2002. Hacen la que se les canta
Simpáticos fuera de la cancha, El Gráfico entrevista a Nelson Cuevas y Héctor Bracamonte, quienes jugaban en River y Boca respectivamente y eran muy queridos por sus hinchas.
A ver, hagamos de cuenta que el tiempo vuelve mágicamente atrás y usted se transforma en un inquieto participante del Repechaje de Domingos para la Juventud.
Imagine que tiene adelante de sí a Silvio Soldán dispuesto a pegar sus típicos saltitos de felicidad si usted es capaz de responder de la mejor manera el desafío escondido adentro de uno de los sobres que están en la bandeja que trae la secretaria...
A ver, agarre uno cualquiera... Ese de la punta está bien, ése que Silvio abre y lee con la solvencia de siempre: “Nombre, sin repetir y sin soplar, jugadores actuales de Boca y River que están más allá del bien y del mal, aquellos que no necesitaron jugar mucho o convertir millones de goles para ganarse el corazón de los hinchas... Jugadores actuales de Boca y River que están más allá del bien y del mal... Comenzando... ¡ya!”.
A ver, vamos, anímese que es su momento. Escúchese a sí mismo: “Cuevas... Bracamonte y... y...”. Y no se preocupe, compañero, porque no hay más. Braca y Pipino. Pipino y Braca.
Muy distintos en el envase: frasco chico para uno, king size el otro.
Diferentes por característica: veloz y escurridizo el guaraní, potente y oportunista el cordobés.
Pero unidos en el jardín de los matices: simpáticos, extrovertidos, apasionados por la música, humildes al extremo, siempre buena onda.
Idénticos, en definitiva, a la hora de generar una química poco frecuente el corazón de los hinchas.
Braca y Pipino. Pipino y Braca. Dos personajes con vida propia. Dos historias queribles para desandar el mes del superclásico...
ENTRE EL ARPA Y LA GUITARRA
Nacido en una familia de clase media, hijo de un fabricante de carrocerías para colectivos y de una profesora que luego estudiaría abogacía, psicología, pedagogía y que pasaría a la historia por la desfachatez de presentarse en la presidencia de River para decirle al doctor Pintado que su hijo tenía que jugar en ese club, Nelson Rafael Cuevas Amarilla es el menor de tres hermanos asunceños. Sus padres son del interior de Paraguay, de Pirayú y de Piribebuy, cerca de la cordillera de Capupé.
“Ahí está la Virgencita, cerca del lago de Ypacaraí. ¿Conocés Ypacaraí?”, pregunta Pipino, y antes de recibir respuesta alguna se pone a cantar “Recuerdos de Ypacaraí”, la bella canción creada por los paraguayos Mirkin y Ortiz en 1953.
Personaje por donde se lo mire, Pipino remite a la vieja y querida rockola: basta que uno pronuncie la palabra clave para que ésta funcione como la monedita que permite elegir la canción a escuchar. Pasará nuevamente cuando se le pregunte si lleva la guitarra a la concentración y dirá que sí “que a los chicos les gusta”, y que le piden temas de Los Nocheros y de rock nacional como ése que dice… “detrás de las paredes/ que ayer te han levantado/ te ruego que respires todavía”. Y volverá a ocurrir cada vez que el interlocutor le dé un pie...
Retomando la historia, Cuevas empezó en el baby a los 7 años, siempre de delantero. “Ahí ya marcaba algunas diferencias con mis compañeros –saca pecho–. Cuando uno es pequeño y sabe jugar, las diferencias se notan mucho; en el profesionalismo ya es más difícil, te quitan espacios. Siempre me gustó tirar huevitos, como les decimos nosotros a los caños. Le dicen así por la gallina, que pone huevos y se sienta sobre ellos”.
A los 13, mientras buscaba hacer camino en el fútbol, la música tocó a su puerta. No es que Paco de Lucía le partiera la cabeza ni que quisiera descifrar a Bach: “Arranqué con la guitarra porque la chica que enseñaba, Liliana, era muy bonita. Quería ganar, así que me motivé y ella me enseñó. Aprendí en una semana, pero de lo demás, nada, ni un beso. Quedamos como muy buenos amigos”.
Habría que hacer una composición de lugar entonces: Pipino yendo a la capilla San Jorge, a dos cuadras de su casa, a tocar los salmos. ¿Lo imagina?
El arpa llegó de grande, en la Argentina, cuando tenía destino de suplente y buscó paz y consuelo en el arpa india, instrumento nacional del Paraguay. Unos amigos que conoció acá le enseñaron, aunque nuestro polifuncional de la música confiesa preferir la guitarra porque la domina más y porque la puede llevar “para tocar serenatas”.
