Era el año que cerraba un ciclo fecundo de San Lorenzo, que se inició con el subcampeonato de 1957, en el que Sanfilippo explotó como goleador; continuó con el tercer puesto del 58, el campeonato del 59 –después de 13 años de sequía–, el fútbol exquisito de los 60, con los Carasucias (equipo revelación de 1964) y los Matadores (campeones invictos del Metro 68). Ya en el el Nacional 71 se había escapado el título por el canto de una uña frente a Rosario Central, tras una polémica eliminatoria en la cancha de Newell’s. Por eso, 1972 aparecía como el año de la definitiva consagración. Y sería así nomás, pese a un comienzo vacilante en el Metro, el alejamiento sorpresivo del entrenador chileno Andrés Prieto y el interinato obligado de don Miguel Ignomiriello. Estaban los jugadores, pero faltaba el ordenamiento adecuado en la cancha. Con el campeonato empezado, desembarcó en el club, por segunda vez, Juan Carlos Lorenzo, y de a poco el equipo fue encontrando solidez y un funcionamiento que se adelantó en el tiempo. En la línea de fondo, Glaría era un cuatro clásico con la misión de borrar al puntero izquierdo rival; pero listo para mostrarse como salida por la derecha cuando la pelota estaba en poder del equipo. Rezza, invariablemente, iba sobre el nueve rival. Heredia, un tiempista con vuelo propio como para quitar y pasar al ataque con velocidad y precisión. A ese seis de lujo lo relevaba la Oveja Telch, que tanto distribuía con sumo criterio como se convertía en un marcador frío e implacable. Rosl tanto marcaba su punta como salía como carrilero. Veloz para el ida y vuelta, el Gallego era un relojito. Nunca para diez o nueve, pero jamás menos de siete o seis puntos.
El esquema, flexible eso sí, era un 4-5-1. El Ratón Ayala, el delantero preferido del Toto después de la temprana partida del Lobo Fischer hacia Brasil, aparecía en el papel como único delantero delantero. Pero antes de que se sumara el Lele Figueroa como doble punta, Cocco, Telch y Chazarreta o Veglio cumplían con la llegada ofensiva por sorpresa, una elaborada sorpresa. Cocco, de lento desplazamiento físico, era muy veloz para los cambios de frente y siempre encontraba un receptor. Crecido en el rendimiento individual, pero mucho más en el colectivo, ese equipo ganó el Metropolitano con seis puntos (49 a 43) de ventaja sobre Racing. Sólo perdió tres partidos y el cierre de ese torneo, tras la vuelta olímpica anticipada, dejó en claro que no iba a ser fácil de vencer. El Nacional comenzó en Trelew, frente a Independiente, con un gol de Chazarreta. El Ciclón de esa tarde les ganó al viento y a la arena patagónica y estableció, en un escenario difícil, que aquellas presunciones habrían de concretarse con el correr de los partidos y desembocar en un final previsible. El equipo comenzaba a anunciarse de memoria: Irusta, Glaría, Rezza, Heredia, Rosl; Espósito, Telch, Chazarreta, Cocco, Figueroa, Ayala. Los mayoría de los suplentes podía jugar sin que el rendimiento bajara. En lista de espera estaban Villar, Veglio, Sanfilippo, Piris. Y desde abajo ya empujaban el Gringo Scotta y el Negro Ortiz. Un lujo con el que San Lorenzo afirmaba sus posibilidades de ser bicampeón, el primer club en lograrlo desde que en 1967 la temporada se dividió en dos torneos: Metropolitano y Nacional.
La brillante campaña (11 triunfos y 3 empates) se cerró con la dramática definición frente a River en la cancha de Vélez. El equipo del Toto fue muy superior al de Urriolabeitía, pero un penal desviado por Chazarreta obligó a un alargue, en el que Luciano Figueroa convirtió el gol que terminó con todas las incógnitas. Ese 17 de diciembre de 1972, San Lorenzo entró en la historia con el mayor porcentaje de puntos de un equipo campeón: 89,29%.
A pocos días de cumplirse 30 años de la conquista, buena parte de aquel plantel rememoró ese irrepetible tiempo de gloria.
