La puerta del horror: una crónica única de El Gráfico
El 23 de junio de 1968, en el Monumental, fallecieron 71 jóvenes tras un Superclásico. Años después esta revista intentó comprender las causas de la peor tragedia del fútbol argentino.
Unos minutos después del descontrol generalizado sobre el final de ese túnel oscuro, de ochenta escalones interminables, bien empinados, Alberto Villegas y Carlos Alsina cruzaron la avenida Figueroa Alcorta y se sentaron en la vereda de enfrente del Monumental, a intentar comprender lo que acababan de vivir. Estuvieron allí un rato hasta que se cansaron, se pusieron sus gorritos, caminaron juntos un tramo, y cada uno se fue a su casa. “A los 20 años uno toma las cosas con otra naturalidad”, acota Alsina, con la ventaja de la distancia temporal.
Cuentan que hacía frío esa tarde en el estadio, y que el partido (River-Boca, nada menos) fue uno de los más aburridos de la historia del clásico. Que el 0 a 0 final invitaba a emprender una rápida retirada, pero que ellos decidieron aguardar hasta el pitazo final porque el Xeneize estaba atacando. “Apenas terminó, todo el mundo dijo 'Vamos'. Nosotros nos habíamos ubicado cerca de una de las troneras de la Centenario alta, así que salimos relativamente pronto”, recuerda Villegas. El descongestionamiento de los hinchas visitantes se realizaba por la Puerta 12: allí bajaban por una serie de escaleras y descansos hasta enfrentar la boca final, la que daba a la avenida, previo cruce con la muerte. “Hasta el último descanso veníamos apretados, típica salida de la cancha. No había luz, solo una bombita de 25 en el último tramo. Yo tenía una sensación mala, quería irme rápido de ahí adentro, había una adrenalina extraña”, destaca Villegas.
Sobran hipótesis de lo que en ese túnel sucedió. Y, por lo general, se contradicen unas con otras. Lo cierto es que la gente terminó atrapada en la salida, comenzaron a generarse avalanchas constantes desde arriba, los gritos se tornaron desesperados, los cuerpos agonizantes quedaron cada vez más presionados sobre un piso resbaladizo y, ante la falta de aire, se desató la locura. “Nosotros nos salvamos porque estábamos en el lugar justo en el momento indicado. Hubo tipos que venían cinco metros atrás y no la contaron. Con la avalancha se iban todos para abajo. Yo al principio bajaba de a dos escalones, después de a tres y al final me tuve que tirar en los siete finales porque ya no me daban las patas y me iba a ir de trompa. Caí de rodillas a la vereda. Ahí levanté a un señor que había trastabillado al lado mío y, cuando me di vuelta para buscarlo a Carlos, venían todos rodando de cabeza; incluso me acuerdo mucho de uno que bajaba chocando escalones con la nuca, ya estaba sin vida. Era una imagen tremenda. Un espectáculo horrible del que no me olvido más”, reconoce Villegas.
En total, fueron diez minutos de furia con consecuencias devastadoras: 71 muertos y decenas de heridos. Los cadáveres –la mayoría de entre 13 y 20 años– eran retirados de la escena pisoteados, abatidos. A algunos los tapaban con diarios. Una locura. Aún hoy, a casi 40 años de aquella tragedia (se cumplen el 23 de este mes), se la recuerda como la mayor de la historia del fútbol argentino. Y eso que ha convivido con un halo de misterio, silencios e impunidad que intentaron, desde las sombras, condenarla al olvido. Nunca hubo culpables, nunca hubo respuestas claras por parte de River, nunca hubo una versión consensuada acerca de lo sucedido y hasta los mismos familiares de las víctimas, en algunos casos, parecen haber enterrado el tema, en una suerte de incomprensible efecto tabú. El ingreso a la ahora denominada Puerta L no ofrecería particularidades respecto de las otras zonas de acceso al Monumental, de no haber sido por el conmovedor pedido de Diana Von Bernard (hermana de Guido, uno de los fallecidos), en el documental de Pablo Tesoriere (ver aparte) “Puerta 12”, poco tiempo atrás. Quería una placa recordatoria o algo que mencionara a las víctimas en el lugar del hecho. Solo eso. El 11 de marzo pasado, en una fría y sencilla ceremonia, cumplió su anhelo (la plaqueta la donó Tesoriere).