Al principio no se animaba a tocar en la concentración. “Había mucha gente grande, como Berti y Hernán Díaz. Ahora somos todos jóvenes y nos soltamos más”, admite, y cuando se le dice que lo deben cargar bastante, Pipino no se hace problemas: “Yo me río si me cargan, no me molesta. Igual, no soy tan jodón como cuando estoy con la selección. Ahí me suelto más porque es mi gente, me tienen más confianza. Por ahí acá hago una cosa que no es bien mirada y pueden decir ‘éste lo está tomando a la joda’, cuando no es así”.
EL POPI DE BAIGORRIA
Coronel Baigorria es un lunar en la inmensidad cordobesa. Un pueblito de 1.000 habitantes, a 30 kilómetros de Río Cuarto, inundado de bonanza y sencilleces. Allí ancló la familia Bracamonte a mediados de los setenta, justo para el nacimiento del Popi, el flacucho de la “barbita Bersuit” que hoy entibia el corazón de los hinchas de Boca.
“Linda vida la de Baigorria... Me la pasaba en el patio de mi casa, jugando a la pelota con mi hermano y dos amigos inseparables, Juanma y el Turco. Gambeteábamos las cañas, diez mil plantas de mandarina, todo lo que se nos cruzaba por el camino. Ese patio era lo máximo, porque en Baigorria no había ni club, ni liga, ni nada”, recuerda Héctor Bracamonte, que se autodefine como un buen alumno del cole: “Y qué querés... mi vieja era maestra, tenía que andar derecho sí o sí. Era medio travieso, pero ella me curaba enseguida.”
En sus primeras fotos, con el pelo lacio y dorado como el sol, se advierte una pelota de colores herejes: rojo y blanco. Era lógico: el padre y el hermano son de Independiente, mamá es de River. “Pero nunca les di el gusto, siempre les hice la contra. Juancho Tabasso, mi padrino, es bostero a full. Me hizo de Boca y me regaló la primera camiseta, en el 81. Como todos los pibes, entre los 5 y los 8 años fui hincha del que ganaba. Tuve camisetas de Racing, de San Lorenzo, de Newell’s... De muchos equipos, menos de Independiente y River... Pero a los 8 me hice de Boca para siempre.”
Una coincidencia determinó la mudanza a Río Cuarto: el padre consiguió un trabajo allí y el hermano empezaba la secundaria. “Compramos una casita en cuotas, cambié de colegio en sexto y descubrí un mundo nuevo. Río Cuarto es tranqui, pero al lado de Baigorria era Nueva York”, exagera Braca, que de tanto pelotear en los recreos se ganó un lugar en el equipo de la escuela. ¿De nueve? No, de tres, “pero con proyección”. Ah...
Su amigo Federico jugaba en Vecinal Banda Norte –un barrio populoso de la ciudad– y le puso una ficha al técnico: “Véalo al Popi, le va a gustar”. Y al tipo le gustó. Primero lo puso en su puesto “natural”, pero a los pocos días lo inventó como cinco. Perdón, lo de invento es una injusticia: “La rompí. Jugué seis meses en esa función y me ternaron como candidato al mejor cinco de la Liga Infantil. Me ganó Carranza, que ahora juega en Almagro.” Que se cuiden Cascini y Battaglia, entonces...
A Federico lo llamaron de Renato Cesarini, otro club de Río Cuarto. Y Braca fue atrás, movido por la amistad. Desconocía que le esperaba una desilusión gigantesca. Eran justito 16 jugadores y había un solo arquero, así que...
–Pibe, creo que vas a ser el arquero suplente.
Las palabras del técnico le taladraron el espíritu. Y lo envenenaron del todo cuando comprobó que la rotación del arquero suplente era un chiste cordobés. Tenía el peso de una condena.
“Dije chau, largo todo. Se me fueron las ganas de jugar al fútbol. Estaba tan desmoralizado que ni iba a entrenarme. Aparecía los días de partido para ponerme los guantes y sentarme en el banco, nada más. Estaba entregado”, resume Braca, que encima debió ponerle el pecho a los rezongos de su mamá: “Me quería matar. Siempre quiso que fuera al colegio industrial, de doble escolaridad. Pero yo hinché y me salí con la mía. Me anoté en el Nacional, que era más fácil y me dejaba la tarde libre para jugar al fútbol. Al principio se la bancó, pero cuando dije que no jugaba más al fútbol...”.
