2003. Lepra y cumbia
EL GRÁFICO reúne a los tres colombianos que jugaban en Newell´s en 2003 y cuenta caso por caso como fue su llegada al fútbol argentino. Bermudez, Patiño y Vásquez le ponían ritmo al Newell´s del Bambino.
En los 50, los argentinos elegían Colombia, ahora son los colombianos quienes vienen a la Argentina. Newell’s, como antes Boca, a instancias del Bambino convocó a Bermúdez, pero también a Patiño y a Vásquez. El trío que le pone música al fútbol rojinegro cuenta cómo vive esta nueva experiencia.
Su imagen de por sí intimida. Con su 1,86 metro y su gesto recio, cuesta imaginarse a Jorge Bermúdez zarandeando las caderas al ritmo de una pegadiza cumbia colombiana. Incluso, ante la solicitud de una sonrisa de parte del fotógrafo, el zaguero de Newell’s responde cortante: “Patrón sonriente no sale bien”. Más allá de todo esto, su compatriota Julián Vásquez revela que “los colombianos tienen que saber bailar, es regla, pero el argentino no, no. No sabe”.
Aparentemente, todo pasa por llevar el ritmo en la sangre. “Yo en Colombia bailo muy mal, pero aquí soy el mejor. Aquí una oreja se mueve más que un argentino”, agrega el artillero de la Lepra. Jairo Patiño afianza la tesis mientras ensaya con ganas unos pasos entre flash y flash, aunque resalta que la música no sólo sirve para bailar: “En la concentración, sólo escucho discos cristianos y leo mucho la Biblia, eso me ayuda en mi vida”. Se nota que los colombianos sienten la música de un modo especial.
Evidentemente, con el fútbol pasa algo parecido. Tienen ese gusto particular por el buen juego, por la técnica ante todo, pero sin dejar de lado la garra, sin olvidarse del carisma necesario para conquistar al hincha argentino. La mayoría de los colombianos que pasó por estas tierras dejó un buen recuerdo, y por eso Héctor Veira decidió repetir su buena experiencia en Boca y se la jugó por tres fieles exponentes del fútbol cafetero. El Bambino quería un equipo con mucho ritmo y qué mejor con tres colombianos en el plantel.
Al ritmo del Patrón
El exilio griego se había hecho insoportable. El banco guardaba el fruto de dos años de sacrificio en el Olympiakos, de Grecia, y su corazón el deseo de volver a vivir el fútbol argentino. Jorge Bermúdez no era el Patrón en el Partenón y con los bolsillos contentos ya era hora de dejarle su turno al alma. Por eso, feliz, se enfermó de Lepra para emprender el regreso. “Era algo que necesitaba por todo lo que viví en el fútbol argentino. Creo que es el sitio donde mejor me siento, y pegar la vuelta para mí era vital”, arranca el zaguero.
Se lo nota contento. A pesar de su actitud de duro, a medida que la sesión de fotos toma color, Bermúdez deja ver que está como en casa. Es más, ante un nuevo pedido del fotógrafo, esta vez para que baje el mentón, el defensor, una suerte de César “Banana” Pueyrredón de la redonda, contesta tentado: “Difícil, hermano. Métele un machetazo, ja”.
Su risa espontánea contagia a sus compinches. Se hace evidente que Jorge siente el sabor de estar otra vez en su salsa. “Extrañaba el fútbol argentino y el ambiente que se vive acá: las canchas. Para mí eso fue lo más importante”, continúa el central.
Mientras planeaba y anhelaba el retorno a su patria futbolera, muchos clubes se mostraron interesados en ofrecerle que habitara su cueva. Sin embargo… “La única propuesta seria en lo económico y en lo profesional que se me hizo cuando sonaron San Lorenzo, Independiente y otros más fue la de Newell’s. Entonces no había mucho que pensar.”
