CÓNDOR ROJAS: "FUI UN ESTÚPIDO"
Las confesiones de Roberto Rojas, aquel arquero chileno que se hizo un corte para llevar a su país al Mundial 90, fue suspendido de por vida y terminó trabajando en el país al que quiso estafar.
Mal que le pese, y aunque se desenvuelva con naturalidad y no le cueste abordar el tema, porque –según explica– ya lo ha superado todo, de no existir aquella fatídica bengala del Maracaná, decir Roberto Antonio Rojas sería referirse a uno de los mejores arqueros de la historia del fútbol chileno, si no el mejor, junto a Sergio Livingstone. Pero la bengala existió, también la simulación, la comprobación de la farsa, la suspensión de por vida, la frustración para toda una generación de compatriotas que se vio impedida de competir y el desengaño de mucha gente que le creyó y se sintió estafada con la confesión. A partir de 1989, entonces, Roberto Antonio Rojas pasó a llevar una etiqueta en la frente, imposible de despegar, que lo asocia en cualquier parte del mundo: es “el de la bengala”, mal que le pese.
“Fui un estúpido”, admite hoy, frente a El Gráfico, catorce años después, cuando transcurre sus últimos días como entrenador interino del San Pablo, equipo al que logró devolver a la Libertadores tras nueve años de ausencia luego de agarrarlo en un momento crítico. Invitado al partido despedida de Iván Zamorano, el Cóndor se reconcilió con su pueblo ante un Estadio Nacional repleto, que le dedicó la segunda mayor ovación de la jornada, detrás del homenajeado. Era la gran prueba de fuego: ver la reacción de la gente tras catorce años de ausencia. Y la gente lo aplaudió de pie y le robó unas lágrimas. “Esa ovación no tiene precio”, se confesó, aún impactado por el perdón redentor.
Tras las fiestas, regresó a San Pablo para retomar su trabajo como preparador de arqueros, cargo que ocupa desde 1993. Paradójicamente, fue Brasil el que le abrió las puertas, justo Brasil, el país al que quiso perjudicar con su engaño.
Cóndor de verdad
Rojas debutó a los 16 años en Aviación, un club de las fuerzas aéreas chilenas que cerró abruptamente en 1980. Fue a Colo Colo. “La primera foto que me sacaron fue con un cóndor al lado –evoca Rojas–, un cóndor de verdad, porque es el símbolo de la fuerza aérea. Allí me quedó el apodo, después se sumó el hecho de que me gustaba volar.”
En Colo Colo estuvo hasta el 87, fue tres veces campeón, y pasó al San Pablo. En el 89, mientras defendía los colores del conjunto paulista, debió afrontar la eliminatoria para el Mundial 90. En el partido decisivo contra Brasil, en el Maracaná, a Chile sólo le servía la victoria para pasar. El local vapuleaba a Chile en el juego, se puso 1-0 arriba y cuando faltaban 21 minutos para el final cayó la bengala a dos metros del arquero, quien simuló una lesión cortándose el rostro con un bisturí. La Roja se retiró del campo buscando un triunfo en los escritorios (o al menos la repetición del partido), pero luego se supo toda la verdad.
Rojas fue sancionado de por vida, estuvo más de un año sin trabajar y le costó recuperarse. Hasta que Telé Santana, a quien sólo conocía de paso, le ofreció a fines de 1993 entrenar arqueros en San Pablo, y el hombre pudo rehacer su vida.
–Telé me dio la gran posibilidad de volver al fútbol. Yo estuve más de un año sin hacer nada después del incidente, hasta que un amigo me ofreció ir a su empresa. Al tiro le dije que sí, porque necesitaba la plata y, sobre todo, sentirme útil. Tenía 29 años, me levantaba y pensaba: “¿Qué hago hoy día? Lo único que sé hacer es jugar al fútbol y no puedo hacerlo”. Mi cabeza funcionaba horrible. Yo pensaba llegar hasta los 36 o 37 años como jugador activo, y en la edad en que un arquero es más valorizado, a los 30, me quedaba afuera. Retirarte es muy distinto a que te retiren. Fui responsable de una falta, pero fueron muy crueles. El deporte tiene que reivindicar a las personas dentro de la sociedad, no las tiene que extirpar. Porque si fuera por extirpar, el 50% de los atletas del mundo estarían afuera del deporte.
