Noches de Luna lleno
En 2002, una noche de boxeo volvió a llenar el Luna Park, la pelea fue entre Rivas y Narvaez, El Gráfico aprovechó la oportunidad para relatar otras noches memorables en el palacio de los deportes.
![](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/08/58/085836b3e29d39fc991f91ac200dc042c063e114.jpg)
Eran otros tiempos. El subterráneo que corre por debajo de la calle Corrientes –ese río de luces de colores que durante años fue el corazón de Buenos Aires, cuando no existían los shoppings– estaba más lleno que un día de semana. Era sábado a la noche.
En la estación Carlos Pellegrini, debajo del Obelisco, bajaban casi todos: se presentía la larga caminata por la calle Lavalle, donde había hasta cuatro cines por cuadra.
![Imagen El Luna primitivo, en Corrientes al 100.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/e3/3c/e33ca8ac0e3c6898a7d500f16a402eb04fe35078.jpg)
Sin embargo, igual seguía lleno y los pasajeros, reconociéndonos por la mirada, sabíamos quiénes bajarían en Florida y quiénes seguiríamos hasta la terminal en Leandro N. Alem. Ibamos al Luna Park. Apenas uno salía por la escalera, se topaba con el cartel de neón y la larga cola que desembocaba en la esquina de Corrientes y Bouchard: eran los de la popular.
Todo se movía rápidamente, de golpe. Uno por uno, los taxis iban parando sobre Corrientes, pero pasando Bouchard. Si la pelea era “grande”, como la llamábamos entonces (digamos un Locche, un Bonavena, un Saldaño, un Monzón... ¡Eran tantos!) había dos vallas de hierro que cortaban a Bouchard en Corrientes por un lado y en Lavalle por otro. Mostrábamos la credencial y ¡Zas!”, adentro. Y “estar adentro” significaba meterse en un remolino humano, porque los del ring side también eran muchos.
Cerca de Lavalle, sobre Bouchard, estaba el bar Ring Side, donde paraban los famosos y los no tanto. Era normal compartir un café de parado con José Marrone, El Flaco Menotti, el Coco Basile, Víctor Bo, Pepe Parada, El Bambino Veira y tantos otros.
Tito Lectoure a esa hora –digamos, nueve de la noche– jamás salía a la calle. Estaba detrás de las puertas principales. Tenían un vidrio que no dejaba ver desde afuera y desde ahí miraba al exterior. En el bolsillo izquierdo interno del saco tenía las entradas de favor que siempre hacían falta a último momento. “Tito...“ encaraba el manguero. “¿Otra vez, viejo?”, decía poniendo cara de enojado. “Sí... son dos para un matrimonio amigo, ¿vio?” “Bueh...“ y metiendo los dedos en el bolsillo sacaba exactamente dos haciendo pinza con los dedos índice y mayor, como un prestidigitador.
![Imagen Al Luna se iba elegante.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/2c/95/2c951e86b00e4ebd9c957f321251a5e24e078780.jpg)
Y se reía de su habilidad, ya que siempre sacaba la cantidad exacta. El festival empezaba, con puntualidad perfecta, a las diez menos cuarto de la noche. Dos preliminares de 6 rounds, un semifondo de 8 y la de fondo, que arrancaba a las 23.15.
Tito veía todas las peleas de pie y luego se sentaba en la primera fila del sector que daba espaldas a Bouchard.
Aquellas noches de Luna lleno reunían quince, veinte mil personas casi como si nada. El Luna era, por cierto, un símbolo de sábado a la noche, de pasarela de ricos y famosos, de anónimos incorruptibles: los de la popular tenían sus lugares reservados como los del ring side. “En invierno comprábamos una butaca de más en primera fila” –recuerda Edmond Chacra, habitué permanente– “Y ahí poníamos los sobretodos...”
Los de la popu, se ha dicho, tenían sus códigos: un miércoles a la noche, de aquellas de Entre las sogas, donde brillaron Ricardo Arias y Ulises Barrera, había poca gente y les dejaron a los de la popular pasar al ring side. Se fueron todos menos uno: “Vengo a este lugar hace veinte años... ¿Por qué voy a cambiar hoy?”, fue su razonamiento. Y se quedó.
