Afuera el calor derretía las baldosas. Febrero era una brasa y los tres hombres –juntos por primera vez– estaban sentados a una mesa charlando de ilusiones. A Mauricio Macri le explotaba la sonrisa en la cara. Como si nunca hubiera sido el “Cartonero Báez” que tanto indignó a Maradona, había resuelto la ingeniería para acordar una incorporación de ribetes extraterrestres para la economía de los clubes argentinos: dos millones de dólares por 138 días de préstamo de Juan Román Riquelme, el integrante más estelar de la mesa. A Román también se le dibujaba una mueca de alivio. Y no era para menos: se eyectaba de la crisis que lo jaqueaba en Villarreal y se sumergía en la calidez de Boca, con un inmenso marco de contención afectiva. A Miguel Angel Russo, el tercer animador del cónclave, lo barnizaba una profunda sensación de tranquilidad. Si algo había aprendido en las generosas charlas que había mantenido con Coco Basile en Punta del Este, pugnando por insertarse en el Mundo Boca con el menor margen de error posible, eso era que “en Boca se juega con enganche”. Y quien acababa de incorporarse al plantel era “EL” enganche, con mayúsculas.
Aquella reunión, tripartita y fundacional, se clausuró con una pregunta de Román al entrenador. Una pregunta que encerraba la avidez por satisfacer un deseo, la ansiedad por no defraudar.
–¿Vamos a ganar algo?
–Quedate tranquilo. Vamos a pelear en los dos frentes hasta el final. Y algo vamos a ganar...
Tres patas de conjugaron en aquella reunión de bienvenida a Román: dirigentes, cuerpo técnico y jugadores. Tres patas que, en armonía, vitaminizaron el andar de Boca para cerrar el semestre con el logro de la sexta Copa Libertadores de su historia, ese título aún tibio que lo ubica en la cima de las instituciones con títulos internacionales (17) y lo catapulta hacia el próximo Mundial de Clubes, en Japón, país que visitará por cuarta vez en ocho años en búsqueda del reconocimiento máximo.
Las estadísticas de los últimos años son devastadoras. En las nueve temporadas transcurridas entre mediados de 1998 e igual período de 2007, Boca obtuvo 16 títulos (6 locales y 10 internacionales). Dio vueltas olímpicas todos los años menos el 2002 –¿recuerdan el cabezazo de Pusineri?– e insertó su nombre como una marca en los cinco continentes.
“Cuando iniciamos nuestra gestión –explica Mauricio Macri– nos propusimos instalar a Boca entre los cinco equipos más importantes del mundo, que es el lugar que merece por historia y por gloria deportiva. Hoy podemos decir con orgullo que no sólo se ubicó allí, sino que se mantiene en ese pedestal gracias al trabajo y al convencimiento de todos los que han participado en el club durante este tiempo. Técnicos de primer nivel, jugadores espectaculares que han transferido la mística ganadora de camada en camada y una política dirigencial clara, que potencia el trabajo en equipo por encima de cualquier individualidad, son las razones de este fenómeno. Hoy Boca es sanamente envidiado por todos. Es un referente Mundial como el Milan, el Manchester o el Real Madrid. Y ese es el gran orgullo de todos los boquenses.”
Desde Columbus, Estados Unidos, Guillermo Barros Schelotto dice que “la persona que instaló la mentalidad ganadora en el club fue Carlos Bianchi. A partir de él, todos fuimos elaborando una mística que se fue transmitiendo año a año. Los jugadores que se incorporaron se sumaron a esa onda y entendieron que estaban en uno de los cinco mejores equipos del mundo. Más allá del dinero, Boca te brinda la posibilidad deportiva de competir al máximo nivel, de enfrentar a los mejores. Y eso no tiene precio. No hace falta ir a Europa para jugar contra Real Madrid, Milan o Bayern Munich. Boca te lleva.”
“En España –cuenta el Pato Abbondanzieri– todos me preguntan lo mismo: ¿cómo hace Boca para ganar tanto? Ellos siguen mucho el fútbol nuestro y les asombra que Boca tenga tanta efectividad en las copas internacionales.”
A propósito, vale el repaso: de las 13 finales internacionales jugadas de 2000 hasta el presente, Boca ganó 10: 4 Libertadores, 2 Intercontinentales, 2 Sudamericanas y 2 Recopas. Sólo perdió la Intercontinental 01 contra el Bayern Munich, la Libertadores 04 frente a Once Caldas y la Recopa 04 ante Cienciano. Ostenta un 76,92% de efectividad en finales.
A Mauricio Caranta, uno de los que se sumó a la familia recientemente, lo sorprendieron un par de cosas: “En Boca hasta la gente está acostumbrada a jugar la Copa Libertadores. Fijate que saben cuándo gritar para apichonar al contrario, cuándo aflojar para que nuestro equipo encuentre el rumbo, cuándo volver a presionar para ayudarnos a liquidar un partido... Y lo otro que me sorprendió fue la mentalidad ganadora del grupo. Nunca había estado en un equipo tan convencido de que iba a ganar todos los partidos, fueran donde fuesen.”
