Olía algo grande. No quiero jactarme de nada, pero cuando asumí les dije a los muchachos que sentía olor a triunfo.” Las manos le temblaban, como un eco del festejo de toda la gente de Banfield. De los hinchas y de los jugadores, que no paraban de reconocerle, por sobre todos los méritos, la humildad. La mirada tímida se perdía en medio de un vestuario que deliraba y hasta tuvo tiempo de pedir disculpas a los que, a pocos metros de allí, trataban de digerir una nueva fustración. “Quizás no puedo expresar toda mi felicidad, pero créanme que estoy muy feliz.” Ahí estaba Ramón Mané Ponce, el artífice de una campaña brillante de este Banfield que imprevistamente aterrizó en Primera. Fueron 22 partidos invictos los del “técnico interino” del equipo –así asumió el 11 de octubre de 2000–, que llegó para reemplazar a Cachín Blanco hasta conseguir un técnico “con más nombre”, como los hinchas reclamaban. Mané venía de las inferiores y Olé, en aquel momento, se apuró en anunciar que Alberto Pascutti era candidato al cargo porque “no es cuestión de perder el tiempo”. Pero Banfield no perdió nunca más, y mucho menos el tiempo.
El crédito de Mané, como el de la Argentina de hoy, no era generoso: “Vamos a aguantar hasta las elecciones de noviembre, porque no queremos dejarles a los próximos dirigentes un contrato que ellos no firmaron”, reconocía por aquel entonces el presidente del club, Carlos Portell. Ni hablar de un cheque en blanco. Por eso el entrenador, con el ascenso consumado, confesó: “Cada partido que jugaba lo sentía como un examen. Ahora no sé si seré el técnico en Primera, nadie habló conmigo, pero estoy muy acostumbrado a ir paso a paso”.
El equipo del sur está otra vez en Primera. La cancha de Banfield, después del partido y de una procesión enloquecida, se llenó de corazones orgullosos que por primera vez cantaban “que de la mano, de Mané Ponce, todos la vuelta vamos a dar”. Era el reconocimiento para un técnico que apostó al perfil bajo y la voz pausada. Era el final feliz de una historia de cuento, de ésas en donde ganan los buenos.
Banfield lo mató a Quilmes como un asesino serial. Con frialdad, inteligencia y con movimientos calculados. Pegó siempre en los momentos justos y se aprovechó definitivamente de los fantasmas que recorrían el estadio Centenario, los que hablaban de un Quilmes “tricagón”, que nunca supo aprovechar sus repetidas chances de ascender.
Pero esa historia de contundencia y solidez había nacido tiempo atrás. Mané fue un continuador de la tarea de Cachín Blanco. “Fue él quien armó este grupo y le agradezco que haya confiado en mí”, reconoció el técnico. Banfield venía de perder con El Porvenir 1-0 y de ganarle a Platense 1-0, pero la CD, antes de la octava fecha, le pidió la renuncia a Blanco por presión de los hinchas, que lo tenían entre ceja y ceja.
El 14 de octubre, Ponce asumió frente a Central Córdoba. Fue 0 a 0 en Rosario. Mané paró al equipo con una estructura bien definida, que respetaría hasta el final: tres en el fondo, con la voz de mando de Sanguinetti, capitán, referente del equipo y único sobreviviente del ascenso de 1993; Adrián González por derecha y Raposo por izquierda. Así se formó la segunda defensa menos vencida del torneo, que terminó con 19 goles en contra, uno más que Quilmes. Además, mantuvo la titularidad del arquero Christian Lucchetti, quien había soportado tres temporadas en el banco de suplentes y no pasaba por su mejor momento. La confirmación terminó en un acierto.
En el medio, dos volantes de marca –Leiva y Del Río– y dos carrileros: Santa Cruz por derecha y Damián Giménez, jugador del Sub-20 de Pekerman, por izquierda.
Y del medio para arriba estuvo la frutilla del equipo. José Luis Sánchez, Garrafa, había llegado desde el Bella Vista de Uruguay para aportar su talento. Y desde que Ponce se hizo cargo, Banfield fue Garrafadependiente. Pero esa adicción no le sentó nada mal. Hábil, algo vago, cuellito levantado, con la experiencia suficiente para manejar los partidos y con una pegada exquisita, el volante se adueñó de la pelota para siempre. Para asistir a Leeb, el goleador del equipo con 16 goles, y a Forestello, que aportó lo suyo con otros 7. Pasaron partidos memorables: 4 goles a All Boys, 5 a San Miguel, y una racha sin derrotas que pocos tenían en la servilleta como posibilidad.
