Hay dos pueblos que se disputan al ídolo. Por un lado, Tres Sargentos; por el otro, Carmen de Areco. El primero lleva ventaja: ahí viven los Pavone hace décadas, en una casa con pileta y tres perros más amistosos que guardianes, a 100 metros de la comisaría –también más amistosa que guardiana–. Pero ojo con los de Carmen, que tienen un as bajo la manga: en las planillas amarillentas de su hospital, el único en 200 cuadras a la redonda, figura el nacimiento del goleador del fútbol argentino, el 27 de mayo del 82. “¿Claro, y dónde querían que lo tuviera? Si acá no hay sanatorios. Nooo, Mariano es de Tres Sargentos. Pasa que ahora es famoso y lo quieren tener todos”, explica y se ríe Graciela, mamá, voz autorizada y espléndida cebadora de mates dulces. Entonces, se mete el Tanque: “Tres Sargentos es un pueblo chico, con gente muy buena, muy laburadora. Es un corazón grande y un lugar hermoso. Estoy agradecido por haber nacido y crecido acá. Pero no me puedo olvidar de Carmen de Areco. Ahí fui al colegio y futbolísticamente me crié con ellos. Así que Tres Sargentos y Carmen son dos lugares a los que quiero mucho. Siempre me hacen sentir su alegría por lo que me está pasando”.
Ya con el dictamen final (por si quedan dudas, Mariano es de Tres Sargentos, como dice mamá), pedimos permiso y recorremos las calles de tierra –y las asfaltadas, por qué no– del pueblo del Tanque Pavone.
Tres Sargentos tiene, aproximadamente, 400 habitantes, está ubicado a un costado de la ruta 7 que pasa por Luján, al llegar al kilómetro 157, bien al noroeste de la provincia de Buenos Aires. Ahí se conocen todos, la siesta es sagrada y, cuando hace calor, se duerme con la puerta abierta casi de par en par. La cancha oficial –un terreno un poco olvidado a tres cuadras de lo de los Pavone– tiene el pasto perfectamente cortado y los arcos en su lugar. Aunque no siempre es así. “Como sabían que venía El Gráfico, en la semana cortaron el césped y pusieron los arcos. No sabés lo que era hace unos días. ¡Ni postes tenía!”, aclara entre risas Mariano, mientras camina por la calle principal. “¡Hola, Pato!” “¡Grande, Patito!” “¡Pato, conseguime una camiseta para mi sobrinito!”, le gritan desde las casas. El Tanque, en su pueblo, es “Pato”. ¿Pato? ¿Será Patricio su segundo nombre? No. “Con mi hermano y mi primo José siempre jugábamos al fútbol adentro del bar de mi abuelo. Yo era un desastre, le destrozaba todo: rompía vasos, botellas, vidrios. Me mandaba una macana atrás de otra. Entonces, mi tío abuelo me decía: ‘Pato Cañada, a cada paso, una cagada’, y me quedó Pato. Ahora todos me dicen así en Tres Sargentos. ¿Y qué querés? Era un desastre”, dice –y trata de excusarse por el apodo– el 9.
La historia de Pavone en el fútbol arranca en la escuelita de Chiche Casco, en Carmen de Areco. Tenía cuatro años, jugaba de delantero –como siempre– y, cuando terminaba el partido, recibía la atención de una asistente VIP: ahí estaba mamá Graciela, con la botella sagrada en la mano, esperando a su hijo Mariano, sediento. ¿Agua? ¿Gatorade? No. ¡La mamadera! “Hasta los seis tomé mamadera. Terminaba de jugar y venía mi mamá a dármela. ¡Terrible pelotudo era! Y hasta los ocho años dormí con mi abuela, no la dejaba en paz, la cagaba a patadas. Digamos que era un poco mimoso…”, confiesa el goleador, para la futura y segura gastada del plantel Pincha.
“Era un pibe inquieto, le gustaba hacer lío. Era bueno, pero cuando tenía la pelota en los pies... agarrate. En el colegio siempre le iba bien, nunca tuvimos un problema. Pero en casa o en el bar, era cambiar el vidrio todas las semanas”, cuenta Beto Pavone, fierrero como pocos, ex corredor de automovilismo zonal y papá del goleador.
