AL WASL apareció en el universo de los futboleros en 2011, cuando Diego Armando Maradona, herido tras la salida de la Selección Argentina, asumió como el nuevo entrenador.
A más de diez años de aquel suceso, otro compatriota transita su propia historia en el club asiático: Nicolás Giménez, surgido en Nueva Chicago y de buen paso por Arsenal, se consagró campeón tras una sequía de 17 años, fue premiado como el mejor jugador extranjero de la Liga Árabe del Golfo y sueña con jugar un Mundial con la Selección de Emiratos Árabes.
En sus inicios tuvo dos dificultades para encarrilar su proceso en las juveniles de Nueva Chicago: la posición en la cancha y la alimentación. “Me gustaba mucho lo que me daba el barrio y no me llamaba la atención la cancha de 11. Cuando llegué a probarme, lo único que le dije al DT fue 'me gusta usar la 10'. Los pibes de la prueba se me reían, pero con la pelota me soltaba. Me costó mucho cambiar los hábitos, me encantaba terminar y tomarme una gaseosa y comer un sanguche de salame y queso, hasta que me agarró mi representante y me dijo 'si querés ser profesional tenés que dejar los sanguches e ir a una nutricionista”, rememora.
Tras los esfuerzos de toda su familia de La Matanza, pero especialmente de su madre, que era su hincha número uno, se estrenó en primera en el Torito en 2015, durante el primer torneo de 30 equipos. “Uno de mis primeros objetivos fue superar a mi hermano y ser el primer jugador del barrio en primera. El debut fue en un momento difícil, en reserva me estaba yendo bien, me agarró Omar Labruna y me dijo 'a ver si te animás a hacer en primera lo que hacés en tercera'. Después cambió el DT y volví a bajar, volví a subir, fue un sube y baja. Fui saltando piedras y aprendí de todo eso”, afirma.
En Córdoba nunca se halló futbolísticamente: la gran competencia en el puesto, la soledad y la poca confianza de Frank Darío Kudelka le jugaron una mala pasada. “Creo que físicamente estaba preparado para el club, pero quizás mentalmente no”, cuenta. Préstamos a San Martín de Tucumán y a Arsenal sellaron su suerte en el conjunto de La Docta.
Al llegar a Sarandí sabía que tenía la última chance de lucirse en la máxima categoría del fútbol argentino y no la desaprovechó. Fue baluarte del conjunto sensación de Sergio Rondina, que realizó una campaña que lo depositó en la Copa Sudamericana en la misma temporada que había ascendido. “Le estamos muy agradecidos al Huevo. Él mantuvo la base y sumó refuerzos, entre los que caí yo. Era como que nos conocíamos de memoria, él nos daba total libertad y disfrutábamos jugar. El equipo estaba compuesto por chicos que teníamos hambre de mejorar y demostrar que estábamos para primera”, relata.
En 2020 el coronavirus y la incertidumbre sobre la extensión del confinamiento lo hicieron reflexionar sobre su futuro. La propuesta de Baniyas, de Abu Dabi, le ofrecía entrenar desde el día que llegaba, a dos semanas del comienzo del torneo. Por eso decidió embarcarse rumbo a Medio Oriente, al menos para probar suerte por un año. “Acá estás en el primer mundo, salís a la calle y te encontrás con el Burj Khalifa, tenés en la palma de la mano cosas que te sorprenden. Lo que fue la pandemia me descolocó y acá era todo tan abierto que me sedujo. El primer año pasó tan rápido que sentí que quería seguir”, manifiesta.
Pese al primer acercamiento, al que dio luz verde, el trámite de su nacionalización se hizo efectivo recién en 2023, cuando firmó con Al Wasl, y con vistas a 2025 podrá ser elegible para representar a Emiratos Árabes. A sabiendas de que estaba lejos de la Selección Argentina, aceptó la propuesta y tiene como objetivo disputar la Copa del Mundo 2026. “Al club le vino bien porque liberé un cupo de extranjeros y con el plantel que teníamos ganamos la liga de punta a punta. Ahora hay que esperar a que se cumplan los cinco años desde mi llegada y que me llame el entrenador. El sueño de todo futbolista es jugar un Mundial, sobre todo con tu país. A mi se me da otra realidad de poder ir a la Selección de acá y voy a hacer todo lo posible”, sostiene.
Como figura absoluta de uno de los equipos más grandes, valora el momento en el que decidió cambiar de equipo y salir de su zona de confort: “El club llevaba 17 años de sequía. En el arranque ganamos 10 partidos seguidos y eso nos acostumbró a ganar. No me había tocado ser campeón. Fue un desahogo terrible, peleamos 10 meses por un trofeo. Mi primer año en Baniyas la peleamos hasta el final. Esta vez me tocó coronar y ganar los dos títulos que había perdido. Cuando me premiaron, se me cayó el mundo y me dio la pauta de que había decidido bien”.