Hasta que un día golpearon la puerta. Era Juan Siravegna, amigo de la familia y ayudante de Ricardo Aimar, técnico de la clase 78 de Estudiantes de Río Cuarto. El mensaje era claro: dale, vení a jugar con nosotros, animate.
El Payo Aimar, papá de Pablito, casi que lo rescató para el fútbol –“Me inventó la posición de nueve de punta”– y hoy recuerda aquel momento con un gran cariño: “¡¿El Popi?! Un fenómeno. Muy buen pibe. Hubiera sido una picardía que no siguiera. Era más flaquito, ahora está mejor armado, pero se notaba que tenía pasta. Me da gusto ver que las cosas le salen tan bien, pero va a andar mucho mejor. Todavía no dio todo lo que puede.”
¿Si jugaron juntos Bracamonte y Pablito Aimar? Sí. Y parece que hicieron estragos. “El Payito era una categoría menos, pero cada tanto lo subían para que nos diera una mano. Entraba y hacía un desparramo. Una vez fuimos a Gigena, un pueblito de por ahí. El partido estaba chivo, íbamos apenas 1 a 0 y entró él. En 15 minutos hizo un montón de caños y metimos cinco goles. Un infierno.”
Piruetas del fútbol. Una figura de Boca salvada para el fútbol por el papá de un emblema de River...
“NO TENGO MONSTRUOS ADELANTE”
–Nelson, hablemos un poco de lo que viene siendo tu paso por River.
–Dale, preguntá nomás.
–Una vez se dijo en el club…
–(Interrumpe) Se han dicho tantas cosas...
–Una vez se dijo que Ramón había patentado una frase: “Con Cuevas hay que jugar con dos pelotas, una para él y otra para el resto”.
–Y… si Ramón dice eso. El es técnico, ganó muchas cosas. Yo no gané nada en comparación con él. No puedo decir nada de Ramón Díaz.
–¿Pero hacen falta dos pelotas con vos?
–Pueden ser tres, también. ¿Vos qué pensás?
–Que tenés grandes condiciones: gambeta, tiro de afuera con las dos piernas, velocidad, pero nunca te consolidás como titular. ¿Por qué?
–No sé. Tal vez todavía no vino el técnico que me debe poner. O no tengo tantas condiciones para jugar de titular. Pero cuando el grupo me necesitó, estuve ahí para ayudarlos. Cuando entro me siento… Qué sé yo, no te diría el mejor, pero sí que le puedo aportar mucho al equipo.
–¿Por qué no convencés a los técnicos?
–¿Defraudé las veces que jugué?
–No, pero, ¿por qué no te ganás un puesto?
–Y… no sé, habría que preguntarle a cada técnico que estuvo en River.
–¿Nunca un técnico te dijo: “Hacés bien esto, pero tenés que mejorar esto otro”?
–Gallego no me puso de titular en muchos partidos porque estaban Saviola y Ortega, pero si ellos no jugaban, el Tolo me iba a poner. Es una excelente persona, confiaba en mí. A veces se enojaba y me gritaba: “A la mierda, Pipino”, pero es parte de su personalidad. Te putea y después todo bien.
–¿Te puteaba porque no la largabas?
–No, porque jugaba por adentro y él quería que encarara por afuera y tirara el centro.
–¿En qué puesto te sentís más cómodo?
–No sé, he jugado en tantos lugares... Me gusta jugar como Ortega, suelto por cualquier lado.
–D’Alessandro dijo, después del famoso gol a Racing en el torneo pasado: “A Cuevas hay que putearlo para que juegue bien”. ¿Es así?
–No sé qué decirte, porque a él también lo putean.
–¿Sos un poco el punching ball del equipo? ¿El tipo al que putean todos?
–Más o menos, pero me la banco. No soy un calentón como Andrés, porque a Andrés vos le decís algo y salta, se pelea con todo el mundo. Muy buena persona, pero medio calentón. Es su personalidad.
–¿Vos jamás respondés cuando te putean?
–Depende: si me toca la moral, a lo mejor respondo. En River no me pasó. Los paraguayos somos muy nobles y respetuosos. Pero cuando nos tocan el honor, la nobleza o la moral, reaccionamos. Y cuando reaccionamos somos jodidos, reaccionamos mal. Pero es muy difícil que me pase a mí.
–¿Tus compañeros te putean porque sos morfón?
