El 29 de agosto de 1995, El Gráfico publicó una entrevista a Eduardo Galeano. Adrián Maladesky junto a los fotógrafos Julio Castagnello y Fabián Mauri habían viajado a Montevideo para charlar en exclusiva. Días antes, el escritor había presentado una de sus obras futboleras más famosas, “El Fútbol a Sol y Sombra”. A continuación, extracto de una entrevista para conocer a fondo al escritor uruguayo, fallecido el 13 de abril de 2015 a los 74 años.
***
“Voy al fútbol desde que era un bebé. Mi padre me llevaba envuelto en frazadas y ya era hincha de Nacional. Eso me quedó para siempre. Lo que cambió es que hace mucho dejé de ser un hincha digamos fanático, aunque en realidad nunca lo fui: siempre sentía una bochornosa tendencia a aplaudir al enemigo, cuando algún jugador de Peñarol hacía jugadas magistrales como ocurría con Schiaffino, con Abbadie…"
-¿Esos son sus primeros recuerdos del fútbol?
-No, tengo recuerdos anteriores pero más borrosos. Los primeros, más que de jugadores, son de estadios, de tribunas y de ganas de hacer pis. Porque ese fue el primer problema que tuve: yo era loco por el fútbol, pero era muy chiquito, me llevaban mi padre o mis tíos, entonces sentía ganas de hacer pis y cuando el estadio estaba muy lleno no me podían llevar hasta el baño. Entonces meaba en la escalera con gravísimas consecuencias para el público presente. Después recuerdo el fervor, el fútbol como fiesta de la gente, que de chico me atrajo mucho. Y alguna gresca… Mi bochornosa tendencia a aplaudir al enemigo no me impedía pelearme por Nacional como lo hice más de una vez. Ahora no lo haría, han pasado los años y me he convertido en un mendigo del buen fútbol: cuando el milagro del buen fútbol ocurre ya no me importa quién me lo ofrezca, ni el cuadro ni el país.
-¿Sigue yendo a la cancha?
-Voy, voy. Trato de ir. Durante la Copa América yo estaba en Estados Unidos dando unos cursos pero alcancé a ir tres veces. También estuve en el último clásico Peñarol-Nacional y creo que el triunfo fue justo. Ahora uno puede decir esas cosas sin sentir que va a ser ahorcado.
-¿Por qué escribió un libro sobre fútbol?
-Porque el fútbol es el espejo del mundo y en mis libros yo me ocupo de la realidad. La realidad es una señora muy loca, que habla de día y de noche también; en sus horas de vigilia y mientras duerme o se hace la dormida; en las horas del sueño y de la pesadilla. Yo soy un escuchador de sus voces: quiero escuchar lo que ella cuenta para contárselo a los demás. Por eso me interesa la realidad que fue, la que es y la que será. Y el fútbol es una parte fundamental de la realidad, siempre me pareció muy indignante que la historia oficial ignorara esa parte de la memoria colectiva que es el fútbol en países como los nuestros, como el tuyo y como el mío. Los libros de historia del siglo veinte nunca lo mencionan, jamás, no existe; y ha sido fundamental para la gente de carne y hueso. ¿Cómo que no existe?
-¿Cuál es el lugar del fútbol?
-Es un dato de cultura fundamental. En lo personal, he escrito artículos sobre fútbol, siempre fui un apasionado y además quería ser jugador. ¿Quién no quiso ser jugador? Pero yo sólo podía jugar bien mientras dormía, porque de día era un patadura imperdonable y entonces tuve que intentar con la mano lo que jamás pude hacer con los pies.
-¿De qué jugaba?
-De lo que se llamaba entreala derecho en aquel tiempo, el ocho. Era pésimo, horroroso. Nunca pude ni siquiera llegar a la sombra de la sombra de la sombra de lo que yo mismo me veía hacer mientras soñaba. De noche era brillante. Yo pensaba: qué cosa extraña, me duermo y soy una estrella como nunca se vio, un mago de la pelota, un poeta del fútbol, y después –de día- ¿cómo puedo ser tan bestia? Y era nomás, no había manera. Escribí el libro por eso: por un lado es una necesidad de expiación y por otro esa indignación ante el vacío de fútbol en la literatura contemporánea y en los libros de historia.
