2003. Gol de oro
Fernando Cavenaghi había surgido como una de las joyitas de la cantera Millonaria hacía poco tiempo, 2003 fue uno de los mejores años de su carrera. Cavegol le concede un mano a mano a El Gráfico.
La historia de River, y sobre todo la más reciente, la más fresca, reconoce algunos hechos que se repiten casi invariablemente. Parece que fue ayer, nomás, que Hernán Crespo desataba toda su furia goleadora para hacer vibrar el cemento del Monumental y definir su inexorable destino europeo, europeo del grande. Y uno ni alcanza a dar vuelta la cabeza hacia atrás cuando ya se dibuja la silueta de Javier Saviola, su tremenda afinidad por el gol, pero también por la gambeta y el fútbol exquisito, su presencia de duende inalcanzable, su explosión y el pasaporte al fútbol del primer mundo, del primer mundo en serio.
Hace dos años nada más, apenas dos años, finalizados los entrenamientos de River, Fernando Cavenaghi se subía al auto de Javier Saviola por la puerta del acompañante, como se puede subir cualquier amigo ocasional que ha ido a visitarlo ese día, para que su viaje hasta el hotel-pensión-forjador de carácter fuera más rápido y también más cálido que en el colectivo de todos los días.
Hoy cuando Fernando se baja de su auto para acercarse hasta el estudio en donde se prestará sin poses de estrella a la producción con El Gráfico, cuando en un instante se pasa lista a lo que hizo este chico en el fútbol y todo lo que le queda por hacer, uno enseguida asocia su figura a la de los dos últimos monstruos del gol que dio el semillero riverplatense. Porque así como Valdanito y el Conejito ni siquiera pudieron superar los tres años en el club porque su potencial era irresistible para el fútbol europeo, para sus billetes, la sensación es que el Kity de O’Brien les seguirá los pasos. Y Cavenaghi ya ingresó en su tercer año de Primera División en River.
¿Qué hablarían Javier y Fernando, dos tímidos en potencia, en ese pequeño trayecto que une Núñez con Belgrano, el Monumental con la calle Quesada? Difícil saberlo, porque Fernando es un chico de respuestas cortas, más proclive a expresarse con su cuerpo en la cancha que con palabras fuera de ella. Pero de alguna manera le estaban entregando “la posta”, como unos años atrás se la ofrecía Crespo a ese chiquilín de físico esmirriado que lo miraba embelesado vestido de alcanzapelotas.
“Listo, toma 1 terminada”, anuncia Fernando después de una sesión de primeros planos para la tapa, y enseguida se pone a hacer jueguitos con la pelota, consciente de que eso le sienta mejor, aunque está claro que también podría hacer destrozos en cualquier telenovela para adolescentes. Los shorts de ocasión le quedan chicos, lo que resalta un poco más su “gordura”. “¿Qué pasa?, ¿quedaron de la producción de Saviola?”, lo chicanea Néstor Sívori, representante y compinche, hijo del legendario Enrique Omar Sívori. “Pará, mirá esta producción tuya. ¿Cuánto tiempo tuvieron que estar para que no se te cayera la pelota? Además la foto es en blanco y negro, mirá si serás viejo”, le retruca Fernando, apuntando a una nota publicada en El Gráfico cuando Néstor había ido a probar suerte en la Juventus, en 1978.
Entre toma y toma, Fernando se da un respiro y se presta a la entrevista. Está preocupado porque en dos horas tiene que estar en lo de Coudet y todavía no tiene bien claro cómo llegar a destino, sólo sabe que debe agarrar la Panamericana y poco más. “Nada especial, cada tanto nos juntamos todos los muchachos a comer y a charlar un rato”, explica, y así uno empieza a entender aquello de la fortaleza del grupo.
Suena su celular. “¿Qué hacés, Cabeza? Sí, mañana vamos al mediodía, no lo liquides en tres sets así podemos ver algo. Dale, dale. Suerte”, se despide de David Nalbandian, amigo del plantel, en general, y de Fernando, en particular. Al día siguiente, estará alentándolo en el match ante Rusia, por la Copa Davis.
–Hablamos de fútbol, Fernando.
–Dale.
–Tu estilo es bastante particular. Muchos tiros tuyos de afuera son picándola, de emboquillada, no sos de pegarle fuerte. ¿Por qué?
–No sé, es un estilo propio que traigo desde chico. Ante la opción de pegarle fuerte de afuera o de picarla, darle despacio, qué sé yo, me quedo con la última, es mi juego, me sale así. Y adentro del área es lo mismo, prefiero buscar un palo antes que tirar fuerte al bulto. Por lo general trato de ver al arquero antes de patear y busco el palo más alejado. Uno, antes de que llegue la pelota, ya trata de estar atento a todo: adónde está el defensor, el arquero y dónde va a ir el pase. Un ejemplo es el segundo gol contra Arsenal: cuando Darío empezó a desbordar por la izquierda, yo ya estaba pensando todo eso, haciendo un cuadro de situación en mi cabeza, imaginando que si la tiraba al segundo palo al arquero le iba a costar más llegar. Lo que pasa es que a veces sale y a veces no.
