Harrington es un lugar apacible, alejado del cemento hirviente de Nueva York, a cuarenta minutos del West Side Tennis Club, y propietario de la calma necesaria para quien quiera substraerse a cualquier otra tentación que no sea la de la actividad que desarrolla. Un lugar exacto para mantener la concentración y la tranquilidad, el que eligieron Guillermo Vilas y Ion Tiriac como hábitat para este Forest Hills 1977. El Westchester Hotel, de Harrington, siguió su tediosa rutina diaria en la mañana del once de septiembre. Desayunos, pasajeros que llegan y chequean su reservación, amabilidad en el trato. Para nadie este domingo soleado tiene nada en especial. Y a uno le parece imposible, porque toda la ansiedad y nerviosismo que posee quisiera compartirla, alejarla, poder mantenerla aletargada hasta que llegue el momento de que en el Gran Stadium de Forest Hills, Guillermo Vilas intente la hazaña ante Jimmy Connors. O al menos meterse dentro de un ambiente convulsionado, que comparta o deseche las dudas y las esperanzas, que se mueva al palpitante ritmo del acontecimiento, al compás de la gran posibilidad. Que discuta, que viva. Pero el mozo sirve el café indiferente. Me dan ganas de preguntarle quién gana para él pero temo que ni siquiera sepa que hay un campeonato de tenis, que un argentino puede convertirse hoy en el mejor jugador del mundo, que todo un país, allí en la lejana South America, está viviendo un día tenso, hablando y sintiendo un momento deportivo excepcional. Por lo de Boca, por lo de Reutemann. Me dan ganas de decirle que anoche apenas pude dormitar un par de horas, porque como en una película documental, me fue pasando la fresca historia del marplatense. Sus tristezas y sus triunfos.
Aquel año 1974 de su gran despegue, el asombro del mundo cuando ganó el Masters, su victoria en el Gran Prix del setenta y cinco, su desilusión al perder la final de Roland Garros contra Borg. O aquel hombre con mayúsculas que luchaba desesperadamente contra un físico agotado, en la semifinal del Masters del setenta y seis contra Fibak. Y me acordé también de aquel chico que hacía abdominales en la pieza del hotel en Londres, y salía a correr solo por el High Park en medio de la lluvia. O de aquel otro, más pequeño, que estudiaba en los trenes y en los ómnibus mientras iba y venía entre Mar del Plata y Buenos Aires, y se congelaba las manos en el frontón durante el invierno. Todos eran uno mismo. Pequeño, joven, hombre hoy, cada una de sus acciones buscaban una sola meta, una razón para el solitario oficio que eligió: convertirse en el mejor jugador del mundo del tenis. Y ese chiquilín, ese joven, este hombre, estaba finalmente por terminar su camino, su búsqueda, su razón de vivir.
Podía tomarla el domingo once de septiembre en Forest Hills. Un norteamericano agresivo y genial se la iba a disputar.
Eran exactamente las diez de la mañana cuando apareció en la puerta del hotel. Enfundado en su buzo azul y celeste, con su apellido en la espalda, con las zapatillas super-pros con sus iniciales grabadas que usa cuando juega en los Estados Unidos. El día esperado comenzaba para Vilas, trabajando. Despaciosamente comenzó el footing sin que ninguno de los habitantes de Harrington se sorprendiera por ello. Ion Tiriac se sentó a la mesa.
Una figura increíble la del rumano. El decide cada movimiento de Guillermo, hasta el más insignificante. Nada puede hacerse sin consultarlo. Pero el método parece entregar excelentes resultados y se cumple sin excepción. Él también está vestido de tenis. Apenas aparece la figura de Guillermo en la distancia, se levanta y se dirige al court del hotel. Todo lo hablado la noche anterior tendrá ahora su ensayo general, para la gran presentación de la tarde. Precalentamiento y, rápidamente, a empezar a pegar con slice, haciendo que la pelota baje para no darle ángulo a Connors. Guillermo se mantiene pegado a la línea, cumple con lo indicado y se va metiendo en la mecánica del partido. En los problemas que deberá enfrentar horas más tarde. Son sólo cuarenta minutos, pero aprovechados perfectamente. Ahora queda esperar. Una ducha y ya es mediodía. Por la televisión empiezan a transmitir el doble femenino, mientras Vilas almuerza en la habitación con el teléfono desconectado, como en todos estos días. Cada comunicación pasó por las manos de Tiriac y cada mensaje fue llevado puntualmente. Carne, legumbres, jugo de naranja, ensalada de fruta y un té frío. Yo no puedo probar bocado. Me pregunto cómo lo puede hacer él. La tensión crece. Lo toma a uno en todo el cuerpo. Por la noche, un argentino puede ser el mejor jugador del mundo y uno está presente. Se hace difícil creerlo. Se hace difícil estar enfrentado simplemente a la posibilidad. Sólo Guillermo Vilas sabe lo que sacrificó y lo que realmente representa. Sólo él.