De los cinco recreos diarios, el que más disfrutaba era el del almuerzo, que duraba 45 minutos. “Nos matábamos –dice Mariano–, terminábamos todos transpirados, pero no nos importaba nada. La idea era ir al colegio para armar partidos con los chicos”. Matemática era su estigma hasta que un día apareció una maestra salvadora y le aclaró un poco más de qué se trataba eso de dividir y llevarse el uno. Entonces, el problema pasó a ser la física. “No entendía nada. Pero nada de nada, eh. Igual, me iba peor con Lengua. La profesora aprobó a todo el curso menos a mí. Se pasaba con 7. ¿Sabés qué nota me puso? ¡6,83! Podría haber redondeado para arriba, ¿no? Me mandó a diciembre”, recuerda con la vena todavía hinchada.
Hizo la primaria en la escuela Nº 11, y primero y segundo año en la Escuela Nacional de Carmen de Areco. Gonzalo, su hermano mayor –hoy en Extremadura, de España–, estaba en Sarmiento de Junín y lo convenció para que fuera a jugar con él. Estuvo dos años en el equipo verde y le dieron el pase a Boca. “Siempre voy a estar agradecido con la gente de Sarmiento. Me trataron bárbaro y me enseñaron un montón de cosas”, cuenta hoy.
Antes de ponerse la camiseta xeneize, el Tanque había quedado en una prueba en Estudiantes, pero Boca ofrecía algo mejor: viáticos para seguir en Tres Sargentos, entrenarse dos veces por semana en Buenos Aires y jugar los sábados. “Llegué a jugar con Colautti, Coloccini, Marinelli y Beto González. Y en Octava salimos campeones. Después, cuando se inauguró Casa Amarilla, me quedé a vivir ahí. Eramos cien pibes, la pasábamos muy bien y, encima, mis viejos me venían a ver siempre. Así que ni extrañaba, cada cinco días los veía. Por eso prefiero que mi hermano Tomás, que está en la Octava de Estudiantes, se quede en la pensión. Podría venir a vivir conmigo a mi departamento, pero creo que está bueno que viva esa experiencia, le va a venir bien”, cuenta Mariano.
En Boca pasó buenas y malas. “Había sido goleador en el primer año, pero en el segundo llegaron muchos chicos y no me tocó jugar. Por eso me quise ir, pedí el pase y, aunque Regenhardt y Mouzo querían que me quedara, me fui a Estudiantes, con mi hermano mayor. En el Pincha jugué un partido y me lesioné, me agarró una pubalgia y estuve ocho meses parado. Al otro año me fue muy bien, jugaba adelante con Pablo Lugüercio y entre los dos hicimos 40 goles. Antes, cuando jugaba contra Estudiantes, me decían ‘venite con nosotros, volvé’. Así que ni tuve que hacer una prueba porque ya me conocían”, sigue recordando Pavone.
Hasta hace el año pasado fue, quizás, uno de los jugadores más resistidos de Estudiantes que, en enero de 2004, le puso el cartelito de “disponible a préstamo”, a cambio de 50 mil dólares. Aclaración: hoy vale un poquito más que eso y lo buscan de Francia, Alemania, Rusia y México, entre otros países. “Jugué pocos partidos en reserva y debuté. Me costó adaptarme y empezaron a subir y a bajarme. En reserva hacía goles, jugaba tranquilo, sin presión. Pero cuando me volvían a subir, era un jugador totalmente distinto, no me salía una. Un par de hinchas me bancaban porque iban un rato antes y ya me conocían de los partidos preliminares, pero el resto… Uyyy, me puteaban todos. Eso me metía mucha presión y no jugaba tranquilo. Salía a la cancha nervioso”, cuenta.
No era fácil hacerse un lugar entre dos depredadores como el Tecla Farías y el Huesito Galetti. Mariano jugaba sólo si alguno de los dos se lesionaba o entraba a diez minutos del final. Y, obviamente, trataba de hacer en esos diez minutos lo que no le dejaban en 90. “Me costaba entrar un ratito –explica–, no tenía tiempo. Por ahí, un jugador experimentado ya sabe moverse, correr la cancha, sabe que tiene que regular el cansancio. Pero en esa época era un pibe, quería hacer todo y terminaba más cansado que los que habían jugado 90 minutos. En cinco no podía demostrar todo. Ojo, hay jugadores que entran y hacen un gol, pero a mí me costaba mucho. Necesitaba un poco más de confianza”.