Cacho no, futbol entero. Hoy, este hombre que fue un seis de notable ductilidad, casi en la línea de un Passarella o de un Albrecht, vive en el barrio de Majadahonda en Madrid. Ramón “Cacho” Heredia tiene tres hijos: Javier, de 27 años (español), Bárbara, de 24 (francesa), y Gustavo, de 15 (argentino, nacido en Coronel Suárez). Es uno de los dueños de Sport Spain, empresa dedicada a la representación de jugadores. Además, suele comentar partidos del Atlético de Madrid para Radio Marca.
Cacho, que después de San Lorenzo tuvo un brillante paso por el Atlético, su segunda casa, sigue con sus raíces en la Argentina porque es dueño de un campo en la provincia de Buenos Aires. Vivió en Madrid desde que llegó como jugador hasta 1987 cuando volvió. En Suárez nació su hijo, pero tres años después decidió regresar a España. Y ahí está, alternando el castizo “tú” con el “vos” bien argentino, que se nota claramente en el diálogo.
“En ese San Lorenzo disfruté los mejores momentos futbolísticos de mi carrera. Teníamos un gran entrenador y había mucho compañerismo. Pero al año de salir campeones, desmantelaron el equipo... lo liquidaron. Yo debuté en el 68 con Los Matadores, nada menos, para mí una verdadera selección.
Sin embargo, en el 72, Lorenzo armó un equipazo. Ibamos a cualquier cancha y sabíamos que ganaríamos con la gorra (N. de la R.: expresión muy española que significa ‘ganar con la camiseta’). Había grandes jugadores y varios eran verdaderos técnicos dentro de la cancha. El mejor recuerdo que tengo de esa época fue el de dar una vuelta olímpica en la cancha de Huracán. El clásico de barrio era mortal. Si perdías estabas de luto una semana.”
“La final con River para nosotros fue algo muy grande. River tenía un gran equipo, pero nuestra confianza era fabulosa. Tuvimos un penal a favor y lo erramos. Ese día hubo algo de mala suerte. El penal tenía que patearlo yo, pero Chazarreta me pidió que se lo dejara a él. Yo le pregunté: estás confiado, y me contestó: sí, sí... dejámelo patear a mí... Después lamentablemente lo tiró afuera, pero igual estábamos convencidos de que íbamos a ganar y finalmente ganamos 1 a 0.”
“Jugar en el Atlético de Madrid me abrió las puertas de Europa. Vine a los 20 años, tengo 50 y hace 26 que vivo acá. Sólo volví a mi patria por tres años, cuando nació mi hijo menor. A la Argentina hay que quererla como el país que es. Uno tiene familia y amigos allá, y duele mucho lo que pasa.”
“Jesús Gil (presidente y dueño de la mayor cantidad de acciones del Atlético de Madrid) es como un padre para mí. San Lorenzo me dio la posibilidad de hacerme jugador de fútbol, y en el Atlético me hice hombre”.
Raton goleador. Rubén Ayala, el goleador del campeón del Nacional con 8 goles (hizo 23 sumando los dos torneos), es actualmente coordinador del centenario Pachuca. En el club mexicano fue jugador y técnico y allí lo tienen como un referente para cualquier consulta futbolística.
Junto a su esposa y sus hijos (dos mujeres y dos varones), el Ratón disfruta de un presente sin sobresaltos después de haber superado algún problema de salud. A 110 kilómetros del Distrito Federal, Ayala atiende a El Gráfico y se engancha con la evocación a distancia.
“La epoca más linda de mi vida la pasé ahí. En San Lorenzo me dieron todo. Yo empecé desde abajo y, al revés de lo que se hace hoy, lo primero fue comprarles una casa a los viejos, después mi departamento y luego el auto. Ese era el orden. Por supuesto que ese título logrado frente a River fue algo estupendo. Lorenzo tuvo mucho que ver en esa conquista. A mí me quería como a un hijo. En plena vigilia de la final igual no sabía cómo tenerme contento. Me mimaba tanto que si se me ocurría decirle que quería comer sándwiches de miga me los mandaba a comprar y me los subía a la pieza del hotel City, donde nos concentrábamos. Hice muchos goles lindos, pero, los que más recuerdo, son dos de cabeza, porque normalmente no cabeceaba: uno a Independiente y otro a Huracán”.