![Imagen En 1931 era un baldío. En el cartel, la confianza que se tenían Pace y Lectoure, socios eternos. Jamás firmaron un contrato. Bastaba la palabra.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/62/6d/626de3552b1268427df3a02a0db790500a98f5a9.jpg)
El Luna Park, durante décadas, fue una ceremonia. Se iba al ring side de traje y corbata. Se alquilaban binoculares en la puerta de las populares, como si fuera el teatro. Convivían el rico y el pobre: tras la reunión, se apiñaban, por más frío que hiciera, en la esquina de Bouchard y Corrientes. Los llamaban los de la “Asamblea”: discutían por horas sobre el gancho de Merentino o la derecha de Thompson, se cansaban de pelear entre ellos y luego, cuando ya era muy tarde, se despedían de la manera más natural, con un “Hasta el sábado”, sabiendo que el próximo sábado, inexorablemente, volverían. Y volverían a discutir, a apasionarse y polemizar sobre el cross de Lausse o la zurda de Gatica.
Nació en la calle Corrientes, donde hoy está el Obelisco. Sus propietarios, Ismael Pace y Pepe Lectoure, no eran precisamente propietarios. Cuando se ensanchó la calle Corrientes tuvieron que emigrar y empezaron a buscar un lugar. Cuando lo encontraron se dieron la mano: pero aquella manzana, la de Bouchard, Lavalle, Corrientes y Madero, era entonces un lugar lleno de cabarets y prostíbulos, el patio trasero de la ciudad. Fue inaugurado oficialmente para el boxeo el 5 de marzo de 1932, por lo que ha cumplido 70 años. Sólo fueron propietarios recién en 1947, cuando el terreno –propiedad de los ferrocarriles ingleses– fue a sus manos antes de pasar a ser nacionalizados por Perón. O sea que, aún siendo inquilinos, hicieron un estadio, le pusieron tribunas, trazaron un ring side y le metieron el techo.
No es éste el momento de narrar la historia del Luna, pero no estaría de más puntualizar que fue en ese lugar, donde un joven coronel llamado Juan Domingo Perón conoció a una joven actriz llamada Eva Duarte. Y que de ese romance nacería toda una historia, que involucraría, a favor o no, a todos los argentinos.
Años más tarde, él presidente, ella su esposa y Primera Dama, tendrían un lugar de preferencia en primera fila. Y los grandes del momento –Alfredo Prada, José María Gatica y tantos otros– antes de subir al ring pasarían delante de ambos, para darles la mano. Dicen que fue una noche de Luna cuando Gatica, al estrechar la diestra de Perón, tiró la frase más legendaria que histórica: “Mi General... dos potencias se saludan”.
![Imagen Perón entre dos grandes, Firpo y Dempsey, invitados de lujo.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/a4/f7/a4f739821e9e3bded8dea21b6cdd80eca3c20146.jpg)
Es imposible narrar pedazos de esta historia sin evocar el vasito de cartón quemando los dedos, antes de tomar el café Sorocabana. O sin escuchar desde algún lugar de la memoria el grito de “Chuengaaaaa”: el hombre los hacía y los vendía, eran caramelitos dulces, sin forma fija; tomaba un puñado y los dejaba en la mano del comprador. O el anuncio de Miguel Barra; “Daleee a la Caruuuu” (Carú era una cocina, y “la cocina” era, entonces, el estómago). Después vino Norberto Fiorentino y el smoking con su “Uuuuultima peleeea de la noche” y, más tarde, Jorge Morales.
Como canta Rivero en una de sus inolvidables milongas: “Vos nunca sentiste el gustazo de ir a ver unos tortazos en el ring del Luna Park” (“Te lo digo por tu bien”, de O. Valles). “Ir al Luna” era parte de la porteñidad, una especie de marca de distinción. El mismo Edmundo Rivero –ex boxeador– se escapaba de su Viejo Almacén (que aún existe en Balcarce e Independencia) para verse las peleas y volver corriendo, para seguir cantando. Ir al Luna era llenar una noche vacía con emoción sin límites. Como canta Chico Novarro en su tango “Un sábado más”: “Total esta noche minga de yirar si hoy pelea Locche en el Luna Park”.
