Adrián Bastía, en primera persona
Juega hace 17 años en Primera. Es adorado en Racing, en el que ganó el Apertura 2001. También pasó por Espanyol, Saturn (Rusia), Estudiantes, Asteras Tripolis (Grecia) y Colón. Hoy está en Atlético de Rafaela.
Nací en Gobernador Crespo, provincia de Santa Fe, donde tengo a la mayor parte de mi familia, donde se criaron mis abuelos, Carlos y Elda; donde aprendí a andar a caballo, a ordeñar, y muchísimas cosas más sobre el campo, que es una de mis pasiones. Mi abuelo vivía en el campo y, cuando yo era chico, me iba los tres meses de vacaciones para allá y no me sacaban ni a garrotazos de ahí. El era una persona muy especial, que se fue hace poco y que me dejó un cariño enorme.
En San Lorenzo, provincia de Santa Fe, me crié. Era un pibe de barrio de una ciudad chica, en la que se podía estar tranquilo en una esquina. Me la pasaba todo el día atrás de la pelota; y si no, hacía kartings con rulemanes o andaba con la gomera. También, con mi bandita de amigos, jugábamos a las bolitas y en el campito de la esquina. Si bien existían videojuegos y computadoras, no estaban dentro de nuestras posibilidades.
Los Bastía, familia humilde. Mi viejo, Rubén, trabajaba en un corralón de materiales para la construcción. Mi vieja, Teresita, era una cocinera que, además, atendía en una rotisería. Ellos me transmitieron valores: la educación, el respeto, no robar ni tomar nada prestado, y el hecho de hacer las cosas bien. Recuerdo un viaje inolvidable que realizamos desde San Lorenzo hasta Gobernador Crespo en un rastrojero. Eran 300 kilómetros, y tardamos como nueve horas. Ibamos a 60, con viento en contra y lluvia. Junto a mi hermana, Carina, jugábamos a las cartas e intentábamos dormir; queríamos que el tiempo pasara. Es un momento imborrable.
Empecé en el fútbol por un electricista, que se llama Héctor. El tipo vino a trabajar a mi casa, me vio pateando en el patio y me ofreció ir a jugar a Barrio Vila, porque entrenaba a mi categoría. Como mis viejos accedieron, fui a los cinco años. Me imaginaba entrar al vestuario, que me dieran la ropa y los botines. Pero, cuando llegué, me encontré con un vestuario chiquito, en el que había dos luces (risas). Jugué con las zapatillas y el pantalón que llevé; había una pelota para 30 chicos. Ahí corríamos para todos lados, y no teníamos una posición determinada: donde quedábamos en la cancha, jugábamos.
Antes de probarme en Racing, fui a Platense y a Huracán. Resulta que me salieron todas en Huracán, pero Claudio Morresi me bajó el pulgar: “Ya tenemos números 5 como vos”. Entonces, Alejo Medina agarró un sobre, escribió mi nombre y se lo dio. “Fijate en dos años dónde va a estar este chico”, le dijo.
Lo primero que recuerdo sobre Racing es el estadio. Me probaron en el Cilindro, y cuando vi semejante cancha, pensé: “Acá tengo que dejar la vida. No me puede ir mal”. Anduve muy bien en las pruebas y quedé en diciembre de 1995 o en enero de 1996. Igual, me preparé: salía a correr todos los santos días, con o sin lluvia, y físicamente estaba impecable, mejor que los chicos del club. Entonces, rendí muy bien.
Una historia en la pensión de Racing es la del gallo. Había uno viejo que nos despertaba siempre con su canto, y una mañana no lo escuchamos más. El cocinero hacía magia para darnos de comer, y un mediodía lo sirvió en los platos. El tipo lo mató para ponerle un poquito de carne al arroz que nos daba habitualmente. Nosotros nos dimos cuenta, pero no queríamos reaccionar ni preguntar.
