El recuerdo, que brota de su memoria con lujo de detalle en este viernes de concentración en un hotel cercano al Obelisco, lo retrata con nitidez. Nos habla de su formación, de su espíritu, de su entusiasmo por aprender, de su vocación de ladrón. Ya lo dijo Pep Guardiola en su charla en Buenos Aires: “Hay que robar, robar y robar”. Y Sergio Lippi se ha apropiado de ese precepto básico bastante antes de que saliera de la boca del mejor DT del mundo.
“Yo jugaba en Junín con un muchacho que había sido compañero de Passarella en Sarmiento –arranca–. El Loco Gutiérrez, uno que había cobijado a Daniel en sus comienzos. Fue en 1980, me acuerdo bien porque a fin de año empezaba el Mundialito en Uruguay. Además, porque Sarmiento había ascendido a la A, y por ese motivo, el club le hacía un agasajo a Passarella. Le pedí al Loco Gutiérrez que fuéramos a hablarle para que me dejara ver los entrenamientos de la Selección. Yo todavía jugaba, tenía 23 años, pero me gustaba ver todo. El Loco le habló, la Selección se estaba por concentrar un mes en la Villa Marista de Mar del Plata. ‘Mirá, vos decí que sos un primo mío de Chacabuco y entrás’, nos aconsejó Daniel”.
Siempre es más directo, y más honesto, ir con la verdad, pero el Kaiser parece que desde chico se siente más cómodo en cancha embarrada. El joven Lippi, al que le quedaban apenas dos años como futbolista por una serie de lesiones en la rodilla, aunque en ese entonces ni él mismo lo sabía, fue a Mar del Plata con un amigo en su Fiat 128. Llegó una noche a la Villa Marista, había demasiada seguridad. Vivíamos en plena dictadura militar. Se acercó hasta la puerta el Negro Nieva, uno de los colaboradores de Menotti. Lippi siguió el libreto sugerido por el capitán de la Selección. “Vos no sos el primo de Daniel”, lo apuró Nieva.
“Me agarró el vuelo –continúa Lippi–. Le conté la verdad: que eso me había pedido que dijera Daniel. Le expliqué todo, al rato llegó Daniel y a partir del día siguiente, ¡sabés cómo pasaba a los entrenamientos! Diez días me quedé. Miraba desde un costado y anotaba todo. Y eso siguió en Buenos Aires, ya me conocían y ni siquiera tenía que invocar a Passarella para entrar. Era una fiesta”.
Ese era el Lippi de 23 años. Imaginemos al que luego, una vez terminada su posibilidad de patear, se transformaría en profe de educación física primero y en entrenador después. Una máquina de observar y de acumular información. Una esponja. Veamos.
Sergio Lippi fue un defensor central que llegó a jugar 13 partidos en Primera División con Mariano Moreno de Junín en el Nacional de 1982, aunque también había participado con Jorge Newbery de su ciudad en las ediciones de 1974 y 75. “Me gustaba salir jugando, para la época debí haber pegado un poco más”, se autoevalúa. Tres cirugías en la misma rodilla lo empujaron a retirarse prematuramente: “Mi magra experiencia como futbolista profesional la promedié con mucha a nivel de conducción de grupos ya que participé en las áreas más cercanas a la conducción técnica: fui preparador físico, entrenador de inferiores y ayudante de campo. Sacando en la D, trabajé en todas las categorías”.
Aún sin terminar su carrera de futbolista comenzó a estudiar preparación física y a dirigir en las inferiores y también a la Primera de diferentes clubes en la Liga local: “Trabajé mucho en la formación, me parece que todo entrenador debería pasar por esa etapa de inferiores. Es un banco de pruebas importantísimo, te abre la cabeza, por más que después vayas a la Primera y sea una jungla, te ayuda. El secreto, para mí, pasa por la preparación. Cuanto más preparado, mejor. Después, quedás limitado a si la pelota entra o no, pero bueno, es otro tema”.
Héctor Rivoira le dio la posibilidad de ser ayudante y de empezar a conocer el fútbol de elite: “Estoy eternamente agradecido a Rivoira porque meter en el fútbol profesional a un tipo que no conocés, no es fácil. Recorrimos el país durante 6 años y aprendí mucho. Aparte, el Chulo no es el técnico que tiene al ayudante para que lleve las pelotas, me dio participación. Me hacía trabajar con el grupo que no jugaba, me consultaba y mi opinión valía”.
Cuando en 2008, Sarmiento le propuso el cargo de entrenador en la B Metro, Rivoira también fue generoso. “No lo dudes, te va a ir muy bien”, lo aconsejó. A Lippi le llamó la atención que lo buscaran, porque había jugado para la contra. En su primera experiencia lideró buena parte del campeonato, pero se cayó al final y tras algunas diferencias decidió marcharse. El primer ascenso lo consiguió con Douglas Haig: del Argentino B al A. Y con esa experiencia en la mochila volvió a Junín, armó un plantel convocando a gente que ya había ganado cosas y consiguió el objetivo: subir a la B Nacional.
