No lo impulsó una crisis de identidad resuelta tras 10 años de terapia. Se trató de una cuestión algo más terrenal y pragmática. El pibe la remaba como podía, y resulta que los puntos que conseguía con muchísimo sacrificio se los tenía que repartir consigo mismo. O sea: unos puntos para Daniel Orsanic, y otros para Daniel Orlovich. “¡Qué suerte pa’ la desgracia!”, exclamaría Pepe Biondi.
“Estaba entre los 7 u 8 de mi categoría, no era el mejor, y me perdí la chance de entrar en un par de torneos porque tenía los puntos repartidos entre los dos. Ahí dije: ‘Basta, se acabó, yo soy Orsanic y a la mierda’”.
Daniel Orsanic sonríe, mientras se baja un cortado en un bar cercano a su casa de zona norte. Es sábado a la nochecita, hace una semana exacta, a esta misma hora, el resultado de su debut como capitán de Copa Davis asomaba con pronóstico reservado, a pesar de que hoy siga firme en su convicción de que, aun perdiendo la serie con Brasil, no hubiera habido nada para reprocharse. Su carraspeo permanente durante la hora larga de charla con El Gráfico invita a pensar que gritó mucho en los festejos o que la tensión de ese epílogo dramático recién hoy, unos días después, ha comenzado a manifestarse en su cuerpo.
La entrevista no arrancó por el final, sino por el principio. Por ese abuelo que debió huir de Croacia al finalizar la Segunda Guerra Mundial con el apellido cambiado a Orlovich por cuestiones de seguridad, por ese padre Branko que lo conservó aún al ingresar a la remota Buenos Aires con 19 años por temor a cualquier represalia y por el chiquilín Daniel que bastante después jugaría al tenis, y que en más de un torneo fue anotado como Orlovich, sin mostrar el documento, porque era el hijo de Branko, claro. Y a Branko lo conocían todos en el ambiente del tenis porque lo había jugado, porque lo había enseñado. Hasta que un día, el joven Daniel comprendió que si encima que ganaba pocos puntos los dividía entre dos, era un salame. Y dijo basta.
-Bueno, si perdías con Brasil esta serie, volvías a ser Orlovich y listo…
-¡Qué simpático! –murmura, y sube el volumen de su sonrisa, no hasta una carcajada, tampoco exageremos, porque el equilibrio parece ser una de las características básicas de la personalidad del capitán de la Davis. Veamos...
Arranca la historia, contada en primera persona por Branko, que ya pisa los 87 años, en un castellano que aún conserva cierto acento Europa del este.
-Mi padre era diplomático y cuando terminó la Guerra Mundial, vinieron los rusos y nos tuvimos que ir porque nos liquidaban. Tenía un hermano mayor que no se pudo subir al auto, porque éramos dos familias enteras y no había lugar, y nos dijo que se quedaba con los militares y nunca más lo vimos. Luego nos enteramos de que lo mataron. Yo tenía 15 años, estuvimos 3 meses en Austria, en campos de refugiados, nos daban de comer, y, finalmente, entramos a Italia por Udine y nos quedamos 3 años. Mi padre se escondió en un convento, mi madre daba clases a los chicos en casas de ricos, vivíamos separados, como podíamos, hasta que por el clero recibimos una oportunidad del gobierno de Perón y vinimos en barco a la Argentina. Fueron 18 días, no los olvido más: pasamos Gibraltar y el barco se empezó a mover como un infierno, las olas pasaban por arriba de cubierta, y hablamos de un barco petrolero, de 9500 toneladas. Me la pasé vomitando todo el viaje, fue terrible. Ya en Buenos Aires, mi padre empezó como albañil, preparando mezclas para la construcción. De diplomático a obrero, sí, en la vida hay que estar preparado para todo. Y yo hice distintas cosas y me puse a jugar al tenis. En 1962 había poco trabajo en la Argentina, el panorama era oscuro y me dediqué a ser profesor de tenis. Creo que había tres en todo el país. Lo tuve a Clerc con 15 años, a los Gattiker, a varios, durante 35 años di clases de tenis.
-Te transmitió la vocación docente, Daniel…
-Mi viejo es docente de alma, ojalá llegue a ser un poquito de lo que fue él (lo dice sin que lo escuche Branko). Cuando me acompañaba a los torneos, me daba vuelta y les daba indicaciones a otros chicos, de corazón, porque le gustaba corregir. “Vos lo ayudás a ese o al otro y mañana pueden ser mis rivales y me ganan”, le reclamaba, enojado.
