El secreto de mi éxito
Muchas veces el triunfo o el fracaso dependen de detalles insignificantes que con el tiempo se ven enormes. De Manu a Bernabé, de Chilavert a Tiger , revelamos los secretos del éxito de los ídolos del deporte.
La pelota está en el aire. Y según caiga de un lado u otro de la red, será la victoria o la derrota del que la jugó. ¿Se acuerdan de la escena inicial de Match Point, la última de Woody estrenada aquí? Bueno, es cierto que no siempre es el azar el que determina el éxito o el fracaso. Hay más, mucho más y aquí les contamos algunas historias...
Tomemos el caso de Ruud van Nistelrooy. Muy curioso para un depredador del área como él: en el equipo de su pueblo, el holandés se dedicaba a destruir las intenciones de ataque de sus rivales. Sí, era líbero. Ya en su debut en el fútbol profesional, se desempeñaba como volante central del Den Bosch, en la Segunda División. Una vez con la camiseta del Heerenveen, su entrenador, Fope de Haan, lo adelantó en la cancha hasta transformarlo en casi un enganche y lo estimuló a que buscara el gol. En el PSV terminó por explotar como un artillero temible que se consagró en el Manchester United y hoy decora con goles la Casa Blanca de Madrid.
A la hora de repartir méritos por cambios posicionales es imposible no citar aciertos del Viejo Griguol. Uno de sus pollos, Andrés Guglielminpietro, hacía sus primeras armas en Gimnasia, pero pese a ser un corpulento delantero de 1,85 metro, no encontraba el arco: “Nunca me sentí goleador”, contaría años más tarde. A raíz de esto, su futuro parecía estar, con suerte, en la B Nacional.
Sin embargo, una tarde, Timoteo –sabio como pocos– decidió jugar con tres delanteros, con el Guly más retrasado. Yyyy... “Ese día metí un desborde que terminó en gol de Guillermo Barros Schelotto, lo cual terminó por delinear mi cambio de posición”, relató el propio AG.
A partir de allí, ni nueve, ni enganche, ni media punta... Carrilero por derecha o izquierda y a tramitar el pasaporte al primer nivel del fútbol. Partido a partido empezaron los centros medidos a la cabeza de un inspirado Pampa Sosa. El Lobo peleó el título y al Guly se lo llevó el Milan en un pase sorprendente, que justificaría poco tiempo después. En su primera temporada con el Rossonero, junto a compañeros de la talla de Boban, Weah, Bierhoff y Maldini, salió campeón. Incluso, el día de la coronación anotó el 1-0 para la victoria final por 2-1 como visitante ante el Perugia.
Consagrado como carrilero, en Italia también jugó en Inter y Bologna, y en la Argentina tuvo un breve y aceptable paso por Boca, donde ganó la Copa Sudamericana 2004.
Algo similar le ocurrió, hace ya por cierto unos cuantos años, al Coco Basile. Las cosas no le fueron tan bien en sus comienzos. No pudo participar de los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964 ni del Mundial de Inglaterra, dos años después. Lo había puesto el Toto Lorenzo y lo sacó Zubeldía. “Hasta que un día conocí a Juan José Pizzuti y mi vida cambió para siempre”. Y eso que estaba todo mal en Racing, adonde había ido a parar el Coco: últimos en la tabla, sueldos pagados a la buena de Dios... “José armó una revolución de puestos. Perfumo, el seis de la reserva, pasó a ser dos; el Panadero Díaz, de seis de la Reserva pasó a ser tres... Y yo quedé como seis y se armó un equipazo. Al año siguiente ganamos 39 partidos al hilo y fuimos campeones en 1966, lo que nos llevó a la Libertadores del año siguiente y después vino la Intercontinental. Y todo por lo que hizo José. El sí que fue el secreto de mi éxito, sin joda...”
La vida te da sorpresas, dice la canción de Rubén Blades. Y en este terreno, también hay historias que valen la pena ser contadas. Si no hubiera sido tan travieso, a lo mejor, vendiendo diarios Carlos Bianchi podría haber logrado una buena esquina. Pero –por suerte para él– era insoportable en el colegio. Un día, no se supo muy bien cómo, le pegó a un cura en la cabeza con un borrador, le pusieron 15 amonestaciones y el hombre de Dios le dio a la mamá del Pelado un consejo que modificaría para siempre la vida del pibe: “Señora, deje que su hijo haga lo que quiera, porque tiene una pelota de fútbol en la cabeza”. Aquella frase sería el puntapié inicial de una extraordinaria carrera futbolera.