-En un congreso de entrenadores de básquet, alguien dijo una vez: “Si tenés que armar un equipo, elegí a jugadores que ya hayan ganado, que te van a empujar al grupo”. Cuando el presupuesto lo permitiera, claro. Y procuré eso: trajimos a Cuevas de Grecia, a Wanchope Abila, a Claudio Flores y Martín Andrizzi, más Cerutti en plena evolución. Armamos un mix interesante. Creo mucho en la interrelación, Fernando Signorini me dijo una cosa a la que adhiero: “Hoy el jugador no quiere liderar ni ser liderado”.
-¿Por qué?
-Porque hoy el compromiso es mínimo. No quiere liderar porque no está preparado. Y no quiere ser liderado, porque no le gusta cumplir ciertas pautas. Hay que estar preparado para conducir al tipo de futbolista actual, para comprometerlo y sacar lo mejor de cada uno.
Sarmiento había ascendido 3 veces a la B Nacional y en las 3 ocasiones bajó en el primer año, entonces el desafío pasó a ser sostenerse. Lo logró con 58 puntos y arañó el tercer ascenso, que quedó en manos de Olimpo. En la segunda temporada, perdieron 5 fechas seguidas y tras la última de ellas (Patronato), Lippi declaró que hablaría con el presidente para no perjudicar al club. A los tres días tenía a más de 500 personas en la puerta de su casa, con gorro, bandera y bombo.
“Fue una cosa de locos –se emociona aún–. Por las redes sociales se organizó un banderazo. ‘Papá, mirá que se están autoconvocando y vienen para casa’, me dijeron mis hijos, porque yo no estoy metido en las redes sociales. Al final cortaron las calles, vinieron con banderas, tuve que salir, sacarme fotos. Lo valoro muchísimo porque yo no era un hombre del club, no era un tipo con historia en Sarmiento. La verdad que esas cosas te conmueven, pero por mi forma de ser me cuesta, porque soy de perfil muy bajo, si pudiera no salir a la calle, para mí sería mejor. Jamás olvidaré esa prueba de afecto, más en un ambiente como el del fútbol”.
Al otro día, el técnico habló con los tres capitanes que suele designar. Continuó en el cargo, pero fue sólo por un partido más, ya que una nueva derrota lo terminó de convencer de que el ciclo estaba cumplido. Sin embargo, al año siguiente, tras un semestre en Patronato, terminaría convirtiéndose en el máximo prócer de Sarmiento, con el ascenso a la Primera División. En el camino, mandaría a eyectar del banquillo por segunda vez a su antiguo jefe: el Chulo Rivoira. Primero cuando le ganó a Huracán y luego a Atlético de Tucumán, ambas con el Verde, en distintos momentos. Un auténtico desagradecido. “Mirá vos, las vueltas de la vida”, se sorprende.
“Ascendí varias veces en mi carrera de ayudante y luego de entrenador, pero es como dice Bielsa: prefiero que me recuerden por el camino, yo rescato el camino, todo lo que tuvimos que atravesar, las discusiones, el día a día es bravo”, remarca, y no hace falta ser muy sagaz para darse cuenta de que El Loco es uno de sus referentes. No sólo eso: también tuvo trato directo con él. Ocurrió en la década del 80, cuando Bielsa armó una red de contactos para rastrillar el país y proveer a Newell’s Old Boys de los mejores juveniles. El Loco de los chupetines era Coordinador de Inferiores codo a codo con Griffa.
-Bielsa viajaba por el país en un Fiat 147 y le reclutaba juveniles a Newell’s. Tenía contactos en todos los pueblos y ciudades y yo era uno. Me llamaba y me preguntaba: “¿Tenés un central clase 74 que hay prueba esta semana?”. Y después la seguía con otra consulta: “¿A quién conocés en Lincoln que sepa de juveniles?”. Y así armaba la red. ¡Mirá lo adelantado que estaba Newell’s en ese momento! Recuerdo haber llevado al Vasco Azconzábal a la prueba en Newell’s, con 15 años. Lo alojaban y lo probaban una semana. Y al entrenador que lo llevaba, o sea a mí, me organizaban una capacitación. Fui a escuchar una charla de Yudica, que era el técnico de la Primera, otra del profe, una más del psicólogo, estaba Griffa, entonces el chico entrenaba y yo algo aprendía, algo me debe haber quedado…
-Viste entrenamientos de Menotti, ¿de alguien más?
-De Griguol vi un montón, en su época de Ferro. Griguol es el padrino de la escuela de técnicos de Junín, que se llama Osvaldo Zubeldía. Colaboró siempre con charlas desinteresadamente, tanto él como el profe Bonini y Cai Aimar, muy buena gente. Yo iba muy seguido a Pontevedra a ver los entrenamientos, me quedaba a comer con ellos, un verdadero lujo. Aprendí mucho. Esto también lo hice cuando viajé a Madrid con River de Junín hace bastante tiempo. Fueron tres años seguidos: armé todos los contactos y fuimos. Cuando había un día libre y todos se iban a Toledo a comprar cuchillos, yo me escapaba al centro de entrenamiento del Real Madrid a ver prácticas. Siempre fui mi pasión ver y aprender.
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