–¿Buscás agarrar al arquero a contrapierna?
–Sí, se busca de todo, con tal de que pueda entrar, ja, ja. Son dos segundos en los que se te pasan muchas cosas por la cabeza y tratás de definir lo mejor posible. Muchas veces sólo tengo que dar el último toque a la red y nada más.
–¿Cuál es la clave para embocarla en los tiros libres?
–El entrenamiento y la confianza. Siempre pensé que en el fútbol se puede aprender y mejorar todos los días. Y esto que me viene pasando con los tiros libres es el mejor ejemplo. En las inferiores pateaba, pero poco; con la Gata Fernández éramos un poco los encargados, pero pateaba más él. Cuando era alcanzapelotas miraba mucho al Enzo, lo tenía de cerca y lo seguía, sobre todo en los tiros libres. ¡Qué calidad, mamita! Enzo es un grande. Una vez me saqué una foto con él, cuando era pibe y pasaba la pelota, aunque después no tuve chance de conocerlo personalmente, una pena. Pero volviendo al tema, con la Selección juvenil empecé a entrenarme un poco más y tanto Tojo como Tocalli me alentaron para que lo hiciera. Ahora, por entrenamiento, por decisión propia y por ganas de mejorar, me tengo confianza y agarro la pelota. Es cuestión de meterle un poco todos los días.
–¿Te sorprendió que tuvieras esa facilidad para patear tiros libres?
–Y… por ahí me sorprendió un poco, no me tenía demasiado en esa faceta que es nueva. Trato de aprovecharla al máximo y de mejorarla.
–Ahora tenés más chapa entre tus compañeros. Me imagino que el año pasado, si querías pegarle, tus compañeros te decían: salí de acá…
–Sí, por ahí tus compañeros mismos te tienen más confianza y hasta te dan el puntapié inicial para que lo hagas. Eso es bueno.
–Y antes te decían: no, nene…
–Y… era más complicado (risas).
–Fernando, ¿qué recordás del partido con San Lorenzo del torneo pasado?
–(Piensa unos segundos.) Que estaba en el banco.
–Sí. Se lesionó Cuevas, entró Leguizamón en su lugar y vos seguiste en el banco. ¿Qué sentiste?
–Que era una decisión del técnico y que tenía muchas ganas de entrar, pero, por ahí, como se había lesionado un punta por afuera, prefirió poner a otro punta por afuera y no tener dos de área.
–¿Ese fue el momento más bajo de tu carrera?
–No, no, yo creo que la única forma de demostrarle al técnico que uno puede jugar es estando bien.
–¿Llegaste a bajonearte en esa época de suplente?
–No, porque me estaba recuperando de una lesión y el técnico me hablaba mucho, me daba confianza. Eso hizo que hoy esté mucho mejor y que pudiera crecer también. Una de las ventajas es que vine a River de chico. Y eso te sirve para la formación como futbolista, porque vas creciendo en un nivel competitivo, vas aprendiendo cosas de los técnicos y vas moldeando tu carácter.
–¿Sos un jugador que depende mucho de la cabeza?
–No, en líneas generales soy muy tranquilo.
–¿Qué te decía Pellegrini?
–Me daba la tranquilidad de que a él le gustaba mucho cómo jugaba, que me quería llevar despacio porque venía de una lesión, que me estaba recuperando y sabía que iba a ser algo bueno para levantar el nivel.
–Pero un día te enojaste: en el River-Boca, el de los dos goles de Delgado, te sacaron y te fuiste derecho al túnel.
–Por la amargura de salir en un clásico. Veníamos de empatar y tenía muchas ganas de jugar, pero bueno, eso es un tema que ya pasó.
–¿Aguilar te habló en ese momento? Porque a cada rato decía que no entendía cómo podías ser suplente.
–Sentí y siento un respaldo impresionante de José María y de muchos dirigentes, estoy muy agradecido. Nos saludamos, charlamos, tenemos una muy buena relación.
–¿Pellegrini te dijo algo antes de empezar este torneo?
–Llegué del Sudamericano y me siguió dando la confianza con la que venía. Me sirvió mucho. El Sudamericano, para mí, fue fundamental. Poder salir campeón y goleador con la Selección es un orgullo.
–¿Te dijo que se había equivocado con vos en el torneo anterior?
–No, porque él había sido claro, me habló siempre bien y ya está. Yo siento que estos años en Primera me sirvieron para crecer: llegar, ser goleador, la lesión, ir al banco, volver. Es algo que les pasa a todos los jugadores; depende de cómo se lo tome cada uno, servirá para crecer o no. Mi sensación es que crecí en todo, en la parte futbolística y también en lo otro, también en superar a veces los nervios antes de los partidos. Ahora ya entro más relajado a la cancha.
–¿Sívori padre te da consejos?
–Me habla mucho, me carga también. La verdad que los dos, tanto Enrique como Néstor, tratan de que yo mejore en todo lo que pueda. Me cargan cuando yerro un gol, para que mejore, no onda reproche, si no cómo le tengo que pegar.