–¿Cómo lo trató la gente de Chile estos años?
–El pueblo me apoyó, entendió que había cometido la falta por los intereses de mi país. Y la gente que no entiende de fútbol son los mismos estúpidos que no perdonan a nadie. Pero forma parte del crecimiento de uno, el ser humano no puede vivir siempre de aplausos, tiene que aprender de las críticas.
–¿Qué era lo que más le dolía?
–Lo que publicaba la prensa. Dijeron que yo había tenido intereses financieros en hacer eso. Absurdo, porque pasé momentos económicos difíciles y nunca le pedí nada a nadie. Pero lo que más me dolió fue la falta de solidaridad de mis ex compañeros. Algunos me ayudaron y muchos otros no; me sentí muy solo, muy aislado. Gracias a Dios tuve una familia y unos pocos amigos incondicionales que me ayudaron a salir, porque fue dificilísimo.
–Es curioso, pero terminó trabajando en Brasil, el país al que usted quiso perjudicar.
–Es que en el San Pablo me conocían mucho como persona. De repente estás ocho años en una institución como Colo Colo, y sólo te conocen como atleta, pero no aprendieron a valorizarte como persona. Y viene un equipo extranjero, en el que estuve apenas dos años, y me conocen no tanto como deportista, sino como persona. Y volví, sin pensar que era el país al que yo podría haber perjudicado un día, pero es así la solidaridad: de donde menos tú esperas, viene.
–¿Cómo fue la reacción del público brasileño?
–Bien, de forma natural, porque la primera salida en los momentos difíciles es asumir el error. Y yo había asumido mis errores. Lo dije en 1990, me demoré nueve meses en decirlo, pero lo hice: soy responsable de este acto y merezco ser castigado por esta falta, pero no me hago cargo de la irresponsabilidad de los dirigentes chilenos. Porque hubo negligencia de ellos. Habían pasado cosas en otras eliminatorias, y todo eso se vino encima de mi cabeza, ellos querían que yo pagara ese pato. La FIFA ya le había sacado la tarjeta amarilla a Chile, cuando suspendió nuestro estadio, por eso retirar al equipo de la cancha fue una negligencia de los dirigentes. Y para no pagar ellos el pato, me cargaron todo a mí. Hasta hoy nadie asume nada.
–¿Le duele hablar de esto?
–No, no, está superado absolutamente. Yo puedo mirar a los ojos a cualquiera, porque asumí mis errores; hay muchos que están ahí atrás de una imagen que no te pueden mirar a los ojos.
–¿Qué era lo que más lo hacía sufrir?
–No jugar fútbol, no estar en una cancha de fútbol, que es tu pasión, tu vida. Mucho más que lo que pudiera decir la gente.
–Se perdió la mejor época de San Pablo: dos Libertadores, dos Intercontinentales.
–Son las cosas de la vida. En 1989 yo tenía un precontrato por dos años más en San Pablo y quedó en la nada. Ahí volvió Zetti, del Palmeiras, y fue el arquero de ese ciclo exitoso.
–¿Qué pensó cuando escuchó que lo sancionaban de por vida?
–Durante varios meses no me cayó la ficha. “Bueno, esto va a pasar, se solucionará”, pensé. No me daba cuenta de la magnitud; después de unos cuatro meses, comenzó mi desespero, mi angustia. Es como Maradona en el primer castigo, como decirle: “Tú no juegas más”. Tenía 31 años, hubiese sido una locura, pero Maradona pudo volver. Y uno a la distancia dice: “Pucha, ¿por qué conmigo fue diferente?”. La diferencia es que Maradona era argentino, no chileno, y tuvo la posibilidad de una reivindicación dentro de lo que él quería. Gracias a Dios ustedes tienen a Maradona y a gente muy fuerte en el fútbol mundial. A mí nunca me quisieron defender. ¿Por qué? Porque yo era una persona que dentro del fútbol chileno hacía las cosas de frente, luchaba por los derechos sindicales de los jugadores, contra los directivos. Y cuando me pudieron pisar la cabeza, me la pisaron.