“A armar las valijas”, le habrá dicho a la patrona dispuesto a viajar a la Argentina, aunque, esta vez, con una idea diferente a la que lo había traído a Boca en 1997. “Este Bermúdez vino a buscar su consagración personal. Ya no tanto el reconocimiento de todo el mundo, porque gracias a Dios tengo un nombre que mantener. Ahora lo que deseo es encontrarme con aquel defensor que se fue de Boca y disfrutarlo.”
Ojo, a no malinterpretar: disfrutar no quiere decir relajarse. “Mi consagración personal sería tener un excelente nivel durante todo el año y ubicar a Newell’s en los primeros lugares del torneo.” Y por qué no, hacer de la Lepra un grupo con la mística ganadora de aquel Boca del Virrey. “Los equipos se construyen con tiempo. Antes de que llegara Bianchi, aquel equipo había estado un año junto. Entonces, hay que darle partidos, hay que darle confianza a un entrenador, a la base de un equipo, que es la que después va a desarrollar el funcionamiento. Así que está en nosotros el deseo de ganar muchas cosas para la gente de Newell’s y para nuestras propias vidas.”
Más allá del tiempo de formación lógico que pide el Patrón, aquella gran victoria ante River en el Monumental le dio al conjunto de Veira la chapa de candidato. “Yo lo disfruté mucho por la rivalidad y más por la forma en que ellos me ven. Cuando más presión tengo, más me putean, más mal me tratan, es cuando más disfruto, y eso es lo que pasa contra River”, sostiene Bermúdez.
El fotógrafo exprime el último rollo, hasta que, sin aviso, se suelta el cable que une la cámara con el flash. “Muchachos, hay que repetir todo”, bromea Jorge ante la risa-ruego (¡por favor, no!) de sus compinches. En ese instante, el recuerdo del trío Bermúdez-Córdoba-Serna se hace presente, aunque para el Patrón no se puede comparar. “Con Oscar y con Mauricio tuvimos la oportunidad de llegar a Boca, ganar muchos títulos y entendernos muy bien. Además, éramos compañeros en la selección. Ahora con Jairo y con Julián estamos tratando de empezar un nuevo proceso, de ser importantes en un equipo que quiere crecer.”
De lograr su objetivo, seguramente podría tener una nueva chance en la selección, aunque para el Patrón es una etapa cerrada. “Tengo ya 32 años, no me considero mayor ni mucho menos, pero creo que en este momento hay grandes defensas, además muy jóvenes, como son Iván Ramiro (Córdoba), Yepes, Perea, Orozco…”
Para el torneo Apertura 2003, se produjo una llegada masiva de colombianos a la Argentina y, como uno de los pioneros de la vieja guardia, Bermúdez no oculta su alegría: “Siento mucho orgullo, satisfacción y el deseo de que les vaya muy bien para que tengan un buen presente y que el futuro sea cada vez mejor para que sigan llegando muchos más. Creo que la puerta para los colombianos en la Argentina nunca estuvo tan abierta como hoy”.
Ahora sólo resta sacarle brillo a esa chapa de candidatos. ¿O, no? “Newell’s es un equipo que va a dar mucho de qué hablar, que va a seguir creciendo y que si se le da tiempo va a llegar a cosechar muchísimos triunfos.”
COSTÓ, PERO LLEGÓ
Nacido hace más de 25 años en el barrio popular de Cali, Valle del Cauca, Jairo Patiño, conocido por todos como El Viejo –apodo que heredó de su abuelo, por su parecido físico–, debutó en Deportivo Cali a los 19, pero recién seis años después empezó a ser considerado como una de las figuras del fútbol colombiano. Segundo de cinco hermanos –todos varones y futbolistas–, Jairo creció sabiendo que la pelota era la única esperanza para mejorar su vida. Mamá Alcira, ama de casa y modista, y papá Jairo –“que trabajaba de mulero, cargando containers en el puerto y que desde hace dos años vive en España porque allá tiene más oportunidades”– siempre tuvieron que rebuscárselas para que a sus hijos no les faltara la comida. Por eso, desde esos primeros picados en el club Real Rivera, Jairito sabía cuál era su meta: “Siempre quise ser futbolista. Un momento bastante importante en mi vida fue cuando mi hermano mayor, Milton, llegó a la Primera de Atlético Nacional. Se me metió en la cabeza eso. Me decía a mí mismo: ‘Si él llegó, que es arquero, yo tengo que llegar’. Era una meta, un objetivo, una obsesión”. Para lograrlo, primero tuvo que superar la difícil prueba en el Boca Juniors de Cali: “El día que elegían a los jugadores, había unos 300 muchachos, pero yo me tenía mucha fe y quedé”.
