Diego Hernan Valeri nació el 1° de mayo de 1986. Claro, el tipo no se quería perder ni loco el Mundial de México. En su casa futbolera de Valentín Alsina, papá Luis y mamá Mónica estaban a full con el hijo primerizo y las jugadas magistrales del otro Diego. Desde la cuna o mientras tomaba la teta, aseguran que el futuro crack de Lanús no se perdió ninguno de los siete partidos de la Selección. Estaba escrito: el pibe sería futbolista. Además, con apenas dos meses, ya había sido campeón.
Cuando a los tres años a Diego lo mandaron al jardín Arlequín, donde dejó su marca hasta los cinco, las maestras ya sospechaban que las habilidades de la criatura iban más por el lado de los pies y la pelota que por las manos y los lápices de colores. En la vieja cancha de tierra de la Junta Vecinal Villa Diamante, más conocida como “La Jaulita” por el enrejado que la rodea, comenzó a jugar a la pelota y a destacarse con extraña facilidad. A tal punto que siendo muy chico ya jugaba con pibes de uno o dos años más que él. “Era una pulguita que iba por la punta. Tengo videos, no miento”, afirma Diego.
A los cuatro años, a sus padres se les ocurrió traerle un hermanito. Pero al final no fue tan malo como Diego suponía en un principio. La llegada de Leandro, que hoy ya tiene 16 y juega en la Sexta de Lanús, obligó a mudarse. La nueva casa, sobre la calle Warnes, allá por Lanús, estaba buenísima. Cada uno tenía su cuarto y, además, había un patio y un jardín enormes para jugar. El resto de su niñez y adolescencia lo pasó allí. En realidad, hasta el año pasado, cuando se fue a vivir con Florencia. Pero esa historia vendrá más adelante.
El asunto es que pegó buena onda con Leandro. Y más allá de las peleas normales, siempre tuvo una excelente relación con su hermano. Juntos pelotearon miles de horas en ese patio mágico. Mónica, ama de casa, experta cocinera –amasa pizzas y pastas–, jugadora de tenis aficionada –con un primer saque muy potente–, fana de Boca y, de ser hombre, hubiera jugado a la pelota. Le encanta el fútbol. Por eso siempre incentivó a sus hijos para que jugaran. Luis, el papá, dueño de una fábrica de calzado en Alsina, también estuvo siempre al pie del cañón.
Familia bien consolidada y sin penurias económicas, los Valeri (acentuando en la e) apostaron a una buena educación formal para sus hijos. Diego hizo toda la primaria y secundaria en el Colegio Alemán Deuschte Schule, de Lanús. A la mañana, todo en español; a la tarde, meta alemán. Y así terminó sabiendo a la perfección el idioma de Lothar Matthäus, Jürgen Klinsmann e… Ingrid Grudke (es cierto, nació en Misiones, pero habla muy bien alemán). Ah, también pilotea el inglés. De su etapa escolar recuerda con cariño materias como lengua, literatura y, en particular, historia. Le encanta la historia. Y asegura que Manuel Belgrano es su máximo ídolo: “A Belgrano lo banco a muerte. El tipo era muy entregado. La etapa de la independencia me parece la más importante. Hoy la historia sigue y las cosas se están haciendo mal. En la actualidad, la política se convirtió en un trabajo y, aunque tampoco esté mal, el gran problema es que se perdió la vocación. Y Belgrano, como tantos otros, la tenía”.
A los 9 años comenzó a jugar al fútbol en las infantiles de Lanús. Un día acompañó a un amigo a una prueba y, ya que estaba, también se mandó. Cuando le preguntaron de qué jugaba, dijo que en el baby usaba la 10. Y se la dieron. Lo pusieron por la izquierda y a correr. La cancha, que era de hóckey, tenía el tamaño de la Pampa Húmeda: “Al arco no llegaba nunca y la pelota era más pesada que yo”.
Así arrancó su carrera en Lanús. Al principio, todo diversión y aprendizaje. Su primer técnico fue un tal Mario Quiroga. Luego llegaría la exigencia del profesionalismo. Quien lo llevó a la Primera y lo hizo debutar a los 17 años, el 27 de septiembre de 2003, fue Miguel Brindisi. Después se sucedieron Néstor Gorosito, Carlos Ramacciotti y Ramón Cabrero. “No es una frase hecha: de todos saqué cosas positivas. De Brindisi me gustaba su manera de ser. Además, lo tenía muy arriba porque me llevó a Primera. A mi viejo, hincha de Boca, le encantaba cómo jugaba. Me dijeron que era muy elegante en la cancha. Con Ramón tenemos una relación muy respetuosa. Es un gran consejero. Siempre bancó al plantel. Desde que asumió dijo que iba a jugar con nosotros y cumplió. El plantel entendió su mensaje. ¿Si lo jodemos con el implante capilar? No, es la autoridad, pero le mete muchas ganas, je”.
Sus mejores amigos dentro del plantel son Biglieri, Lagos, Fritzler (juegan juntos desde las infantiles), Velázquez y Pelletieri, su habitual compañero de cuarto en las concentraciones. A Diego le encanta mirar partidos. Aunque el más obsesivo es Pelletieri, que a futuro quiere ser técnico y por eso lo “interna” mostrándole los movimientos de los jugadores rivales. Como a casi todos los jóvenes jugadores le gusta la PlayStation, pero –aclara– “sin desesperación”. Además de los partidos, a la hora de la tele prefiere el Discovery Channel o HBO en lugar de Tinelli y sus chicas. El rock es otra de sus pasiones. Hace un año, mientras se recuperaba de una lesión en los meniscos, aprendió a tocar la guitarra con un profesor. Primero comenzó con la criolla, después pasó a la eléctrica: “Aprendí para tocar rock”. Sus bandas favoritas son Los Redondos, Cielo Raso, Los Piojos y La Bersuit.
