Iarley dice que, antes que nada, es una persona simple, común y silvestre. Que sólo se diferencia de los demás muchachos de 29 años porque su profesión, la de futbolista, tiene un particular grado de exposición. “Me gusta lo que le gusta a todo el mundo: leer, ir al cine, pasear por un shopping”, cuenta mientras sale a paso lento del vestuario de Casa Amarilla, envasado en una vestimenta que ratifica la sencillez declamada: zapatos negros, jeans azules, pulóver negro y un pequeño neceser con los cosméticos indispensables.
En la playa de estacionamiento lo espera su representante, Sergio Baisi, y el auto azul que ha escogido para moverse por Buenos Aires: un mediano de marca francesa, hermano de otros miles que circulan por la ciudad. En el menú también había una cupé, un deportivo o un descapotable, pero se quedó con uno estándar, sencillito como él.
Todavía necesita un navegante que lo guíe, pero poco a poco va aprendiendo el camino hasta el departamento que alquiló en Caballito para vivir el amor con Carizia, su esposa desde hace dos años. Acelera con una moderación que concuerda con el medio tono de su voz, que suelta los vocablos en español con exactitud, revelando que supo sacarle el jugo a sus cinco años en el fútbol ibérico.
Verdadero trotamundos, Iarley se pasó una década merodeando por equipos de ascenso de tres continentes, buscando el destino de trascendencia que parece recortarse en su horizonte luego de un puñado de partidos en Boca. Armó el bolsito de las ilusiones y salió a golpear puertas, solita su alma, convencido de que un día le llegaría la gran oportunidad.
Esta es, entonces, la historia fuera de lo común de un muchacho común…
Quixeramobim es una ciudad de 100 mil habitantes situada en el centro del estado de Ceará, a 280 kilómetros de Fortaleza. No tiene playa –todo un pecado por tratarse del norte brasileño–, sino vegetación tupida, módicas montañas, plantas industriales y crónicos problemas por la falta de agua. Allí nació Pedro Iarley Lima Dantas, el hijo de Espedito y Alici. Allí pasó una infancia sencilla y agradable, típica de un chico de clase media.
“No había lujos, pero teníamos lo necesario. Mis padres, que hoy son jubilados, trabajaban para que nada nos faltara a mi hermano Francisco y a mí. Mi papá era empleado en una fábrica de cerámicas y mi mamá atendía una tienda de alimentos. Un lanchonete, como le decimos allá, donde se servía desayunos y comidas rápidas”, cuenta Iarley, por entonces un garotinho con una agitada vida social: practicaba karate, danzaba capoeira, desfilaba como modelo en los festivales del colegio y jugaba al fútbol de salón en el club social del BNB, un banco brasileño. ¿Fútbol de once? Poco y nada hasta los 17 años. Claro que le gustaba, pero mamá Alici lo tenía acorralado con una imposición: estudiar.
“Siempre fui un chico muy listo”, dice sin falsa modestia. Y su boletín lo certifica: completó el secundario y jamás se llevó materias. “Mi madre –admite– me tenía muy cortito. Si quería jugar al fútbol, debía hacer buena letra y cumplir con la escuela. Y cuidadito con salir y volver a casa después de las once de la noche. Era muy estricta conmigo.” Pero igual había tiempo para compartir bromas con los amigos de la esquina, protagonistas de las “peladas” (picados), donde se destacaba por su explosión en tres cuartos y por la facilidad para encarar y definir con las dos piernas.
Trabajar fue una travesura de la adolescencia: “No lo necesitaba, pero me divertía y me permitía estar más cerca de mis amigos”. Uno de ellos, que vivía a tres casas de la suya, fabricaba helados. Y allí metió la cuchara Iarley. “El rubro helado –confiesa con picardía– me interesaba bastante. Me encantan los helados, son mi debilidad. Y en la fábrica no sólo aprendí a elaborarlos, sino que me iba a casa con algo de plata y varios kilos de regalo.” ¿De qué gusto? “Chocolate, el que le gusta al común de la gente…”
En la misma cuadra estaba el supermercado de don Fernando, en cuya vereda se juntaban por las noches a compartir historias y gaseosas después de las “peladas”. Don Fernando andaba con filtraciones financieras y precisaba alguien de confianza que le manejara la caja y le llevara los números. Un pedido al que nuestro “chico muy listo” no podía negarse: “Tenía muchos conocimientos de contabilidad y le di una mano, pero ya estaba pensando seriamente en dedicarme al fútbol de lleno.”
Con el secundario completo y la carrera de fisioterapeuta a punto de comenzar, mamá Alici no pudo frenarlo cuando Clovis Dias –hoy su amigo y consejero– lo llevó del potrero a Ferroviario, club que presidía y tercero en popularidad en el torneo estadual de Ceará. Allí brilló entre 1993 y 1995, cuando el propio Dias, que tenía la representación local de una empresa de aluminio española, le consiguió una inesperada oportunidad para viajar a Valencia, gracias a que la empresa patrocinaba al Follos, de la Tercera División española.