–La confianza llega con goles. ¿Pero de dónde los sacaste?
–Yo debuté en octubre de 2000 y hasta junio de 2002 fui suplente. Después de una gira en Alemania, donde hice algunos goles, empecé a embocarla un poco más. Como el Tecla estaba lesionado, arranqué el torneo jugando. Hice un gol, después fui al banco y cuando llegó Malbernat empecé a alternar. No era titular, pero entraba y salía, era uno de los primeros recambios. Teniendo más participación en Primera empecé a entender que los goles podían llegar. Y con Mostaza agarré más confianza.
–¿Pero por qué creés que los goles se dan ahora? Hiciste muchos dobletes...
–Se dan, no sé. De repente se te abre el arco y la confianza es terrible. Sólo los delanteros sabemos lo importante que es la confianza. Ojo, también el juego del equipo me hizo bien. Si no me pasaran la pelota como me la pasan, no podría hacer goles. Los chicos tienen un mérito muy importante. Y no es que hay un enganche que pone todos los pases. Yo recibo pases gol de Sosa, Bastía, Carrusca, Maceratesi, Maggiolo, Chatruc… eso es bueno. Hay un buen grupo, un equipo que cuando hay que meter, mete y cuando hay que jugar, juega.
–Antes daba la sensación de que cerrabas los ojos y le dabas fuerte al arco.
–Y… a mí me gusta darle bien fuerte, darle el bombazo y romper el arco (risas). Hay momentos en que hay que darle fuerte y en otros que hay que apuntar. Depende, son situaciones. Es un segundo en el que decidís. Igualmente, tenés razón, últimamente cambié, más allá de que a mí me gusta darle fuerte. Mirá, yo tenía un técnico en Sarmiento, que se llamaba Barrionuevo, que me decía “apuntale a los dientes del arquero, que se corre”. Pero también hay veces que tenés que darle un pase a la red, como dicen muchos. Uno de los mejores definidores que vi y que tuve cerca, porque yo era alcanzapelotas, fue Manteca Martínez. Trato de definir como él.
–Igualmente, ni loco te imaginabas que ibas a hacer tantos goles…
–Nooo (se ríe). Mirá, antes de empezar el torneo me habían preguntado si tenía una meta. Yo dije que no, pero que, como venía de jugar un campeonato entero, ocho goles sería un número muy bueno. Para destacarse y que hablen de uno, esa cifra está bien. Por ejemplo, en el Apertura, Miranda, de Almagro, hizo ocho goles; Frutos, siete… Miranda estuvo cerca de ir a River, Frutos fue a Independiente… ¿Entendés? Pero lo mío no me lo esperaba. ¡Iban once fechas y ya tenía 14 goles! Venía de hacer ocho en dos campeonatos, así que imaginate. Nunca hubiese pensado que iba a tener tantos goles, a pesar de que uno siempre quiere rendir al máximo. Pero llegar a tantos (se ríe otra vez), no… no lo esperaba, para nada.
–¿Sos de hacerte mala sangre si te comés un gol hecho?
–Sí, cuando me como un gol y lo veo en la tele, quizás estoy toda la noche pensando en el que me comí, aunque haya hecho dos, eh. Hay que ver los errores, para corregir y aprender.
–¿Te ves jugando la Libertadores con Estudiantes?
–Me encantaría poder llevar al Pincha a jugar la Copa. ¿Si me imagino jugándola? Si me toca estar en ese momento, sería muy lindo. Pero la verdad es que los jugadores nos vamos al exterior cada vez más rápido y uno no sabe cuánto tiempo le queda. Pero mientras, voy a seguir dejando todo. Corriendo cada pelota como si fuera la última, poniendo el hombro y escuchando los consejos de Mostaza, que me sigue metiendo fichas para embocarla más seguido.
la charla se corta y empieza a caer gente en la estación del ferrocarril, que ya no tiene ni vías, ni trenes. Diez, veinte, treinta, cincuenta… Parece que medio pueblo se junta para saludar al Pato, aunque llovizna y es la hora de la siesta, casi imposible de interrumpir. Fotos, autógrafos, más fotos, besos, abrazos. “¿Jugamos a las bochas, Pato?”, le preguntan. Mariano mira al fotógrafo, medio pidiendo permiso y medio pidiendo perdón, pero se muere de ganas. Cruza al club. Juega. Pierde. Pero se va contento.