Cuando Elizondo decidió que el partido no podía continuar por los incidentes, al Centenario lo taladró la felicidad. Hubo que esperar cuatro años para que Banfield volviera a los domingos. Y justamente, una tibia mañana de domingo, como para ir calentando motores, pegó la vuelta. No pudo ser en la 97-98, con un gran equipo conducido en la cancha por Mauro Camoranesi (hoy en el Verona de Italia) y la Vieja Gerardo Reinoso; ni en la 99-2000, cuando Los Andes le puso techo a los sueños de ascenso en el Reducido (el domingo Banfield gozó la revancha con el descenso de su enemigo). Atrás quedó el campeón moral de 1951, el equipo de Evita y los humildes. Atrás, también, quedó el gran equipo del Nacional 76, cuando Boca se hizo cargo de frenarlo en cuartos de final. Y, mucho más, el 0-3 con el que Quilmes –justo Quilmes– le dio la bienvenida en este torneo.
Yerba Brava y Nueva Luna coparon la parada en el vestuario del Taladro. El grabador cumplió su tarea hasta el final y se encendió, como en toda la campaña, después del partido. “Nunca antes”, aclaraban los encargados de la cábala. Era tiempo de festejar. “Nos rompimos el culo todos. Lloro porque estamos hechos mierda y, sin embargo, peleamos hasta el final. Les agradezco a los hinchas el apoyo y les dedico este ascenso porque lo merecen”, se quebró el delantero Rubén Forestello. Todo el plantel endulzaba el oído de los fanáticos. Y no era sólo un discurso, porque en las finales frente a Quilmes el equipo salió con una bandera que enviaba un mensaje: “Gracias por el apoyo”. Para ellos, los hinchas, estaban reservadas una remeras negras con la inscripción “Gracias Campeón” en letras blancas, de parte de los dirigentes.
Leeb era, por lejos, el más eufórico. Con 32 años y un tupido legajo en el ascenso, no soltó ni un minuto a la Virgen de Luján desde que se sintió campeón. Esa Virgen que lo acompañó en las malas, desde que una infección en la pierna izquierda, cuando jugaba en Chacarita, cubría de sombras su futuro en el fútbol. Se curó y también se hizo devoto. Y dice que no le puede pedir más a la Virgen.
El Gato Goleador, como lo llaman, tuvo tiempo para reflexionar: “El ascenso con Chaca fue imborrable y el título con Independiente también. Cada logro te deja algo, pero este ascenso quedará entre las cosas más importantes de mi vida. Teníamos un cheque y debíamos firmarlo. Reconozco que estaba cagado, pero Banfield es un equipo de hombres”.
Leeb sorprendió a todos los que sueñan con jugar en la Bombonera o en el Monumental. “Me gustaría seguir en el ascenso. Ésa es mi vida y sé que no es comprensible lo que digo, pero así lo siento. Entiendo que la gente me quiere, pero no me quita el sueño jugar en Primera. Desde el 93 juego los sábados y me gusta”, disparó al ángulo de todos los desprevenidos.
Garrafa Sánchez, el conductor, el sabio atorrante, se fue entre los aplausos de los hinchas de Quilmes y pidió disculpas por el mal trago que les hizo vivir. “Demostramos ser superiores a Quilmes en las finales –aseguró–. Ojalá pueda continuar en el club en Primera.” No fue el único que dejó este reclamo. Forestello, al que no le alcanzaban los pañuelos, se descargó ante quien quisera escucharlo: “Que el fútbol deje de ser un negocio para unos pocos. El gordo –por Garrafa–, cuando está inspirado es un crack. Ojalá los clubes de Primera se dejen de romper las pelotas y se lo lleven. Y ojalá me quede con Banfield en Primera”.