“Acepté al instante. Más que imaginarme una gran proyección futbolística, lo vi como una posibilidad para crecer en la parte personal. Para un sudamericano siempre es enriquecedor vivir en Europa. No me dio miedo irme solo y tan joven. Siempre encaré mis objetivos con mucha convicción. Y en ese momento me propuse aprender el idioma y adaptarme a un fútbol nuevo”, relata Iarley.
Pero a los pocos meses le picó el bichito de querer progresar futbolísticamente. Hizo pruebas en el Levante y el Villarreal, hasta que su fuerza interior lo llevó hasta el Real Madrid, que en 1996 lo contrató para su equipo B.
“Fue una experiencia maravillosa. En mi grupo estaban Raúl, que al poco tiempo fue promovido al equipo superior, Guti y Casillas. Y también conocí a los hermanos Cambiasso. Nuestro técnico era Vicente del Bosque. Dos veces por semana practicábamos con el equipo principal, que manejaba Fabio Capello. Entrar en ese vestuario era un sueño. Me cambiaba al lado de Seedorf, Suker, Roberto Carlos, Pannucci, Redondo, Mijatovic… Yo pensaba para mis adentros: ‘¿Qué estoy haciendo aquí? Tengo que pelear duro para quedarme’. En el Real Madrid B tuve buenas actuaciones, pero había demasiadas figuras, era difícil hacerse un lugar.”
Ceuta fue su próximo destino. Club de la ciudad autónoma del mismo nombre, perteneciente al dominio español, pero asentada en la costa africana, a pasos del estrecho de Gibraltar. Una comunidad pequeña –no más de 74 mil habitantes– con un señuelo interesante: el dinero. “Además de tener un equipo competitivo, que peleaba siempre por subir a Segunda, pagaban buena plata. Fui por el dinero, ésa es la verdad.”
A esa altura, Iarley estaba curtido en eso de vivir lejos de la familia. “El club me ponía a disposición un auto, un departamento y el restaurante de la sede, aunque yo solía cocinarme. Estar lejos de la familia siempre es duro, pero en Ceuta compartí el hogar con otro brasileño y un español. Se me hizo más llevadero.”
Cerca de allí, aunque varios kilómetros más hacia el Este, se encuentra Melilla, ciudad autónoma española cuyo equipo es el archirrival del Ceuta. Paradójicamente, Iarley tenía buena relación con el presidente del Melilla. “Siempre que nos veíamos me ofrecía ir a jugar con ellos. No puedo, le decía yo. Pero me insistió tanto que acepté. Resultó una gran decisión”, afirma este hincha del Flamengo que de pequeño deliraba con las gambetas de Zico, su ídolo.
Con la camiseta del Melilla convirtió 14 goles. Se caía de madura una transferencia a un equipo más importante, pero problemas con el pasaporte y su residencia le construyeron una pared infranqueable. Cuando recibió la inhabilitación por seis meses, una idea rondó por su cabeza: regresar al Brasil. “Aunque parezca mentira –dice–, necesitaba jugar en mi país. Me había marchado muy pequeño y tanto mi familia como la mayoría de mis amigos no sabían cómo jugaba. Nunca me habían visto. Por eso, aunque tenía ofertas para jugar en plazas más importantes como Rio de Janeiro y San Pablo, me puse como prioridad fichar para un equipo de mi región.”
No fueron uno, sino tres: Uniclinic (el equipo de un hospital), Ceará y Paysandú, el club que le daría la oportunidad de debutar en una Primera División, recién a los 28 años…
“Soy un convencido de que todo tiene su momento. Creo en la evolución de las personas. Yo no sé si, a los 20 años, hubiera tenido la madurez necesaria para aprovechar una oportunidad como la de Boca. Hoy me siento muy capacitado para responder al máximo. Sé lo que es jugar en el Santiago Bernabeu, en el Camp Nou… Mi carrera no fue sencilla, tuve que trabajar duro. Pero siempre fui subiendo escalones hasta llegar a este momento. A Paysandú lo elegí sabiendo que iba a participar de la Copa Libertadores. Y que ésa podía ser la vidriera que necesitaba para dar el gran salto. Por suerte, no me equivoqué. Y acá estoy…”
A Bianchi lo encandiló con su extraordinaria actuación del 24 de abril en la Bombonera, la noche que se gambeteó hasta a los fotógrafos y convirtió el gol de la victoria más trascendente en toda la historia del Paysandú. Mientras sus representantes tejían el puente para facilitar su desembarco, el Virrey, que ya imaginaba un Boca sin el Chelo Delgado, pidió una docena de videos para evaluarlo. Ya lo tenía fichado de la Copa, pero ahora le interesaba verlo en el campeonato brasileño. Quería verlo en “acción en su hábitat natural”. Sus presunciones se confirmaron. Y recomendó la contratación de inmediato.
