2004. Cómo me voy a olvidar
Calderón y Mazzoni surgieron del ascenso, fueron compañeros en Independiente con Burruchaga quien después los dirigió en Arsenal. Los caminos paralelos de dos ídolos de Estudiantes.
Con las piernas casi lampiñas y los pulmones de un globo aerostático, dos combativos del ascenso fantasean con romper el mundo a patadas, aunque lo más cercano que estuvieron del fútbol grande ha sido una platea baja. Un día se cruzan en el mismo sueño y muchos años después se vuelven a encontrar, con menos tensión, como la piel que ahora rodea sus ojos. Los viejos sueños han devenido en viejos recuerdos, gracias a una voracidad que, quizá, ya no sea tan voraz... “Yo me quiero retirar jugando para Cambaceres”, dice uno. “Yo, en cambio, voy a dejar el fútbol jugando para Dock Sud”, dice el otro. Se miran y se asombran de las firmas que garabateó la experiencia en sus rostros. “Cuando lo volví a encontrar, lo primero que pensé fue: ‘¡Qué viejo está!’”, enfatiza Mazzoni. Y Calderón lo mira. Indiferente a la crítica, se dispone a responder el test respecto del currículum de Javier: “Es un tipo al que le costó llegar a donde está hoy, pero lo tiene bien merecido. Pasó por el Nantes, el Lausana, de Suiza, y el Racing, de Santander …”. La Chancha no ha estudiado tanto, y a la idéntica pregunta sobre el pasado de su compañero, responde titubeando: “Caldera estuvo en el América, en el Toluca, y…”. Ante un absoluto vacío informativo disfrazado de mala memoria, José se apiada y disimuladamente comienza a mover los labios para soplarle a Mazzoni la respuesta. Pero no, el fraude queda al descubierto, una chiquilinada, dos inmaduros totales. “Me agarraron, está bien, me está soplando –confiesa la Chancha–. En realidad, cuando supimos que la nota era con los dos, intentamos contarnos todo lo que habíamos hecho, porque en España no se ve mucho fútbol mexicano. Pero ojo, sí sé que pasó por la Selección, que no lo consigue cualquiera. Yo no estuve nunca, por ejemplo”, dice, con una humildad efímera que minutos más tarde sería desenmascarada en un debate que los enajena: “¿Cuál es más ídolo de Estudiantes? ¡Mazzoni!”, contesta José Luis, y Javier irrumpe gritando: “¡Calderón!”. Para la Chancha, “lógicamente es más querido Caldera, porque hizo mil goles para el Pincha, y yo, ninguno”. Suena lógico, pero José Luis no quiere ser menos hipócrita y entonces argumenta que “en realidad eso no importa, porque aquel gol que hizo Javier para Independiente le arruinó un título a Gimnasia, y vale más que ninguno”. Se pasan la pelota, hasta que la Chancha se harta y le tira encima todo su egocentrismo: “Pará Caldera, ¿vos tenés una plaqueta de reconocimiento de Estudiantes?”, indaga. “No”, contesta un cabizbajo y abatido Calderón. “Yo sí”, remata un Mazzoni sobrador. Y Caldera tuerce el brazo: “Es cierto, todos los pinchas me piden la camiseta de él. Sin dudas, Javier es muy querido en La Plata. Bah, no por todos …”, lanza, ahora irónico, para que Mazzoni se haga cargo de la mitad que lo prendería fuego en el bosque. “Sí, el otro 50 por ciento no me quiere mucho…”, acepta. Ya basta. José cierra el careo con un proyecto financiero: “Voy a rifar una camiseta de Mazzoni entre mis amigos... Y haré fortunas”.
También podría comercializar la versión real de su última charla con Bielsa, que terminó su vínculo con la Selección y generó rumores de una trompada lanzada al Loco. “Y… hubo tantos que tuvieron problemas con Bielsa”, defiende Mazzoni. Pero Caldera aclara: “A mí, la renuncia de Bielsa no me alegró ni me puso triste. Es un técnico que trabaja muy bien, pero conmigo se equivocó. Quizá con otros también, y se lo bancaron. Yo no me lo banqué.”
Ahora se ponen serios y resulta que aquello de la vejez de Calderón era un chiste. “En realidad, el que cambió fui yo, que ahora tengo un montón de arrugas…”, se critica Javier. Y José dice que los dos están iguales (sic) que en 1996. Por entonces, cabeceaban centros para Independiente y compartían la cancha con un jugador que los dos idolatran, enaltecen, adoran, imitan, halagan y aman. Un jugador distinto, al que respetan sobremanera porque definió un Mundial y, sobre todo, porque ahora es su director técnico. “Hay que destacar todo lo que hizo Burruchaga al frente de Arsenal. Y en cuanto a su edad y la nuestra, no sé si él será un entrenador joven o si nosotros seremos jugadores viejos…”, duda la Chancha, temiendo que alguien le conteste. Por las dudas, mejor, retoma rápido: “Burru es un técnico joven, sí, pero ya ha logrado cosas muy importantes en este club”.
No es fácil tener de guardiacárcel a un ex compañero de celda, pero Caldera dice que hay códigos a prueba de balas: “Nosotros no podemos decir: ‘Ah, como está Jorge no entrenemos o no corramos, que total vamos a jugar’. Si pensáramos así, le fallaríamos al tipo que nos dio su confianza”. Por no fallarle, resignó plata para mudarse a Sarandí. “Me trajeron por un sueldo”, admite.