De los testimonios cruzados de testigos, representantes legales y ex dirigentes se impone (sin unanimidad) una teoría: la puerta, estilo tijera, de salida a la calle estaba abierta. Ariel Angel Dasso, ex abogado de River, lo ratifica en el documental: “Estaba abierta y los molinetes, por más que se diga lo contrario, ya habían sido retirados. Lo confirmaron luego las pericias. Lo que ocurrió fue un accidente ocasionado por la inconducta de la multitud, apresurada por salir”. Por esa misma línea declaratoria se defendía William Kent, presidente Millonario en aquel entonces, la tarde de la tragedia: “Fue un hecho desgraciado. Estamos apesadumbrados, todos somos culpables de lo que pasó porque tenemos que aprender a quedarnos más tiempo en el estadio cuando termina el partido”. Alsina insiste desde la actualidad: “Me resulta realmente muy curioso que se diga lo contrario. Yo lo vi, la puerta no estaba cerrada y los molinetes quedaron desplazados en un costado. Incluso ayudé a correrlos de la zona. Lo que trabó todo fue el tapón humano, que terminó por ser una trampa mortal”. Y Villegas cierra con una anécdota más que ilustrativa: “Había un tipo que tenía la vereda delante de sus ojos y no podía salir. Me estiraba la mano para que lo sacara porque de la cintura para abajo no podía moverse de la cantidad de gente que tenía debajo. Me acuerdo de que me decía 'sacame de acá, por tu madre te lo pido'. Tenía los ojos llenos de sangre por la presión y no podía destrabarlo. Era una pared de gente, así de simple. Tiraba con todo pero era en vano. No pude sacarlo. Después vino la policía y me retiró del lugar”.
No obstante, existen otras versiones. Enrique Acuña, sobreviviente, le reconocía al diario Clarín todo lo contrario, después del hecho: “Yo puedo asegurar que, diez minutos antes del final del partido, no estaba abierta. Mi hijo de 10 años se desmayó y quise salir por ahí, pero me vi obligado a subir con el nene en brazos y buscar otra salida. La puerta estaba cerrada, yo la vi. Y para peor, cuando la abrieron, quienes estábamos en las primeras filas nos encontramos con los molinetes”.
Una tercera hipótesis, muchas veces coincidente con la segunda, afirma que esos molinetes a los que refería Acuña fueron los verdaderos responsables del tapón. “Yo recién arrancaba en Crónica. Ese domingo había cubierto los vestuarios de Lanús - Racing y cuando llegué al diario, me mandaron directo a la Comisaría 33 a seguir el caso. Fue tremendo estar ahí. Recuerdo que los sobrevivientes decían que los molinetes estaban colocados y que la policía cargó y provocó los apretujamientos”, refiere Carlos Poggi, director de El Gráfico.
