2005. La frutilla del postre
Oberto llegaba a la NBA para jugar en los Spurs, sería compañero de Manu. Lleva la insignia que siempre lo distinguió: jugar sin egoísmo y anteponer el bien del equipo por sobre el lucimiento personal.
En agosto de 1996 no se hablaba de Emanuel David Ginóbili en el básquetbol argentino. Dentro del período de Guillermo Edgardo Vecchio como entrenador jefe de las Selecciones Nacionales, hacía apenas dos meses que Rubén Pablo Magnano lo había dirigido en Vitoria (Brasil), cuando Manu se puso por primera vez la celeste y blanca en un equipo nacional para el 2° Campeonato Sudamericano Sub-22.
Ahora, en el 2° Torneo de las Américas Sub-22 que se realizó en Caguas (Puerto Rico), el nombre dominante que se afirmaba era el de un chico cordobés de Las Varillas prometiendo mucho con sus 2,07 metros de altura: Fabricio Raúl Jesús Oberto. No estuvo en la anterior competencia, pero incluso ya había alternado con los mayores, ganando la medalla de oro panamericana en Mar del Plata 1995 y siendo olímpico, nada menos, en Atlanta 1996.
“Es el hombre que cerró el grupo y todos lo tomamos como nuestra salvación”, lo definió el tucumano Lucas Javier Victoriano, un histórico que venía de la célula embrionaria de este grupo premonitoriamente calificado por El Gráfico en un título de esta revista: “Pibes del siglo XXI”.
Vecchio recordó también: “Fue la primera vez que un equipo dirigido por mí intentó hacer prevalecer el juego interior. Esta fue una Selección Argentina atípica. Oberto le dio el toque de jerarquía que necesitaba el equipo”.
Seis futuros campeones olímpicos de Atenas 2004 estuvieron en Caguas 1996: Gaby Fernández, Manu Ginóbili, Leo Gutiérrez, Fabri Oberto, Pepe Sánchez y Luisito Scola.
JUNTOS POR PRIMERA VEZ
Allí se jugaba la clasificación de tres plazas para el Campeonato Mundial Sub-22 previsto para 1997 en Melbourne, Australia. Como comprobación de la primera frase escrita en esta nota, hubo un solo jugador de los doce del plantel, ganador por 72-65, que no entró en el debut frente a Canadá: Manu.
Al día siguiente, el viernes 23 de agosto de 1996, ante México, sí, por primera vez Fabricio y Emanuel fueron compañeros en la cancha en un mismo equipo. Tuvo lugar en el coliseo “Héctor Solá Bezares” y se registró una victoria argentina: 72-67.
Oberto jugó 23 minutos, convirtió 15 puntos y tomó 10 rebotes. Ginóbili, en cambio, lo hizo en 16 minutos, anotando 9 tantos y dando una asistencia.
Fabricio apela hoy a su memoria: “Lo que más me acuerdo de Manu de esa vez es que era un jugador de muchísima movilidad y que no paraba de tanta energía que tenía. También estaba muy metido con la compu y los juegos electrónicos, cualquier cosa que sea informática, pero siempre muy atento a todo lo que ocurría”.
Manu, por su parte, le puso este color a su vivencia: “Yo jugaba poco, era uno de los tres que menos lo hacía en ese equipo... Mientras estábamos en la Preselección, Fabri llegó un poco tarde por las finales de la Liga Nacional, creo. Siempre ironizábamos con chistes: ‘Ahora viene Oberto, ¿quedará en la Selección?’ Con Lucas Victoriano, eran seguramente los dos mejores jugadores del equipo. En Fabricio basábamos gran parte de nuestro juego.
Otra cosa es que siempre quería ir con él a todos lados, porque –como era el capo– sabía que nunca me iban a decir nada. Yo estaba desesperado por salir un poco a conocer Puerto Rico, pero no me animaba solo: era nuevo y un cuatro de copas. Si iba con el ancho de espadas, ¡estaba respaldado!”.
Un solo punto en la semifinal por debajo del local Puerto Rico, con César Travieso y Edgar Padilla, dejó afuera del partido decisivo al equipo argentino en un torneo que tuvo a un participante excluyentemente superior al resto: Estados Unidos. Fue el campeón con un hombre que en San Antonio Spurs estará en estrecha conexión con Fabri y Manu: Tim Duncan. Lo apuntaban entonces a ser el número uno del próximo draft de la NBA en 1997. Y fue elegido por la franquicia texana nomás.
El tercer puesto le dio a nuestro país el pasaporte para el Mundial. Vecchio estuvo feliz: “Las cosas nos salieron bien y pudimos clasificarnos. Estoy contento porque nos mantenemos entre los mejores con una nueva generación”.