Camino a la gloria
A las trece, Tiriac acerca el Chevrolet Nova gris que tienen alquilado a la puerta del Westchester Hotel. Dos mozos españoles se acercan para desearle suerte a Viles, que baja con ocho raquetas y el bolsón verde head en la mano.
Tiriac maneja. Guillermo se sienta a su lado. Desde la puerta del hotel los dos mozos le gritan "fuerza, Vilas". Cuando después de cuarenta minutos de viaje arriban al West Side Tennis Club, hay dos policías esperándolos para que puedan llegar a los vestuarios. En la puerta hay argentinos residentes aquí, jovencitas que quieren su autógrafo, mil manos que quieren tocarlo. Sonríe, trata de contestar a cada buena expresión de deseo que se le formula. Pero está pensando en el partido, el rostro contraído, la mirada ensimismada. Su concentración comenzó exactamente con el último punto del partido con Solomon. Suben los dos. Hay prohibición total de molestar en el vestuario. Allí, Bill Norris, el masajista oficial en todos los grandes torneos, trabajará sobre los músculos del marplatense. Es como para el corredor de autos el momento anterior a la largada, el momento más angustiante para un jugador de tenis. La soledad en el vestuario, listo para entrar a la arena como los viejos gladiadores romanos.
Son las quince cuando aparecen en la cancha secundaria. Otra vez el peloteo, pero esta vez más liviano, sólo para calentar los músculos y hacer que los nervios desaparezcan al contacto de la raqueta con que se jugará el match. Chequear la tensión del encordado, preparar el brazo para el esfuerzo. Cada tanto levanta la vista y mira hacia el gran estadio, que ya está colmado desde las catorce, como pensando qué le espera allí. Pregunta: "¿Hay mucha gente, no?". Se le nota serio, trasunta el momento que le toca vivir. Pasan otros cuarenta minutos y Tiriac da por finalizado el precalentamiento. "Suerte". "Gracias". Se va a cambiar de remera, la misma que usó en todo el torneo (una cábala de muchos años ya) y esperará el llamado por parlante interno en los vestuarios. Cuatro años de dura lucha están por terminar. Vilas lo presiente. Sabe que es capaz.
Cuando lo vuelvo a ver entra con Jimmy Connors al estadio. Como un fantasma me aparece la semifinal del año pasado. Regresa esa imagen de un Connors netamente superior, tremendamente superior. Trato de alejarla pensando que ahora no es lo mismo. Que este Vilas con 38 partidos consecutivos sin perder y con siete torneos ganados está lo suficientemente maduro como para vencer a Connors en su propia casa. Otra vez llegó a la final sin perder un set. Connors también. Vilas encontró allanado el camino, con todas las eliminaciones que hubo por su lado, en el transcurso de las dos semanas.
Pero él salvó los escollos con tal facilidad que no dejó dudas. Inclusive contra Solomon, donde jugó un excelente tercer set y el mejor partido de los realizados en el torneo. Connors maravilló contra Orantes pero otra vez cayó en el cono de las dudas ante Barazzutti. No alcanza a mantener el ritmo violento de su juego. Tiene grandes lagunas que se pueden aprovechar. Hacen las presentaciones. Vilas recibe muchos más aplausos que su adversario. Nadie se extraña. La extravertida personalidad de Connors, su afición por las señoritas finas y sus desplantes en la cancha le han dado una imagen que los norteamericanos no aceptan. Y menos le perdonan haber dejado plantada a Chris Evert. Realmente un pecado. Los dos están muy nerviosos. La responsabilidad y todo lo que hay en juego los ata. Connors necesita de una buena actuación para salvar un año sin grandes victorias. Vilas está por atesorar lo que soñó toda su vida. Cometen errores gruesos, casi de principiantes. Vilas gana cómodo el primer game porque el norteamericano se apura y no acierta una sola devolución. Saca Connors y es evidente que Vilas está lento, sin reacción. Se mueve tarde y prepara tarde sus golpes. Engancha la pelota con su drive por no estar bien agachado, a la altura que le llega la pelota. Tiriac, sentado en el fondo de la cancha, al igual que Pancho Segura Cano, le pide tranquilidad, le hace señas de que flexione las piernas.
Connors es el primero en reponerse de la crisis inicial, en meterse en el partido y comenzar a manejarlo. Vilas juega pegado a la línea de fondo, pero no utiliza el slice, pega con top haciendo que la pelota se levante y facilita el juego del norteamericano. Connors apenas sube consigue mejores ángulos de devolución y su drive cruzado saca de la cancha totalmente al marplatense. Le quiebra el servicio a Vilas en el quinto y séptimo game y se lleva el primer set. Es claro dominador, impone su juego agresivo y sin especulaciones. Juega sobre las líneas, arriesgando a todo o nada y se le da más en todo. Es su estilo, es su personalidad y él lo sigue fielmente.