Bien, ya entendemos el porqué de ciertos rasgos del capitán. Su recorrido como tenista nos ayudará a terminar de delinear el perfil. Se inició a los 9 años en el club Arquitectura, en Agronomía. Jugaba torneos nacionales en Capital, al interior viajaba de vez en cuando y al exterior ni de vez en cuando. No había plata y menos sponsors. Salió a competir afuera del país recién como profesional, en 1987, y lo salvó un club holandés de La Haya, que durante 8 años le ofreció que lo representara en interclubes a cambio de pasaje y estadía, la única que le quedaba para medirse internacionalmente y sumar puntos y ranking.
En el single no logró destacarse y a los 27 años, tras volver de una pubalgia que lo tuvo parado 7 meses, le costó recuperar el ranking, ganó un par de challengers en dobles y los últimos 6 años de su carrera los dedicó en exclusividad a competir en pareja. Siempre fiel a una costumbre que adquirió en aquellos primeros viajes al exterior: escribir en el cuadernito…
-Viajaba mucho solo y debía tener un registro, llevar un control. Monitoreaba mis sensaciones, cómo había jugado, si había cumplido con las rutinas físicas, si lo hacía con ganas o no. Fue una recomendación de Patricia Wightman, la psicóloga deportiva con la que trabajaba, y se me hizo hábito. Cuando empecé como entrenador seguí con esa rutina, incluso anotaba frases de los tenistas que me ayudaban mucho a entender cómo pensaban.
-¿Una de tus cualidades puede ser esa, que seas ordenado y meticuloso?
-No sé, siempre pretendo que el jugador se sienta bien, que no esté por estar, que busque en todo momento esa mejora y considero que tengo mucha paciencia para intentar conseguir eso. La sensación más linda para un entrenador es ver que su jugador entra a la cancha y deja todo, que está con ganas de luchar, y que vive el partido junto con el entrenador y, en sentido opuesto, la sensación más fea es la indiferencia, que te transmita que si estás o no, es exactamente lo mismo, o incluso que es mejor que no estés (risas).
-¿Cuál es tu función como Director de Desarrollo de la Asociación?
-Coordinar los apoyos a los juniors, las nominaciones para equipos sudamericanos y mundiales, organizar los campos de entrenamiento para cada una de las categorías, descubrir talentos, por supuesto. El país es muy grande, pero nuestra presencia estimula muchísimo, les da contención a los chicos para que sientan que somos una guía, que la Asociación no sólo es un ente que le va a pagar un pasaje o no.
-¿Seguís con esa función?
-Claro, esta semana se jugó el G1 en el Mayling y estuve, en abril viajo a Mendoza porque hay otro, el año pasado fui a las Olimpíadas Juveniles de China con dos chicos y al US Open con 3, hacemos visitas regionales a distintas academias, viajo mucho dentro del país.
-¿Te sorprendió que te eligieran capitán?
-Sabía que podía ocurrir, porque cuando empecé en Desarrollo más de uno me dijo: “Muchos Directores fueron luego capitanes de Davis”. Tito Vázquez, Alejandro Gattiker, Gustavo Luza, Franco Davín… pero yo entré con la cabeza 100% en Desarrollo, no lo hice pensando en que fuera un paso para ser capitán.
-¿Y por qué creés que te eligieron?
-Un motivo es que ya formaba parte de la Asociación. Otro, creo, es que les cerraba el perfil para este momento: alguien que transmitiera tranquilidad y que no tuviera nada que ver con cualquier tipo de polémica.
-Habrán consultado a Del Potro…
-Mirá, la única experiencia que compartí con Del Potro previa a mi nominación fue como ayudante de Luza en una serie de Copa Davis en Bielorrusia. Juan Martín tenía 15 años y viajó como sparring y entrené con él unos días. Después me lo crucé en torneos y no fue más que un “Hola, ¿qué tal?, ¿cómo estás?”. Desconozco si lo consultaron, de lo que sí estoy seguro es de que él no puso a nadie.
A los entrenadores de todos los deportes se les reclama equilibrio. Que no vuelvan locos a sus dirigidos. Que sepan amortiguar efectos de victorias y derrotas. Que irradien tranquilidad. Orsanic pasó su primera prueba con holgura. Es más: hasta se podría pensar que se pasó de manso y tranquilo. Si cualquier hincha que vibró en las tribunas o se comió las uñas frente a la TV estuvo al borde del ataque de nervios en ese cuarto punto frente a Brasil, el capitán, cuyo triunfo o caída en el debut (y todas las cosas que se dirían de él) dependía en un momento de dos puntos, ¿cómo hacía para mantener la calma?
“Yo fui viernes, domingo y lunes a Tecnópolis y la pasé malísimo –admite el padre–, un parto interminable el del domingo. Podría haber terminado mal, pero no fue así. ¡Al fin ha ganado el bien en este mundo! La Asociación cambió totalmente, y no lo digo porque eligieron a mi hijo, sino porque hay gente buena de verdad, se están haciendo las cosas en equipo, antes era todo privilegio”.
Fotos: Sergio Llamera