¿Qué se leyó en El Gráfico esa vez? De Oberto: “Fue el líder natural del equipo”. De Ginóbili: “Se destaca su terrible tiro de tres puntos. Cualquier parecido en su instinto asesino con Juan Espil es pura coincidencia...”
La NBA tuvo a un número inusitado de 16 detectores de talentos en Caguas. La mayoría se deslumbró por la frescura de Victoriano. Uno de ellos, Tony Di Leo, de Philadelphia 76ers., escribió en su cuaderno: “Fabricio Oberto: piernas muy rápidas y buenos movimientos cerca del aro. Especialista en bloqueos. Necesita más masa muscular”.
Ojos norteamericanos ya se habían posado sobre Oberto el sábado 13 de mayo de 1995. Había sido convocado por el técnico italiano Sandro Gamba para la primera edición del partido Hoop Summit que se efectuaba en celebración del Hall of Fame de Springfield, donde se creó el básquetbol, entre jugadores menores de 20 años. Fue integrante del Resto del Mundo contra la Selección Nacional de los norteamericanos, donde jugaba Kevin Garnett. Los locales, finalmente, vencieron 86-77.
El anterior contacto de Fabricio para ser NBA –una obsesión suya– ocurrió en julio de 1999 con los New York Knicks, cuando lo dirigía Jeff Van Gundy. El objetivo lo colocaba en la posibilidad de ser el primer argentino en llegar a ese mundo en esa época distante e inalcanzable para nosotros. Incluso se entrenó cuatro días con 17 jugadores. Pero Fabricio se sintió engañado por las falsas promesas, dio un portazo en Nueva York y se volvió a su provincia sin esperar a que le dijeran que no. El intento, en consecuencia, terminó en una frustración que lo golpeó con dureza.
LAS VARILLAS: PUNTO DE PARTIDA
En Las Varillas, departamento de San Justo, provincia de Córdoba, sobre la Ruta Nacional 158 y las Provinciales 3 y 13, con 14.583 habitantes habituados a trabajar en las fábricas de máquinarias agrícolas, donde nació el 21 de marzo de 1975, se acunó el sueño de Fabricio en el básquetbol. Canchita del Colegio Gustavo Martínez Zuviría, donde hizo el secundario, con piso de baldosas, tableros de madera y redes de cadenas.
“Aprendí a jugar a los 7 años. Con Ariel Yoino, mi mejor amigo, veníamos todas las tardes y se armaban partidos que duraban hasta que no había más luz. Y cuando nos íbamos, le poníamos un candado a las redes, así nadie podía usar los aros...”
Nunca le escapó al esfuerzo: trabajó desde muy chico. A los 12 años ya ganaba su propio dinero como repositor y encargado de limpieza de la carnicería del Supermercado Cooperativa Obrera. Después era el cadete de su padre, Raúl, en la fábrica Grosspal S. A.
A los 17 fue protagonista de un verdadero raid que combinaba trabajo, estudio y deporte. A las siete de la mañana se levantaba, repasaba un poco, a las ocho ya estaba como empaquetador de la importadora de regalos de Cachi y Eduardo Soler, almuerzo en su casa y partida hacia el colegio nombrado. Salía quince minutos antes y seguía en un micro para cubrir –cuatro veces a la semana– el trayecto de 80 kilómetros hasta Villa María, donde jugaba en el club Florentino Ameghino. Volvía a la medianoche.
En 1985 se alborotó la rutina provinciana del club Huracán de Las Varillas. Allí había empezado Oberto como federado. El revoloteo de alegría de los chicos, vestidos con buzos rojos y pechera blanca, tenía su tierna justificación: el famoso Atenas de Córdoba iba a jugar como local un partido de la Liga Nacional contra Sport Club de Cañada de Gómez. Con el equipo venía un incipiente ídolo, por entonces veinteañero, que no los dejaba dormir: Marcelo Milanesio.
Un rubiecito de 10 años se había juramentado sacarse una foto con él. Y cumplió: posó al lado, pegadito. Ese rubiecito se llamaba Fabricio Oberto.
Ocho años después, en 1993, se catapultó al básquetbol grande a nivel nacional. Con Córdoba se consagró campeón argentino juvenil en la Capital Federal y jugó la Liga Nacional en ese mismo Atenas que había ido a ver a Las Varillas.
De aquella foto pasaron a ser compañeros de equipo. Milanesio, brillante maestro por generación espontánea, después de los entrenamientos le comenzó a enseñar fundamentos y a mostrarle movimientos en el pivote. Fabricio respondía con tanto interés por aprender que Marcelo se entusiasmaba más y más. “Tenía hambre y mentalidad para llegar”, siempre recalca el ídolo.
