2004. Son de Fierro
Mascherano y ¨Lucho¨ González compartían la mitad de la cancha en River y en la Selección. Ambos triunfaron en sus carreras, pero sus comienzos no fueron nada fáciles. Dos pibes que nacieron para triunfar.
![](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/75/97/759784e2487e82d55bf3916012878af0600f410e.jpg)
La imagen, la primera que viene a la mente cuando uno ya se ha cansado de verlos en cuanto partido se disputa por el mundo y alrededores, es la del conejito de las pilas Duracell. Juegan, juegan y juegan. Nada parece agotarlos.
Desde hace casi un año van de la mano por todos los rincones del planeta, plantando bandera en el centro de los campos de juego que les toca en suerte. Siempre titulares, siempre decisivos; en el medio, por derecha, izquierda o donde guste mandar; con la celeste y blanca o la banda roja en diagonal, Lucho y Masche van redondeando en este 2004 un recorrido futbolero difícil de empardar. Se jugaron todo (más que los top de Europa), ganaron casi todo (tres títulos que pueden ser cuatro), mantuvieron una regularidad infrecuente en este fútbol tan cambiante y se transformaron –por decisión unánime de los críticos– en los “jugadores del año”, a tal punto que se ganaron un lugar en la Selección mayor desde el fútbol doméstico, una verdadera rareza para estos tiempos. Y todo sin conocer el significado de las palabras “vacaciones” y “pretemporada”.
“Dejate de joder, este año te vi más que a mi hijo”, lanza la primera piedra Lucho, bromeando pero sin abandonar el más estricto sentido del calendario, ya que el pobre Tomás González apenas pasó el año de edad, justo el más prolífico y activo de su padre. “Callate, que encima te tengo que aguantar en la habitación de la concentración”, contraataca el Jefecito. No debe ser sencillo, por lo menos en el ámbito musical: en un rincón, el de Masche, la poesía romántica de Joaquín Sabina y Silvio Rodríguez; en el otro, el de Lucho, la pegadiza cumbia de Nueva Luna.
![Imagen Ocho y cinco, imposible no identificarlos, en el Monumental. Compartieron un año excepcional.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/32/95/32954625cae9a37b6bb3e5aa8f1f3c4b05dd2513.jpg)
“No, la verdad es que nosotros elegimos compartir la pieza tras volver de los Juegos –se sincera Lucho–. Antes, yo estaba con Rolfi, pero se fue y con Javier nos hicimos muy amigos. Yo lo siento como uno de los amigos que me dio el fútbol, como Garipe y un par más. Es lindo también cuando uno va a la Selección y hay un compañero de su club con el que comparte tantas cosas”.
Mascherano aporta un granito más: “Nos llevamos muy bien y jodemos todo el tiempo en la habitación. Y como si fuera poco, también me lo tengo que bancar afuera, porque ahora nuestras novias se hicieron amigas y salimos los cuatro a comer o nos juntamos en una casa”.
Vuelven las miradas cómplices a la hora de las fotos. Lucho es extravertido, regala sonrisas, lleva la posta para animar la producción, muestra los dientes con dotes actorales y exige lo mismo de su compañero. “No puedo, no me sale”, se defiende con resignacion Mascherano, quien intenta poner gesto de duro en la disputa por el balón y no lo consigue.
Juegan, juegan y juegan González y Mascherano. Asomarse a sus historias permitirá entender un poco más el secreto de sus éxitos.
Demasiado flaco para creer
Hijo de padre uruguayo y madre chilena, Luis Oscar González nació hace 23 años en Parque Patricios. Iniciado en el Baby de Unidos de Pompeya, su DT le consiguió una prueba en Huracán cuando tenía 9 años. La rompió. “Nunca había jugado en cancha de once. En el piso había piedras y vidrios. En una jugada me hicieron foul y me cortaron toda la rodilla. Dije chau, no vuelvo más”. Obvio: lo fueron a buscar a su casa y le prometieron curitas eternas.
