Suena el timbre gris en Parque Chas. Bongo y Tobías corren hasta la puerta y reciben a los invitados a pura ópera de ladridos, casi ensordecedores. El pasillo, que da al living, que da a los cuartos, que al mismo tiempo dan a una escalera, que también da a la terraza, regala rincones de desorden. “Nos estamos mudando, no se asusten”, aclara Leandro, recién llegado de los estudios de Fox Sports. El es –de los jugadores del Vélez sensación– el más buscado, la figurita, el armador, el mejor, el Señor Pase Gol. Y este excelente momento llega después de muchos subibajas. Su carrera –tiene 22 años, pero éste ya es su quinto en Primera– podría compararse con un yoyó, por lo alto que llegó a volar y por esa sensación tan rara de rozar el piso. Y, también con el viejo y anaranjado Ticki tacka: tan cerca del centro de la consagración y, de pronto, tan lejos de ese sabor tan dulce que sólo tiene el triunfo.
–Lo mío fue raro –explica Gracián, mientras toma un vaso de Seven Up–. Entré en una posición que cuesta mucho en Vélez. Hace bastante que pasa eso. Al jugar de enganche, te exigen constantemente; en la cancha y, también, la gente que está afuera. Tenés que estar bien de la cabeza y muy bien físicamente, y eso, quizás antes no lo tenía tan claro. Tuve técnicos que me ponían y me sacaban. Y así es más difícil. Por ejemplo, con Ischia empecé jugando en el torneo que salimos terceros, tuve un buen nivel y hasta llegué a la Selección. Pero en el campeonato siguiente me lesioné y eso le dio la chance a otro jugador. Digamos que pasé por momentos buenos y por momentos malos. Pero ahora se notan más las cosas buenas que hace uno, porque ya tiene más años en esto, es más conocido. Además, que el técnico haya confiado en mí desde que arrancó el campeonato es espectacular.
–¿Cómo hacías para bancarte no jugar, sabiendo que por tu nivel podías ser titular en cualquier otro equipo?
–Uno siempre tiene que confiar en las condiciones que tiene, eso me lo enseñaron de chico. No hay otro cuento. Yo sabía que si seguía trabajando a morir, la chance iba llegar en cualquier momento. Esto es así: un día estás arriba y otro día estás abajo. Yo confiaba en mis condiciones y sabía que volvería a jugar en cualquier momento.
–Igual, algunas cosas vos habrás cambiado…
–Exactamente, tal cual. Fui aprendiendo un montón de cosas. Yo todavía tengo 22, pero estoy pisando los 100 partidos. Sé que tengo que estar muy bien físicamente en la posición en la que juego, tengo que saber diferenciar cuándo eludir y cuándo tocar, ayudar al mediocampo para recuperar la pelota... Antes quizá no ayudaba tanto. Ahora estoy conforme con lo que estoy haciendo.
Conforme o no, el Tano Gracián es uno de los mejores jugadores del campeonato, después de su renacimiento 2005. Es la manija de Vélez, el hombre-pibe que hace soñar a esa hinchada de paladar más que negro. Esa misma hinchada que el año pasado terminó pidiendo once cabezas –obviamente, las de los suplentes, también– al no poder con Arsenal y dejar pasar la chance de un desempate con Newell’s, en la última fecha del Apertura. Ese equipo –el de las once cabezas más buscadas del país– hoy hace delirar a todo Liniers y mantiene los mismos nombres. “Esa es la gran diferencia que tenemos con los otros equipos: no nos desarmamos nunca. Debemos ser el equipo que menos cambió, tenemos el mismo plantel hace tres años. Ya nos conocemos adentro de la cancha, sabemos cómo piensa cada uno, y eso es fundamental. Pensá que somos varios pibes que fuimos creciendo a medida que jugábamos, vivimos cosas importantes de nuestras vidas, pero juntos. Hoy en día el equipo está bien. El tema es trasladar la confianza adentro de la cancha.
–¿Por qué Vélez está donde está?
–Estamos viviendo un momento hermoso: faltando pocas fechas estamos ahí arriba. Obviamente estamos muy contentos, pero sabemos que también tenemos que estar tranquilos. Con esa felicidad, pero siendo conscientes de que hay que estar con la cabeza en orden. Lograr un campeonato es espectacular, pero requiere de un montón de cosas. Cosas de acá –se señala la cabeza–. En las fechas que pasaron, Vélez se sacó de encima a muchos equipos ganando muy bien y sacó empates cuando tenía que sacarlos. Es un equipo que fue de menor a mayor, sin dudas. Y que es muy inteligente.
–Al ser un grupo joven, ¿cuesta mantener la cabeza tranquila?
–Creo que todos nosotros, a pesar de ser pibes y tener 21 o 22 años, ya traemos varios partidos encima. Vélez es así, es un equipo joven y lo demuestra en la cancha.
–¿Es difícil triunfar en Vélez?