NEGRO EL 7
Fabricio Oberto reconoce en Marcelo Milanesio al maestro que lo ayudó a crecer. Ese avance técnico, apoyado por su excepcional predisposición y contracción, se vio fortalecido por su permanente cuidado en su preparación alimentaria y física, en la que el profesor Javier Guiguet fue su guía idónea y confiable.
“Para mí -contaba el preparador de Atenas- es un bicho raro: cuando piensa que jugó mal, se sobreentrena y hay que andar cuidándolo. Muchas veces tuve que pararlo porque, a las ocho de la mañana del día siguiente a un partido, ya estaba levantando fierros...”
En octubre de 1997, en París, explotó como gran jugador internacional, convenciendo a todos, en el 8° McDonald’s Championship. Fue fundamental para que Atenas arañara la final, terminando tercero de Chicago Bulls, y fue elegido en el equipo ideal junto a Michael Jordan. El Olimpia de Plata fue esa vez otra recompensa en nuestro país.
En 1998 terminó de redondear su gran nivel. Descolló en el Luna Park en la serie final, cuando Atenas barrió 4-0 a Boca, y la Selección Nacional lo tuvo entre los destacados del Mundial de Grecia.
Luisito Scola fue campeón con él en el TAU Cerámica de España y con nuestra Selección. No duda, sintetizando un concepto que es unánime: “Fabricio, en un equipo, juega por todos: por él y por los demás”.
Cuando comenzamos a tutearnos con la NBA, el nombre de Oberto saltaba de inmediato en el ambiente idealizándolo allí, toda vez que se lo reconocía como el mejor interno que se encontraba jugando en Europa. Y, tirados por el afecto al estar Manu en el equipo, se asociaba a Fabri como la pieza justa que les faltaba a los Spurs.
En julio de 2004 coincidieron de vacaciones en Ibiza los matrimonios Oberto (Fabricio y Lorena) y Lamas (Julio y Alejandra). Reservó mesa en La Barraca, un restaurante que le gusta, sobre la playa. Entre ellos era imposible no tocar un tema de básquetbol y en la conversación se mencionó a una por entonces contratación de San Antonio: el esloveno Radoslav Nesterovic. Fabricio reflexionó en voz alta: “¡Con lo lindo y sencillo que es jugar en ese equipo! Sólo tenés que acoplarte a los movimientos de Tim Duncan…” Julio pensó hacia adentro con su razonamiento de entrenador: “Cuando fichás a Oberto, tenés medio trabajo hecho. El solo se da cuenta de lo que debe hacer para el bien del equipo”.
Era lógico: la camiseta N° 7 que dice “Oberto” ya se mostró en Texas.
No está de casualidad
Por Rubén Magnano.
El ex técnico de la Selección Nacional lo conoce como pocos y resalta los méritos de Oberto.
Ya habia comenzado mi ciclo de entrenador en Atenas de Córdoba en la Liga Nacional, en 1993, cuando Fabricio llegó a la cantera del club. Es decir que lo conozco desde esos sus primeros momentos en un equipo profesional hasta la gloria mayor que gozamos en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 con la Selección Argentina.
Lo primero que rescato de él es que siempre, siempre, fue un joven que supo bien dónde quería llegar. Eso lo tuvo en claro desde sus inicios.
Su posibilidad en la NBA no podemos decir que le cae demasiado tarde, pero sí que esta chance, de acuerdo con sus progresos en el juego y sus merecimientos en el plano internacional, debió darse antes. Si no ocurrió, fue por factores externos.
No está allí de casualidad. El puso todo de sí para ir mejorando, en la cancha, en el gimnasio, en su preparación, en la alimentación, en un trabajo duro y sin jamás tirar la toalla que lo fue cumpliendo paciente y silenciosamente, pero que yo lo vi, lo palpé, lo comprobé como director técnico.
A todo esto le agregó su personalidad intachable. Por eso todos lo quieren.
En un equipo es un ejemplo. Aguerrido. Con hambre. Ganador. Inteligente. Humilde, en el buen sentido. Respetuoso. Compañero como pocos. Solidario. Altruista. Con entrega. El egoísmo no entra en su diccionario. Es el jugador que no solamente los entrenadores queremos tener en el equipo, también los propios jugadores desean contarlo como su compañero.
La fractura en un meñique que le ocasionó Marbury, cuando en Atenas eliminamos al Dream Team por segunda vez, lo dejó afuera de la final olímpica. Pero él estuvo allí con su yeso, tomando al banco como una trinchera, y no dejó de gritar, alentar, de aconsejar.
Se merece estar en la NBA. Me hace muy feliz que haya cumplido el sueño de vida. Es la frutilla del postre
Por O. R. O.
Fotos: Pablo Ortiz.