![Imagen En la Copa América, con la camiseta de la Selección, enfrentando a Alex, de Brasil. Fueron figuras, y el título se escapó en el último segundo.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/f1/a6/f1a6ecb6596a941797164797e629164463c208af.jpg)
En la Novena de Huracán empezó de enganche, en Octava fue carrilero izquierdo y en Séptima Luis Soler lo puso de cinco. Morresi lo subió a la reserva a principios del 99 en ese puesto y debutó el 29 de abril de 1999 contra Racing, el club del que es hincha. Jugó seis partidos más antes de descender y en el Nacional B Babington lo puso de ocho y fue uno de los estandartes del ascenso, con 36 partidos. Por esos días cumplió uno de sus grandes sueños: sacó a sus padres y sus dos hermanos de la piecita que alquilaban en Perdriel y Uspallata para llevarlos a un cuatro ambientes.
“De chico no tuve la posibilidad de darme algunos lujos –revive hoy Lucho, con indisimulable orgullo–, como comprarme ropa, pero gracias a Dios mis viejos siempre se esforzaron para tenernos bien a los tres, para darnos de comer. Mi papá muchas veces se iba caminando al trabajo para que yo pudiera ir en colectivo a entrenarme y no llegara cansado a las prácticas. Y esas cosas a uno lo marcan. No vivía en una casa lujosa, pero tenía un lugar donde dormir. Lo único que me daba un poco de vergüenza era llevar a los amigos a mi casa, tenían que ser amigos-amigos, conocerme bien para que no me diera vergüenza”.
Igual, nada resultó sencillo en su vida. “En un momento hubo un problema con mi viejo y se fue a Uruguay, y como la gente de Huracán quería que siguiera entrenándome bien y me despejara, me llevó a la pensión. Fue una gran experiencia”.
Tan linda e inolvidable como los viajes a La Quemita en el colectivo 46, para ir curtiéndose la piel en las inferiores del Globito: “Hacía un recorrido medio complicado, una horita de viaje. Yo me subía antes de la cancha de Huracán y después el bondi se metía por la villa que está atrás de la cancha. Al final subían los chicos de San Lorenzo, entonces había un poco de rivalidad, aunque nunca pasó nada. Después, cuando estaba en Primera y entrenaba en la cancha, me iba caminando, eran unas diez cuadras. Y me enteraba un poco lo que pensaban todos los hinchas”.
Claudio Morresi, que lo tenía bien identificado por ser el coordinador general del fútbol amateur, contó alguna vez: “Lucho debió soportar durante mucho tiempo que le dijeran que por ser tan flaquito no se podría adaptar a un fútbol con tanto roce. Quizás en otro club ni siquiera le hubieran dado una oportunidad, porque hoy se priorizan otras variables. Nosotros le hicimos algunos estudios por el tema de su físico, pero nos la jugamos por él porque tiene inmensas cualidades técnicas”. Vaya si las demostró en el tiempo.
Lucho admiraba al Turco García por su carisma y porque era el ídolo de Racing. Más de una vez se lo cruzó en la agencia de autos que tenía en Parque Patricios y se fue feliz con el autógrafo. Chilavert era su otro gran ídolo. Hasta que le tocó ser alcanzapelotas en un Huracán-Vélez que el Globito iba ganando. Le ordenaron que hiciera tiempo. Cumplió. Y Chila no se la bancó: primero lo puteó y después le tiró un pelotazo. “Mi vieja había visto todo eso por la tele y al llegar a casa, ya había tirado a la basura todos los pósters que tenía de él en la pieza”, evoca Lucho.
Si se trata de convocar a la nostalgia, por supuesto que no pueden faltar los picados en la Plaza España, corazón de Patricios. ¡Cuántas historias de éstas, pero con final anónimo existirán en nuestros sagrados potreros!
