La sonrisa de Fanesi. La satisfacción que se denuncia en el poco demostrativo Pascuttini. El abrazo con Mencho Balbuena, que se presenta a practicar en Arroyito otra vez. Los elogios del Chino Mesiano. El concepto elevado de Morongo Poy. El respeto que le guarda el Flaco Landucci... El agradecimiento de Carlitos Biasutto... Esa exteriorización común de todo el equipo de Rosario Central que alcanzó la cúspide del Nacional. Porque e los halagos de estos muchachos apenas si son la prolongación de los que emitieran ya hace siete años aquellos que lo recibieron apenas llegó de Montevideo... Esa es la razón de la alegría que flota en el vestuario de Arroyito cuando todos se enteran que vamos a hacerle una nota a José Jorge González. Hay coincidencia: nadie sabe con quién quedarse, si con el jugador o la persona. Y recordamos entonces el juicio futbolístico de don Manuel Giúdice cuando se adelantó a decir que era un "nuevo Pavoni". Y reproducimos mentalmente algunos diálogos con Ignomiriello o con el profesor Cancela referidos a su capacidad como profesional. Y la confianza que le guardaban el Cabezón Sívori, don Angel Zoff... Es la cosecha prolífica de ese vínculo generalmente efímero y que ya se ha hecho costumbre... Una costumbre nutrida casi en el anonimato, en ese destino cronométrico que disponen quienes siempre están presentes, quienes son los últimos en abandonar el barco que se hunde, quienes injustamente son postergados en la hora de gloria por el brillo de otras luces...
URUGUAYO
Si. Uruguayo y marcador de punta. Y no podía fallar, no tenía por qué sepultar esa tradición charrúa que año a año nos pone un ejemplo distinto, pero igualmente positivo. Siempre reiterándonos en el aplauso a ese hombre que cruzó el Río de la Plata para asfixiar a un puntero nuestro contra la raya. María Emilia Maneiro, su señora, sin ningún lazo familiar con el volante de Nacional aunque los dos sean de Mercedes, acopia testimonios de sus primeros pasos en el fútbol con un álbum de fotos que guarda en Montevideo. "Allá jugué nada más que en Racing. Y tuve mucha suerte, tanta como acá en Central: estando Milton Davoine como técnico un día me ascendió de la cuarta división a la primera y nunca más me movieron. Sí, yo tuve mucha suerte, en los últimos nueve años habré jugado sólo cuatro o cinco partidos en reserva, totalizando los siete que ya llevo en Rosario y los dos que jugué en Montevideo... Había jugadores capacitados en aquel equipo de Racing. Y buenos muchachos: Calla, Rabecca, Julio César Fernández, entre los argentinos. En seguida me designan para la selección juvenil que jugó en Lima. ¿Se acuerda de aquel desastre, se acuerda el equipazo que tenía Argentina? Nosotros teníamos a Viera, Carlos Paz, Techara, Bertocchi, Alfano, Roberto González. Varios de ellos anduvieron bien. También alcancé el honor de estar en la preselección que después fue a Londres en el Mundial del 66. Éramos varios marcadores de punta: Mario Méndez, Caetano, Pavoni, Ubiñas, yo… Ni por casualidad podía pensar que me pondrían como titular, Con esos tipos adelante era imposible, me conformaba con que me tengan en cuenta, nada más. Y alcancé a jugar un par de partidos, uno de ellos contra los rusos. En esa época sonaba mucho como futuro integrante de Peñarol o de Nacional. Todos los días salía una versión parecida. Imagínese, soñaba con ir a algún club grande de allá, estaba muy entusiasmado, hasta los mismos dirigentes de Racing me informaban que la gente de Peñarol andaba detrás de mí y que en esos días habría conversaciones oficiales. En los primeros días del 65 esperaba la noticia de un momento a otro hasta que el 4 se produce la novedad, pero no era lo que yo esperaba: el empresario Spiño vino a buscarme para incorporarme a un club de A.F.A. No, no voy ni loco, fue lo primero que atiné a decir. Tal vez porque ya me había hecho la ilusión de ir a un grande de allá, que es la ilusión de todos los chicos de Uruguay. Quedé en contestarle, pero apenas se fue Spiño mi «viejo» me dio una tremenda lavada de cabeza haciéndome cambiar de idea. Después se convino la entrevista entre los dirigentes de Racing y Rosario Central, arreglándose la transferencia por cinco millones y medio. Era una cifra importante. Me vine a Rosario, hice todo cuanto fue posible para que vinieran mis padres y fui a vivir con ellos a una casa de Almafuerte 1022. Un par de años después me casé en Montevideo, el 20 de diciembre del 67. Y tuve la desgracia de perder a mi padre acá en Rosario, el 24 de julio del 70, por ataque al corazón. Alicia Laura, la mayor de mis pibas, todavía no tenía dos años. Ahora está pasando unos días en Montevideo junto a la abuela y nosotros nos quedamos con la más chica, María Alejandra, que tiene un mes y veinte días... Es que mi única hermana, Graciela, de 17 años, está estudiando secretariado. Entonces mi madre la acompaña en Uruguay. Y mirá lo que son las cosas, todas mis inversiones las tengo allá, en Montevideo: dos casas, un departamento, un Wolkswagen. Acá me movilizo con una cupé Fiat. Hay veces que siento ganas de vender todo para invertir en Rosario. Así que te imaginás lo conforme que me siento en la Argentina. Menos mal que le hice caso a mi padre. ¡Qué justo vino ese lavado de cabeza!".
CENTRALISTA
Piso 12 acá en Corrientes al 1100. Plaquetas juguetes, un cuadro de Jorge a todo color, sobre una pared, muñecos auriazules. La sonrisa de María Alejandra que festejan sus padres. La plaza Sarmiento allá abajo, en pleno centro, con el sol del verano que se pega a las hojas, con la gente que se mueve agobiada, con el pulso caliente del fútbol...
Segunda Copa Libertadores de América. Otra vez a La Cumbre, a oxigenarse, conforme la modalidad impuesta por Ignomiriello-Cancela. Más experiencia, más familiarizados con el éxito, más acostumbrados a los compromisos importantes. La ingenuidad que ya se ha borrado. Aunque esa sonrisa todavía pura, cristalina, permeable, pareciera denunciar lo contrario... Es que esa sonrisa simboliza al verdadero José González. A Jorge González, el bueno...
ERNESTO PATRONO (1972)