–Qué sé yo, a veces porque hago una… lo que pasa es que si hago una y me sale, no van a decir nada. De repente, hago una, no paso y después me putean. Pero también depende quién haga, porque de repente la hace otro y no lo putean. Pasó con Ortega y ahora pasa con otros, pero conmigo es “hazte la fama y échate a dormir”. Igual, no me afecta. Yo me pregunto: si Ortega no hubiera intentado, si no hubiese sido un tipo pícaro que arriesgaba, ¿habría llegado a ser lo que es?
–Tus compañeros te putearán, pero la gente de River te pide siempre.
–La gente de River me banca a muerte. La gente de River es lo máximo para mí.
–¿Por qué te banca: por tu forma de ser, por los goles decisivos que metiste?
–Porque las veces que jugué, no jugué mal. Y saben que he tenido pocas oportunidades… No es que me dieron diez partidos seguidos… Imaginate: diez partidos seguidos (levanta la voz), diez partidos y que no responda. Tal vez me banca porque voy para adelante y arriesgo. Si la pierdo, la pierdo, pero si sale bien nadie te va a decir nada.
–¿Cuándo te vas a consolidar jugando diez partidos seguidos de titular?
–Ya va a llegar. Estoy convencido: tarde o temprano voy a jugar de titular, no hay mal que dure cien años. No me conformo con entrar unos minutos por partido, si no van a decir que fui un jugador de segundos tiempos.
–¿Y no sos un jugador de “segundos tiempos”?
–Claro que no. Me siento un jugador de todo el partido. No me falta nada: soy joven…
–¿Puede ser que te falte ese golpe de suerte: que no tengas a un Saviola o un Ortega adelante?
–Ahora no tengo ningún monstruo adelante, pero tampoco soy titular. Hay excelentes jugadores, pero no un Francescoli, un Saviola o un Ortega.
–¿Cómo creés que vas a estar definido en el diccionario de River que sacó Olé? Cuevas:…
–(Piensa)… suplente de River. Eterno suplente de River. (Risas)
–Y en cuanto a la posición: volante, delantero…
–¿Posición? En el costado de la cancha… pero del lado de afuera, ja, ja.
RECUERDOS DE UN EXILIO
–¿Te gustaría jugar en Boca?
Braca miró al presidente de Estudiantes de Río Cuarto con cara de cómo me preguntás esa obviedad. Era viernes a la noche. Había terminado de jugar un partido del Torneo Argentino A y estaba armando el bolso para irse a su casa.
–Mirá que el martes te quieren allá...
Dejó el bolso así nomás, armó la valija y enfiló para Parque Sarmiento con su papá. “A las 9 de la mañana ya estábamos ahí. Nos recibió Abel Almada, nos presentó a Lito Isabella, el técnico de la Reserva, y empecé a entrenarme.”
Si Río Cuarto le había parecido inmensa, imaginen Buenos Aires... Durmió algunas noches ahí mismo, en Parque Sarmiento, hasta que se mudaron a la por entonces flamante pensión de Casa Amarilla. “Linda época ésa... Vivía con Catriel Orcellet, que está en Chicago; Fernando Ortiz, el dos de Unión; Sergio Schulmeister, el arquero de Huracán; Guillermo Valdez, Gernán Gallo... Era una banda humilde y muy unida.”
El arranque fue movidito: Reserva, descenso inesperado a Cuarta y otra vez a Reserva con la llegada de Carlos María García Cambón. Así terminó el 97. Hizo la pretemporada del 98 con la Primera. Y cuando le dieron salida al Bambino Veira se le despejó el camino para el debut. “Cambón asumió interinamente y promocionó a un montón de pibes: Navas, Ortiz, Battaglia, yo... Mal no nos fue. El equipo se mantuvo cinco partidos invicto, los primeros del ciclo histórico de 40 que después completaría Bianchi”, dice Braca, que lleva una fecha tallada en el recuerdo: 12 de mayo de 1998. “Ese día jugamos contra Racing. Cambón me llevó al banco y me hizo debutar. Entré por el Melli Guillermo faltando 20 minutos. Quedé de punta con Caniggia, íbamos 0–0 y ganamos 2–0. ¿Qué más podía pedir?”
Por ejemplo, lugar. Pero amaneció el ciclo de Bianchi, “estaban todos los monstruos y era fija que no iba a jugar. Entonces se me dio por el exilio, je...”
Primero, cabotaje. Lomas de Zamora sin escalas.
“Los Andes me daba la oportunidad de jugar con gente grande en una categoría linda como la B Nacional. No quería otro año en Reserva. Necesitaba roce y continuidad. Y acepté el préstamo. Tuvimos un equipazo –Gaby Lobos, Alexis García, Cachito Córdoba, Adrián González–, pero nos fue mal. A mí igual me sirvió: jugué mucho, hice buenos goles. Pero tendríamos que haber picado más alto.”