Dos tipos felices. Conspicuos integrantes de aquel singular zoológico sanlorencista, Roberto “Oveja” Telch y Sergio “Sapo” Villar dirigen una escuela de fútbol en una filial azulgrana en Villa Madero. Por suerte, los dirigentes no los olvidaron y siguen ligados al club donde triunfaron. Telch llegó a Boedo desde Defensores de Billinghurst, pero de pibe casi. Villar, más maduro, desde Defensor de Montevideo, hoy Defensor Sporting. El Sapo vino para ser campeón derecho con los Matadores en 1968. Los dos ganaron cuatro títulos en ocho años. Los dos dejaron su sello de calidad. Ninguno de los dos simpatizaba demasiado con el Toto Lorenzo. Siempre los cautivó el estilo paternal y romántico del brasileño Tim, el técnico de aquellos Matadores.
Cuenta Telch: “Un día le dije al Toto: a mí me gusta jugar, ahora si usted quiere que marque, marco, pero olvídese del juego. Un día marqué a Willington, el de Vélez, hasta cuando hacía los saques laterales. El no jugó, pero yo tampoco. Creo que después Lorenzo lo entendió. El que marcaba era Espósito y yo armaba más el juego”.
Dice Villar: “A mí me tocó jugar la final con River porque Glaría estaba suspendido. El Toto estaba obsesionado con Pinino Mas. A cada rato me decía: Sapo, mire que es vivo, que busca los penales. Guarda. Así a cada rato. Al final le dije: pare un poco, quédese tranquilo, yo lo conozco bien. Por suerte Pinino no pudo moverse y el Toto respiró tranquilo”.
A dúo afirman: “Ese equipo fue extraordinario. Tenía mucho equilibrio, por eso fue campeón dos veces. Ahora, sinceramente, el del 68 fue inolvidable porque jugaba un fútbol de alta calidad. Eso sí, para nosotros es un orgullo haber integrado esos planteles y haber logrado tantos títulos”.
Victorio, victoria. “Fue un equipo modelado por Lorenzo. La estrategia era marcar y jugar con los hombres justos para cada función. El Toto lo manejó con mucha categoría. A mí me puso bien físicamente, era casi una idea fija. Una tarde me dijo: ‘Lo veo mal, viejo, hay que trabajar mucho’. Después llegó un día que me comentó: ‘Coma, Victorio, coma. Pastas, cualquier cosa’. Tenía un libreto bárbaro, un fenómeno de conductor.”
Ese Victorio es Cocco, que tres décadas después habla desde su despacho de secretario general de la Asociación de Técnicos de Fútbol de la Argentina.
“Me costó entrar en el equipo. Veglio y yo habíamos tenido un conflicto largo de contar cuando el técnico era Rogelio Domínguez. Era duro volver después de tanto tiempo. Recuerdo que una de las claves fue un partido con Boca. Faltando cinco minutos, el Toto me llama para entrar. Yo pensaba: ¿sólo un ratito voy a jugar? Pero no dije nada, como si hubiera tenido una intuición. El asunto es que amagué tres veces y dejé en el camino, entre otros, a Marzolini. Sanfilippo me la pedía, pero no se la di. Pateé al arco y fue gol. Un golazo. Ahí empecé a sentirme uno más de un plantel de extraordinarios jugadores.”
“Otra vez, frente a Banfield, me saqué de encima a Tagliani, una aplanadora defendiendo, y cabeceé por arriba de Lavolpe. Ese fue uno de los goles más lindos de mi vida. La gente ya me pedía, sobre todo si íbamos empatando. Me puse en forma definitivamente y pude lograr la titularidad. Ese equipo era muy duro en una época de grandes equipos de Racing, de Independiente, de Boca, de River, de Huracán y de los equipos rosarinos. Fue un gran campeón, nadie le regaló nada. Todo lo ganó por mérito propio.”