Tiempo después pasó al Deportivo Cali, donde hizo las inferiores y el 1° de febrero del 98 cumplió su sueño: “Faltaban cinco minutos para que terminara el clásico con América de Cali, en el Pascual Guerrero, y el técnico me mandó a calentar. El partido iba 2-2, y me moría de los nervios. Cuando entré no lo creía”. Ese año formó parte del plantel campeón, pero jugó muy pocos partidos. En el 99 empezaron las idas y vueltas. “Salió el préstamo para Atlético Huila, que era un equipo chico, y ahí tuve la oportunidad de figurar un poco más, de ganar experiencia y madurez, de sumar partidos.” En 2000 no bien regresó al Cali lo volvieron a prestar, pero esta vez al Deportivo Pasto, donde le fue muy bien. Sin embargo, en 2001, tampoco le hicieron lugar en el Cali. “El cuerpo técnico no confiaba en mi juego. Seguí trabajando fuerte, pero no jugaba. Fue difícil, porque venía de dos años de continuidad y pasé a jugar un partido y, recién a los dos meses, otro.” Como 2002 parecía que sería una repetición del año anterior, Patiño pidió que lo mandaran otra vez al Pasto. “Todo lo que no logré en Cali se me dio allí. La rompimos, llegamos a la final del Campeonato Colombiano y clasificamos para la Copa Sudamericana. Fue toda una revolución. Todos me preguntaban lo mismo: ¿por qué no rendía igual en Cali? La respuesta era sencilla: en Pasto me dieron la oportunidad y en Cali no”. Después de esa gran temporada le llegó la tan ansiada oportunidad y tras sus buenas actuaciones –sobre todo en la Copa Libertadores– su nombre empezó a sonar para la Selección. “Se corría el rumor de que por ahí me citaban antes del partido con Honduras. Entonces empezó el cosquilleo y el mirar las noticias para ver qué decían. El día que la confirmaron no lo creía.” Con la camiseta colombiana, las cosas no le podrían haber salido mejor: en un par de amistosos se ganó la titularidad y la rompió en la Copa Confederaciones y en la Copa de Oro. Justo en el mejor momento de su carrera vivió el peor día de su vida. “La muerte del camerunés Foe fue algo muy triste. Cuando él cayó, yo justo pasaba por al lado y enseguida me volví. Al voltearlo, vi que tenía los ojos idos. Me di cuenta de que estaba inconsciente y me sentí muy impotente: desesperado, empecé a pedir que vinieran los médicos. Automáticamente, en ese momento, imaginé que Foe podría ser yo, un compañero o un familiar.” Ya como titular indiscutido de la selección Colombia, su nombre empezó a sonar en varios equipos, pero por recomendación de Jorge Bermúdez su destino fue Rosario: “Newell’s necesitaba un volante por derecha, y el Patrón me recomendó. También ayudaron las opiniones de Darío Sala y de Julián (Vásquez)”. Si bien el fútbol argentino es muy seguido en su país, Bob Patiño –como lo apodaron sus compañeros del plantel por el personaje de Los Simpsons– tenía algunas dudas sobre su nuevo equipo. “Allá se sabe mucho de Boca, River, Racing, Independiente y San Lorenzo, pero no tanto de otros clubes. Por eso no sabía con qué me iba a encontrar. Pero al llegar acá, descubrí que Newell’s es un equipo grandísimo, con mucha historia. Entonces hay un compromiso y una responsabilidad muy grandes con esta camiseta y con esta hinchada maravillosa.”
