2003. El brazo de Dios
Simpático y siempre con una sonrisa en el rostro, Guillermo Cóppola recibe a El Gráfico para conversar sobre sus años vinculados al fútbol, su relación con Maradona y el sueño frustrado de haber sido jugador.
¿Comiste? Guillote tiene puesta una remera colorada de Adidas –manga corta–, un jogging azul oscuro, zapatillas Nike. Termina de darnos un abrazo. Y nos conduce a través de sólidos muebles, pisando blandas alfombras beige. Las imágenes se repiten en un montón de espejos de su piso de la Avenida del Libertador. Ni tiempo, casi, de dejar la valijita en alguna parte. Desembocamos en una antecocina. Hay platos servidos y la señora Mary se sonríe, tolerante. “Dale, sentate”, dice. Hay un televisor de dos mil pulgadas, teléfonos, papelitos ayudamemoria, fotos familiares. El orden-desorden típico de una casa cualquiera. ¿Por qué Guillote va a ser distinto? Es del signo Rata y se lo nota encantador, cuando quiere. Crea una imagen de intimidad que es totalmente genuina. Sí, debe ser así, mientras sugiere un plato con filets de pescado y ensalada de papas con huevo duro y ofrece “lo que quieras” de beber. Con pena, pedimos agua con gas. El ya terminó de comer, pero picará algo. Son las dos de la tarde. Debe haber vuelto del gimnasio hace un rato. Tiene dos celulares en miniatura al alcance de la mano. Y la tele está prendida en Canal 9. Toma el teléfono. Y mientras le damos al pescado –está muy rico, doña Mary, sí, lo preparo con mucho limón desde la mañana temprano, para que se macere, ¿vio?–, él habla por uno de los teléfonos, que son como una parte de sí mismo.
“Sí, Buenos Aires-Santiago está bien (...). Pero ojo, por Copa puedo hacer escala en Panamá (...). ¿Puede ser que no tenga ningún tramo gratis por millaje? (...) Bueno, pero tengo que estar en Cali, sí (...). Averiguá (...) sí... (...)”
Y así seguirá por un rato. Se nota que conoce las combinaciones aéreas a Cuba mejor que el camino, digamos, Plaza de Mayo-Primera Junta. No para ahí la cosa. Dicen, por la tele, que Gatti ha sido abuelo, así que aprieta teclitas sin consultar agenda alguna, pone el parlante para hablar sin manos. Atiende una voz femenina.
“¡Nachaaaa! ¡Queridaaaa! ¡Sos abuela...! ¿Y cómo se llama?” Del otro lado, la voz dice “Santina”, y se ríen los dos.
Y así un rato, cambiando efusiones y besos telefónicos.
–Ojo –dice cuando corta–, Gatti fue jugador mío. Y, como todos, terminamos grandes amigos. Nacha... venía a verme cuando estuve preso. Todos los días venía. Y venía Claudia. Y, ojo, que para venir pasaban por revisaciones asquerosas, imaginate. Y a lo mejor a ellas peores todavía, para después decir “¿sabés lo que le hice a la mujer de Maradona?”. Pero venían todos los días. Todos sacaron la cara por mí cuando estuve en cana.
–¿Todos?
–Algunos no. Pero ojo, guarda, tal vez no hablaron por otras razones, pero me apoyaron todos.
Su papá, Juan Carlos Esteban, tiene 87 años, y su mamá, Diana Juana Preciosa, 89. Tiene un hermano, Juan Carlos, de 58. Y él, o sea Guillermo, cumplirá 55 el 12 de octubre. “Yo estuve en palacios, estuve con el rey de Arabia, con el rey de España, yo estuve con el Papa, yo estuve con Rainiero... y cuando miro las cosas que me pasaron... qué sé yo, son muchas, he vivido muchas cosas. Por eso cuando viene alguien a preguntarme el tema de Diego y Claudia sufro, sufro mucho, hay mucha maldad, ¿viste? Con Diego somos íntimos, ¿no? Somos muy amigos, pero hay cosas que solamente él puede sentir, son de él, son cosas muy íntimas y siento que se meten en los sentimientos... demasiado, me parece.”