–¿Qué siente al ver la foto de El Gráfico?
–Nada, no me genera nada. Me preguntan qué siento ir al Maracaná, y nada, tampoco, porque mi alma ya está lavada.
LEVANTATE Y VUELA
Suena convincente el Cóndor en ese punto: el tema no parece incomodarlo. Si fue su confesión lo que lo liberó o se ha construido una coraza para hacerle frente a lo que venga, sólo él lo sabrá. Lo cierto es que el hombre se levantó del lodo y volvió al fútbol. En el exilio, pero volvió. En Chile, muchos lo entendieron y así quedó evidenciado en la despedida a Zamorano; otros todavía no lo perdonan: porque se sintieron estafados por haberle creído en un primer momento, porque impidió que el fútbol chileno participara de un Mundial y porque aún mantienen la sospecha de que esa actuación de Rojas fue a cambio de dinero.
–¿Cómo hizo para levantarse?
–La fuerza de la familia y la fe en Dios. Cuando tocas fondo, hay que agarrarse de la única lucecita que uno ve. Yo no era creyente y aprendí a conocer más lo que Dios ha hecho en mi vida.
–¿Cuánto tiempo le costó levantarse?
–Un año y medio. Lloré mucho de angustia, de soledad, de la poca solidaridad, de los pocos amigos, que yo pensaba que eran muchos, en el fútbol.
–Si en treinta años viene su nieto y le pregunta qué pasó, ¿qué le dirá?
–Lo mismo que les conté a mis hijos. Lo importante fue asumir públicamente el error y tener un cambio de actitud en la vida. En el fútbol, te malacostumbras a convivir sólo con las cosas buenas, pero hoy he encontrado un equilibrio que antes no lo tenía. Como jefe de hogar, tengo el deber moral de decirles a mis hijos: “Ustedes se van a equivocar en la vida, pero levántense, porque no hay mejor cosa que levantarse”. Todos los seres humanos cometemos errores.
–¿Por qué lo hizo?
–Por Chile, por un resultado deportivo. Sólo pensaba en ganar. Quería que hubiese un tercer partido, cosa que ha acontecido mundialmente. Cuando Careca nos hizo el 1-0, la cosa se puso muy difícil. Era un partido de vida o muerte, tenía que conseguirse a como diera lugar. Y el estúpido fui yo.
–¿Sus compañeros lo sabían?
–Nadie sabía, me la jugué solo.
–¿Qué esperaba de la Federación chilena?
–Que dijeran: “Nosotros también fuimos responsables”. Después de que salieron los castigos, todo el mundo se lavó las manos.
–¿En qué fueron responsables los dirigentes?
–En la negligencia de haber aceptado retirar al equipo de la cancha, de no haber defendido a la selección chilena. Por ejemplo, el camarín argentino es tu embajada, nadie puede entrar ahí salvo los argentinos, y el camarín chileno fue agredido por centenares de personas que no eran chilenas. La postura debió haber sido: acá no entra nadie. Y, además, negociaron las sanciones: “Castiguen a los jugadores, pero no nos toquen mucho el fútbol chileno”. Sólo un dirigente fue sancionado. Los dirigentes nunca debieron aceptar que el equipo dejara la cancha. Si ellos conocían bien el reglamento.
–¿Cree que algún día trabajará en Chile?
–Me interesa trabajar, no me importa dónde. Y lo digo porque estuve cesante mucho tiempo.
–¿No le molesta la etiqueta que le quedó? Siempre que se diga Roberto Rojas, se dirá “aquél de la bengala”…
–No me interesa, no me pone mal ni nada. A los contras los dejo de lado. Fui un estúpido y no quiero serlo más.
–¿Se arrepiente de lo que hizo?
–Siempre me voy a arrepentir, pero está hartamente superado, por eso converso este tema de forma natural. No me duele más, aunque en el comienzo dolía mucho y costaba explicarlo.