Iarley sabe de qué habla cuando afirma que está en el momento justo para triunfar en Boca. “Me volví mucho más profesional cuando volví al Brasil”, dice este garotinho que lleva la música carnavalesca en la sangre, pero que jamás desfiló en una escola. ¿Más profesional en el Brasil que en España? “Claaaro”, dice estirando la “a”. Y sigue la explicación al detectar la cara de asombro del interlocutor: “Regresé a mi país a los 25 años y me mentalicé para ser alguien importante en el fútbol. Me volví más profesional extracampo, es decir, fuera del entrenamiento y de los partidos. Ordené más mi vida y me tracé objetivos. Cuando sos joven querés salir y conocer mucha gente nueva, pero eso no es compatible con el rendimiento a alto nivel. Un futbolista de elite necesita dedicación total, respetar las horas de descanso, balancear su alimentación… Debe olvidar la vida social y hasta la familia. Cuando se casa, es fundamental que la esposa lo ayude a mantener esa línea de conducta. Por suerte, mi mujer lo comprende. Es docente y especialista en marketing, con la cabeza abierta para entender que debe acompañarme en ciertos sacrificios cotidianos.”
Además del boom mediático y popular de Boca –en diez semanas firmó más autógrafos que en diez años–, Iarley se sorprendió por la amplia receptividad del plantel y del cuerpo técnico. “Los brasileños –teoriza– somos muy dados, muy abiertos. Caemos simpáticos enseguida y rompemos cualquier barrera. Pero este grupo me sorprendió por su sencillez. En mi caso, cualquiera hubiera imaginado que me iban a marcar una distancia o una diferencia porque ellos son grandes figuras, campeones de América. Bueno, resultó todo lo contrario… Son chicos muy simples. Enseguida me incluyeron en las bromas, se ofrecieron para ayudarme en lo que necesitara, me hicieron sentir uno más. Todos, todos: el Pato, Guillermo, Cagna, Cascini, los más jóvenes. Fue un gesto muy importante para mí.”
Tan importante como el primer encuentro con Bianchi, la noche que Boca celebró la Libertadores con una megafiesta. “Como se van a ir grandes jugadores, hemos traído grandes jugadores. Bienvenido y mucha suerte”, le dijo el Virrey al tiempo que le apretaba la mano. “Me reconfortó y me dio una enorme confianza. Cuando lo conocí un poco más, comprendí que es un hombre sencillo, directo y claro. Algunos técnicos parecen no entender que el fútbol ya está inventado. Te hablan una hora seguida antes de los partidos y te llenan de flechas un pizarrón. Al final, salís a la cancha y no sabés qué hacer, te confunden. Bianchi da una charla corta y muy clara. Salís, hacés lo que te dice y da en la tecla. Es lo que vale.”
La pretemporada en Washington resultó crucial para su integración al plantel. Allí asimiló las bromas del grupo y del profe Santella –“¡Vamos, Iarley! No me venga con que en Brasil no trabajan de esta forma…”– y ratificó las características técnicas que le otorgaron la pole position en la sucesión del Chelo: cambio de ritmo, desborde y definición por derecha e izquierda, panorama para ejercer de enganche y celeridad para ubicarse detrás de la línea de la pelota cuando prevalece el adversario.
El técnico le dio confianza, y él puso lo suyo. Sintonizó la onda del equipo desde el debut, cautivó a los hinchas y obtuvo un premio extra: la camiseta diez. “Esa camisa –dice sin evitar el término brasileño– es famosa en el mundo entero. Haberme puesto la misma que un día fue de Maradona es un orgullo para toda la vida. Ahora debo honrarla estando a la altura de las circunstancias. Entre el fútbol argentino y el brasileño hay mucha diferencia. Acá se juega más rápido por el césped, que siempre está mojado y bien cortito. Y hay fricción permanente. Es un fútbol parecido al de Porto Alegre. Pero yo me tengo mucha fe. Como soy pequeño de físico, me acostumbré a jugar rápido y al ras para que no me comieran los marcadores. Estoy curtido…”
Iarley tiene claro cuál debe ser el próximo peldaño de su escalera. “Este es el momento de ganar títulos con Boca y hacer mi nombre en la Argentina. Muchos hinchas me hablan de Valentim y de sus goles a River. Ojalá pueda quedar en la historia como él. Hoy me desvela la idea de ganar el Apertura y la Intercontinental. Es lo que siempre soñé.”
Un sueño tan simple como su forma de ser…
Por Elías Perugino (2003).
Fotos: Ariel Romano.