Víctor Monzó, el señor de los milagros
Se había recibido de contador público, era jugador de fútbol y hasta llegó a marcar a Maradona. Pero un accidente automovilístico lo dejó en estado vegetativo. Sólo la fe y el amor materno lo revivieron.
![](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/e4/ba/e4baf585ff4547a4f0b0f91b011b0a158d62f80c.jpg)
Aquel día, 13 de mayo de 1999, dos ambulancias ingresaron en el Sanatorio Fleni transportando a dos pacientes. Ambos se habían conocido unos años antes en el terreno que más querían: una cancha de fútbol. Y ambos, en ese espacio de tiempo que duró un partido, estuvieron frente a frente, pues a uno le tocó marcar al otro. No podían sospechar las vueltas del destino. Quedaron alojados a sólo una habitación de distancia. Y mientras uno se retiró poco después, el otro quedó allí, luchando en una desigual pelea. Se hallaba en estado vegetativo y ningún médico hubiera apostado una moneda por un final feliz. Ninguno, excepto una diminuta mujer rubia que, elevando los ojos al cielo, se encomendó a Dios.
Esta es, pues, la historia de ese paciente, llamado Víctor Monzó, un contador público nacional oriundo de Carlos Tejedor, localidad de 4900 habitantes ubicada a 470 kilómetros de Buenos Aires.
El otro paciente, con quien jamás volvieron a tener contacto, era Diego Armando Maradona.
Esta es la historia de un milagro.
Víctor nació el 8 de agosto de 1967. Su padre, el doctor Emilio, fue intendente de Carlos Tejedor. Casado con Gema María Gardiner, de origen irlandés, tuvieron seis hijos, todos profesionales. De ellos fue Víctor el más fanático por los deportes. Hincha confeso –como toda la familia– del Rojo de Avellaneda, Víctor empezó en el fútbol a los diez años, jugando en la Sexta de Huracán de Carlos Tejedor. Entonces era número 10 y alcanzó un campeonato local en América, ciudad pegada a La Pampa. Tenía condiciones. Tanto que, cuando ya estaba en la Tercera, vino de Buenos Aires José Pintado –hermano del dirigente histórico de River– y lo llevó a probarse en Platense. De buen físico –1,85 y tranco seguro–, el pibe sentía que iba a encontrar su Destino con la de cuero. Estuvo un año y medio en Defensores de Belgrano. Y recuerda, ahora, con humor, que “me echaron flit, porque en los entrenamientos hice tres goles y pensaron que era el nuevo Gareca, pero después no fue tan así”.
El Flaco, eso sí, aprendió una gran lección, y fue que un buen entrenamiento era fundamental si quería llegar a algo, por eso empezó a jugar de número 5 y a rendir mucho más. Así que, cuando llegó al Larroudé Fútbol Club de La Pampa junto a Juan Gallo, empezó a mostrar un gran futuro futbolero. Llegaron a la final del campeonato de La Pampa, con All Boys de Santa Rosa, en 1996, y perdieron por un penal que, según memoriosos testigos, nunca existió. Víctor sintió que estaba viviendo su mejor temporada.
Ya era contador –se recibió en la Universidad de Buenos Aires en 1992– y un buen día se encontró con la noticia que no pudo creer: Diego Maradona vendría a Carlos Tejedor para jugar un partido.
![Imagen Con el Diego. Víctor a la derecha, en su tarde más gloriosa. Fue en Carlos Tejedor.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/9a/04/9a04e431d87f106ed0436bd37fc45b79b3ddc183.jpg)
En realidad, nadie creyó demasiado en la historia, motivo de análisis y debates en los boliches del pueblo. ¿El Diego en Carlos Tejedor, la tierra que vio nacer a Hugo Gatti?
Lo que cierto es que allá por 1993, y gracias a la gestión de Hugo Gottardi, el sueño se hizo realidad. “Esa noche dormí vestido de jugador –recuerda Víctor– y el otro día fue, seguramente, el más breve de mi vida. El avión de Diego –porque se vino en un avión– aterrizó en una pista de carreras de caballos, imaginate.”