“Mi viejo laburaba de sereno en el Mesón Español –se emociona–, era un restaurante con ponies y caballos donde iba mucha gente a comer y sacarse fotos los domingos. Nosotros vivíamos a la vuelta y por ahí nos quedábamos a dormir ahí, todos los días al mediodía venía un grupo de obreros a la plaza a jugar a la pelota y nos prendíamos. Después nos quedábamos jugando a los penales en pareja con Maxi, mi hermano, por uno o dos pesos, que en ese momento era buena plata… mataba el mediodía y después iba al colegio”.
El colegio debió esperar porque el fútbol lo captó definitivamente y exigió exclusividad. Tras brillar tres años en Huracán, a mediados del 2002 viajó a Francia para sumarse al Chateauroux, de Segunda División. Practicó con sus nuevos compañeros, pero finalmente el pase se cayó. Por suerte para él. Apenas volvió, lo compró River cuando también lo pretendían Boca y Racing. Seis meses con la Banda le alcanzaron para ganarse un lugar en la selección local que viajó a la gira por Centroamérica a principios del 2003. Metió un gol en su debut ante Honduras y otro –un golazo– a Estados Unidos. Y el premio llegó por decantación: fue el único de ese plantel que viajó a Holanda a jugar con los europeos. Casi dos años después, nadie imagina a Lucho lejos de la celeste y blanca.
Nacido para la batalla
Tiene 20 años y como hijo pródigo de San Lorenzo, inmortalizada por Cabral –soldado heroico–, nació preparado para el combate. En sus inicios era delantero, igual que papá Oscar, que jugaba de nueve en la reserva del Newell’s campeón del Metro 74. Pero Oscar conocía bien a su hijo y en su rol de técnico de Barrio Vila, el club de los primeros pasos, lo pasó al centro del campo.
![Imagen Como siempre, Mascherano dejando hasta la último gota de sudor para quedarse con la pelota. En esta oportunidad con la camiseta de la Selección frente a Venezuela.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/8e/f4/8ef434f8f5defa1d62edba980701380ffdcc7a80.jpg)
A los 13 años, Javier Alejandro Mascherano fue a probarse a Renato Cesarini. El Indio Solari, encargado de dar el veredicto, diagnosticó sin dudar: “Este va a ser el cinco de la Selección”. Y Oscar se largó a reír. Ya en su nuevo club, el papá le advirtió que ese equipo jugaba los torneos de la liga rosarina, no los de la AFA. “No importa, porque si juego bien acá, alguien me va a ver”, imaginó el pibe. Personalidad que le dicen.
No se tomaba el 46 como Lucho, sino el “lechero” que paraba en todos los pueblos. Entonces cumplía una jornada bastante particular: mañana en la escuela, un sándwich en el colectivo mientras desandaba las dos horas de viaje hasta Renato, el entrenamiento a la tarde y recién a las nueve de la noche otra vez en casa.
Pasó por cuanta selección juvenil se formó y no faltó a ninguna cita. Ya comenzaba a tomar forma de conejito Duracell. Debutó en la mayor antes que en River y fue elegido capitán por sus compañeros del Sub-20 en el Sudamericano de Uruguay 03 cuando era uno de los cuatro que aún no habían debutado en su club, todos indicios del temperamento que lo distingue.
Fue sparring en el Mundial 2002 y allí habló mucho con Almeyda. “Verlos llorar tras la eliminación cuando juegan en los mejores clubes del mundo, cuando ya han ganado un montón de cosas en sus carreras, me conmovió”, se sincera.
A River llegó a punto de cumplir 14 años y a los 16 se lo quiso llevar el Ajax, pero terminó desistiendo porque debía marcharse con la patria potestad y no le parecía correcto. Explotó en el segundo semestre del 2003, cuando ya lo empezaba a carcomer la ansiedad, y la idea de ir a préstamo a otro club le martillaba la cabeza: “Cuando veía que mis compañeros iban a la Primera y conmigo no pasaba nada, empezó a brotarme la incertidumbre, me preguntaba si iba a tener alguna chance”.