El camino recorrido, cuando se acerca a los 55, lo obliga a reflexionar un poco.
–Yo sigo siendo el mismo, aunque tenga un mango más que el que tenía. Siempre he recorrido el camino con la frente alta, y si algunos personajes dudaron sólo un instante de mi honestidad, es interminable la lista de los que me apoyaron. Si no hubiera tenido esta trayectoria, no tendría tantos amigos en el fútbol como los que tengo.
–¿Fuiste el primero o me equivoco?
–A ver... Y Cyterzspiler, Aloisio, el mismo Poletti, de Estudiantes, vinieron después de mí... ¡Ah, no, hubo uno! Prieto se llamaba, era dirigente de Racing y se convirtió en defensor de los intereses de los jugadores, creo que a través del Coco Basile.
–Pero él era dirigente.
–Ah, sí, eso es cierto. Yo empecé en el 74... no, en el 70, con Vicente Pernía, que es el padrino de mi hija Natalia, que ya tiene 28 y...
–Esperá. Arrancá por el principio, contame de tu barrio...
–Bueno, yo estudié en la Escuela Joaquín V. González, en Barracas. Y en la placita de Australia lo veíamos correr a Goyo Peralta, el que después perdió con Ringo Bonavena. Eramos amigos con el Negro Rivero (Osvaldo, el manager de boxeadores como Coggi, Vásquez, Chacón o Velazco) y una vez nos agarramos a trompadas, cosas del fútbol. Fue la única vez que me agarré a las piñas, fijate vos. Yo era menos jugador y tenía más fuerza; el Negro tenía fuerza y más talento, ojo, jugaba muy bien.
Cóppola vivió en la calle Tacuarí 1593, después anduvo por Chacabuco 1350, vivió en Suárez 1192... Todo ahí, mirando bien al Sur.
–Yo jugaba en la vía que rodea la cancha de Boca, iba siempre a la cancha; Rivero era de Barracas Central. Y los dos hicimos carrera en el banco: Rivero en el Central, y yo en el Federal.
–¿Sos un jugador frustrado?
–Sí, creo que sí. Cuando tenía 15 años entré de cadete en el Nuevo Banco Italiano, que estaba en Plaza de Mayo. Después abre el Banco Federal, y me paso ahí con el contador del Italiano, que me lleva, pasé a ser jefe de sección. Ojo, yo empecé con los jugadores en 1974 y cuando conocí a Diego, fue en 1985, ya tenía 183 jugadores, ¿anotaste? Mirá: Ruggeri, Benítez, Pumpido, Gatti, Merlo, J. J. López, Zanabria, Berta, los hermanos Alves, Brindisi...
–Pará, pará, despacio, porque no me contaste por qué sos un futbolista frustrado.
–Tenés razón. ¿Querés café?
(Reconocerá, un rato más tarde, que es hiperquinético, casi como si fuera un descubrimiento.)
–Yo jugaba en Racing, en las inferiores. Pero sólo había lugar para 22. El que mandaba ahí era Cacho Giménez, que tenía una mercería en la calle Lima. Un día va y me llama: “Vos trabajás, estudiás y al fútbol no le dedicás lo que deberías... Y encima, en el fútbol hay injusticias (ojo, esa frase me marcó a fuego, después te cuento) así que voy a tener que fichar a otro...”.
–Y quedaste afuera.