También hay una cuarta teoría: la que asegura que la gente no pudo salir por una brutal represión policial de la montada. El ex inspector general de la Municipalidad, Juan Carlos Tabanera, destacaba en Domingos Populares, en 1988: “Hubo agentes que actuaron sobre la gente que se desconcentraba por la escalera de la Puerta 12, mientras era obstruida por la Policía montada. Allí se produjo el desbande y la tragedia. La puerta estaba abierta y los molinetes, retirados. Yo estaba ahí y doy fe de ello”. Aparentemente, la hinchada de Boca habría cantado la marcha peronista en medio del partido y cometido algunos desmanes que despertaron la ira de las fuerzas de seguridad, influenciadas por el contexto represivo de la época (Argentina había iniciado meses atrás un nuevo período dictatorial, a cargo del general Juan Carlos Onganía). Jorge Lincovsky, otro sobreviviente, hoy recuerda: “Salí rápido de la cancha y cuando llegué a la vereda me encontré con muchos policías a caballo que intentaban ordenar, pero desordenaban. Desde arriba, otros hinchas les tiraban pomelos. Supongo que eso los hizo calentar y atacaron. La gente volvía para adentro para protegerse, no habían hecho nada. Los policías eran agresivos porque sí”. Algunos testigos comentan, incluso, que un año más tarde, en la siguiente edición del clásico, la hinchada de Boca cantó a coro con la de River: “No había puerta, no había molinete, era la cana que daba con machete”.
La tragedia dejó postales chocantes: la escalera del último túnel manchada de sangre, la montaña de zapatos apilados a un costado, los cadáveres colocados en la vereda (y en la pista de atletismo), algunos heridos agonizantes con los ojos rojos y la sirena de las ambulancias, protagonista simbólica del escenario. El correr de las horas se encargó de otorgarle dimensión mediática al acontecimiento y con ello, cobró la masividad absoluta. Apareció Onganía (luego decretaría el duelo nacional) y hasta los jugadores manifestaban su preocupación: “Cuando terminó el partido nos fuimos en micro a la Bombonera a buscar nuestros autos y nos enteramos del desastre. Ya de regreso veníamos con el Negro Nievas, un amigo de César Meno-tti, y escuchamos en la radio que en el hospital Pirovano buscaban dadores de sangre, así que hasta ahí nos fuimos pero a mí no me dejaron pincharme porque recién venía de jugar”, recuerda Antonio Rattin, cinco de Boca en aquel clásico. Del otro lado, el plantel de River lo vivía con igual angustia e inquietud. “Me acuerdo de que fue uno de los partidos que jugué con más gente en las tribunas. Creo que hubo como dos mil personas que se quedaron afuera. El estadio estaba a reventar. Yo terminé contento porque había estado bastante inspirado. Mientras me elogiaban en el vestuario por mi actuación, el buen clima se cortó, de repente. Ahí fue cuando escuché un comentario desde afuera, de lo que había pasado. Nos pusimos todos muy tristes. Viví la tragedia como si alguien de mi familia hubiera estado involucrada”, confiesa Amadeo Carrizo, figura del choque. Su compañero Daniel Onega, agrega: “Me di cuenta de que había pasado algo cuando vinieron a buscar al médico del plantel, desesperados. El fue quien me informó de la desgracia. Lo único que queríamos después de enterarnos era irnos del estadio. Notaba que la gente estaba consternada, nuestras familias no entendían nada y se percibía una tremenda tristeza”.
Al domingo siguiente, en la mayoría de las canchas se improvisaron una suerte de alcancías gigantes para recaudar fondos para los damnificados. Hasta el Barcelona de España ofreció su equipo para jugar en Buenos Aires a beneficio de las víctimas. Paralelamente, Boca organizó un funeral masivo con una emotiva marcha de antorchas, que estremeció al barrio. Con respecto a la acción judicial, se abrió una causa a cargo del magistrado Oscar Hermelo, quien a los dos meses ordenó la prisión preventiva para Américo Di Vietro y Marcelino Cabrera –intendente y capataz de River–, y dispuso un embargo de 200 millones de pesos moneda nacional (1 dólar = 350) contra el club. Fueron solo buenas intenciones: al poco tiempo, la Cámara de Apelaciones sobreseyó a los dos imputados y levantó el embargo. Según se argumentó, una vez finalizado el partido, las puertas estaban abiertas y los molinetes, retirados. La realidad es que la investigación fue demasiado pobre. Tanto Villegas como Alsina, estudiantes de arquitectura en ese entonces, participaron en esa causa como testigos. “Estaba viendo un programa de TV y un muchacho contaba que había tenido que volver a la popular porque la Puerta 12, por la que intentaba retirarse, estaba cerrada. A mí eso me indignó. Así que nos presentamos a declarar como testigos a favor de River”, reconoce Alsina. Y al toque agrega Villegas: “Fuimos al juzgado espontáneamente a la semana siguiente y comenzamos a enterarnos de las huevadas que se decían. Ahí me di cuenta de que había gente con intenciones de lucrar con la tragedia. Me molestó mucho”.