Después, internacional. Badajoz por triplicado.
“Volví a Boca desde Los Andes para hacer la pretemporada y justo apareció lo de Badajoz. ¿La verdad? Al principio no me gustaba. Era Segunda de España, pero había que remar demasiado. De mínima, iba como cuarto delantero. Tenía adelante a un pibe de inferiores muy querido por la gente, a Carlos Torres, y a Ceferino, que venía del Real Madrid. Menos mal que la adaptación fue fácil. Era el segundo año del gerenciamiento de Tinelli y había varios argentinos. Dije que al principio no me gustaba, ¿no? Bueno, me terminó encantando.”
Más allá de lo que produjo en la cancha, Braca se sintió a gusto en la ciudad. “Yo pensé que era un pueblo de viejos. Había visto las notas de Diego Korol para VideoMatch y dije ‘chau, voy a comerme el embole de mi vida’. Y nada que ver. A la cancha va la gente grande, es verdad. Pero en la ciudad hay muchísima juventud. Disfrutaba a full el tiempo libre: tomaba sol en el río, le daba duro a la música y me encontraba en los pubs a charlar horas y horas con los amigos, una costumbre muy nuestra que en Badajoz también tienen. Era como estar en Río Cuarto. Por eso volví dos veces más y me bajé de la posibilidad de jugar en el América de México, donde estuve un mes. En el Distrito Federal no me encontré a gusto y en Badajoz sabía que la iba a pasar fenómeno.”
Braca quiso y quiere a Badajoz. Y allí tampoco lo olvidan. Jugó su último partido el 2 de febrero –metió un gol en el 2-1 al Numancia– y dejó un vacío grande. Adentro y afuera de la cancha. El micro que usa el plantel para recorrer miles y miles de kilómetros por la geografía española todavía extraña los acordes de su guitarra. “Es un grupo de muchachos humildes, muy calladitos, y yo sobresalía. Si no zapaba un poco, los viajes se hacían interminables. Y conmigo se prendía Paquito, un defensor. Tremendo cantante de flamenco, Paquito. Arranqué haciéndole el aguante con la guitarra y terminé enseñándole canciones nuestras a todo el equipo. Para colmo allá arman cenas del plantel con la familia cada quince días, así que a los postres empezaba el show. ¿Y quiénes copaban la parada? Braca y Paquito...”
Se acercaba el momento de que el bracagol fuera con la música a otra parte...
“ME TIENEN COMO BOLUDITO”
Después de destacarse en el baby, Cuevas debutó a los 17 años en la Primera del fútbol guaraní en Sport Colombia, en 1997. Al año siguiente pasó al Atlético Tembetary, de la Segunda, mientras participaba de distintas selecciones juveniles de la albirroja. Fue en el Sub-20 que participó del Sudamericano de Tandil y Mar del Plata, a comienzos de 1999, que Cuevas la rompió y llamó la atención de River. Allí Pipino jugaba de marcador de punta derecho. Por esos días, en medio de los rumores del pase, ya sacaba chapa de personaje: se paseaba por el lobby del hotel de las delegaciones con un gorrito de River…
Pipino guarda los mejores recuerdos de aquel Sudamericano. “A un jugador hay que bancarlo a muerte. Todos los técnicos de los equipos en que sobresalí me dieron mucha confianza y contención. En ese Sub-20, Mario Jacquet me decía: ‘Entrá a hacer tu juego, no escuches las puteadas, vos sos el mejor’. Muchas veces, uno entra a la cancha muy pendiente del técnico y trata de cumplirle. Piensa más en cumplirle al técnico que en mandarse… Pero en el fútbol te tenés que divertir. Cuando un futbolista entra en la cancha sin presión y a divertirse, le salen mucho mejor las cosas”.
La historia posterior es bastante conocida. La mamá de Cuevas se apareció por los míticos pasillos del Monumental y su hijo cumplió el sueño. Pasó Ramón, después Gallego, otra vez Ramón, y el paraguayo de la gambeta indescifrable jamás consiguió la titularidad. En el último torneo ya ni alternaba en el banco. Dos días antes del famoso partido de la carrera loca contra Racing andaba preguntándoles a los periodistas si estaba entre los concentrados. Al final calzó de última porque Ortega estaba lesionado y Maxi López suspendido. Jugó un puñado de minutos, metió el gol del campeonato y eso le permitió entrar por la ventana al Mundial 2002, más que nada por la presión de la prensa.