–Sí. Después me di cuenta de que era así, de que muchas veces un buen jugador queda postergado por que hay que poner a otro, y eso no sólo me dolió, sino que me marcó. Bueno, al final dejé el fútbol. Entonces un día viene el presidente del banco, que se llamaba Jorge F. Christensen y que era de Tandil. Bah, no viene, me manda a llamar. Imaginate, yo era segundo jefe de sección. En un banco, para llegar al presidente, tenés un montón de gente arriba. Fue medio raro, nunca te llaman directamente. Bueno, después me di cuenta, porque yo estudiaba para licenciado en administración de empresas en la Católica con los hijos del presidente, Alejo y Mauricio. Bueno, pero yo no lo sabía en ese momento, voy, entro a la oficina y me veo a un tipo sentado, de espaldas, vestido de sport. Era el Tano Pernía. Va el presidente, don Christensen, y me dice: “Cóppola, yo sé que usted es muy bostero, muy boquense, porque va con mis hijos a la cancha (ahí me avivé de por qué me había llamado), y aquí está Pernía. El me llevaba los palos de golf en Tandil y quiere ser cliente del banco. Así que quiero que usted lo asesore”.
Así empezó mi historia. Y sentí que ayudando a los jugadores, podría terminar con algunas de las injusticias de las que te hablé hace un rato.
–Seguí...
–Sigo. Pernía y yo nos hicimos amigotes y de vez en cuando yo iba a La Candela, ahí estaban los Alves, Hugo Paulino Sánchez, Trobbiani.... eran todos del interior, ¿viste? Y yo veo que todos guardaban la guita en las almohadas, ¿cómo podía ser? Claro, Sánchez era de Corrientes, Trobbiani, de Arequito. Ellos mandaban la guita a la casa, y yo empecé a explicarles que depositando la guita y usando una cosa que se llamaba télex no tenían que andar guardando la plata en las almohadas. Al principio no entendían... De ahí viene que entre el Conejo (Tarantini) y Pernía no se pongan de acuerdo, cada uno cree que fue el primero con el que laburé, no fue así. Mirá: el primero fue Pernía, pero el primero que me firmó un poder fue el Conejo, en 1978, cuando queda libre de Boca, y yo me voy a ver Boca-Borussia... Me acuerdo de que me quedé en París, invitado por Carlitos Bianchi. El, como el Chino Benítez, como Ribolzi, como Lucas –el hijo de Gatti–, todos ellos salieron a defenderme con lo de la cárcel, mi vieja, Claudia, Nacha... Aguantaban vejámenes en la revisación para venir a verme. Ruggeri y Carlos Heller, en cambio, se abstuvieron de hablar y los entiendo. A lo mejor Heller por estar en el banco, vaya a saber, pero yo los perdoné, no importa, uno entiende...
–¿Y Diego?
–Diego no, porque para él no hay grises, se es blanco o se es negro, él es así...
Tenía un Peugeot 404 celeste cuando empezó a trabajar con Pernía. Se sumaron otros, tanto que le pusieron un departamento para inversores especiales y le pagaron la carrera de licenciado.
–Cuando salieron los VANA (Valores Nacionales Ajustables) pasaba que un jugador te daba, digamos, 100 mangos y, al final, le devolvías como 7000, entonces se volvían locos y se corría la bolilla: “Andá con Cóppola que es un fenómeno”, no sé, dirían algo así, para colmo yo era amigo de los artistas, con el asunto del Equipo de los Galancitos. ¿Te acordás? Entonces primero empecé con Darín y con Calvo, pero ellos traían a otros. El Departamento de Servicios Especiales daba para todo, no eran sólo inversiones, eran seguros, plazos fijos, qué se yo, tuve una cartera enorme y muy importante. Pasé a Sarmiento y Reconquista, justo enfrente de donde estaba Heller. No sé qué pasará en nuestro país, pero si hay un tipo que sabe de números es Heller. Agarró una caja de zapatos e hizo Credicoop, un fenómeno.
–Volvamos a Boca.