–Mirá: cuando subimos a Primera, éramos todos chicos, no nos traían jugadores experimentados, así que teníamos que aprender casi solos. Vivíamos momentos buenos, malos, nos quedábamos afuera de la Libertadores y quizá no contábamos con un compañero de treinta años para explicarnos cómo pasar esos momentos, ¿entendés? Boca y River hacen contrataciones más grandes, pelean las copas y, cuando uno es joven, se le facilitan más las cosas para aprender lo que es jugar en Primera, que, aclaro, no es nada fácil, eh. Quizás vos debutás en Boca y tenés a Palermo adelante, a Cascini en el medio, a Schiavi atrás y es mucho más fácil. Por eso en Vélez las cosas se hacen más difíciles. Y, cuando se dan, tienen el doble de mérito.
–Eso que decís de aprender solos, bancarse las malas… Ahora puede ser que esté dando sus frutos.
–Claro, no es una casualidad que Vélez haya hecho el torneo que hizo el año pasado y que ahora esté peleando. Fijate que somos el mejor equipo de la temporada. Y, obviamente, todo lo que vivimos le dio carácter al equipo. Pasar cosas malas y sobrevivir te hace más fuerte.
–¿Eso se dio también en vos? ¿Eso de bancarte las malas y triunfar ahora?
–Sí, me vino bien para darme cuenta las cosas que estaba haciendo mal. Cuando te pasan cosas que no son muy buenas, uno se da cuenta de que tiene que mirar en qué se está equivocando. Yo lo hice, me calmé y ahora me doy el lujo de disfrutar del fútbol. Si me pongo a pensar, hasta hace un tiempo no lo hacía.
–El borrón de Ischia fue el primer llamado de atención.
–No sé si llamarlo “borrón”. Yo salí cuando me desgarré, tuve tres desgarros seguidos. El no me veía con condiciones de jugar, de conducir al equipo. Entonces no me quedaba otra que esperar. Creo que eso piensa un técnico cuando no te pone, ¿no?
–Pero con Fanesi también te pasó. Era raro, él te conocía de inferiores...
–Sí, lo de Fanesi siempre me pareció raro porque me conocía más que cualquiera, me había dirigido durante años. Nos llevábamos muy bien, eh. Pero de un día para el otro decidió que tenía que ir al banco, empezar a alternar y se hacía muy difícil. Eso nunca ayuda.
–¿Todavía les guardás un poco de rencor?
–No, para nada, en serio. No hablé más del tema con ellos. Llegó Miguel (Russo) y me pareció que tenía que olvidarme y mirar para adelante.
Mama llega con la merienda. Leche sola y tres tostadas con queso crema y mermelada de durazno para el Tano. Bongo y Tobías pelean, juegan y ladran en la cocina. La tele está encendida y el noticiero tira la noticia. “Shhh, shhh, a ver…”, dice Leandro. Confirmado. “Riquelme fue elegido mejor jugador de la Liga española”. Fanático del fútbol, no se pierde ningún partido. Y, menos los de sus ídolos. “Qué grande Román, la está gastando. Lo miro siempre, me encanta cómo juega. Tengo una camiseta que le cambié hace un tiempo. También miro mucho a Aimar y a Ortega. La verdad, son de esos jugadores que da placer ver”, cuenta.
–Antes hablabas de Russo. ¿Su llegada cambió mucho las cosas?
–Sí, lo de Miguel fue muy bueno. Como primera medida acortó el tiempo de las concentraciones. Antes concentrábamos como dos días, pero ahora lo hacemos el día anterior al partido, así que son un par de horas.
–Después de Ischia y Fanesi, ¿cómo hiciste para ganarte al DT?
–(Risas) No, no hizo falta. Creo que Miguel ya me conocía de antes. Lo habíamos enfrentado en Morelia, allá en México, y después lo vi contra Central. El llegó a Vélez y de entrada me dijo que me iba a tener en cuenta. Antes de su llegada, yo estaba con ganas de irme –había un par de equipos interesados–, porque no encontraba lugar. Por eso sé que parte de mi buen momento es gracias a la confianza que me dio. Llegó, a la semana hablamos y lo único que me quedaba era entrenarme bien y demostrarle que podía estar para jugar. Miguel me demostró que es una persona que va de frente y que es sincera.
–¿Puede decirse que estás atravesando tu mejor momento desde que debutaste?
–En 2003 también tuve un buen año, pero ahora cambia el tema de la edad. En ese momento hice un campeonato lindo, pero me faltaba mucho, si comparo con este momento. Creo que fueron diferentes etapas en las que demostré algo que vieron todos. Antes tenía condiciones, ahora es como si estuviera sellándolo, confirmando las cosas que había amagado con hacer antes.
–Parecía que, al llegar al final del campeonato, te bajoneabas…
–Sí, eso es lo que trato de evitar ahora, por eso estoy metido a full. Antes arrancábamos bárbaro y después empezábamos a caer. Y eso también me pasaba a mí: hacía 15 partidos buenos y después bajaba el nivel, me mandaban al banco y me perdía el momento más lindo del campeonato, el final. Por eso ahora mi objetivo es mantenerme, tener la cabeza puesta al cien por cien en el final del campeonato. No se nos puede escapar…
–¿Seguís teniendo pesadillas del partido contra Arsenal?
–No, para nada, porque es algo que enterramos no bien empezó el torneo. Sabíamos que éramos los mismos jugadores, que sólo cambiaba el técnico. El desafío era demostrarnos que podíamos volver a pelear. Esperemos haber aprendido la lección.
Por Tomás Ohanian (2005).
Foto: Jorge Dominelli.