Hay casos que, en un momento, parecen insignificantes y que luego, vistos a la distancia de la historia, son enormes. Un chico negro de Louisville disfrutaba de su flamante bicicleta, una Schwinn roja y brillante, hasta que tras dejarla estacionada para comprar un helado, desapareció. Se la habían robado. Lleno de furia se metió en un gimnasio. “Quiero aprender a boxear para que, cuando agarre al ladrón, le pueda dar una buena paliza”, le dijo a su profesor. Y éste le contestó: “Hay que aprender despacio; primero veremos si tienes condiciones”. Parece que las tenía, porque aunque nunca recuperó su bicicleta ni encontró al ladrón, Cassius Marcellus Clay llegó a ser Muhammad Alí, tres veces campeón del mundo de los completos... De todos modos, no fue la única clave en su carrera. “Lo vi entrenarse y comprendí por qué fue lo que fue –contaba, en su momento, Juan Carlos Lectoure–, porque haciendo abdominales te agotaba de tantos que hacía. Y, por sobre todas las cosas, usaba unos tremendos borceguíes con suelas de acero que pesaban una tonelada cada uno. Andaba todo el día con eso. Su entrenador, Angelo Dundee, me explicó que con semejante contrapeso, cuando subía al ring con las botitas de combate era capaz de volar como una mariposa...”
Es cierto que a veces ni siquiera hay capacidad de elección. Al menos, al comienzo. Este es el testimonio de José Meolans para dar un ejemplo bien concreto: “Mi infancia la repartí en varios lugares de Córdoba. Mi casa en la capital, la de la familia en Carlos Paz y la de mis abuelos en Morteros. En Carlos Paz había una pileta y muy cerca estaba el río. A los cinco años y por precaución, mis padres me enseñaron a nadar”. En dos años, José demostró grandes aptitudes para ese deporte y comenzó a practicarlo en la pileta del Colegio Gabriel Taborin. Corría 1985 y, poco a poco, empezaba a construir su destino. A los 13 llegó el primer éxito en juveniles y con las medallas emergieron las responsabilidades, que excedían largamente a las de un chico de esa edad. “Para poder seguir en la secundaria, empecé a entrenarme a las cinco de la mañana. Era una rutina desgastante. Una primera práctica de madrugada, luego el colegio y, más tarde, de nuevo a la pileta.” En aquellas primeras clases de natación, nació una pasión que se mantiene.
Así como algunos empezaron de niños casi sin saberlo, por influencia de sus padres, otros, aún siendo chicos, la tuvieron bien clara... “Cuando era un pibe –recordó alguna vez el gran Juan Manuel Fangio–, y hablo de mis cuatro años, me deslumbraba el auto de un vecino, de apellido Carta. Tenía un cilindro y, cuando se paraba, salíamos los pibes a empujarlo. Cuando crecí, empecé a trabajar en un taller mecánico, el de Capettini. Me levantaba a las cuatro de la mañana, hacía los deberes, iba al colegio, y a la tarde trabajaba en el taller. Mirando, aprendí a manejar. El primer auto que pude conducir fue un Panhard y Levassor, pero era tan chico que ni a los pedales llegaba. A los trece ya era ayudante mecánico de la agencia Studebaker. Aprendí todo o casi todo, bah, de la mecánica. Mucha gente me ha valorado como piloto, porque ahí yo conquisté muchos triunfos, pero mi secreto fue que, ante todo, conocía a mis autos como la palma de mi mano. Fui primero mecánico, después piloto. Y siempre me enorgullecí de haber empezado barriendo un taller...”