Quedan casi tres meses para el debut en el Apertura 2001. Muchos se irán, otros seguirán en el club, pero la historia gloriosa ya está escrita para este Banfield. La alegría pudo más que los pequeños rencores. Y el perdón por supuestas traiciones estaba en oferta entre cantito y cantito. Los jugadores, uno a uno, le hicieron lugar en la fiesta a Jorge Balanda, el defensor del Taladro –ex Quilmes– que desde hace un tiempo está fuera del equipo. En la semana, Balanda aseguró que “sentimentalmente” quería que ganara el Cervecero. Y por eso se acercó entre lágrimas a pedirles perdón a sus compañeros. Pero la respuesta fue casi unánime: “No llorés Negro, no seas boludo, porque vos sos parte de este triunfo. Está todo bien y ahora todos tenemos que festejar”
Los 23 partidos invictos no son un dato menor para la categoría. Y 22 de ellos fueron bajo la conducción de Mané Ponce. Otra cosa: durante el torneo había perdido y empatado con Quilmes. En la final, lo arrasó.
1 26/08/2000 Quilmes 0-3
2 03/09/2000 Nueva Chicago 6-1
3 09/09/2000 Ferro Carril Oeste 1-0
4 16/09/2000 Estudiantes 0-1
5 23/09/2000 El Porvenir 0-1
6 28/09/2000 Platense 1-0
7 07/10/2000 Libre
8 14/10/2000 Central Córdoba 0-0
9 22/10/2000 All Boys 2-1
10 28/10/2000 Defensa y Justicia 1-0
11 05/11/2000 San Miguel 4-1
12 12/11/2000 Tigre 0-0
13 18/11/2000 Arsenal 2-0
14 25/11/2000 Quilmes 0-0
15 02/12/2000 Nueva Chicago 2-2
16 09/12/2000 Ferro Carril Oeste 1-1
17 17/12/2000 Estudiantes 2-2
18 17/02/2001 El Porvenir 1-0
19 24/02/2001 Platense 2-1
20 03/03/2001 Libre
21 10/03/2001 Central Córdoba 3-1
22 17/03/2001 All Boys 4-0
23 26/03/2001 Defensa y Justicia 1-1
24 31/03/2001 San Miguel 5-2
25 07/04/2001 Tigre 1-0
26 14/04/2001 Arsenal 2-1
SI 22/04/2001 Instituto 2-2
SV 29/04/2001 Instituto 2-1
FI 12/05/2001 Quilmes 2-1
FV 20/05/2001 Quilmes 4-2
Banfield jugó 28 partidos, de los cuales ganó 17, empató 8 y perdió 3, con 51 goles a favor y 25 en contra.
Carlos Leeb fue el máximo goleador. Metió 16 de los 51 goles del campeón. Los siguen José Luis Sánchez (11), Forestello (7), Del Río (3), Adrián González, Mazzucco y San Martín (2 cada uno). Un gol convirtieron Castro, Fonseca, Giménez, Pavone y Sanguinetti. Hubo 3 goles en contra.
Sólo dos jugadores tuvieron asistencia perfecta: Leeb y Lucchetti, quienes jugaron los 28 partidos.
La temporada 96/97 fue la última vez que Banfield estuvo en Primera. Descendió junto con Huracán Corrientes, luego de 4 temporadas. El último partido lo jugó el 13 de agosto del 97 y perdió 1-0 ante Lanús.
“No lo puedo creer, papá, otra vez lo mismo, y ahora ¿qué hacemos?” La chica, rubia, joven, bonita, no podía contenerse mientras lloraba. Una señora mayor repetía: “Otra vez... Somos unos cagones”, vociferaba con las fuerzas que le permitían sus más de setenta años.
No hay vuelta, los hinchas cerveceros siguen con el grito de campeón atragantado cuando juegan una final. De hecho, en toda su historia disputaron ocho, y siempre perdieron. Con Argentino de Quilmes por el ascenso a Primera en el 38, con Ferro en el Nacional del 82, con Unión en un desempate por el descenso del Metro 82, con Lanús por la final del reducido en el 90 y las tres del año pasado con Huracán, Los Andes y Belgrano.
Cuando faltaban pocos minutos para el final, la platea local se llenó de lágrimas. Algunos atinaron a aplaudir a Banfield pero otros no se bancaron el festejo ajeno. Y aparecieron los piedrazos contra la policía, que hacen dudar del futuro de Quilmes en las semifinales del Reducido (lo espera Nueva Chicago), ya que el Tribunal podría amonestarlo y, como está al límite, le podría caer una desafiliación provisoria que lo dejaría sin chance de ascender en esta instancia y lo obligaría a poner todas las fichas en la Promoción, cuando deba jugar otra final (los hinchas deben estar agarrándose la cabeza) contra el 17° o el 18° de Primera.
Textos de Martín de Rose y Diego Melconian (2001).
Estadísticas de Roby Glucksmann.