Diego había pedido la mayor discreción, pero fue imposible: se le abalanzó todo el pueblo: “Si me tocan, me voy”, dijo y todos se retiraron. “Jugamos un tiempo la Primera de los dos clubes del pueblo: Argentino y Huracán. Lo corrí todo el tiempo, pero más que para marcarlo, que era imposible, para estar cerca de él, porque le había pedido a Miguel Martín, el fotógrafo, que cuando estuviéramos cerca, gatillara sin asco…”
Ganó el equipo de Diego, por amplia goleada, y el avión se lo llevó. No podía imaginar Víctor que iban a estar nuevamente muy cerca, cada uno en una cama…
La noche del 18 de febrero de 1999, en Riva, cerca de Suipacha, Víctor estuvo dos veces cara a cara con la muerte. Iba en su auto junto a un amigo, Mario Alberto Fonseca, cuando, encandilado por un auto que venía en contra, el suyo rodó varias veces. Sufriría en los minutos siguientes dos paros cardiorrespiratorios. Si éstos se prolongan por más de tres minutos, las lesiones cerebrales son irreversibles. Por suerte, duraron menos. El doctor Juan José Mussi lo atendió y lo derivaron al hospital Británico de Buenos Aires, donde estuvo durante tres meses. Debió sufrir tres operaciones de pulmón, por infecciones producto de su estado vegetativo. Pasó por el Fleni –adonde llegó la misma noche que Maradona– y de allí, finalmente, lo llevaron a un departamento de la avenida Santa Fe y Vidt. Un médico le dijo a su padre: “Emilio, tu hijo no tiene ninguna posibilidad de recuperarse”.
La única que no lo creyó fue doña Gema. Durante casi dos años, le suministró la única medicina que sólo se consigue en los negocios del corazón: el amor. Armada con un rosario y sus ruegos al cielo, y escudada en un walkman con música de Gilda –la favorita de su hijo–, lo acompañó día y noche. Sabía que la música estimula la actividad neuronal, que las oraciones nos acercan a Dios y que el Amor todo lo puede. Lo bañó, lo acompañó y lo acunó como si fuese un bebé. Empecinada, no cejó un solo día y se negó, terminantemente, a escuchar ningún pronóstico adverso. Le daban de comer por medio de una sonda. Así estuvo, en coma, hecho un vegetal, aislado del mundo y encogiéndose en sí mismo en posición fetal, durante 16 meses. Un día –fue el 3 de julio de 1999– la madre le dijo “abrí la boca”, y la abrió…
Entonces lo llamó al hermano, Emilio –el mismo que hoy se postula para intendente de Carlos Tejedor–, y le dijo: “Responde”. La respuesta fue brutal: “Estás loca, mamá”. Ella, irlandesa y cabeza dura, le ordenó que le hablara al hermano.
–Haceme la seña del as de espadas –le dijo.
Y entonces, como un milagro, aquel ser empequeñecido y aislado, pero aún vivo, levantó las cejas…
El 14 de agosto le apretó la mano a su vieja y el 10 de diciembre le dijo “mamá”.
Fue como volver a nacer. Hoy camina, se entrena, escribe libros, conversa y hace chistes.
![Imagen Con la camiseta del Rojo, en su canchita. Entrena con todo. Víctor es un canto a la vida.](http://2022.elgrafico.creatos.com/media/cache/pub_news_details_large/media/i/32/91/32918874dd55ebf00b949d2693ec8dcd6e4c8825.jpg)
Vestido con la camiseta de Independiente posa para El Gráfico y dice que levantará otra vez las cejas cuando su hermano sea intendente. Le manda saludos a su gran amigo Fernando Niembro y se jacta de que cuando los internaron a Diego y a él fue “el Destino de dos astros”.
Escuchándolo, doña Gema sonríe en silencio.
Sólo una madre es capaz de hablar con Dios.
Por Carlos Irusta (2003).