Hasta el Hueso. Dedicado a la política desde hace 16 años, Rubén Glaría, ex intendente de José C. Paz, actualmente sigue ligado a Carlos Menem. El Hueso tiene contacto con el fútbol a través de su hijo Alejandro, que todavía sigue haciendo goles en México. No va a la cancha desde el 95 cuando el equipo del Bambino Veira ganó el Clausura y se sorprende del tiempo que ya pasó desde aquellos años triunfales con la camiseta azulgrana.
“¡Treinta años ya, mamita, cómo pasa el tiempo! Pero ¿qué lindo no?, estar bien para recordar todo eso. Yo no jugué la final porque me habían suspendido en el partido anterior, que era una eliminatoria, cuando lo corté a Morete que se iba para el gol. Si River ganaba nos arruinaba. Y empatamos. Por eso no me dolió tanto ver el partido decisivo desde la platea. Además me alegró que Villar, un gran jugador y un estupendo compañero, pudiera dar la vuelta olímpica después de jugar un partido tan importante.”
“Ese equipo era un relojito, una computadora. Y Lorenzo, que para mí fue el mejor técnico junto con Zubeldía, tuvo mucho que ver en el funcionamiento. Trabajaba mucho sobre la psiquis del jugador. Una vez me dijo: si el once llega a hacer un gol, a usted lo saco. Me banqué 29 fechas sin que un puntero izquierdo nos metiera un gol. Así motivaba a todo el mundo.”
“De Pinino Mas tengo el mejor de los recuerdos. Yo debuté marcándolo a él en la cancha de River. En esa época era muy grosso que un joven marcara a una figura. El estuvo bárbaro, en un momento del partido me dijo: pibe, jugá tranquilo que me voy un rato para la derecha. Y se fue.”
“El equipo del 72 era muy completo y fue campeón desde el primer partido. Pudo ganar la Libertadores en el 73, pero le tocó el Independiente copero que, en dos partidos bravos, nos sacó la mínima diferencia y quedamos afuera.”
Un retiro de lujo. La actualidad de uno de los más grandes goleadores del fútbol argentino se reparte entre las críticas en varios programas de la televisión por cable y la pujante labor en la nueva mutual de jugadores. Pero José Sanfilippo, esta vez alejado de las polémicas, se prende en el volver a vivir de lo que fue su gran despedida del fútbol activo.
“Yo me había retirado hacia un año en el Sporte Clube de Bahía, Brasil. Seguía jugando pero con los veteranos de San Lorenzo. Un día un amigo me preguntó si me animaba a jugar en la Primera. Yo pensé que me estaba cargando, pero él fue a ver al presidente y a la semana yo estaba sentado frente a Osvaldo Valiño, que me tentó con la propuesta: ‘Para nosotros será un orgullo tenerlo en el plantel y al mismo tiempo es la posibilidad de homenajearlo como uno de los símbolos máximos de San Lorenzo. Usted tiene que despedirse en el club que lo vio nacer’. La verdad fue que esas palabras me tocaron el corazón y cuando me quise acordar ya me estaba entrenando con el plantel profesional.”
“Al principio fue duro porque una cosa es moverse con los que tienen la misma edad que uno y otra con los más jóvenes o los que tienen el ritmo de competencia. De todas maneras, que yo, a los 37 años, estuviera vistiendo otra vez la camiseta azulgrana resultó un gran estímulo. Al principio de la temporada, en el Metropolitano las cosas no iban bien hasta que llegó Lorenzo y encarriló todo, pero tuvo en su favor un plantel extraordinario.”
“A mí me iba fenómeno. Había marcado 6 goles en 8 partidos. El primero de mi vuelta al club se lo hice a Colón y después le metí dos a Ferro, en Caballito. Ni yo lo podía creer, me entendía fenómeno con Fischer, lástima que después el Lobo se fue al Brasil. De la mitad del torneo para adelante, San Lorenzo se estructuró muy bien defensivamente y se hizo sólido en el medio de la cancha. Daba la impresión de que era imbatible.”