Dos grandes de todos los tiempos también aportaron lo suyo. Oscar Gálvez dijo alguna vez que “lo principal es que jamás tuve miedo”. Y, puesto a rememorar, agregaría en ronda de amigos: “Con Juan, ya de chicos, juntábamos las monedas para el primer auto. Tan poquito teníamos que en lugar de ir al cine juntos, iba uno y luego le contaba la película al otro. Cuando tenía 15 años compré un Ford T por 150 pesos. Los viejos no sabían nada, ¿eh? Empezamos a trabajar de mecánicos en un tallercito con un techo de cinc, robándoles los clientes a nuestro padre. Más tarde corríamos picadas. Una vez estuvimos presos un mes en la comisaría 24, pero nunca, jamás, aflojamos. Nos hicimos de abajo, sufrimos mucho y por eso supimos aprovechar cada momento de nuestra campaña deportiva”.
Los momentos en que el niño empieza a crecer suelen ser fundamentales. Al gran Tiger Woods, por ejemplo, lo marcó un instante en su vida, cuando tenía apenas 15 y ya jugaba golf. “Yo había admirado siempre a Jack Nicklaus. Para mí fue el mejor de todos los tiempos. Para mí era Míster Nicklaus. Un día fue a dar una clínica a Bel Air, cerca de mi casa. Me llamó la atención que fuera más bajo que yo. Hice todo lo posible por lucirme, y cuando todo terminó me dijo que le gustaría tener un swing tan bueno como el mío. Desde ese momento sentí que yo tenía que llegar a ser tan grande como él. Fue mi único objetivo. Pegué una foto suya sobre la cabecera de mi cama, y ese estímulo y sus palabras me dieron el valor que precisaba para dedicarme con alma y vida a lo mío”. Tan mal no le fue...
El esfuerzo personal es, ante todo, la base fundamental. Muchos seguramente desconocen que la clave básica en la técnica de Carlos Monzón era su caminar en el ring. Siempre bien afirmado sobre la lona, lograba que sus golpes lastimaran mucho. No era un bailarín a lo Ray Leonard, pero su andar era perfecto. Sucede que, cuando recién llegó a Buenos Aires, allá por los años 60, solía quedarse después de hora en el gimnasio del Luna Park junto a un viejo maestro, Manolo Hermida. Entonces comenzaba a caminar hacia delante, hacia el costado, hacia atrás, hasta que encontró el exacto equilibrio del cuerpo. Monzón logró mecanizar sus envíos a la perfección, pues siempre quedaba ubicado en el lugar justo para descargar cada golpe. Y tal vez muchos no sepan que el propio Amílcar Brusa siempre le agradeció a su colega haberse quedado después de hora con el santafesino...
Cambiando de deporte, si se habla hoy con el cordobés Marcelo Milanesio sobre su comprovinciano Fabricio Oberto, le repetirá lo que siempre dijo con alegría: “Lo veías en las prácticas y advertías que siempre quería más. Que quería aprender. Que quería llegar… Y a mí, entrenar a un chico con tantas ganas, me entusiasmaba”.
Fueron compañeros, entre 1993 y 1998, en el multicampeón Atenas. En los huecos de los entrenamientos, Marcelo (10 años mayor) se convirtió así en un espontáneo personal trainer de Fabricio, enseñándole varios movimientos para que los aprovechara en la zona pintada.
Javier Guiguet, el preparador físico de aquel equipo, comenta: “Fabri fue pionero a la hora de llevar una buena alimentación y de trabajar con pesas”. Su secreto: ser artesano de la preparación y la constancia. Hoy está en la NBA.
El tenis aporta historias. Tomemos cuatro. La vida de la familia Williams transcurría en el suburbio angelino de Compton, un paraje humilde y con tinte violento. Con la mira puesta en salir del barrio, el padre de la casa, Richard, soñaba con que una de sus cinco hijas se dedicara a jugar profesionalmente al tenis.
Con el visto bueno de su esposa, Oracene, Richard inscribió a sus hijas Venus y Serena en las canchas públicas de Compton. Si bien en algunas ocasiones debían esquivar balas durante las prácticas, no tardaron en destacarse. De hecho, Serena, la menor de las dos tenistas de la familia, ganó su primer torneo a los cuatro años y medio y, antes de cumplir los 10, había obtenido 46 de los 49 certámenes que había disputado.
Para ser justos, a Venus tampoco le iba mal. De hecho, las dos hermanas fueron cabeza de serie junto a las mejores jugadoras jóvenes de California por varios años.
