Este parrafo fue escrito en la edición extraordinaria de El Gráfico publicada por su 40º aniversario, en 1959, cuando Oscar Alberto Furlong ya había dejado de jugar. Allí se exaltó: “He aquí el hombre, símbolo del básquetbol argentino. Puede haber muchos otros jugadores, pero si a cualquier persona le preguntan el nombre de un jugador argentino de básquetbol, seguro que contestará: Furlong. No sólo de nuestro país, en el exterior también. El básquetbol argentino es Furlong y Furlong es el exponente más calificado y de mayor jerarquía de su época de oro”.
Fue su arquetipo hasta la explosión de Emanuel David Ginóbili en el siglo XXI, su símbolo, su emblema. Un jugador genial, con don para crear y definir desde su posición de centro, y con una aureola permanente de señorío. Irradiaba respeto entre compañeros y rivales. Este ingreso suyo al Salón de la Fama de la FIBA, entre tantas luminarias de todo el mundo, es un merecido acto de justicia con él y representa un sentido orgullo para nuestro deporte.
“El más genial, el más creativo, de los jugadores de su época, pese a que daba la imagen de ser ‘apagado’. Era muy táctico y un gran estratega. Eximio distribuidor de juego y excelente rebotero. Fue un adelantado. Además, uno de los mejores compañeros e incondicional como amigo. Con absoluta responsabilidad. Ejemplar. Huía de la publicidad y eso, a veces, lo hacía aparecer hosco y antipático. A la hora de hablar, su palabra era muy escuchada y respetada en el grupo. La palabra de Furlong valía la pena de ser escuchada”, fue su radiografía bosquejada por el profesor Jorge Hugo Canavesi, director técnico de nuestros campeones del mundo.
El “Chino” Omar Ubaldo Monza, por su parte, fue su compañero desde siempre, compartiendo equipos en el club, en varios combinados y en la Selección Nacional. Contó: “Caminamos juntos por la vida desde los 10 años. A su lado crecí y me enriquecí espiritualmente. Con la magia de su habilidad, enseñó a muchos a jugar al básquetbol, pero más que ello, Pillín les marcó normas de conducta en la vida”.
Casimiro González Trilla, reconocido como “la biblia del básquetbol” por los entrenadores argentinos, había sintetizado:
“Era un jugador de inspiración, desequilibrante por su habilidad, que podía jugar en cualquier lugar de la cancha. No sólo debía estar entre los cinco primeros, sino que era el primero de los cinco”.
Oscar Alberto Furlong, “Pillín”, nació el 22 de octubre de 1927 en la ciudad de Buenos Aires. Su ciclo como jugador transcurrió entre las décadas del 40 y del 50.
Fue el artístico orfebre que cinceló una trayectoria importante, brillante, inolvidable. La recordamos con sus hechos relevantes:
■ Toda su campaña en el básquetbol del país la desarrolló en el Club de Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque, que se fundó el 18 de junio de 1922. Su padre Carlos Martín Furlong integró su Comisión Directiva inicial y fue uno de sus primeros presidentes, con gestión de notable impulso para la institución. Después de las divisiones inferiores, entre 1944 y 1956 cumplió su ciclo en Primera División. Siete veces –de 1945 a 1948 consecutivamente, más 1951, 1952 y 1956– logró el título de la entonces Federación Argentina. Resumen: 9 participaciones y 7 lauros. Ganó también el Campeonato Metropolitano en 1951 y 1954.
■ Ese período tuvo un paréntesis, entre 1953 y 1956, cuando jugó y además estudió administración de empresas en la Southern Methodist University, de Dallas (Texas), de la División I de la NCAA norteamericana. En 1956 los Mustangs alcanzaron la “final tour” por única vez en su historia. Terminaron en el cuarto puesto. Récord de la temporada: 26-4. En la última etapa Furlong no pudo estar presente por un desgarro.
■ Se consagró campeón argentino con Capital Federal en Buenos Aires 1947, tras haber intervenido por primera vez en Corrientes 1945.