“Con la base de ese equipo que ganó el Metro, más los suplentes que se incorporaron, se armó una verdadera máquina de ganar. Tanto que explotó el Ratón Ayala, que al principio no estaba en los planes de Lorenzo. Ese torneo Nacional fue la ratificación de un juego colectivo estupendo que hizo de ese San Lorenzo un equipo distinto. El plantel contaba con 20 jugadores, pero la mayoría tenía un rendimiento superlativo.”
“La final contra River fue mi verdadero homenaje. Mis hijos habían ido a la cancha de Vélez vestidos con los colores azulgranas, pero todo hecho en papel. Cuando di la vuelta olímpica se me cayeron un par de lágrimas. Después, a la noche, volví a ver las imágenes y cuando el relator dijo ‘Sanfilippo nació para ser campeón’ le dije a mi primera mujer, Elena: éste es el elogio más grande de toda mi carrera.”
“Yo creo que ese equipo, el del Nacional 72, fue un extraordinario campeón, y el invicto estaba de acuerdo con la forma en que se movía en la cancha y cubría todos los espacios con mucha técnica y mucho oficio”.
Testimonios, vivencias. Todo un homenaje a treinta años de una doble conquista tras una campaña excepcional que está escrita con letras de oro en el libro mayor de la historia de San Lorenzo.
Contando la final con River, el equipo jugó 14 partidos, con 11 triunfos, 3 empates y ninguna derrota, con 30 goles a favor y 6 en contra, sumando 25 puntos.
San Lorenzo jugó en la zona A y terminó en el primer puesto con un punto de ventaja sobre River. Pasó directamente a la final, mientras que River enfrentó a Boca en la semifinal, en la que los millonarios se impusieron por 3-2
Un típico producto azulgrana. Hizo todas las inferiores y en Primera cambió de ubicación. El Toto le tocó el amor propio y él, haciendo honor a su apodo, se ganó el puesto. El Beto, ídolo de River, lo sufrió más que nadie.
Desde uno de los puestos ejecutivos de Farmográfica, la gigantesca imprenta de cuño familiar que provee envases de avanzado diseño a las principales empresas del país, Roberto Espósito, una marca registrada en el fútbol de los 70, se entrega de lleno a la evocación y a la nostalgia. Durante una hora y media, lo que dura un partido, el León cerró los ojos y se transportó con una sonrisa placentera a aquel domingo 17 de diciembre en la cancha de Vélez.
“Yo sabía que Alonso no debía moverse con tranquilidad. Era mi hombre, pero no fue una obsesión para mí. Estaba tranquilo, sobre todo porque ya me había ganador un lugar en la preferencia de Lorenzo. Me acuerdo de que cuando él llegó, me preguntó de qué jugaba yo. Le contesté que de cinco, y él me retrucó que el cinco era Telch. Entonces le dije que yo estaba para integrar el reparto y se lo grafiqué diciendo que los actores de reparto también ganaban premios Oscar. El Toto, inefable, me respondió: usted todavía no ganó nada. Pero ese diálogo me afirmó en la titularidad por el sector derecho de la media cancha.”
“Con el Beto Alonso tuve, y tengo, una buena relación, nunca me reprochó nada. Ocurre que, en el 72, él todavía, pese a ser figura, no había logrado la madurez que yo, por ejemplo, ya tenía. El Beto creció mucho años después. Esa inexperiencia de él para una final como ésa a mí me ayudó mucho para anularlo, sobre todo en lo que era su fuerte: el enganche con la zurda para salir jugando por el otro lado.”
“Lo que pocos supieron es que a los cinco o diez minutos del partido, Irusta salió del arco para tapar al Mono Mas y, como yo estaba cerrando, me comí un patadón que me paralizó el bíceps derecho. Era un desgarro, me dolía como no se imagina nadie, pero aguanté todo el partido, el alargue y los festejos. Yo no quería dar ventajas y ni en pedo quería salir de la cancha, pese a las señas que hacía Lorenzo desde el banco. El me quería cambiar porque sabía el riesgo de una lesión de ese tipo, pero yo le gané la apuesta. Me quedé en la cancha, lo anulé a Alonso y di la vuelta olímpica.”
