Ese es mi barrio, aunque yo vengo a ser exactamente de "la inundación". Pompeya termina en la General Paz, a la altura del Autódromo. Mi casa está del otro lado de la avenida. De esa zona salieron muchos jugadores de fútbol. Me acuerdo de los hermanos Adorno. Miguel Ángel, el que era de Racing, y Ramón Toribio, que jugaba en Independiente y ahora está en Chacarita. En esos potreros también aprendí yo. A veces me mandaba dos partidos el mismo día. Uno en la cancha grande, de número 9, y el otro en la pista de baby-fútbol, de número 2, para un club que se llamaba El Ideal. Hasta los diez años, cuando Roberto Saba me llevó a Sol de Mayo de Mataderos, porque a los pibes que andaban bien ahí después los pasaban a Vélez. Al año, un señor que se llama Ricardo Larrosa hizo todo lo posible para que me dejaran entrar en la división preparatoria de Vélez y lo consiguió. Casi sin darme cuenta aparecí en esos equipos de chicos que juegan un rato en los entretiempos de los partidos de primera. Cuando cumplí los doce años me pasaron a la novena. Así empecé mi carrera, división por división: lástima que teníamos las tribunas vacías. De esa época me quedó una anécdota. Estábamos haciendo nuestro partidito en el primer tiempo de un Vélez-River a cancha llena cuando en una jugada me caí al suelo y vi a otro pibito que entraba solo a patear; entonces, caído y todo, cabeceé la pelota y se la saqué justo, pero me ligué una patada en la cabeza. ¿Sabés cómo se reía la gente? Yo tenía un dolor bárbaro pero igual seguí jugando...
Era mi manera de ser, engranaba por cualquier cosa. Me echaron de la cancha un montón de veces. Arranqué en la novena jugando de seis, porque tenía buen físico; después se lesionó el cinco, me pusieron a mí y quedé en ese puesto, que es el que más me gusta. Pero no podía terminar de mejorarme en la manera de jugar. Yo no puedo quedarme tranquilo delante de la línea de cuatro: necesito correr, ir al frente, y por ser así terminaba descontrolado, pegando patadas. Entonces: tarjeta roja y afuera. Las dos personas que más influyeron, con sus consejos, en mi modo de jugar fueron mi papá y Osvaldo Zubeldía. Mi viejo es un fenómeno. Me sigue siempre a todas las canchas, a pesar de que él es hincha de Newell's. Y ve muy bien el fútbol, por eso lo escucho tanto. En casa, entre los siete hermanos, lo bautizamos Cachavacho porque es medio brujo, te canta la justa antes de que pase. Por ejemplo, cuando discutimos sobre la selección el me aseguraba que a pesar de la fama que teníamos yo y todo Vélez de ser un equipo de marca y pelotazo, Menotti me iba a llamar. Y se dio.
Cuando vemos los partidos por televisión canta los goles antes de que los hagan, de acuerdo al desarrollo del juego. Dice: "Dentro de dos minutos viene el gol de éstos...". Y viene. Cuando yo pateaba los penales me enseñaba cómo darles fuerte y a una punta para no errarlos. Dos veces no le hice caso y los quise colocar... Me los atajaron, por eso ahora los tira Correa. En la cancha inventamos un sistema de comunicación. Cuando termina el primer tiempo me manda decir por mi hermano cómo anduve y cómo tengo que corregir los defectos. Con Zubeldía terminé de aprender casi todo. Me enseñó a ser más ordenado, me obligaba a jugar tranquilo, a no pegar alevosamente porque podía lesionar a algún otro muchacho que se gana la vida igual que yo. Inclusive Osvaldo llegó a hablar con mi viejo para que no largue el fútbol. Fue en un momento malo. Me dio bronca la actitud de un dirigente de Vélez cuando le pedí que me adelantara tres meses de los viáticos, cuando ganaba 40 mil pesos por mes. Los necesitaba para tener algo de plata en Francia y poder comprar algún recuerdo. Me habían incluido en el juvenil que iba a jugar el campeonato de Cannes. Como me negaron la plata quise largar y volver a la secundaria, a seguir estudiando...
