa como calificada. El mismísimo Bernabe Ferreyra, y el insuperado Nolo Ferreira, el deslumbrante René Pontoni y el espectacular Víctor Valussi, De la Mata, el maneador, y Sayago, el fantasma para no citar más que a unos pocos y al azar, fueron otros tantos ejemplos de lo que significa en la historia del fútbol argentino, el aporte de los valores de tierra adentro.
Las crónicas del porvenir también registrarán nombres iguales.
Por Félix D. Frascara.