LA METAMORFOSIS, SEGUN JULIAN
El entrenador de la selección de fútbol del Departamento de Antioquia no anduvo con vueltas. Semejante talento no podía quedar afuera. Siempre bien ubicado en el área, atento a todos los movimientos ofensivos, rápido, decidido… Julián Vásquez tenía que ser el número uno de la convocatoria… y del equipo titular, claro: “Yo empecé como portero –sorprende el delantero de la Lepra–. Le daba mucha dedicación a los entrenamientos y poco a poco, sin darme cuenta, me fui metiendo”.
Emulando los pasos de su hermano mayor Héctor, un interesante puntero izquierdo que no llegó a ser profesional, Julián comenzó a jugar en el colegio San Ignacio. “Fui arquero durante seis, siete años. Incluso llegué a estar en una selección de mi provincia”, agrega.
Mientras volaba de palo a palo, el pibe nacido en Medellín se esforzaba por imitar todos los movimientos del belga Jean-Marie Pfaff. Sin embargo, también tenía otro espejo. “Siempre me gustó Marco van Basten. Cuando era chico tenía la posibilidad de verlo jugar y lo admiraba mucho”, confiesa.
Esa capacidad para el arco que evidenciaba en su escuela quedaba de lado en los picados con amigos, donde se calzaba la pilcha de goleador: “Hasta los 17 años estuve en el arco. Pero llegó un momento en el que dije que no quería atajar más. Y en el primer partido oficial que jugué como delantero, con el equipo del colegio, marqué tres o cuatro goles, y me dejaron ahí”, recuerda.
Una catarata de goles a favor enterró al arquero para siempre y, en 1992, debutó en Primera con Envigado. “Haber sido portero le da a uno, de pronto, un poquito de confianza, porque sabe las dificultades del puesto… Entonces uno tiene ventaja. Sabe cuál es el punto débil y trata de aprovecharlo. Hubo mucha gente que, en su momento, decía que yo era mejor portero que delantero. No sé qué pensarán ahora”, desafía con una sonrisa pícara.
A pesar de su inminente futuro, al principio, el fútbol era sólo un hobby para Julián. Su objetivo era completar administración de empresas. Pese a que su padre Héctor había formado parte de la selección de básquet de Antioquia, en la casa de los Vásquez la prioridad era el estudio. “En el 94 no arreglé contrato en Atlético Nacional. Y como estuve seis meses sin jugar, me dediqué de lleno al estudio. Luego me llamó un técnico de la B profesional y me dijo si quería jugar en su equipo. Le contesté que sí, sin problemas, y volví al fútbol.”
Poco a poco, los goles le fueron ganando a los libros y la carrera universitaria quedó postergada (le faltan ocho materias). Claro que su carrera en el fútbol comenzó a crecer. En 2001 pasó a América de Cali, donde este año le demostró su valía a todo el continente. “Este primer semestre, en el que fui segundo goleador de la Copa Libertadores –con tres festejos a River incluidos–, y en Colombia, en el primer torneo, fueron lo mejor de mi carrera.”
Como para coronar su gran momento, llegó la chance de pasar a Newell’s y seguir festejando ante los millonarios de Núñez. “Vine a la Argentina porque era la posibilidad de mostrarme internacionalmente y de hacer goles en un país futbolero. Además, me gusta mucho la cultura que hay aquí. En el hotel donde estaba hospedado, veía a los mozos hablando de Mozart, de Bach, y en Colombia es raro ver eso. Me sorprende gratamente”, revela Julián, quien está casado y gusta de la lectura (“estoy con un libro acerca de Las 20 Grandes Intrigas de la Historia”), las pizzas, las pastas e Internet.
En la rama musical, el delantero elige a Alberto Plaza, aunque reconoce haber oído bastante cumbia en los vestuarios argentinos. “Muchos temas se escuchaban en Colombia hace 15, 20 años, pero con otro tipo de música. La verdad, no me gusta mucho. Pero hay momentos en que sí, se pueden hacer jodas. En el bus bailamos y es bueno para molestar”, admite el delantero de 31 años.