–¿Qué te enorgullece más, que digan que Cavenaghi es un goleador implacable o que es un goleador que, además, sabe jugar?
–Las dos cosas. Uno lo que trata es de ser buen jugador y como consecuencia de eso llegan los goles. Mi fuerte es estar en el área, pero si tengo que tirarme un poco atrás, me gusta.
–Con Coudet forman una muy buena sociedad en la cancha. ¿Hablan antes de los partidos?
–Sí, aparte como es buena persona afuera de la cancha, adentro nos entendemos muy bien: conoce bien mis movimientos, yo también los suyos, eso hace que mejoremos. El Chacho es un fenómeno, siempre está en positivo y tira para adelante al grupo, contagia. Es así como se lo ve por la tele. Y ponelo bien grande: es un gran asistidor en la cancha.
Cavenaghi irradia en sus respuestas una tranquilidad pasmosa que remite, irremediablemente, a lo que debe ser su pueblo de 2 mil habitantes a la hora de la siesta. Para conocerlo mejor hay que recorrer un poco su círculo más íntimo, porque a Fernando le cuesta hablar sobre él. Entonces nos enteraremos de que es un gran dormilón y que mamá Mónica le da los buenos días llamando todas las mañanas de Chacabuco, la ciudad en la que vivió desde los 6 años. Que no es cabulero, como la mayoría de los futbolistas. Que en su tiempo libre le gusta quedarse en su casa con su novia, Soledad. Que le gusta ir al cine, estar con la familia o ir a comer a algún restaurante no muy concurrido, todo muy tranquilo. Que desde hace algunos meses le tomó el gustito al golf por sugerencia de Buljubasich y que suele practicarlo (Cavegolf, título cantado) con Lux y Demichelis, sus amigos más íntimos dentro del plantel. Que en la concentración, además de cumplir con su vicio de la siesta, le gusta jugar al pool y tomar mate con sus compañeros. Que siente una gran debilidad por sus hermanitos: Belén, de 5 años –que se liga de rebote algunos peluches que las fans le regalan a Fernando–, Nicolás (7) y Marcos (7), los dos primeros hijos de la madre, el último del padre, delanteros también los dos varones. Que alguna vez los hizo entrar de mascotas en la cancha y que cuando anda por sus pagos, los chicos sacan pecho orgullosos en el auto del hermano famoso, que los lleva a los jueguitos con la música a todo volumen. “Estoy poco con mis hermanos, por eso cuando estoy con ellos me gusta malcriarlos un poco”, admitirá.
Algunas señales permiten suponer que el actual goleador de River no se la cree, virus que se instala con facilidad apenas las estrellas precoces del fútbol actual tocan el cielo. Una prueba: cuando después de ser el máximo artillero del fútbol argentino, a mediados del 2002 pasó al banco de suplentes, tras una lesión, no se le escuchó ni una queja contra el entrenador ni anduvo con la cara larga. Dos: a pesar de ser un consagrado, el lunes 3 de marzo de este año, un día después de meter un gol decisivo contra Colón, en Santa Fe, cumplió con su promesa familiar y se presentó a rendir Biología de cuarto, porque quiere terminar la secundaria. “No aprobé por portación de apellido, ojo, eh. Tuve que estudiar. Charlé un rato con los profesores, que uno se dedica mucho a esta profesión y no tiene mucho tiempo para el estudio, me trataron bien. Pero a la hora de rendir somos todos iguales”, se defiende.
Los domingos pospartido, Fernando no se desvive para observar lo que produjo a la tarde. Si engancha algo por la tele, se prende y listo; si no, no se preocupa demasiado. Entre los hobbies recientes, se destaca uno que llama la atención: la pintura. Hace unos meses compró un atril, algunas telas y le da fiero con los pinceles. “Cuando tengo ganas y tiempo, me dedico a eso. Lo hago de puro coraje”, se ríe de sí mismo.
Tiene una filial bautizada con su nombre en Monte Grande. Se inauguró en agosto del año pasado, cuando Fernando tenía apenas 18 años, un hecho casi inédito para un jugador tan joven.
–¿Qué es lo que menos te gusta de tu nueva vida de “famoso”?
–Estoy como siempre, por ahí te conoce un poco más la gente, pero eso no me cambió para nada.
–¿Podés salir a comer afuera o ya no?
–No soy de salir mucho, por ahí voy algo al cine y si salgo a comer, me ubico en un rincón, siempre en un lugar tranqui. Después, si la gente viene a saludar con buena onda no hay drama. Yo tengo memoria y no me olvido de que soy del interior, que apenas pisé Buenos Aires y llegué a River me volvía loco por ver a los ídolos de cerca. Y que pedía muchos autógrafos.
–¿Sos muy tímido, no?
–Sí.
–Te pregunto porque fue raro verte en el Sudamericano dedicándole un gol a tu novia con una inscripción en la remera…
–Fue un sentimiento que quería expresarle.
–Le robaste la ilusión a muchas chicas
–Bueno, pero lo importante era que lo viera la que yo quería.
Por Diego Borinsky (2003).
Fotos: Alejandro Chaskielberg.