En el segundo set comienza otro partido. Vilas empieza a utilizar la táctica indicada por Tiriac: pelota baja sobre el drive de Connors. Es que el norteamericano pega plano ese tiro y con la raqueta en esa posición se le hace muy difícil poder levantar las pelotas que se vienen arrastrando y con efecto. Están igualados en tres y Vilas gana muy fácil pese a que le cobran un "foot fault" el game de su saque: 4-3. Es el momento para quebrar. Allí uno se da cuenta de que el marplatense está con la mente fría. . . Se concentra y cambia sobre la marcha. Como no lo hizo en todo el match. Va al ataque. Sorprende a Connors yendo a la red después de un corto peloteo y el local sin timming para el passing shot tira afuera dos seguidos. Ya no tiene la precisión del comienzo y le cuesta mantener el juego de fondo que le propone su adversario. Vilas va al saque con el 5-3 y juega sus posibilidades sacando admirablemente. Cuando está 40-15, con toda la presión puesta sobre su adversario en el set point, demuestra su capacidad para definir. Lo espera en el fondo y de pronto le juega una pelota a mitad de cancha. Connors cree tener la gran posibilidad y viene a la red. Se encuentra con un formidable passing de revés y el score igualado en un set. Llevan jugando casi dos horas y todo está como al comienzo.
Tercer set. Definitorio. El raudo de todo el partido y más de éste, con tantos nervios. Quien lo pierda difícilmente tenga fuerza anímica para ganar dos sets seguidos. Llegó la hora de definir. Y justo allí Vilas comienza a cometer imprecisiones. Se equivoca en el revés, su mejor golpe. Uno ya no puede con los nervios. Connors se escapa inexorablemente en el marcador. Parece que todo se derrumba, es el momento más dramático para los argentinos. Salvo Vilas.
Y cuando llega el famoso séptimo game (el más importante en cada set) Vilas está perdiendo 4-2. Pero utiliza genialmente el contraataque. Primero de revés y luego de drive. El apuro de Connors por ganarlo lo lleva a equivocarse en el ataque. Elige pelotas débiles y el marplatense le quiebra el saque. Llega el mejor momento del argentino; combina pelotas lentas con tiros profundos y potentes. No le da la medida ni el ritmo a Connors para que lo apure con sus temibles drives. Llegó el 5-0 y 40-0 a favor. La gloria ya estaba a su lado. Pero le costó aprisionarla. Connors luchó denodadamente. Igualó en cuarenta y después de ese tremendo esfuerzo su mente falló. Se desconcentró, se relajó tras salvar tres match points seguidos y cometió doble falta. Ya no tuvo solución. Vilas devolvió de drive dos contestaciones más y pelota baja al drive. Connors le pega paralelo y la pelota se va lamiendo el fleje. Vilas salta, festeja, duda porque el linesman no aclaró su fallo. Lo mira y señala mala. Ahora sí se puede festejar. Ahora sí se pueden dejar escapar las lágrimas. Lo suben en andas. Lo busca a Tiriac para estrecharse en el abrazo. Después de cuatro años llegó a ser el mejor. Lo merecía.
"Ya llegué donde quería. Soy el número uno del mundo aunque como no soy ni sueco ni europeo ni americano va a haber muchos que digan que no y que van a molestar. Pero cuando gane el Gran Prix ya no van a tener qué argumentar. Y aunque no quieran un sudamericano será el mejor. Con esto termino una etapa. La más importante de mi vida y con ello me doy cuenta de que me estoy poniendo viejo porque empiezo a recordar. El triunfo de Forest Hills se lo doy a mi país. A esa Argentina que no puedo disfrutar por tratar de conseguir esto. Pero no es el triunfo más importante de mi vida. Creo que Roland Garros fue más. Para mí aquello fue todo. En el corazón de cualquier tenista Roland Garros está primero. Porque es una tradición y porque como jugador de ladrillo siempre soñé en ganarlo. El tenis nació en Europa y Estados Unidos le sacó preponderancia por dinero pero no por calidad, y ganar en París siempre será más importante que ganar aquí, que es un torneo que cambia cada año, de piso o de gente. Pero de cualquier manera estoy en el lugar que siempre soñé. Aunque no lo logré yo solo. Yo soy el deseo de mucha gente que puso su grano de arena para que fuera lo que soy. A ellos se los debo. Sin amigos, sin gente que sufra y goce con uno, uno no es nada. A fin de año reuniré a todos mis amigos para decirles gracias. Gracias por llevarme a ser el mejor jugador de tenis del mundo."
Era el momento de la gloria, de la fama. Pero ni siquiera allí se dejó atrapar por el egoísmo de la insensibilidad. Vilas demostraba que también era grande fuera de la cancha. Él lo hizo todo. Pero lo compartía con todos aquellos que lo ayudaron a conseguirlo. Y eso sólo lo pueden hacer los grandes. Los verdaderamente grandes. Y Guillermo Vilas lo es.
Por LUIS A. HERNANDEZ
Fotos: ALDO ABACA. (Enviados especiales a Nueva York) Radiofotos y servicio de radiofotos exclusivas: THE ASSOCIATED PRESS