El baile sale a escena nuevamente y Julián insiste con su tesis de que los argentinos carecen de ritmo. “De pronto Ariel Rosada se quiere hacer el bailarín, pero el cuerpo no lo deja.”
Julián se tienta y muestra su sonrisa. “Mi sueño en la vida es buscar la felicidad. Y en el fútbol, ahora, sería quedar goleador en la Argentina y llegar a instancias importantes con Newell’s.”
Lo de valderrama
“No vengo a rescatar a Newell’s, sólo vengo a aportar lo mío, que es talento y experiencia.” Enfundado en la camiseta de la Lepra, éstas fueron las primeras palabras de Carlos Valderrama en su presentación, en enero de 1995. El monto del pase estaba pactado en unos 800 mil dólares, y el jugador cobraría “unos 400 mil dólares anuales”, según él mismo había reconocido.
Sin embargo, unos días más tarde, el Pibe se despachó a gusto desde su tierra natal. “No iré a Newell’s ni aunque hoy me pongan la plata. En lugar de pagarme el ocho por ciento de la transferencia más un adelanto, me ofrecieron dos cheques. Por eso no firmé. Junior puede venderme a cualquier club menos a Newell’s”, expresó furioso.
Sorprendido, el presidente Eduardo López atinó a decir: “Acá hay algo raro y no sé qué pensar”.
Otra versión afirma que al colombiano lo asustaron los problemas que podría tener por la rivalidad entre Newell’s y Central, el acoso que podría sufrir por parte de los hinchas canallas y el hecho de que la Lepra luchara por zafar del descenso.
Por Maxi Goldschmidt y Marcelo Orlandini
Foto: Alejandro Chaskielberg
Educados y capaces
El entrenador de Newell’s explica por qué elige jugadores colombianos y analiza sus virtudes.
De mi experiencia por haber trabajado con ellos en Boca (allí conocí bien a Oscar Córdoba, a Jorge Bermúdez y a Mauricio Serna), saqué conclusiones más que positivas y por eso, cuando pensé en la renovación en Newell’s Old Boys, hice gestiones para contar en el plantel con algunos futbolistas nacidos en Colombia. A uno, el Patrón, ya lo conocía desde su paso por el club de la Ribera, pero tampoco con los otros me equivoqué, al menos hasta ahora, los tres están rindiendo en un buen nivel.
¿Por qué elijo a los colombianos? Por algo que es muy sencillo de explicar, al menos para quien los ha tratado como yo: son grandes profesionales, con mucha educación y respeto por la profesión. Futbolísticamente, además, me atraen porque los jugadores de Colombia son tácticamente muy disciplinados y, en general, tienen muy buen trato de pelota. Pero insisto en que especialmente son muy educados y cumplen al pie de la letra con todas las consignas de trabajo. Por otra parte, también saben adaptarse rápidamente a los grupos humanos. Y eso ha ocurrido aquí en Newell’s, por eso estoy muy conforme con la llegada de los tres.
Tampoco tengo problemas para vertir una opinión sobre el rendimiento de cada uno de ellos en el campo de juego.
Jorge Bermúdez: es el clásico líder natural. Lo trajimos porque es importante para el trabajo táctico y anímico de la semana. Es un gran consejero para los más jóvenes. Para mí, es de un valor fundamental.
Julián Vásquez: lo seguimos durante los torneos sudamericanos y sobre todo en la última Copa Libertadores. Goleador nato, con frialdad para definir y precisión en el remate. Pedimos referencias como persona y nos dieron las mejores. Por eso decidimos incorporarlo en forma definitiva.
Jairo Patiño: capaz para moverse por derecha e izquierda. Un volante muy completo, importante en el ida y vuelta. Además, le pega fuerte y bien a la pelota. El gol que le hizo a River es un claro ejemplo.
Por Héctor Veira