Como Riquelme e Ibarra, Martín Palermo está enraizado en la génesis de este ciclo dorado. Esta vez, la evolución natural lo situó en el rol de capitán. Como Bermúdez (2000 y 2001) y Cagna (2003), levantó la Copa de 2007 en el instante supremo. Y con palabras sencillas describió la trascendencia de un título que no es uno más. “Cada Copa –define Martín– tiene un sabor especial. Y esta tiene un sabor único, porque el grupo la necesitaba muchísimo.” ¿A qué necesidad apunta el goleador? Fundamentalmente, a la salvaguarda de esa mística ganadora, encañonada por un par de decepciones consecutivas en los últimos seis meses. A la increíble pérdida del tricampeonato local se le había adosado la imposibilidad de superar a San Lorenzo en el Clausura. Pese a acumular más puntos que nadie en la temporada –83 unidades, dos más que Estudiantes–, se había quedado con las manos vacías de títulos. Y una frustración en la Copa hubiera significado la tercera derrota consecutiva, el enquistamiento de una onda negativa y su potencial efecto dominó, justo en el umbral del alejamiento de Mauricio Macri, el máximo referente dirigencial del éxito. Esta Libertadores abortó ese rebrote y reinstauró el aura vencedora, aquello que en su momento diagnosticara Carlos Bianchi: “Si te acostumbrás a ganar, ganás, ganás y ganás.”
El arquitecto de esta victoria puntual es Miguel Angel Russo. A los 50 años, y con varios kilómetros recorridos en la dirección técnica, aterrizó en el Mundo Boca convencido de que cada una de sus decisiones tendría un efecto “tridimensional”, pero dispuesto a tomarlas con mano firme, consensuando situaciones con los referentes, abrevando en la experiencia de sus colaboradores cercanos y también en la que esgrimen los integrantes de la estructura fija del club, como el cuerpo médico y la gerencia de fútbol. “Hablé mucho con todos y cada uno. Escuché, incorporé y asimilé. Yo debía adaptarme lo más rápido posible al club y no el club a mí. Como el grupo estaba herido por lo del tricampeonato, consideramos que debíamos encarar a fondo las dos competencias. No estábamos para desestimar a ninguna. Y los jugadores demostraron que estaban convencidos, dispuestos a entregar todo”, sostiene Russo, orgulloso por la respuesta individual y colectiva.
“Este Boca lo tuvo todo”, resume el técnico sin anestesia. Y repasa: “Tuvo fútbol, temperamento, inteligencia táctica, audacia, espíritu ofensivo. Siempre debió remontar situaciones adversas y dijo ‘acá estoy’. Yo no me olvido que fuimos tres veces a la altura, que no pudimos usar la Bombonera en la primera fase o que en Porto Alegre sufrimos hostigamientos propios de otras épocas. Pero ahí dijimos ‘más bombas me tirás, más vamos a jugar’. Y se vio en la cancha. Soy un afortunado de haber pasado por este club con semejantes jugadores. A mayor complejidad, más jugaban. Disfrutaban de esa situación límite, donde a otros tal vez se les nubla todo. Supieron sufrir y supieron gozar. Respondieron con fútbol, sin responder a las agresiones. Es impactante ver como Boca se recicla. Siempre hay un par de históricos que están volviendo para rearmar la historia, como pasó ahora con Riquelme y Clemente, que sabían de qué se trataba y fueron importantísimos. Los grandes estuvieron muy bien y bajaron el mensaje, la generación intermedia lo interpretó a la perfección y los más chicos aprendieron las lecciones. Todos sintonizaron la misma idea y por eso llegamos a la cúspide de América.”
Aquella inquietud primaria de Riquelme –“¿Vamos a ganar algo?”– tuvo una respuesta dulce y contundente. Boca se reencontró a sí mismo y recuperó el liderazgo continental. La receta mágica incluye orden institucional, una política de retención de talentos ante la tentación de los mercados externos, actitud protagónica fertilizada con jugadores de buen pie y la convocatoria de entrenadores con temple de acero, capaces de absorber presiones desde el bajo perfil y, a la vez, motorizar un equipo de alta exposición futbolística. Se dice fácil, pero plasmarlo es muy difícil. Y ese es el mérito de este Boca con aura de inalcanzable...
Boca sera el primer equipo argentino que participará del Mundial de Clubes de la FIFA, certamen que reemplazó a la tradicional disputa de la Copa Intercontinental. Aunque las fechas recién se confirmarán en agosto, este año se desarrollaría entre el 9 y el 16 de diciembre, en las ciudades japonesas de Tokio, Nagoya y Yokohama.
En 2007 se sumará un séptimo equipo a los seis tradicionales participantes. Se trata del campeón de Japón (certamen en plena disputa), que en la ronda preliminar se eliminará con el conjunto neocelandés Waitakere, ganador de la Champions de Oceanía. Milan, representante del continente europeo como vencedor de la Champions League, y Boca, que obtuvo el cupo de Sudamérica al ganar la Copa Libertadores, ingresarán directamente en semifinales y, por lo menos, jugarán dos partidos en tierra japonesa: la semifinal y la final o el encuentro por el tercer puesto, según el resultado que obtengan en semifinales.
Los cuartos de final serán animados por los mexicanos de Pachuca (campeón de la Concacaf), los vencedores de las copas asiática y africana de clubes (en proceso de disputa) y el ganador del choque entre el Waitakere y el campeón japonés. Generalmente se utilizan tres escenarios: el estadio Nacional (Tokio), el estadio Toyota (Nagoya) y el campo del Yokohama Marinos (Yokohama).
Los organizadores locales celebraron la clasificación xeneize, ya que Boca fue el club que más hinchas desplazó a Japón (10 mil en el 2000). Además, podría reeditarse la final del 2003 con el Milan.
Este será el cuarto Mundial de Clubes. Los tres anteriores fueron ganados por equipos brasileños. Corinthians se impuso en la edición de 2000, celebrada en San Pablo y Río de Janeiro, mientras que San Pablo (2005) e Inter (2006) festejaron en Japón.
Por Elías Perugino (2007).
Fotos: Alejandro Del Bosco.