Locche, favorito del público, llenaba las tribunas con su sola presencia. La gente del ring pagaba, aunque sabía que muchas veces lo vería de parado, con tal de ser testigo. Locche no fue, por cierto, el único en llenar el estadio. El Mono Gatica, Cucusa Bruno, Eduardo Lausse, Ringo Bonavena, Horacio Accavallo y Horacio Saldaño fueron taquilleros sin discusión. Hablar de veinte mil personas era cosa de todos los sábados. “Tanto es así –evoca Ricardo González, Gonzalito–, que cuando peleábamos con Alfredo Bunetta lo hacíamos los miércoles. Total, el sábado ya era un lleno, inventamos una fecha nueva para el boxeo”. Sí, se daban el gusto de “inventar” un día de la semana para seguir llenando el estadio. “Del país me queda un olor de acequias mendocinas (...) el superpulman del Luna Park con Carlos Beulchi y Mario Díaz, algunas lecherías de madrugada”, evoca Julio Cortázar en uno de sus libros, “Un tal Lucas”.
Cortázar era fanático del boxeo y, en uno de sus viajes a la Argentina, no sólo se sentó en la primera fila del Luna: hasta escribió una columna para El Gráfico. ¡Qué tiempos!
![Imagen Una de las tantas credenciales otorgadas a El Gráfico.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/e3/f7/e3f7f3337442085262f063fed3ae438256b9ded5.jpg)
El ring side del Luna Park albergó –entre otros famosos– a habitués como Irineo Leguizamo, Carlos Menem, Palito Ortega, Aníbal Troilo, Omar Sharif, Beatriz Guido, Juan D’Arienzo, Susana Giménez y Leonardo Favio.
La fantasía popular seguía aquellas noches a través de Radio Rivadavia con Horacio García Blanco y Osvaldo Caffarelli, como antes lo había hecho con Félix Daniel Frascara o Ulises Barrera, sin olvidar a Fioravanti o Bernardino Veiga. A través de la radio –no existía prácticamente la tele– el Luna se metió en el alma de la gente del interior y también de los porteños. Como escribe Ricardo Piglia en su cuento “Una luz que se iba”: “El Luna tendría que ser para los porteños, nomás”. Era, por cierto, sinónimo de prestigio para cualquier boxeador que hubiera trepado a su ring: “Fui a buscar al amigo de Mingo, que se llamaba Gómez. Era un peso pluma que en su época llegó a pelear en el Luna Park” (“Kid Ñandubay”, Bernardo Kordon). Hasta una película con el nombre del estadio se hizo, protagonizada por Walter Vidarte.
![Imagen Emoción. La caída de Peralta ante Ringo Bonavena: 25.236 espectadores en 1965, récord absoluto. La energía desbordaba en cada finta.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/6b/b0/6bb00b552921ab0b5a8653b1baa118420b277784.jpg)
Acentuaron su fama célebres rivalidades, como Lausse-Selpa, González-Bunetta o la más famosa de todas, José María Gatica –amado por la popular– y Alfredo Prada –ídolo del ring side–: “Una vez ni yo podía entrar de tanta gente que había en la puerta –recordó Prada– y tuvieron que poner altoparlantes en la calle para que la gente que se quedaba afuera siguiera la pelea por la radio”.
Fue utilizado como punto de referencia en novelas célebres: “Pero lo que me asombró y acentuó mi temor es que de pronto tomase nuevamente hacia la izquierda, hacia el Luna Park” (“Sobre héroes y tumbas, Informe sobre ciegos”, Ernesto Sabato). Y sigue siendo atracción turística.
En 1987, Tito Lectoure –pulmón y corazón del Luna desde 1957, el hombre que ayudó a consagrar 12 campeones del mundo– cerró las puertas al boxeo.
![Imagen El Luna a reventar, el boxeo convocaba multitudes y la casa que albergaba esas noches maravillosas era el Luna Park.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/21/04/21049ff9b7744783529f7708b68c837c90f2d8b0.jpg)
El sábado 13 de julio, de la mano de su sobrino, Esteban Livera, volverán a abrirse. Seguramente, varias generaciones tratarán de revivir aquellos tiempos en que éramos felices sin saberlo. Y llevarán de la mano a sus hijos y nietos, que querrán saber cómo era una noche de Luna lleno. Esa magia que llegó a ser una parte más de Buenos Aires, como el Obelisco o la pizza de Las Cuartetas o Los Inmortales. Esa magia enclavada en el mismo nacimiento de Corrientes, la calle que nunca duerme.
Algunos afiches
![Imagen Año 1958.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/81/04/8104dd691fd7feefc5cc7a620afb70bd357d8ebc.jpg)
![Imagen Año 1979.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/d2/e0/d2e01b6fdda54c667e424bfaee24016ba5a0f98a.jpg)
Por Carlos Irusta (2002).
Fotos: Archivo El Gráfico.