–¿Qué se siente ser el tipo más famoso de Tres Sargentos?
–Es muy extraño todo esto. Acá nos conocemos todos de chicos, pero estos últimos seis meses fueron espectaculares. Es raro porque gente que conozco desde que nací, que crecí con ellos, se saca una foto conmigo como si fuera la última vez que me van a ver. Es muy loco. Yo sigo viniendo, los conozco y voy a tomar mate a sus casas. Es increíble, pero me gusta. La verdad, Tres Sargentos se está haciendo muy famoso. El otro día, venían dos personas desde Buenos Aires, que seguían camino, pero vieron el cartel, se acordaron de que yo era de acá y pararon. “Queríamos conocer el pueblo del goleador del campeonato”, dijeron. Era la curiosidad, pero para mí es una locura.
Este momento, los goles, Estudiantes peleando la punta, la fama… todo es una locura para Mariano. “Aunque, ojo, ser famoso tiene algunos beneficios, eh. Voy a comer, y no me cobran, voy a comprar ropa de deportes, y me hacen un montón de descuentos”, dice el Pato, riéndose. Y, claro, sigue caminando, tranquilo, por las calles de tierra de Tres Sargentos.
Vive en un departamento, a unas cuadras de la cancha de Estudiantes, con su primo José. “El depto está bien, qué sé yo. Es un tres ambientes y, sacando mi cuarto, está siempre ordenado, porque la novia de José viene, limpia todo y nos cocina, ¡aunque a mi pieza ni entra! Igual, cuando tengo mucha hambre y quiero comer algo bueno, me voy para lo de Chatruc, que cocina bárbaro y le vacío la heladera”, cuenta Mariano. Si tiene que elegir un espejo se queda con varios: Palermo, Farías, Calderón, Crespo, Batistuta... Aunque se queda con un delantero: “El Mencho Medina Bello era mi ídolo, un fenómeno”, deja bien claro. En su etapa en Boca usaba la “10”, es fanático de Los Simpson, su liga preferida es la inglesa y un plato que lo puede es el pollo a la mostaza –¡justo a la mostaza!– que le preparan su mamá y su abuela.
ya son famosos los recursos del técnico Pincha para motivar a sus jugadores. Pero uno de esos métodos superó las barreras de lo místico y se transformó en una pieza digna del programa de Ripley “Aunque usted no lo crea”. Lo cuenta Pavone: “Después de jugar en Tres Arroyos, me llama y me dice que me había visto bien, que con las chances que tenía tendría que hacer dos goles por partido. Yo me sorprendí, pero le hice dos a Colón. Después, antes de jugar contra River, me llamó durante el almuerzo: ‘Vení, Tanque –me dijo–. Hoy vas a hacer dos goles, vas a ser figura y salís en las tapas de todos los diarios’. ¡Ese día hice dos, me eligieron figura y salí en todos lados! Contra Racing, también: ‘Hoy no sé cuántos, pero uno hacés’. Hice uno... En el equipo todos esperan a ver qué me dice. No sé cómo hace”.
Por Tomas Ohanian
Fotos: Alberto Raggio
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10 de enero. El delantero de 40 años, quien jugó en Estudiantes y River y actualmente lo hacía en Quilmes, anunció su retiro del fútbol profesional.
09 de mayo. De pibes cualquier laburo era bueno para ganarse unos mangos, en 2004 Marcelo Carrusca (21), Mariano Pavone (22) y José Sosa (19) ,eran amigos y compinches y las joyas de Estudiantes.
12 de enero. El DT de Estudiantes aclaró hoy que no marginó "a nadie" de su plantel, aunque sí admitió que ambos tendrán "menos posibilidades" en este nuevo año.
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