Debuté en la primera con la 2, porque era la única que quedaba y no me iba a poner en exquisito; se usaba la que te tocaba. ¿Qué me dejó aquel triunfo 2-0 ante Ferro en abril de 1998? A los 10 minutos de haber entrado, no había tocado la pelota y ya tenía amarilla, una tarjeta que me acompañaría en mi carrera (risas). Después, fue una alegría, soñado. Vivía debajo del estadio, y tras el partido, nos fuimos a comer una pizza por ahí y estaban los hinchas. “Dale, metele que vas a andar bien”, me decían. Pero, al ratito, me bajaron a Reserva.
Gustavo Costas me volvió a subir a Primera en 1999. “Mientras dirija al equipo, van a tener la posibilidad”, nos dijo a los más chicos. Cuando empecé a jugar por el campeonato, me echaron; volví y me rajaron otra vez; y me comentó al haber muchos lesionados: “Te pongo porque no tengo más jugadores, pero que no te echen más”. A los cuatro o cinco partidos, vi la roja de nuevo… Era atolondrado: corría a mil para todos lados y no frenaba. Jamás cometí una falta violenta, para lastimar a un colega. Iba fuerte a la pelota, sin intención de golpear al rival, aunque llegaba tarde al cruce.
Lo mejor de mi carrera es el Racing campeón del Apertura 2001. No sé cuántos jugadores y entrenadores pasaron por el club en esos 35 años sin títulos locales, ni cuánta gente no llegó a ver a Racing campeón. Pero imagino que fueron muchos. Cuando me encuentro con compañeros de ese plantel, sólo tengo palabras de agradecimiento. Aquello me marcó para toda la vida.
Ubeda y Sergio Zanetti me querían cortar el pelo. Yo era rebelde, bastante loco, y les dije: “Si me lo hacen, les aviso que les rompo los autos”. Siempre usé el pelo largo, por ende, ya me queda poco, e iba a ser complicado verme de otra manera. Entonces, surgieron ciertas amenazas y no me lo cortaron (risas).
Me peleé con Marín y De Tomaso. No sé quién era peor. Yo discutía los premios, peleaba por diferentes cuestiones para el grupo… Fernando De Tomaso asumió como gerenciador en un momento en el que las papas quemaban de verdad y le quedó muy grande el cargo. ¿Si me sorprendió que Fernando Marín (ex gerenciador, antecesor a De Tomaso) nos cobrara las medallas por el campeonato ganado en 2001? Sí.
Si hubiera aguantado en el Espanyol de Barcelona en 2003, quizá... Me costó aceptar que podía ir al banco, que no era titular indiscutido, y pateé el tablero y me fui. No entendí que debía adaptarme al país, al fútbol español; ni tampoco que en otro lugar del campo de juego podía aprender. Mi cabeza estaba trabada.
Estudiantes fue un paso positivo, allá por 2005. Venía de Rusia y me sirvió muchísimo para demostrar en la Argentina que estaba vivo. Como Guillermo Rivarola me dijo que era el quinto 5 en Racing, pedí irme a préstamo. Estuve cerca de firmar con la U de Chile y Lanús, y Mostaza, que dirigía a Estudiantes, me llamó: “¿Dónde vas a ir? Vení para acá”. Bueno, no había nada más que hablar. Arreglaron los presidentes de los clubes, al otro día practiqué, y dos días después concentré. Hicimos una campaña bárbara, con muchos chicos que venían empujando con fuerza desde abajo, como Carrusca, José Sosa, Angeleri y el Tanque Pavone, y nos clasificamos a la Copa Libertadores. Al volver a Racing, me perdí de disputar la Copa y salir campeón del torneo local con ese grupo. Pero no me arrepiento. Además, esa época en el Pincha la valoro porque fue ahí cuando comencé a trabajar con mi representante, Juan Cruz Oller, que es importante en mi vida.
En Grecia, pasé tres años hermosos entre 2008 y 2011. El país es muy lindo y me quedé enamorado de su cultura. Dentro de ese contexto, empezó a desarrollarse mi familia, prácticamente. Conocí a mi señora, Gabriela, en 2006, y nos fuimos a Europa con Julia, de un año, y Carlos, de dos meses. No entendíamos el idioma y empezamos desde cero. Ellos son una parte clave de mi vida, porque son los que me apoyan en todo momento. En Asteras Tripolis, aprendí cómo debe ser el orden de un club: no se pasan en los gastos, por más que se luche para ser campeón o por no descender. Además, descubrí a un gran compañero como Bruno Urribarri, que es uno de mis mejores amigos. Vemos al fútbol de la misma manera y con igual pasión.