GOL DE PALOMITA, ESPECIALIDAD DE TURCO
Recién en la quinta pegué un salto. Pasé directo a la tercera. En el 71 toda la división jugó en primera por la huelga de ese año, pero yo considero mi debut al año siguiente. En el 72, cuando volví del Campeonato Juvenil de Cannes. Venía amargado porque salimos subcampeones después de perder injustamente la final con Brasil. El tiempo reglamentario lo terminamos uno a uno. Y en el alargue dominábamos nosotros, no nos podían ganar de ninguna manera. El nuestro era el mejor equipo. Estaban el Beto Alonso, Mouzo, Ferrero, Finarolli, Bottaniz. Pero en una jugada un brasileño la bajó con las dos manos en el área y sacó el pelotazo largo. Todos nos quedamos esperando que el juez cobrara y el caradura hizo seguir cuando ya la tenía uno de ellos y se iba solo al arco. Fue un robo. Al final llorábamos de la impotencia. A mí se me dio por enfrentar a las tribunas y besarles la camiseta a los franceses.
Como si ellos tuvieran algo que ver... Por suerte cuando volvimos Zubeldía me eligió para ponerme en la primera contra Banfield. Como ellos eran un equipo muy defensivo me pidió que jugara de número 4, de marcador de punta, para irme al ataque y sorprender. Las cosas no salieron como estaban previstas, yo fui un desastre en el primer tiempo y ellos se pusieron 2-0. De entrada nomás le pegué un patadón al wing izquierdo, Alberto Benítez. Pobre, no entendía nada... En el segundo mejoré, hasta me fui arriba a cabecear y pegué una pelota en el palo. Al final empatamos 2-2. Me parecía un sueño jugar al lado de Ríos, de Bianchi, de Bentrón, de Ermindo Onega. Hasta fin de ese año alterné en el equipo de 8, de 5 y de 10. Donde me pusieran. Solamente volví al banco cuando vino Filpo Núñez a dirigir. Me vio en un partido, dijo que yo era un desastre y me sacó. Núñez era un tipo medio raro. Antes de comer nos hacía rezar. Empezaba él y todos teníamos que seguirlo. La verdad que mucha bolilla no le dábamos porque en la mitad de la oración ya estábamos pellizcando la comida. También se le daba por rezar antes de cada partido, para que no perdiéramos...
Sí, sé que se habla de mi transferencia, de que me pidió Boca, que me quiere Racing. Pero yo, oficialmente, no sé nada. Nunca me hablaron de ir a otro lado. Si tuviera la posibilidad de elegir, me gustaría irme afuera. Acá sólo se gana para vivir más o menos bien. La diferencia se hace afuera. De todas maneras, si alguna vez tengo que irme sé que voy a extrañar mucho: yo jugué siempre para Vélez. Era hincha de San Lorenzo, pero después de tantos años en un mismo equipo uno quiere a la camiseta y a la gente. Los pibes, la hinchada, los dirigentes, para todos soy el Turco. Ese es el sobrenombre que me pusieron en las inferiores. Claro, ellos nunca supieron que mis amigos me dicen Paragua desde chico porque jugaba descalzo en los picados. Igual que los paraguayos que había en el barrio... Pero si puedo irme afuera me voy. Ya estoy de novio y pienso en casarme. Además quiero ayudar a mi familia, y nosotros somos muchos. La plata para todo eso sólo la puedo ganar pasando cuatro o cinco años en Francia o España. Allá pagan muy bien. Por eso espero seguir cada vez mejor. Y metiendo goles si es posible. Por ahora la cábala que tenemos con mi novia se viene dando. Cuando ella me pide un gol antes del partido, seguro que lo hago. En el partido contra Gimnasia me pidió dos y también se dio. Qué pibe fenómeno, ¿no?
CARLOS ARES (1975)