■ Resultó el primer basquetbolista argentino de la historia en ser tentado por la NBA. Ocurrió en 1948 con motivo de su notable actuación en los Juegos Olímpicos de Londres. En total tuvo tres propuestas, que rechazó: Minneapolis Lakers, Baltimore Bullets y Philadelphia Warriors.
■ Su trayectoria en la Selección Nacional de Argentina comprendió ocho competencias oficiales entre 1947 y 1955. Los equipos que integró disputaron 51 partidos, con 33 triunfos y 18 derrotas. Fue campeón mundial (1950), semifinalista olímpico (1952) y ganó dos medallas de plata en los Juegos Panamericanos (1951 y 1955).
■ El consenso del público y de entendidos lo erigió en El Jugador más Valioso del primer Campeonato Mundial de 1950. Les metió 20 tantos a los norteamericanos en el partido decisivo (64-50).
■ Fue el goleador de la rueda final, con 11 puntos de promedio, de ese primer Mundial. También encabezó la tabla de anotadores de los Juegos Panamericanos en México 1955, con una media de 18,2 tantos.
■ Se consagró campeón mundial universitario con Argentina en Dortmund 1953, en la 3ª. edición de la competencia de la F. I. S. U. Invicto .
■ Con 29 años, fue obligado a dejar de jugar sancionado por supuesto profesionalismo, como todos nuestros campeones mundiales, por la orden para importar un automóvil recibida de Juan Domingo Perón como regalo del título del mundo. Jugó por última vez el domingo 6 de enero de 1957 cuando Parque le ganó 71-52 a Welcome, de Montevideo, en un triangular efectuado en su club. Metió 27 puntos.
■ Tuvo actuación cinematográfica, interpretándose a sí mismo, en la película “En cuerpo y alma”, que se estrenó el 19 de marzo de 1953 y con el básquetbol como tema central del guión. La dirigió Leopoldo Torres Ríos y fueron protagonistas Armando Bo, Julia Sandoval y Héctor Armendáriz.
■ En 1951 fue laureado en Los Angeles (Estados Unidos) por la Fundación Atlética Helms como Mejor Atleta Sudamericano. Recibió el premio Konex de Platino en 1980 como Mejor Basquetbolista Argentino de la Historia. Su trayectoria fue galardonada en 1999 con el Premio “Delfo Cabrera” del Senado de la Nación.
Autoanálisis como jugador: “El punto fuerte de mi juego: organización y pases. Mi emboque provenía de los amagues y de la movilidad buscando la posición ideal de lanzamiento para encontrar la mejor selección de tiro. Precisaba mucho entrenamiento para mantener un porcentaje aceptable de conversión. Salvo partidos especiales, era un poco holgazán en defensa. No tenía gran resistencia física. Bien trabajada, ésta aumentaba, pero sin llegar a jugar los cuarenta minutos a todo vapor. Me regulaba en pleno partido”.
Alcobendas es una ciudad de la Comunidad Autónoma de Madrid que está orillando los 110.000 habitantes. Se encuentra a 13 kilómetros de la capital de España. El ex entrenador Pedro Ferrándiz, un “loco” del básquetbol, encontró refugio allí para inaugurar en junio de 1996 la fundación que lleva su nombre con su Centro Internacional de Documentación e Investigación del Baloncesto.
Había tenido su gloria como director técnico del Real Madrid durante 14 años entre los años 50 y 60, ganando 12 títulos de Liga y 4 Copas de Europa. Está considerado tácticamente como introductor del contraataque en el ámbito europeo. Retirado, no perdió su pasión y se dedicó a plasmar esta institución sin fines de lucro dedicada exclusivamente a la difusión y promoción del deporte que ama. Es museo y allí se concentra la bibliografía más inimaginable.
Una cosa trajo a la otra y el jueves 1º de marzo de 2007 la Federación Internacional (FIBA) inauguró su Salón de la Fama en una extensión de la propia Fundación Ferrándiz. Se trata de un edificio de cinco plantas. El Ayuntamiento de Alcobendas afrontó casi en su totalidad la inversión de 1.997.224 euros.