Al igual que Lucho, el destino le hizo un guiño. Pese a las dudas, se quedó en River, Pellegrini lo hizo debutar en el Apertura 03 y a partir de allí fue protagonista de un viaje vertiginoso que lo erigió en titular indiscutible de River, en campeón olímpico y en pieza clave de la Selección mayor.
Hoy, en River tiene como entrenador a quien fue por muchos años su espejo. ¿Toma la posta del apodo? “El es el Jefe, pero yo, ¿el Jefecito? Nooooo –se ríe Masche–, son cosas que inventa la prensa, me falta mucho para merecer un rótulo así. Es muy buena la relación con Leo, es importante que tenga buena onda con los jugadores porque una convivencia así afianza al grupo. Me habla mucho, me marca lo que tengo que mejorar. Y yo quiero aprender los secretos que él sabe. Siempre me fijé en él de pibe, no sólo por lo que jugaba, sino por cómo lo quería la gente, el respeto que irradiaba”.
Con 20 años, el que irradia respeto ahora es él. A tal punto que figura en las carpetas del Real Madrid, el Barcelona y La Coruña. Seguramente, no pasará del 2005 en River.
Ida y vuelta
Preolímpico, Clausura, Libertadores, Copa América, Juegos Olímpicos, eliminatorias, Sudamericana, Apertura. Ocho torneos en menos de un año los tuvieron como protagonistas principales. Siempre uno al lado del otro.
“El Preolímpico nos ayudó para saber lo que era la Selección mayor, o algo parecido, y se armó un grupo espectacular”, arranca Masche. Y Lucho se pega con un recuerdo de sabor ambiguo: “La Copa América es una experiencia inolvidable, fue mi primera oportunidad de jugar un torneo de esa trascendencia. Estar con jugadores ya consagrados y saber lo que sienten por la camiseta de la Selección deja una enseñanza muy grande, aunque se haya perdido en el último segundo”.
![Imagen Dos amigos, que además, se complementan muy bien en la cancha.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/9d/57/9d5712e823b56e7b3770008dedcc85655914f4da.jpg)
Hubo final de cabezas gachas, Adriano mediante, pero algo hizo clic. “Yo creo que en la Copa se dio la reconciliación con la gente –evalúa el Jefecito–, empezamos a cambiar la manera de jugar. En ese torneo empecé a sentirme jugador de Selección. Y al toque se dieron los Juegos, que fue la consagración de un grupo que venía muy golpeado por perder esa Copa. Fue una experiencia hermosa, la mejor de mi corta carrera. Yo me quedé impactado cuando iba caminando por la Villa y me encontré con Roger Federer. Ahí éramos todos iguales, no nos conocía nadie. A la vuelta de los Juegos, la Municipalidad me mandó un jeep y me pasearon por las calles, parecía un estrella de rock”.
“A mí me pasa de recordar momentos a nivel grupal –se prende Lucho–, anécdotas que no te olvidas más: ir a la Acrópolis, comer todos juntos, estar en el colectivo con distintos atletas, cosas que no conocíamos.”
Copa América y Juegos, ese mes y medio de competencia exigente, los encontró en su pico de rendimiento. Los dos coinciden en la evaluación.
–¿Sienten que la gente ya los considera jugadores de Selección, que están más allá de River?
–Los de Boca, por lo menos –se anticipa Masche–, no me putean ni nada, sino que me reconocen lo que hago en la Selección. Eso está bueno.
–Siempre sucede en distintos procesos –completa Lucho–. Este año hubo un recambio de jugadores, tuvimos la chance de jugar y rendirle al técnico. A Marcelo le voy a estar siempre agradecido por darme la posibilidad de jugar en la Selección.
–Nunca me imaginé que podía irse –sigue Masche–. Ni yo ni nadie en el equipo. Fue un baldazo de agua fría. Pero ahora está José, un gran técnico, ganador, y al que muchos conocemos.