-En el libro usted habla del Maracanazo, ¿cuál es su recuerdo?
-Yo tenía nueve años, pero me acuerdo de todo: de la transmisión completa de Carlos Solé por radio, que salimos a festejar y que Montevideo estallaba –nunca había visto la ciudad así, con esa alegría loca- y me acuerdo también de que yo era muy católico, muy fervoroso, muy místico, y que entonces le hice mil promesas a Dios a partir del gol de Brasil, si nos regalaba la victoria de Uruguay. Se ve que fueron buenas las promesas que hice, porque el milagro ocurrió. Y sin patadas, porque en aquel tiempo no se identificaba la garra charrúa con las patadas: Uruguay cometió la mitad de las faltas que Brasil.
-Se ve que el tema de las patadas le preocupa…
-Es importante para remarcar: pienso que el sentido del honor en el juego se está recuperando, desde el Maestro Tabárez en adelante. Él marcó la frontera, impuso un juego limpio y empezó a cambiar la mala imagen que Uruguay se estaba haciendo. Pero hubo un período del fútbol uruguayo que a mí me parece vergonzoso: el de la divinización y la demagogia de la violencia. Todavía estamos metidos en eso porque buena parte de los doctores del fútbol sigue haciendo el elogio de la violencia.
-¿Quiénes son los doctores del fútbol?
-Los especialistas, los ideólogos que aquí a veces cometen ese tipo de barbaridades: identifican la garra charrúa con la deslealtad. Cuando en realidad la idea está en las antípodas: en la dignidad, en el sentido del honor. Hay crímenes con premeditación y alevosía que aquí se llaman todavía juego de piernas fuertes. Creo que afortunadamente el fútbol uruguayo está saliendo de eso, de esa idea de que había que salvarlo a las patadas.
-¿Qué les pasa a los intelectuales con el fútbol?
-Algunos intelectuales están abocados al fútbol pero en general la posición predominante es de cierto desprecio. También hay muchos que son fervorosos, pero no lo confiesan…
-¿Por qué, queda mal?
-Puede ser eso. Por un lado hay prejuicio elitista que tuvo su expresión en Jorge Luis Borges, el intelectual que más brillantemente despreció el fútbol, con más inteligencia. El lo despreciaba porque el fútbol es una pasión de masas y él detestaba las pasiones populares y lo decía. Borges detestaba los espejos y la cópula, porque multiplican a la gente. Y la gente está muy multiplicada en los estadios, entonces para él era una ceremonia bárbara, pagana, la celebración de una práctica demoníaca.
-Borges es un extremo, ¿y el resto de los intelectuales?
-Borges representa el desprecio al fútbol como pasión popular. ¿Cuál es la pasión del pueblo? Una cosa que se hace con los pies, porque el pueblo piensa con los pies. Esa sería la posición de la derecha. La de la izquierda es el rechazo del fútbol como instrumento de alienación, como opio del pueblo, como diabólica invención del imperio británico para adormecer a los oprimidos del mundo. Entre esas dos posiciones hay muchos intelectuales y escritores que somos apasionados del fútbol.
-Desde el fútbol apareció una especie de intelectual: Jorge Valdano. ¿Qué opina de él?
-Me ayudó en el libro. Estuve en Madrid con él, me dio algunos datos que necesitaba. Admiro mucho su trabajo, y ya lo admiraba como jugador. Es uno de los mejores protagonistas del fútbol de hoy, capaz de recibir a los jugadores después de una derrota, creo que contra el Sporting Gijón, y decirles: “Cuando se juega como ustedes jugaron hay permiso para perder”. Eso es muy raro en un director técnico, que hoy es una pieza más del engranaje que ha convertido al fútbol en una especie de máquina ciega organizada para ganar, y donde no sirve el que pierde. Contra esta mecanización, Valdano ha actuado con mucha inteligencia y eficacia. Yo le agradezco lo que en otro plano le agradezco a Maradona: ellos demostraron que la fantasía puede ser eficaz.
(…)