Las primeras admisiones –43 en total– se hicieron a título póstumo, desde el inventor James Naismith hasta los jugadores Drazen Petrovic y Alexander Belov, pasando por los entrenadores Hank Iba y Alexander Gomelsky. También figuró Argentina, por ser uno de los ocho países (el único de América) que el 18 de junio de 1932 fundaron la FIBA.
Oscar Alberto Furlong estuvo en el segundo grupo de nuevos miembros, que registró a 20 personalidades. La ceremonia se realizó el miércoles 12 de septiembre.
“Para ser elegidos, los candidatos deben acreditar logros en escala internacional y contribuido a aumentar la popularidad del básquetbol”, explicó el suizo Patrick Baumann, actual secretario general de la FIBA.
En la paz de su casa del Mayling Club de Campo, en Pilar, a los 80 años, Furlong, que siempre fue un sobrio deportista sin alharaca, está conmovido. “Fue muy emocionante. Ser considerado una leyenda, la ceremonia, todo resultó tocante… Sentí el impacto de cruzarme con Bill Russell, con quien fui contemporáneo en la competencia universitaria… El brasileño Amaury me dijo que llegó a enfrentarme en los Panamericanos de México…”
Cuenta también el toque sutil que tuvo Boris Stankovic, el pope de la dirigencia mundial durante un cuarto de siglo, cuando habló al recibir su distinción y arrancó la hilaridad de todos: “Aquí también Oscar Furlong nos honra con su presencia. Yo jugué ese primer Campeonato Mundial en 1950. Pero mientras Furlong fue campeón del mundo, con Yugoslavia terminé décimo y último…”
“Nos alojamos en Madrid –completó Oscar–, en el hotel Meliá Castilla, donde también estaban parando las delegaciones participantes en el Europeo. Así pude hablar un poquito con Tony Parker, quien fue con Francia. Nos acercaba un nombre en común: Manu”.
Furlong está muy al tanto de los argentinos en la NBA y destaca que ninguno desentona. Resalta a Ginóbili: “Me llama la atención su garra e inventiva”. Se asombra con Nocioni: “¡Tiene una polenta tremenda!”. Elogia a Oberto: “Cómo colabora con el equipo”.
Hablando del básquetbol de ayer y de hoy, Oscar Furlong se sintió Pillín. Volvió a vivir.
Por Ricardo González (Capitán de Argentina campeón del mundo en 1950, en el Luna Park).
Es muy comun que me encuentre con la curiosidad de la gente por saber cómo era Oscar Furlong, y nunca logré mejor síntesis que ésta: Pillín fue un fenómeno como jugador y como compañero.
Era el cerebro del equipo argentino y jamás fallaba en los pases. Transitaba muy bien por la llave. Era un centro que tenía un extraordinario poder de definición. ¡Cómo pesó en el Mundial! Pero, ojo, también marcaba muy bien. Al uruguayo Oscar Moglia, un feroz goleador, por ejemplo, le tomó la mano esperándolo. Fue un monstruo que se dio el gusto de actuar en el básquetbol universitario grande de los Estados Unidos, un alto nivel de entonces. Muy simple: era el mejor jugador argentino, la figura preponderante, y uno de los mejores del mundo.
Hicimos toda la carrera juntos. Siempre fuimos muy compañeros. Lo respeté como nadie en nuestros memorables duelos de Parque y Palermo, y me dio mucho gusto jugar a su lado en la Selección Argentina desde el Campeonato Sudamericano de Río de Janeiro 1947 hasta el de Cúcuta 1955.
Es un ser humano fuera de serie. Cuando cumplió los 70 años, y también en otras oportunidades, hizo una gran fiesta en su casa de Pilar, donde estuvimos todos los campeones del mundo sobrevivientes. Hace poco me había anticipado: “El 3 de noviembre nos juntamos otra vez aquí, en mi casa”.
Nuestra rivalidad era solamente en la cancha, porque fuera de eso hicimos un culto de la amistad. Por suerte nos seguimos viendo para recordar el tiempo maravilloso de nuestra juventud.
Por O. R. O. (2007).
Fotos: Archivo El Gráfico.