Con los años, el sueño de papá Richard se vio realizado. Hoy en día, sus hijas son millonarias, reinas del tenis, y ya no viven en Compton.
Para seguir con las historias que se escriben a raquetazos, es necesario retroceder a la provincia de Córdoba de la década del 80. Hace falta regresar a un tiempo en el que la monarquía aún no se había establecido en Unquillo, más allá de que el pueblo ya respirara tenis. El Rey David da fe: “Las canchas en las que aprendí a jugar las hicieron entre veinte familias, entre las que estaba la mía, para poder usarlas todos”. Así, con cuatro, cinco años y la guía de uno de sus hermanos, el pequeño Nalbandian aprendió los primeros golpes y comenzó a transitar un camino de talones hirvientes. “Para que costaran menos y necesitaran menor mantenimiento, las construyeron de cemento”. La pasión de su pueblo por el tenis y la necesidad de no invertir una fortuna, con los años, le dieron forma al actual símbolo argentino de la Copa Davis y al mejor jugador nacional del momento. Por todo esto, Nalbandian es un tenista que en canchas lentas se siente como en casa y que en las rápidas, directamente, está en su casa.
Rafael Nadal, por su parte, era un chico con un talento multideporte: como su tío, Miguel Angel, ex jugador del Barcelona y la selección de España, entre otros, pateaba la redonda. También le gustaba picar la bola naranja, pero gracias a otro tío –Tony–, su futuro terminó por ser el tenis.
Comenzó a manejar la raqueta a los cuatro años y, como para dar muestras de su talento, le pegaba con la misma calidad con las dos manos, más allá de ser derecho. Ante esto, su tío y DT lo apuró: “Debes elegir una y jugar siempre con esa”. De haber optado por la mano con la que escribe, probablemente también habría sido top. Sin embargo, bien aconsejado, Rafa se quedó con la izquierda para incomodar a sus rivales y no se equivocó. Años más tarde, la ciencia avalaría su decisión. Investigadores de la Universidad de Harvard publicaron en el International Journal of Neuroscience que “los zurdos son más proclives a alcanzar la elite del tenis”.
Las historias van y vienen. Steve Nash ya había mostrado un poco de idea con una asistencia de cabeza para que Amare Stoudemire la enterrara con contundencia en una nueva edición del torneo de volcadas. Sin embargo, el Juego de las Estrellas 2005 de la NBA todavía no había visto lo mejor del repertorio de Steve. Un rato más tarde asistió a su compañero de trucos con una auténtica bicicleta de potrero. Claro, como los yanquis no entienden nada, el ganador fue Josh Smith, mientras que la dupla Nash-Stoudemire finalizó en el segundo lugar.
Lo que quedó claro es que el canadiense, MVP de la temporada regular 2004-2005 y de la 2005-2006, tiene mucha idea con los pies, que lo lleva en la sangre. No es para menos: su padre, John, fue futbolista profesional y llegó a jugar en Inglaterra y Sudáfrica, mientras que su hermano Martin supo destacarse en el Macclesfield Town y en el Chester City, del ascenso inglés, y en la selección de Canadá. Es más, algunas versiones cuentan que el propio Steve fue convocado a la selección juvenil de fútbol de su país, pero el base terminó por elegir el básquet. A propósito, Nash revela que “mi primera palabra no fue papá ni mamá, fue gol”.
Si bien el básquet ganó la pulseada, Steve reconoce lo que le dejó el deporte más hermoso del mundo. “Quien practicó fútbol y juega básquet tiene mejores fundamentos en coordinación, balance y fuerza cardiovascular. Sin dudas, ayuda.”
Como para dejar en claro la influencia del fútbol en su vida, el base de los Phoenix Suns presenció el Mundial de Alemania, se entrenó con los New York Red Bulls, se divirtió viendo al Barcelona y pegó onda con Ronaldinho. “El fútbol fue muy importante en mi vida, ni hablar”.
No falta en esta lista Emanuel Ginóbili, quien llegó a la NBA con su nombre en las marquesinas, luego de arrasar en Europa con la Kinder Bologna, de Italia. Lo hizo en 2002, en San Antonio Spurs, un equipo con una estructura armada y una rigurosa disciplina táctica impuesta por su entrenador, Gregg Popovich.