De novio con Florencia, un año más grande que él, ya tiene planes de casamiento. Desde hace un año viven juntos, pero dice que es hora de “legalizar”. Se imagina una gran fiesta donde no falte ninguno de sus 16 primos y, mucho menos, sus abuelos Mario y Regina: “Mi abuela no tiene idea ni siquiera de qué color es la camiseta de Lanús. Una vez miró Fútbol de Primera y ni se enteró cuando aparecí”. Después de pasar por la iglesia sueña con tener una familia numerosa y, avisa, quiere por lo menos cinco hijos. Se declara un “ferviente optimista” que intenta “sacar por lo menos una cosa buena cuando me toca pasar por un mal momento” y afirma que “maduré en el sufrimiento” cuando soportó dos lesiones que lo dejaron más de un año sin jugar. Dice que “siempre fui católico, pero no con la cuota al día” y que ahora se acercó más a la religión de la mano de su primo Javier, a quien califica como “un santo por la vida correcta y humilde que lleva. Practica la palabra y me ayudó a despertar mi parte espiritual que estaba apagada”.
Clarín y Olé son sus diarios de cabecera y su relación con los medios por ahora es muy buena. Sus sobresalientes actuaciones sólo cosecharon elogios y cada vez más espacio en los medios. Programas de radio, tele y medios gráficos lo buscaron sin pausa en los últimos meses. Sabe que tiene que ser cuidadoso en cada una de sus frases para no quedar pegado ni herir sentimientos a veces débiles. Muchos hinchas de Lanús le reprocharon sus ganas de ir a Boca. Y él responde: “Sólo me preguntaron si me gustaría jugar en Boca. Y yo dije que sí. ¿A qué jugador no le gustaría ir a Boca? Nada más que eso. La exposición mediática es algo que casi no se puede manejar. Yo no lo tomo como una presión, sino como algo que debo hacer. Los periodistas también tienen que trabajar. Yo sé que ahora me llaman porque ando bien, pero es complicado que hablen bien siempre de uno. De las críticas no se salva nadie. Ni siquiera se salvaron Riquelme, Messi, Tevez... A todos se los criticó por algún motivo. ¿Si a ellos se los crítica, qué nos queda a los que no jugamos en un club grande o en la Selección?”
Del actual torneo recalca que “es muy competitivo, todos los equipos son buenos equipos”. Y analiza el nivel del fútbol local: “Hay muchos jugadores que vienen del exterior y no pueden jugar. Eso significa que el fútbol argentino no está tan mal, al contrario. Tal vez no sea muy vistoso, pero a mí siempre me gustó y ahora que estoy adentro me gusta mucho más”. Con respecto a una posible convocatoria a la Selección, asegura que “me encantaría pero no me la imagino”, aunque igual “no me pongo a pensar porque sería gastar energía de más”. Su gran ídolo es Riquelme: “Tiene una calidad y un estilo increíble. Se lo va a extrañar cuando se retire. Ojalá algún día pueda jugar con él”.
Con respecto al boom de jugadores jóvenes que emigran para cualquier lado por varios millones de dólares, Diego tiene opinión formada: “Lo ideal no es pensar sólo en el dinero, sino consolidarse en Primera, rozarse con los mejores, estar sólidos y después irse a otras ligas. Si un jugador tiene una carrera de once o doce años, jugar acá tres o cuatro es algo positivo. Y eso se está perdiendo. Si hoy me llegara una oferta de Rusia, digo que no. Yo priorizo a mi familia y a mi novia. Priorizo el bienestar de ellos, que muchas veces no es sólo lo económico. El trono de la vida de las personas hoy es el dinero. Yo no lo comparto y no quiero correr por ese mismo camino. Tampoco digo que la plata no sirve para nada. El dinero debe ser un medio, no lo primordial. ¿Para qué la voy a llevar a mi novia tres años a Rusia si sé que va a sufrir? ¿De qué me sirve juntar plata tres años si durante ese tiempo voy a sufrir como un condenado? Siempre voy a priorizar el lado humano, espiritual y el sentido común por sobre lo material. Me siento dichoso de no obsesionarme por ese tema. Aunque eso no significa que no me ponga contento si viene un club y ofrece un montón de plata por mí. Eso quiere decir que estoy haciendo las cosas bien. Pero a Rusia, hoy no voy”.
-Diego, ¿qué es lo más positivo y lo negativo de jugar en Lanús?
-Lo positivo es que nosotros sabemos que el club nos va a dar a la posibilidad de jugar y de mostrarnos. De hacernos jugadores de Primera. Más allá de la cantidad que hay, si uno hace las cosas bien, a la larga el club te va a dar la posibilidad de jugar. Por suerte, en este período, los resultados ayudaron. Además, los chicos que se van están dejando una buena imagen. El club es muy ordenado. Nunca nos falta nada. Lanús es un ejemplo. Lo negativo, es difícil. Los dirigentes tal vez debieran dejar libres antes a los chicos que saben que no van a tener en cuenta. Los tienen y no los largan. Hay muchos que tienen condiciones pero los dejan tarde. Eso se podría mejorar. Es cierto que pasa en todos los clubes, pero Lanús podría mejorarlo. Los dirigentes tal vez no lo saben, pero entre los chicos de inferiores es un tema importante porque después quedan a la deriva y tienen que empezar una vida totalmente distinta. Se termina jugando con su trabajo y, en definitiva, con su vida. Los clubes también debieran fomentar que los chicos estudien para que tengan otra salida por si no tienen suerte con el fútbol.
Por Maximiliano Nobili (2007).
Foto: Emiliano Lasalvia.