–Como quieras. En 1978, cuando lo del Conejo, yo viajé a Birmingham con el Gordo Martínez, un profesor, un fenómeno, el inventor de los Torneos de Verano. Me acuerdo de que Alberto J. Armando me llevó a un programa de Canal 11 con Pepe Peña. “Este muchacho que yo les presento va a llegar lejos”, decía. Claro, era inteligente. Con esa historia, el Conejo, que quedaba libre, le dio plata también a Boca. Me otorgaron el poder de Boca y yo cobré por el club: 100 mil dólares. Después me cedieron los derechos de Boca cuando Diego pasó al Barcelona, en 1982.
Del Peugeot pasó a... todo. “Un Mercedes 500 descapotable en 1980, una Harley Davidson en 1983, qué sé yo...” Dejó el barrio y se fue a Almagro. “Yo me casé en el 74... A ver… Sí, porque Natalia nació en el 75. ¿Sabés dónde vivía? En Bartolomé Mitre 4139. ¿Sabés quién vivía en Gascón y Díaz Vélez, a la vuelta? Sí, claro, Carlitos Monzón, yo lo pasaba a buscar y lo llevaba al gimnasio algunas veces...”
Dice que nunca le saco plata al jugador, sino a los clubes.
–Un día, estando Diego en el Napoli, fui convocado por Berlusconi. Viajé a Milano y primero estuve con dos de sus colaboradores, Pompillo y Civillo. Berlusconi me preguntó qué quería si yo ayudaba a Diego a pasar al Milan. ¿Dónde le gustaría vivir?, me pregunta. Y, en la Piazza San Marco, le digo (que es la más bacana). ¿Y qué máquina le gustaría?, me dice. Y, un Mercedes, le digo. ¿Y con cuánta plata se arreglaría para usted, para allanar los caminos, para dejarnos libertad de decisión a nosotros? ¿Le vendrían bien 300 mil dólares anuales? Le dije que sí, que podía ser.
–¿Y vos hubieras aceptado correrte a un costado... dejar de influenciar a Diego, digamos, en futuras negociaciones?
–A Diego, en realidad, no lo influye nadie, es dudar de su inteligencia. Yo hubiera dicho lo que dijera Diego. Bueno, el asunto es que cuando volví a Nápoles... ¡Se armó un lío bárbaro! ¡Hasta pusieron una bomba en una terminal! Hablé con Diego, y Diego dijo que en realidad yo había viajado, sí, pero que era porque una editorial de Milano quería armar un proyecto especial, no sé... Al final, la cosa no se hizo, pero yo hubiera hecho lo que dijera Diego... Mirá, cuando Diego salía a la cancha, gritaban “capa bianca...” y cantaban “euuu... ueeee” (imita un cantito con acento napolitano). Después del Mundial yo era “capa bianca... figlio di putana”. Al final me abrí...
–Diego y el Napoli fueron lo mejor de toda esa carrera, o algo así...
–Y... Con Diego ganaron dos campeonatos, una Copa UEFA, una Copa Delle Coppa, una Copa Italia... Fueron campeones en el 87, en el 88, subcampeones en el 89... Pero cuando empezaron con el “figlio di putana”, decidí abrirme, eso fue en 1990, me echaban las culpas de muchas cosas y entonces hablé con Diego –y hablamos mucho, ¿eh?– y me fui... Y fijate lo que pasó después: en el 91 lo agarraron con el primer doping, en el 92 cayó en cana, en el Mundial del 94, lo del doping. Yo no estaba, yo volví en enero de 1995. ¿Y qué cosas le pasaron al Diego? Unicamente lo de Punta del Este. Y lo de Punta del Este no tuvo que ver con la droga, para nada. Estábamos en Punta y fuimos a jugar con el Pato Tobal, perdíamos 5-3 y me hizo hacer el sexto gol, ganamos 6-5. Casi se desmaya, terminó boca arriba, temblando como una hoja por el esfuerzo. Y de ahí se fue a hacer una nota para Gente, otra para Caras... Nosotros estábamos en una casa de Punta Piedras y teníamos otra, una cabaña. Me acuerdo de que fuimos al supermercado Navarro a comprar cosas, era la fiesta del milenio, ¿te acordás? Entramos en el súper y se armó tal quilombo que hubo que cerrarlo. Esa noche, a eso de las diez, se morfó un montón de fideos agli olio (o sea con aceite) y con peperoncino. Y encima pidió una bola de ubre, se la morfó a la medianoche, se morfó casi media ubre y entonces casi se muere... Morfa como un animal...