“Otra cosa que recuerdo de esa final, y que habla a las claras de lo que era Lorenzo como estratega, es haber inventado que Veglio iba a jugar. Toti estaba operado de meniscos y aún estaba en plena recuperación. Para que en el vestuario de River se enteraran, lo tiró a Veglio en la camilla de los masajes y abrió la puerta de nuestro camarín. Hasta los fotógrafos picaron y le hicieron un montón de fotos. El asunto fue que el cuerpo técnico de ellos pensó que jugaba Veglio y cambiaron la táctica. Psicológicamente entramos ganando. El Toto era un fenómeno.”
un gol para recordar toda la vida
Desde Venado Tuerto, donde reside hace casi 20 años, el Lele habló de aquella emoción incomparable.
Por esas cosas del destino, el hombre que le dio el título invicto a San Lorenzo está lejos, muy lejos de Boedo y sus alrededores. Luciano “el Lele” Figueroa transcurre sus días en Venado Tuerto, Santa Fe. Desde su humilde puesto de trabajo en la Obra Social de Vialidad Nacional, el goleador de hace 30 años contempla con rabia las distintas realidades de la Argentina de hoy con respecto a aquellos años lindos, tranquilos, que se gestaron en su natal Las Varillas, en la provincia de Córdoba. Y que tuvieron su mayor expresión en la llegada al Ciclón para hacerse conocido a fuerza de meter en los entrenamientos, sacudir redes en Tercera y reserva hasta ganarse un lugar entre los titulares.
“La verdad es que ni me había dado cuenta del tiempo que pasó. Es que uno ve tantas cosas raras, tanta delincuencia y tanta impunidad que ni siquiera se da un tiempo para momentos de alegría. Yo fui muy feliz en San Lorenzo, viví los mejores años de mi carrera y ni qué decir lo que significó aquella final del 72. Eso sí, ahora que hablo con El Gráfico me vuelve a la cabeza esa jugada del Ratón Ayala que les ganó a los dos marcadores centrales de River y desde el suelo la tocó hacia la derecha. Yo venía corriendo con la cabeza levantada. Eso me ayudó para pegarle bien a la pelota y anular el intento de achique de Perico Pérez.”
“Salí corriendo para festejar y ni me di cuenta de quien era el que se me había subido a babuchas. Al otro día, mirando fotos, me avivé de que era Cacho Heredia. ¿Así que ustedes la van a publicar en colores? Qué bueno, me voy a comprar varios Gráficos. Pensar que ya pasaron 30 años de aquella vuelta olímpica. Aquel equipo tenía todo: fútbol, personalidad, coraje. Fue invicto porque metía en cualquier cancha y siempre estaba convencido de que iba a ganar. Ese mismo espíritu me permitió seguir jugando varios años más, sobre todo en Almagro, un club que me recibió con afecto y en el que también hice goles muy importantes.”
“La verdad es que llegó un momento en el que me cansé de dirigir. Estuve en el club Jorge Newbery, de acá, pero es muy difícil todo. Cada tanto me pica el bichito, pero ya no es lo mismo. Entonces trabajo acá, en Vialidad, y sigo de cerca el estudio de mis dos hijas en Rosario. El fútbol es de un tiempo que ya fue y no volverá a ser. Pero es muy lindo recordar aquellos días de goles, títulos y vueltas olímpicas con la camiseta azulgrana.”
San Lorenzo 1 (0) – River 0 (0)
San Lorenzo: Irusta, Villar, Rezza, Heredia, Rosl; Espósito, Telch, Cocco, Chazarreta; Figueroa (114’, Oscar Ortiz) y Ayala (114’, Sanfilippo). DT: Juan Carlos Lorenzo.
River: José Pérez; Osvaldo Pérez (60’, Carlos López), Dominichi, Daulte, Giustozzi; Juan José López, Jorge Vázquez, Alonso; Mastrángelo (71’, Néstor Scotta), Morete y Mas. DT: Juan Urriolabeitía.
Gol: Primer tiempo suplementario: 10’ Figueroa. Detalle: 89’ Chazarreta desvió un penal.
Cancha: Vélez. Arbitro: Roberto Goicoechea. Recaudacion: $ 841.905. Jugado el 17/12/1972.
Por Carlos Poggi
Fotos: Archivo El Gráfico.