–Yo estuve con José en la etapa previa al Mundial 2001 –se suma Lucho–, después me lesioné y no me llamaron más. Estaba muy ilusionado, pero sabía que no andaba en un buen nivel y la decisión que tomó José fue justa. No me quedó ningún rencor, hoy me doy cuenta de que en ese momento no supe aprovechar la oportunidad. Ahora me reencontré con él y me hizo un comentario pequeño que queda para uno…
–Si se hubiera dado tu pase al Chateauroux…
–No estaría viviendo esta actualidad, seguro. Uno nunca sabe lo que podría llegar a pasar, pero ahora se dio todo rápido, muy de golpe, muchas cosas lindas juntas, que es difícil volver a vivirlas. Por eso trato de disfrutarlas al máximo.
–Te vino bien entonces que se cayera el pase.
–Bien no, me vino bárbaro. Agradezco no sé a quién que el pase no se haya hecho. Y después que me tocara River.
–¿No sienten el agotamiento por una temporada tan extenuante?
–En la cancha no –asegura Masche–, pero en la semana… (risas), ahí sí cuesta un poco. Siento muchos dolores, pero falta poquito y después voy a poder descansar. No me arrepiento de no haberme tomado vacaciones, porque creo que gracias a eso pude ganarme un lugar en River. Jugar es lo que más me gusta hacer. Por eso no me quejo, al contrario.
–Por ahora se aguanta –sigue Lucho–, los profes te tratan de una manera especial y saben que lo importante es llegar bien al partido.
–Lucho, hace un tiempo dijiste que te faltaba ser más egoísta, darle más al arco, ¿lo corregiste?
–Sí, ahora soy un poco más atrevido. Recuerdo mucho una frase de Babington en un entrenamiento: “Para que pasen cosas, para armar algún lío, hay que patear al arco”. En inferiores no era de patear mucho, veía a los jugadores de Primera y pensaba ¡cómo le pueden pegar con tanta fuerza! ¿Cómo pueden hacer esos cambios de frente?
Hoy los hace como si no tuviera que esforzarse, con naturalidad, con sutileza, con una categoría que no deja de asombrar. De calidad comprobada, si alguno tenía alguna mínima duda de la temperatura pectoral de Lucho, el último clásico por la Libertadores en el Monumental le puso punto final a cualquier discusión. Por su fervor, por el golazo que metió, por cómo el festejo le nació en las entrañas y se hizo alarido incontenible, esa noche Lucho terminó de conquistarse los corazones millonarios. Masche, en cambio, ya era joyita de la casa antes de debutar con la Primera. Mimado y admirado por los hinchas, su reconocimiento adquiere todavía más valor porque lo consigue desde la lucha, en un club que históricamente se inclinó por la genética de los creativos.
Lucho y Masche, talentos complementarios, amigos y compinches, tanto adentro como afuera. Campeonazos del año, dupla de fierro, si cualquier día de éstos los ve en un picado playero, no se asuste: todavía tienen pilas para rato.
FUTBOL EN LA SANGRE
Dos vivencias, un mismo sentimiento. “Cuando pongo muchas energías en un objetivo determinado, después, aunque gane o pierda, no puedo contener las lágrimas. Lo asumo: los partidos los vivo con una carga sentimental muy fuerte”, se sincera Mascherano. Y Lucho se prende con una historia curiosa que marca cómo el fútbol estaba predestinado en su vida antes de nacer: “Mi viejo es de Montevideo y mi vieja, de Santiago de Chile. Mi mamá trabajaba de empleada en una casa y tuvo que ir a la casa de mi papá a llevarle una radio para que pudiera escuchar el Mundial 78. Así que se conocieron por el fútbol. Y un par de años más tarde llegué yo. La verdad, jamás imaginé que iba vivir algo de lo que viví en el fútbol”.
Por Diego Borinsky y Tomas Ohanian
Estadisticas: Roberto Glucksmann
Fotos: Alejandro Chaskielberg