–¿Y vos le decís que pare?
–¿Qué le vas a decir al Diego? El te dice: yo hice dieta durante 20 años, si querés hacer dieta, hacela vos... No, al Diego nadie le hace la cabeza. Cuando se armó el lío en Napoli, con lo de la bomba, me cagué todo. El mismo me dijo que me rajara a Roma; él se quedó y al final se tuvo que ir corriendo. Pero que te quede en claro, no hay que subestimarlo al Diego...
Recuerda que su café favorito era El Británico, en Defensa y Brasil. Que iba al restaurante La Gualda, de Bernardo de Irigoyen y Garay. Que sus cines eran el Solís y el Buen Orden, que amaba las películas de Gardel y una que se llamó Una Mujer Apasionada, aunque no recuerda a la actriz.
“Ibamos con la familia a los cines –Constitución, Buen Orden, Gran Sud–, y mi vieja llevaba sánguches, pizzas y nos veíamos las tres películas.... Todavía me acuerdo, siendo pibe, de colarme para ver El Trueno entre las Hojas con la Coca Sarli... Y aquélla de... “Threeee coins in the fountaiiin” –canta, al estilo de Frank Sinatra–. Me gustaba jugar a las figuritas, a los autitos con masilla adentro para que corrieran más. Mi comida favorita era la tortilla que hacía mi vieja. Con mi hermano llegábamos del cole, por la noche, y uno la dividía y el otro elegía. Le poníamos tapitas de Coca-Cola con pólvora adentro a las vías del tranvía, pasaban el 17 y el 22 por casa... O le sacábamos el trolley al trolebús... Y para cuidarnos de la parálisis, nos ponían alcanfor en el bolsillo... Me gusta acordarme de eso, pero soy un joven viejo, me gusta estar actualizado. Ando de sport porque odio la corbata, como banquero que fui andaba todo el día de corbata. Vivo solo, estoy en pareja y no dejo de acordarme que, de pibe, me llamaban Chupete, porque era el más chico. Estaba siempre con gente grande...”
Corre con sus celulares y cuando agita la mano izquierda se le ve el Rolex. “Es de oro blanco, me lo regaló el Diego y me dijo que tenía que regalarle dos, pero sólo le di uno, un Daytone.”
Acepta que duerme 6 horas por día, que lee muy poco, se ríe cuando le decimos que tiene la casa llena de jarrones (“Y por eso me lo metieron ahí al paquete, eligieron el mejor de todos, nene”) y que es anti tecnología. “Yo vengo de la computadora NC 32, que ahora es pieza de museo; yo secaba los libros con secantes, así que todo lo que tengo es una agenda Vuitton, pero a mano.”
Siente que al Diego no lo valoran. “Lo han llamado de todos los países para ser asesor, hasta de China, menos de acá. Por eso vuelvo al fútbol, por eso volvemos Diego y yo. Vamos a asesorar a jugadores y clubes, tenemos experiencia, que es lo que vale. ¿A vos te parece que a Orteguita lo mandaron solo a Turquía, sin alguien que lo acompañara, alguien que supiera los dos idiomas? La Fundación Maradona va a detectar talentos en el interior, talentos de todos los deportes, queremos prepararlos, darles buena comida, buenos entrenadores. Yo siempre defendí al jugador. Hace poco no sé qué dijeron en el programa de Niembro, por Fox; y Maradona me llamó a mí y después llamó al programa, porque él quiere defender al jugador. Queremos darle dignidad al deportista, por eso –aunque muchos tienen miedo de que Diego no cumpla– vamos a demostrar todo lo que podemos hacer. Y lo que vamos a hacer. Tenemos para hacer intercambio con China, con Japón, tenemos la quinta de Diego en Moreno, vas a ver las cosas que haremos...”
