“El nueve debe ser egoísta. En la Copa Lipton de 1934 le íbamos ganando a Uruguay con gol mío. De la emoción, me desmayé en el festejo. Ya veía los títulos: 'Varallo le dio el título a Argentina'. Faltando poco, Zito, que me reemplazó, erró un gol increíble. Yo me agarraba la cabeza en el banco, pero de contento. Quería que ganáramos solamente con el gol mío.”
“Es fundamental que el técnico tenga gran poder de convencimiento sobre el jugador. En Boca me dirigió Mario Fortunato, que era un fenómeno. Yo le creía todo. Una vez le pedí no jugar porque me molestaba la rodilla. “Son los meniscos”, le aseguré, mortificado. Fortunato me preguntó qué rodilla me dolía. “La derecha”, le respondí. “No te hagas problema, Panchito, que los meniscos están en la izquierda”, me dijo. Y yo le creí y jugué como los dioses.”
“En Boca, goles son amores. Yo lo sé bien, porque me han querido mucho. A veces me puteaban durante 88 minutos, pero la metía en los últimos 2 y me sacaban en andas.”
“Para triunfar en el fútbol hay que ser pícaro. Yo era famoso por “la renquera del perro”. Se me daba por hacerme el rengo, cosa de que los defensores me descuidaran un poco. Cuando me metían el pase, salía corriendo como si nada y ya no me podían alcanzar.”
“El nueve y el diez deben ser un matrimonio, necesitan afinidad. Lo digo sin falsa modestia: yo no hubiera sido lo que fui sin Cherro. De mis 181 goles en Boca, 150 se los debo a él. Me conocía como si fuera mi madre. Sabía meterme la pelota entre los backs, para que yo quedara bien perfilado y le diera al arco con todo. Con Bazterrica –una gran persona–, me pasaba lo contrario porque gambeteaba demasiado y me la pasaba cuando ya estaba en offside. El error era suyo, pero la gente me puteaba a mí.”
“En el fútbol se invirtieron los valores. Antes pensábamos nada más que en el gol, ahora meten uno y el técnico los manda enseguida para atrás. Antes los equipos se formaban con nueve jugadores buenos y dos que acompañaban, ahora es al revés.”
“Para jugar vale mucho el talento, pero también el trabajo. Mientras mis compañeros de Gimnasia entrenaban solamente los jueves, yo lo hacía todos los días. En Boca se practicaba tres veces por semana, pero yo quería seguir, el técnico tenía que echarme para que me fuera a casa.”
“A los jugadores de ahora habría que decirles que no tengan miedo de patear al arco. Para mí, no se animan. Qué importa tirarla diez veces a las nubes si una se mete en el arco… Yo me sorprendía con mis propios tiros. 'Qué bárbaro, Panchito, la pusiste en el ángulo', me felicitaban, y me había salido de casualidad…”
“El fútbol de ahora es más difícil que el mío. El que armaba juego recibía tranquilo y le daba la pelota al nueve, al que tampoco marcaban de cerca. Los pibes de hoy no pueden ni respirar. Presionan como locos.”
“El jugador debe ser vivo para aprovechar sus virtudes. Yo pateaba fuerte, pero era chiquito para ser nueve. Entonces no tenía sentido que fuera a cabecear en los córners. Prefería quedarme afuera del área para agarrar el rebote. Hice 181 goles, aunque muy pocos de cabeza. Si metí cinco, es mucho…”
“La mejor inversión son los ladrillos. Están a salvo de cualquier devaluación. Cuando pasé de Gimnasia a Boca, el contrato lo firmó mi padre porque yo era menor. Con los 8000 pesos que me dieron pude construirme la casa donde viví gran parte de mi vida. De sueldo me daban 800 pesos. Gastaba 100 y los 700 restantes se los daba a mi padre para que me los guardara. Gracias a eso pude vivir dignamente después del retiro.”
Por Elías Perugino (2007).