En Colón entendí todo lo que una dirigencia no tiene que hacer. Jugué ahí entre 2011 y 2013.
Merlo, Burruchaga y Simeone son los tres entrenadores que me marcaron. Mostaza es un tipo especial, de los que no hay, como lo era mi abuelo. Ellos se van a llevar algo a la tumba antes de hacerte sentir mal. Mostaza me enseñó muchísimo, y más por el momento que vivimos en Racing. Porque previo a salir campeón, peleamos un semestre por no descender. Entonces, estuvimos de los dos lados: del malo y del bueno.
Burru es correcto, serio; no inventa grandes cosas y sabe armar el grupo, qué quiere y a qué teníamos que jugar. Todo lo que dice lo captás y lo asimilás rápido. El Cholo es ganador y se notaba en cada entrenamiento o en cada momento que te hablaba, y te llegaba porque lo podías aplicar. Yo me memorizaba los trabajos que hacíamos y los anotaba en mi casa.
Soy fanático de la Mona Jiménez. Después de haber salido campeón en Racing, me sonó el teléfono y escuché: “Hola, te habla la Mona”. “¿Qué Mona?”, respondí. “La Mona Jiménez”, me devolvió. Yo me quedé mudo, y él la siguió: “Ahora, voy a hacer un show en Rosario. Venite, pero no digas nada porque es un show sorpresa para una chica discapacitada. Bueno, te espero”. Como no me salían las palabras, le dije que sí y corté, y nunca le pregunté ni dónde ni cuándo ni a qué hora era. Y no fui. Pero nadie me saca la historia de aquel llamado.
No volví a Racing en los últimos años porque, a lo mejor, no era el momento o algunos hicieron que no lo fuese. Cuando sonaba que podía darse la chance, me ilusionaba. Pero los dirigentes nunca me llamaron. Quizá no estaba en los planes de un técnico, y lo respeto porque puede pasar. Pero Racing tiene un 5 que es Ezequiel Videla, y me saco el sombrero; él es más que yo, mucho más técnico y ordenado. También por eso, no regresé en el último tiempo.
Atlético de Rafaela es una parte muy importante de mi trayectoria. Quiero dejar un poco de todo lo que recolecté como futbolista, porque en el club me escuchan, me valoran… Y mirá que, si bien tuve una carrera medianamente buena, no jugué en equipos importantes de Europa. En Atlético me encontré con seres humanos espectaculares, y la gente de Rafaela me trata con mucho cariño. Si bien es un equipo chico, no me canso de aprender.
Cuando no me sienta útil adentro de una cancha, daré un paso al costado. O, a lo mejor, llegará fin de año y me cansaré. Gracias a Dios, cuento con el apoyo incondicional de mi familia, y soy ordenado, cuidadoso y valoro el entrenamiento. Por todo eso, todavía sigo. Pienso que se juega como se entrena. Si no te brindás al 100%, el sistema te saca de la cancha. Aún no me puse una fecha para retirarme. Esperemos que llegue fin de año; veremos qué pasa.
Hoy juego mejor que cuando era más chico, por la experiencia, la tranquilidad, la ubicación, y porque disfruto más al llegar al final de mi carrera. Antes no disfrutaba tanto, porque me lo tomaba como si fuera vida o muerte. Ahora, saboreo al fútbol de otra manera, pero sin descuidar las responsabilidades. Y está bueno sentirlo así. Porque si lo disfrutás, las cosas salen mucho mejor.
Ya no fantaseo con retirarme como arquero. Probé un montón de veces y no me da el cuero (risas). Un papelón tampoco quiero hacer.
Por Darío Gurevich / Fotos: Héctor Río y Archivo El Gráfico
Nota publicada en la edición de septiembre de 2015 de El Gráfico