En Corea estaba destinado a ser uno más de los que ni pisan el césped cuando Cesare Maldini lo mandó en los últimos 29 minutos contra Eslovenia. “Fue lo mejor que me pudo haber pasado en mi carrera. Hice los goles y me puse a llorar de la alegría. Sabía que era feriado en Asunción. Mis amigos me contaron que se llenó de gente frente a mi casa… Nos íbamos del Mundial, Maldini me dijo que iba a entrar y el profe Gabriel Macaya me agarró y me sacudió: ‘Pipino, tenés que entrar a hacer dos goles, acordate de eso, ¿eh? Dos goles, no te olvides’. Yo le decía: ‘Noooo, despreocupate, profe’. Y entré convencido. Alguno podría pensar que mi intención era jugar unos minutos y decir: bueno, al menos estuve en un Mundial. Pero nada que ver. Justo estaba leyendo un libro, ‘El poder de la mente’, y ahí decía que la mente visualiza y graba las cosas de éxito. Que si te proponés algo y lo tenés bien grabado en la mente, seguro que lo conseguís. Esa noche el técnico me hizo entrar para cumplir porque, según dijeron, ya tenía los pasajes listos para el día siguiente. Era mi única oportunidad. En los otros dos partidos ni siquiera había entrado un minuto. Precalenté, pero sólo miré el partido y el marco. En un primer Mundial, uno mira los detalles para guardárselo y poder contarlo”.
Y si eso fue increíble, ni hablar del regreso…
–Me hicieron un homenaje en Pirayú, el pueblo de mi papá. Me regalaron una medalla de plata, me declararon hijo dilecto. Es un pueblo de 15.000 personas y ese día se juntaron unas 5.000. Había señoras que lloraban sólo por mirarme. Eso me hizo lagrimear. No pensé que tanta gente te pudiera admirar por ir a un Mundial. Les dije que me sentía muy orgulloso y que estaba muy agradecido. Uno tiene que ser agradecido en la vida, porque si uno no es agradecido, le pueden pasar muchas cosas.
–Por eso cuando te quieren pinchar con Ramón Díaz vos no le tirás con bronca, aunque la deberás tener porque no te ponían ni de suplente.
–Tengo mis cosas, pero me las guardo bien solo. No ando divulgando por ahí. Trato de no perjudicar a nadie ni que nadie me perjudique a mí; no quiero problemas. Por eso decía que no soy tan loco en River, más bien me tienen como boludito. Pero prefiero que me tengan así y no como un agrandado. El agrandado, tarde o temprano, se cae.
EL REGRESO INESPERADO
Enero de 2002. Dos charlas telefónicas paralelas e independientes.
Charla I. Braca habla desde España con su mamá y bromea: “Seguro que me quedo acá, ma... Sólo volvería si me llama Tabárez para Boca, ja, ja...”
Charla II. Un tal Marcelo Bielsa habla de bueyes perdidos con su viejo maestro, Jorge Griffa, y recuerda de algo al pasar: “Ah, Jorge... ¿Ese muchacho Bracamonte todavía es de ustedes, no? Estuve viendo unos videos de España y anda bastante bien. Qué raro que no lo tienen en cuenta...”
Una semana después, acaso tras una charla entre el capo de inferiores y el Maestro, que andaba a la pesca de un nueve, sonó el teléfono de Braca: “Tenés que presentarte en Boca cuanto antes.”
–¿Te sorprendió?
–¡Y claro! Qué me iba a imaginar... Encima allá estaba en la incertidumbre total. Tinelli se había ido y empezaron a manejar el club unos empresarios portugueses que todavía están. Al técnico nuevo no le caí mucho en gracia y me pintó en el banco durante 6 o 7 partidos. Qué sé yo, me empecé a preocupar. Y ahí llamaron de Boca. Fue grosso.
–Para los hinchas fue grosso descubrir que ibas al entrenamiento en tren desde Escalada. No es común que el nueve de Boca ande en tren...
–Fue al principio, nomás, cuando paré en la casa de mis suegros hasta instalarnos en un departamento en Barracas, cerquita del club. No tenía nada de malo ir en tren. Soy un tipo simple y me gustan las cosas simples. La gente no me conocía tanto.
–¿Y ahora? ¿Te cambió demasiado la vida?
–Uh... la repercusión de Boca es impresionante. Por suerte, puedo disfrutarlo. No me marea. Estoy bien contenido por mi familia y por los consejos de mi representante, Eduardo Gamarnik.
–¿Sos un bicho raro para el medio? Aquello del tren, no usás celular, no sabés manejar...