Hace un tiempo, desde el pacifismo del fútbol mexicano, José aseveraba que “ya no quería salir cuerpo a tierra del vestuario al micro”. Y ahora está de nuevo en el campo de batalla, atrincherado: “Este es un club familiar y no existe una barra brava que te apriete”, explica. Y Mazzoni acota: “No dramatizan tanto, acá no existe la violencia”.
Antes de llegar a Sarandí, Caldera desembarcó en el Rojo por tercera vez. Tercera, y vencida: “Quizá me muero por volver a Independiente, hasta que lo pienso y digo no, ya no volvería. Por suerte, la gente me reconoció lo que hice, pero ahí me usaron… No voy a dar nombres, que le pongan el traje al que mejor le quede”, dispara. Y fue entonces que eligió Arsenal, “porque me propuse empezar mi carrera de cero, y este club me hizo acordar a cuando arranqué en Cambaceres”. Se refiere al sentimiento de barrio, no a la cantidad de duchas: “En mi época sólo había dos, y éramos 28... Había que ducharse con agua fría o no bañarse. Pero ésos son lindos recuerdos. Como me dijo Garisto: ‘Cada tanto es bueno pegarse una vuelta por el pasado’’’.
Rebobinando su carrera, Javier también ve un saldo positivo, más aún al recordar las palabras del médico que le diagnosticó una lesión futbolísticamente terminal cuando estaba en Dock Sud: “Eso siempre depende de uno. Yo quería ser futbolista y nadie me iba a parar, salvo que me cortaran una pata... Al final, luché y salí adelante”.
Para festejar, Burru le invitó una Copa, y la Chancha no quiere que se termine: “Al eliminar a River nos ilusionamos mucho más”. Por el qué y por el cómo, destaca Calderón: “En Núñez, no nos metimos atrás y hasta pudimos haber ganado... Creo que ya es hora de reconocer lo que conseguimos”.
Ese reconocimiento es la zanahoria que persigue Arsenal, con un caballo discriminado que duerme siempre bajo la tela de juicio: “Nadie acepta el esfuerzo que hace este plantel y el cuerpo técnico –explica Caldera–. Siempre dicen que corremos con el caballo del comisario, y eso nos perjudica. Cuando un árbitro se equivoca a favor nuestro, ya salen a decir que somos el club de los Grondona… Y si un plantel sube a Primera, se mantiene, suma puntos y entra a una Copa, por algo será, ¿no?”.
Así le cambiaron la cara al Arse. Y la visa que necesita el equipo para la Copa, la pone la dupla: “Nuestra experiencia se siente a la hora de hablarle al referí, de ir a jugar afuera, o de manejar un árbitro –reconoce Caldera–. Quizás a nosotros nos cobran alguna falta que, por ejemplo, a Denis no se la cobrarían… Hay que volcar ese plus a favor del equipo”. Lo volcará uno o el otro, o quizá, los dos: “Hemos jugado juntos sin problemas –aclara Mazzoni–. Si uno va por adentro, el otro va por afuera. Es más probable que desborde él, porque tiene más técnica”. Con los dos online, queda de nueve el flaco Mazzoni, que poco se parece a ese delantero XL que ensombrecía la Visera al pisar el área. La crueldad de Luis Islas pudo más que Cormillot y la Dieta de la Luna: “Ya no engordo como antes, porque no como lo que comía. Igual, eso de Chancha fue un apodo muy mal puesto… Por Luisito”.
Ya no se ve igual, ni su figura, ni la de Arsenal. “No nos miran con los mismos ojos que antes –advierte Javier–. Nos temen tanto como a los grandes.” O más, porque la ola de locura en Sarandí sólo quiere morir en espuma de champagne: “Aunque no es bueno definir de visitante, hasta ahora nos fue bien así. Y, sinceramente, venimos con una fe terrible”. Les sobra oxígeno. Y prometen bajarse del fútbol por el mismo vagón que subieron, pero no mañana. Todavía faltan unas cuántas estaciones.
Remando en Europa
En el viaje por rutas separadas desde Avellaneda hasta Sarandí, los dos debieron pagar varios peajes. Caldera, antes de llegar a México, golpeó un ratito la puerta del calcio: “Estuve en Napoli, pero no jugaba, y me apuré en irme. Por eso me quedó la espina de no haber podido mostrarme en Italia”. Y Mazzoni argumenta que “a mí las lesiones me jugaron una mala pasada, pero si me lesioné tanto, fue porque siempre puse lo que había que poner”. En el Nantes puso un tobillo y mucha paciencia: “Arranqué jugando hasta que me lesioné. Y cuando volví, como el equipo llevaba 31 partidos invicto, no se tocaba…”. A él sí lo tocaron, para empujarlo hacia abajo: “Me mandaron a jugar en Tercera y fue duro, pero ahí me hice fuerte para poder disfrutar más lo que vendría… En Suiza metí muchos goles, entramos en la UEFA y todo eso me sirvió para que me llevara Racing, de Santander”.
Por Nacho Levy. Fotos: Alejandro Del Bosco (2004)
Según pasan los años