¿Qué hizo Manu? ¿Se puso en la estrella que era? No. Enseguida advirtió que, todavía, ése no era su papel, que los estelares eran Tim Duncan y David Robinson. Entendió, con su singular inteligencia, que debía sacarse el frac y ponerse el overol. Así ayudó al equipo en múltiples facetas del juego, provocando el elogio de su head coach: “Manu hace todas las pequeñas cosas que se necesitan para ganar. Porque, antes que nada, es un ganador”.
Tan ganador como todos estos ídolos del deporte que nos han revelado el secreto de su éxito.
TRES PARA TRIUNFAR
PAULO WANCHOPE.
La Cobra demostró siempre su talento. En 1993 disputó, en Puerto Rico, un torneo juvenil del cual fue goleador. Alto y delgado, aprovechó su físico para ser el romperredes del Centrobásket. Sí, el ex West Ham, Manchester City y Central, entre otros, era hombre del baloncesto, al punto de haber obtenido una beca para ir a Estados Unidos. Pero el sueño de jugar el Mundial Sub-20 de Qatar lo empujó al fútbol.
RONALDINHO.
El talentoso jugador del Barcelona se entrena de noche y antes del amanecer, solo, en la playas de Castelldefells, según reveló su preparador físico personal, Joaquim Valdimar Goncalves García. El propio PF explicó que Dinho dedica varias horas a correr y jugar al fútbol en la arena: “Es imposible para él salir sin que lo reconozcan, por eso optamos por horarios raros, en los cuales la gente no está en la playa”.
JOSE LUIS CHILAVERT.
Si bien desarrolló su talento para patear tiros libres quedándose después de las prácticas a lanzar misiles a los ángulos, Chilavert tenía un punto enorme a su favor. En realidad, era un punto pequeño: pese a medir 1,88, el paraguayo ex Vélez usaba botines talle 38, algo que él consideraba fundamental a la hora de perforar redes con sus precisos zapatazos. En total, metió 62 goles. Así que...
LA BALA DEL CAÑONERO
En una época en la cual la pelota era una auténtica bomba, el mítico delantero de Tigre y River, Bernabé Ferreyra, tenía una receta especial para que la bocha fuera todavía mucho más pesada y letal. Saque lápiz y papel y anote.
si ronaldinho es considerado el mejor jugador del mundo en la actualidad en base a la magia de sus firuletes, hay que decir que, en la década del 30, Bernabé Ferreyra era el número uno gracias a la impresionante potencia de sus zapatazos. En sus comienzos en el fútbol grande, acostumbrado a jugar descalzo en Rufino, su pueblo (y, según cuenta la leyenda, a patear sandías), los botines le sacaban ampollas, lo que provocó que debieran hacerle un calzado especial, compuesto de una cabritilla muy fina, con los tapones exteriores más altos que los interiores, para lograr que su pie se sintiera casi desnudo.
Además, hasta la altura del tobillo, sus medias eran de seda y luego seguían con la tela típica (él mismo hacía las costuras). Pese a estos recaudos, no usaba protección (algo así como las antecesoras de las canilleras) ni se vendaba.
Lo sorprendente era que en la delgadez de sus piernas, se escondiera semejante potencia. Una potencia que generaba temor en los indefensos arqueros que debían enfrentarlo. Incluso, cuentan que los jugadores de campo hacían lo imposible para esquivar la barrera cuando el ejecutante era el ex delantero de Tigre y River. Mucho más, en tiempos en los que la pelota era tan dura que sólo cabecearla en la costura podría generar una herida. Por aquellos años, la bocha era de tiento y llevaba una cámara dentro. Ya de grande, Bernabé reconoció que la desinflaba y la colocaba dentro de otra, que no tenía pico. Luego, ponía estas dos cámaras en el interior del cuero, lo cosía y obtenía una pelota que en las 48 horas previas a los partidos descansaba en un balde con agua. La tarde del encuentro, el resultado era una auténtica bala de cañón que sólo se encendía en las piernas de la Fiera.