–No. ¿Qué bicho raro? Ya dije: soy un tipo común. Y ya voy a aprender a manejar, ¿eh? Profesores me sobran. Todos quieren enseñarme. El asunto es que el alumno todavía no quiere aprender... Por el momento tengo alquilado a los arqueros como remiseros. Antes me llevaba Mauro Astrada, ahora me pasa a buscar Willy Caballero.
–¿Qué lugar ocupa el fútbol en tu vida?
–El segundo. Primero está mi familia. Pero para estar bien con mi familia también necesito andar bien en el laburo. Hay una escala, pero están ligados.
–¿Y la música?
–Es algo que viene de familia. Un tío es músico de alma y tiene un grupo, mis viejos siempre cantaron, mi hermano también estuvo en una banda... Juan José sabe tocar la guitarra, el bajo, teclados. Le das una llave y también te la toca... Yo aprendí solito, manoteando la guitarra cuando él la soltaba, bien autodidacta. Bah... los dos somos así, nunca estudiamos un acorde.
–¿Algún día vas a tener tu banda, como el Mono Burgos o el Rifle Pandolfi?
–No... Toco entre amigos para divertirme. Profesionalmente sería demasiado. Me conformo con haber estado con la Bersuit y La Mancha por invitación. Ya está. Lo mío es Boca, el fútbol.
–A propósito, ¿por qué creés que la gente está tan enganchada con vos?
–Habría que ver si pasan cinco o seis partidos y no la meto, ¿no? Pero es verdad, noto que me tienen un cariño especial. A veces me reconocen una asistencia o que me hicieron la falta previa al gol, cosas así... Haga o no haga goles, me rompo el alma corriendo. Si me queda un poquito adentro, salgo enojado de la cancha. Quizá la gente perciba ese sacrificio y le guste.
–O tal vez seas un tipo carismático.
–¿Yo, carismático? No sé qué es carismático. Facha no tengo. Soy extrovertido, digo lo que pienso, trato de ser amable...
–¿Cuál es tu mayor virtud futbolística?
–La entrega. Con entrega y un poquito de aptitudes te tiene que ir bien.
–¿Una aptitud sería meter goles de rodilla?
–Ja, ja, podría ser... ¿Sabés qué pasa? A esa altura es embromado darle con la cabeza y con el pie. Y como con la rodilla vale... Eso sí, no siempre sale tan bien como con Unión y Gimnasia.
–Pero sos un especialista. Ya hiciste cuatro.
–Esos dos, uno en Badajoz y otro en inferiores. Pero ojo: puede entrar o ir al banderín del córner.
–¿Quiénes son tus referentes futbolísticos?
–Bati es uno, aunque es difícil de imitar... Y el que más me gusta es Trezeguet. Es oportunista, cabecea fenómeno, aparece por todo el frente...
–¿Cómo es eso de pelear el puesto con alguien con quien te llevas bien como el Pampa Sosa?
–Es algo normal que pasa en todos los planteles. En Badajoz competí con Torres, Leandro y Molis, acá con el Pampa... Para mí es fácil: una cosa es lo deportivo y otra lo humano. El problema lo tiene el técnico. Compito lealmente con un compañero, no contra un enemigo. El Pampa piensa igual. Ponemos el bien del equipo por encima de todo.
–¿Te podés divertir jugando en la Primera de Boca, con todas las presiones encima?
–Seguro. No pierdo de vista la cuota de responsabilidad que implica Boca, pero tampoco que el fútbol es esencialmente un juego. Me divierto cuando me sale bien una jugada. O viéndolo de cerca a Carlitos Tévez.
–¿Cuál es tu sueño?
–Seguir dónde estoy. Mi sueño es Boca. Disfruto mucho el presente y estoy preparado para lo que venga, sea bueno o malo.
Braca y Pipino. Pipino y Braca. Amados incondicionalmente por los hinchas, empezando por sus propios presidentes…
Dice Mauricio Macri: “Bracamonte debe ser un espejo para los pibes del club. No tenía lugar, hizo experiencia afuera y volvió para triunfar.”
Dice José María Aguilar: “¿Cuevitas? Top five. Problema de los técnicos si no ven que la naturaleza les brindó un jugador excepcional. Si Maldini hubiera actuado como correspondía, Paraguay llegaba a la semifinal del Mundial. Pipino es un grande.”
Braca y Pipino. Pipino y Braca. Dos historias queribles para desandar el mes del superclásico…
Pipino tiene banca
Todos sus números. Lleva casi cuatro años en el club y su máximo es de 2 partidos consecutivos como titular. Pellegrini es el que más lo usa.