Y, mientras se mueve de un lado al otro tras las fotos, mientras corre a una de sus 4x4 porque se está por ir a Cuba, antes de Boca en Cali (“Tanto lo quiero al Diego que paso el Día del Padre con él, porque me precisa”) vamos cerrando la libreta, arrastrados por sus llamadas telefónicas, por sus corridas previas al viaje en donde, como siempre, no despachará nada y todo lo llevará en la mano. Y como ya no sabemos en qué momento nos vamos a despedir, le preguntamos por preguntar si alguna vez se tomó vacaciones. Estamos a bordo de su 4x4, tiene que seguir haciendo trámites.
–Sí, una vez me tomé dos días de vacaciones.
Y es tan grande el apuro y todo lo demás, que no le preguntamos dónde, ni cómo ni cuando.
Guillote ya se va por la Avenida del Libertador, y como buen signo Rata que es, igual que Diego, sabe que es capaz de cautivar hasta a un periodista.
Regalo de cumpleaños en Bragado
EL PLACER DE VESTIR LA AZUL Y ORO
En 1980 era el apoderado de 183 futbolistas, pero le faltaba algo: jugar en Boca. Sus jugadores lo pidieron y Rattin lo autorizó. A raíz de su actuación, estalló un escandalete. Cinco años más tarde, pasó a representar a Diego.
Si una tarde está grabada a fuego en la memoria de Cóppola, es aquella del 12 de octubre de 1980, cuando cumplió 32 años. Boca iba a jugar un amistoso con la Liga de Bragado. “Era mi cumpleaños. Entonces los jugadores le pidieron a Rattin que me dejara jugar un rato ese partido, porque sabían que para mí no había mejor regalo que ése. Ojo, que yo había jugado en las inferiores de Racing y para entrar en ese partido me había entrenado todo un mes, así que no fue ninguna locura. Al final Rattin aceptó, pero con una condición: entraría solamente si el equipo iba ganando por más de cuatro goles. Outes metió los cuatro, y todos festejaron como locos, pero no tanto por los goles, sino porque eso iba a permitir que yo entrara… Bueno, me quedó una gran bronca porque al final no pude hacer un gol, aunque un tiro pegó en el palo. Y más tarde se armó un zafarrancho bárbaro, porque Alberto J. Armando –entonces presidente del club– aprovechó el tema para tirarse contra Rattin, aunque en ese partido estuvieron dos dirigentes del club y me autorizaron a ponerme la camiseta.”
Poco tiempo después, la nómina de jugadores representados llegó a 183. “De Boca, todos, menos Brindisi, Krasouski y Mouzo, aunque ellos también me autorizaron alguna vez para que les gestionara el cobro de una deuda.” Pero también de otros clubes. Así se podría mencionar a Kempes, Nery Pumpido, Husillos, Enzo Trossero, Carlos Bianchi...
Cóppola renunció a su trabajo en el banco el 1º de abril de 1985. Un par de meses antes, en febrero, dos de sus representados, Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca, pasaron directamente de Boca a River. Santilli, presidente de River, les entregó un portafolios con 250 mil dólares. En septiembre de ese mismo año, la historia de Guillote tomaría un rumbo nuevo y que sería un rotundo antes y después. Fue cuando Diego Armando Maradona anunció oficialmente que Guillermo Cóppola se haría cargo de sus negocios. Dos semanas más tarde, Guillermo cumplió 37 años.
Por Carlos Irusta (2003).
Fotos: Archivo El Gráfico.