Probablemente, con las ultra livianas bochas playeras de la actualidad, Bernabé se dedicaría a bajar satélites. Lo cierto es que, en buena parte con su pelota especial, a lo largo de su carrera Ferreyra anotó 204 goles en 195 partidos, para retirarse con un promedio de 1,04 por partido. No por nada lo llamaban el Mortero de Rufino.
TRES TIROS GANADORES
WEBER Y MILINKOVIC.
Javier Weber era suplente de Sergio Goycochea en la Tercera de River, mientras que Marcos Milinkovic parecía encontrar en el básquet del club Sportivo Ballester su camino para trascender. Sin embargo, estos dos cracks pegaron el golpe de timón justo a tiempo. A Marcos lo terminó de decidir por el vóley la medalla de bronce en Seúl 88, mientras que a Javier lo había motivado el tercer puesto en el Mundial 82.
PAOLA SUAREZ.
Con un padre encargado de cuidar las canchas del Lawn Tennis de Pergamino, Paola Suárez pasó su infancia manchada de polvo ladrillo y sin dudar acerca de su futuro: “Voy a ser jugadora de tenis”. El esfuerzo y el talento completaron un combo que la llevó al número uno del ranking mundial de dobles durante varias temporadas. Junto a la española Virginia Ruano Pascual causó sensación.
TURU FLORES.
Oscar Flores era un defensor central de 17 años al que Alfio Basile estaba a punto de hacer debutar en la Primera de Vélez. “Era un blandito, pura técnica”, recuerda el Turu. Terminado el ciclo del Coco, Héctor Bentrón lo cambió de área. “Fue difícil a esa edad, pero siempre me gustó jugar de delantero”. Una vez en el cargo, el Bambino Veira lo marcó: “Pibe, con ese físico usted tiene que voltearlos a todos, no se asuste.”
EL EFECTO WILLY VILAS
Cuando el tenis era puro planazo, el gran Guillermo revolucionó el circuito al implementar, tras años de estudio y observación de los referentes de su infancia, el top spin, un efecto que mantiene su vigencia en la actualidad.
De todoslos casos mencionados en la nota, uno de los más notables es, seguramente, el de Guillermo Vilas. No porque sea argentino, sino porque su secreto transformó el deporte. ¿Para tanto? Sí, para tanto. Es que el Gran Willy modificó la forma de jugar al tenis para siempre, al implementar el top spin, el efecto que ahora se aprende en la cuarta clase, para poder pegarle más fuerte y buscar los ángulos cortos de la cancha sin mandarla al otro lado del mundo. Antes de la revolución del top (y del slice, su opuesto) todos los tenistas sólo conocían y manejaban el efecto plano, por lo que la pelotita no podía tomar demasiada velocidad.
“Cuando tenía 10 años –le contó Vilas a El Gráfico en una de sus tantas notas–, leía todo lo que llegaba a mis manos sobre tenis, y estudiaba cómo le pegaban los grandes jugadores: Rod Laver, Roy Emerson, Francisco Segura Cano, Bill Tilden, todos ellos. Con mi profesor, Felipe Locícero, veíamos en Mar del Palta que todos impactaban la pelota de lleno, muy plano, lo que hacía difícil darle ángulos muy cerrados y resultaba peligroso jugar muy largo, para no tirarla afuera. Ahí se nos ocurrió utilizar efectos y así salió el top, que da más seguridad, más control, es difícil de devolver y abre los ángulos. Al mismo tiempo que yo, Björn Borg llegó a la misma conclusión, pero copiando a su padre, quien jugaba mucho al pingpong”. Increíble.
Al principio fue un suceso, ya que era toda una novedad y nadie sabía cómo contrarrestar ese fatal golpe. Vilas aprovechó el boom y se quedó con cuanto título pudo (en su carrera fueron 62 en total, con cuatro Grand Slams y un Masters) y la computadora lo ubicó en el número dos del ranking, aunque ese año –1977– fue el númeroro uno indiscutido. Con el tiempo, los demás jugadores primero fueron aprendiendo a defenderse del top y luego lo empezaron a utilizar, al punto que hoy nadie se atreve a jugar sin esos efectos. Finalmente, su secreto terminó por ser uno a voces, pero muy importante para el progreso del deporte del cual es un símbolo.
Por Carlos Irusta, O.R.O., Marcelo Orlandini y Santiago Martella (2007)