La Reconciliación
Ocurrió el 22 de diciembre, y el diario chileno Las Ultimas Noticias lo describió así: “El Estadio estalló mucho antes de que Bam Bam apareciera. Una ovación escuchada pocas veces cayó desde los cuatro costados: galerías y tribunas se vinieron abajo y pareció que era otro el dueño del homenaje. Roberto Rojas levantó la mirada sin creer mucho lo que ocurría. Levantó los brazos y agradeció el cariño indulgente del público”. (En la foto, con Chilavert).
Esto fue lo que pasó:
13-8-89 En un partido tumultuoso, Chile y Brasil empatan 1-1 en Santiago por las eliminatorias, en el grupo que comparten con Venezuela y que otorga una sola plaza para el Mundial 90. Los incidentes determinan que Chile deba mudarse a Mendoza para enfrentar a Venezuela dos semanas más tarde.
3-9-89 Un clima enrarecido rodea al último encuentro entre Brasil y Chile, en el Maracaná. “Si hay provocaciones, no jugaremos”, amenaza el capitán Rojas. Chile necesita ganar para clasificar; a Brasil le alcanza con el empate. El local es muy superior y convierte a Rojas en figura. Ante 141.072 personas, Careca anota el 1-0 para Brasil a los 15’ del ST; 9 minutos después cae una bengala detrás del arco de Rojas, el arquero acusa una lesión y sale ensangrentado, junto a sus compañeros. El árbitro Loustau espera unos minutos, pero el presidente de la Federación de Chile afirma que el equipo no reanudará el partido.
10-9-89 El Comité Organizador del Mundial le da por ganado 2-0 el partido a Brasil, multa a los locales con 20 mil francos suizos y deja el “caso Rojas” para que sea juzgado por la Comisión Disciplinaria de la FIFA. Todo Chile le cree a su arquero y acusa a la FIFA de arbitraria.
25-10-89 Luego de escuchar todos los descargos, la Comisión Disciplinaria da a conocer la sanciones: suspensión de por vida a Rojas para partidos internacionales y tres meses de suspensión para torneos locales. La FIFA cataloga el caso como “el más grande intento de engaño de la historia del fútbol”.
30-11-89 En Chile, una comisión investigadora integrada por abogados, médicos y dirigentes del fútbol local concluye que Rojas fue el autor de la herida y que la bengala no le pegó. Guillermo Weinstein, nuevo presidente de la Federación Chilena, asegura: “Fuimos víctimas de una estafa”. Se estudia una sanción para Rojas en el ámbito local. El arquero insiste con su inocencia: “No me provoqué la herida, jamás lo haría”.
8-12-89 El jurado de apelaciones de la FIFA confirma la sanción contra Rojas ante el recurso presentado por el arquero. También sanciona al subcapitán Fernando Astengo, al DT Oscar Aravena y al médico por cinco temporadas, además de marginar a Chile de las eliminatorias para el Mundial 94.
26-5-90 Luego de nueve meses, Rojas se confiesa ante el diario La Tercera, de Chile, y admite por primera vez la verdad, porque la conciencia lo estaba “reventando”, según sus palabras: “Yo me hice la herida. El ayudante del médico me dio en el vestuario el bisturí y, en el segundo tiempo, me lo puse en el puño de la camiseta. La bengala nunca me tocó. Rodé hasta el humo e hice un solo corte profundo. Me la jugué por Chile, no por dinero”. También admite que existía un pacto con Astengo para retirar al equipo forzando un escándalo que le permitiera obtener a Chile una ventaja deportiva.
1-5-01 El Comité de Disciplina de la FIFA resuelve perdonar a Rojas y le dicta una amnistía gracias a la mediación de la Unión de Futbolistas de Chile. La decisión tiene un valor más simbólico que efectivo porque Rojas ya tiene 43 años. “Se hizo justicia, al final ya pagué por mis errores. A mi edad, difícilmente volveré a jugar, pero el perdón es una forma de lavar el alma y tranquilizar a la familia”, concluye Rojas.
Por Diego Borinsky
Fotos: Martín Zabala.