35%
El porcentaje de partidos en los que Cuevas estuvo al menos un minuto en el campo. Desde que llegó al club, en febrero de 1999, River disputó 208 partidos (144 por torneos locales y 64 por copas sudamericanas) y Cuevas dio el presente en 72 de ellos. Si se computan los minutos, Cuevas sólo jugó el 16% de los disputados por River (3.057 sobre 18.720).
19
Los partidos en los que Cuevas arrancó como titular desde que está en River. Dicho sintéticamente: mientras su equipo jugó 208 partidos, Cuevas estuvo apenas en 72 y sólo fue titular en 19 (3 por torneos locales y 16 por Copas). Y sólo 14 veces terminó el partido sin ser reemplazado. En total, metió 9 goles: 5 por torneos locales y 4 por Copas.
11
La serie de mayor cantidad de presencias consecutivas, aunque sea con un minuto en la cancha, la está viviendo ahora: dio el presente desde la segunda fecha del Apertura (9 partidos) más dos por la Sudamericana. La anterior fue con Gallego, de 10 presencias consecutivas en el 2001, cuando disputó 5 partidos por el Clausura y 5 por la Libertadores.
2
Su mejor racha de partidos consecutivos como titular. Fue por el Clausura 99: 3-0 a Platense (V) y 1-1 ante Colón (L), aunque en el primero fue reemplazado. Nunca llegó a jugar dos partidos completos en forma consecutiva.
127
Fueron los partidos que disputó River en los que Cuevas no estuvo ni en el banco de suplentes. El técnico que más lo utilizó, hasta ahora, fue Pellegrini: estuvo en 11 de los 12 partidos en que dirigió el chileno, hasta el 5-2 a Central (sólo faltó con Newell‘s). El que menos lo usó fue Ramón Díaz: con él, Pipino estuvo en 22 de los 109 partidos (20%).
17
La mayor cantidad de partidos que Pipino estuvo sin jugar (todos con Ramón): 2 por el Apertura 2001, 10 por el Clausura 2002 y 5 por la Libertadores de ese año. Luego de esos 17 partidos, entró 12 minutos y volvió a estar otros 6 partidos sin jugar hasta regresar en el recordado partido frente a Racing en el que marcó el gol del campeonato.
Braca, un personaje
Apodos, looks, hobbies y números del centrodelantero de Boca, que volvió al club cuatro años después de su debut oficial en Primera.
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Son los apodos reconocibles a través del tiempo. Popi, para los viejos conocidos de Río Cuarto; Tito, para los amigos; Braca para los hinchas que lo cruzan por la calle; Bracagol para los que revientan la popular y Guga –ya en desuso, se lo puso el Negro Martínez– cuando tenía un look parecido al del tenista brasileño Kuerten.
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Veces se puso la camiseta milrayitas de Los Andes, donde festejó 9 goles durante la temporada 1998/99 de la B Nacional. “Tengo un recuerdo bárbaro de esa experiencia. Jugué todos los partidos, salvo por lesión o expulsión. Fue importante para mi crecimiento futbolístico, conseguí la regularidad que me hacía falta”, admite Braca.
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Habilidades fuera del fútbol: tocar la guitarra y hacer imitaciones.
Con la viola se le anima a cualquier género. Lo otro es menos frecuente y conocido. Dicen que en las fiestas familiares hace derretir de risa con su teatralización de Doña Jovita, personaje emblemático del humor cordobés.
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Son los goles que convirtió en los 87 partidos que vistió la camiseta blanquinegra del Badajoz, en la Segunda División española. Allí los hinchas lo premiaban cantándole algo así como “Héc-tor, Bra-ca-mon-te / oh, oh, oh…”, con los acordes de la música de Los Picapiedras. Lo que habrá sido ese coro de ángeles…
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Actividades básicas a la hora de navegar por Internet, además de mandar y responder mails: bajar partituras interesantes para interpretar en el tiempo libre y jugar al pool cibernético “aunque todavía soy muy pero muy malo; me ganan fácil.”
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Looks utilizó durante su carrera futbolística: 1) Pelo cortito, bien prolijo, como cuando debutó en la Primera de Boca. 2) Largo y con los rulos al viento, como en la última etapa en Badajoz y la vuelta a Boca. 3) Pelo cortito con barbita candado. 4) Pelo cortito con barbita “onda Bersuit”, por el líder de una de las bandas que le encantan a Braca.
Por Elias Perugino y Diego Borinsky
Fotos: Martín Sorter y Alejandro Chaskielberg.