Para enero del año siguiente, la AFA reunió casi 33 millones de pesos y los otorgó como resarcimiento para los familiares de las víctimas. Tenían 30 días para ir a cobrarlo. No se trataba de un gesto de grandeza: todos los que pasaran a retirar el dinero debían renunciar –mediante un papel firmado– a demandar a River o a la (intervenida) AFA para exigir indemnizaciones. Grotesco. Excepto dos familiares de víctimas, nadie nunca reclamó nada y el tema quedó en el olvido para todos. Bueno, para todos no: muchos sobrevivientes dejaron de ir a la cancha desde esa tarde. “Nosotros seguimos yendo, pero a partir de ese partido, si veías que se vaciaba la popular y quedaban tres tipos sentaditos, éramos nosotros dos y el hermano de Alberto”, cierran Villegas y Alsina.
Las víctimas fatales
Acosta, Omar Adolfo (18)
Aguirre, Juan Domingo (17)
Alanís, Jorge Roque (21)
Albarracín, Pedro (17)
Alderete, Roberto César (18)
Arce, Eduardo (13)
Bonfanti, Héctor Horacio (20)
Brancato, Gustavo Aurelio (17)
Burgo, Hugo Marco (17)
Bustamante, Héctor Segundo (17)
Cadera, Carlos (20)
Caruso, Néstor Daniel (15)
Cuader, Fernando (18)
De Luca, Luis Alberto (20)
Durán, Rubén Oscar (17)
Espinoza, José A. (19)
Fernández, Paulino (27)
Fernando, Juan Horacio (31)
Ferni, Julio (15)
Ferraril, Julio César (17)
Gaete, Irineo (35)
Galindo, Néstor (nunca se
informó su edad)
Gallo, Julio César (14)
García, Luis Alberto (15)
Gianolli, Herminio Francisco (32)
Goiello, Juan Ricardo (17)
Gómez, Carlos Alberto (24)
Gómez, José Martín (nunca se conoció su edad)
Greco, Benedicto (15)
Gugini, Carlos Alberto (15)
Iderman, Jorge Hugo Chana (20)
Jara, Juan Carlos (14)
Landrini, Antonio (18)
Ledesma, Ramón Sorpicia (17)
Leguizamón, Juan (24)
Lezcano, Ramón Esteban (16)
Luna, Agustín Cándido (nunca se suministró la edad)
Mansilla, Jorge Ernesto Rubén (21)
Martini, Alberto Osvaldo (18)
Mercurio, Eduardo Oscar (nunca se dio a conocer su edad)
Messitti, Roque (26)
Mojica, Angel Daniel (jamás se supo la edad que tenía)
Montalva, Jorge Alberto (20)
Morando, Luis Alberto (23)
Moreira, José Ismael (22)
Morel, Pedro Ricardo (16)
Muñiz, Ricardo Oscar (15)
Ochoa, Rubén (17)
Paillini, Rodolfo Antonio (nunca se conoció su edad)
Pereyra, Domingo (20)
Quintana, Alfredo Aldo (31)
Quintero, José Ramón (nunca se suministró la edad)
Quirós, Delfino o Rufino (26)
Raggi, Omar Miguel (20)
Ranello, Héctor Omar (23)
Ruiz, Raúl Oscar (15)
Santoro, Mario Héctor (23)
Silva, Rubén Eduardo (15)
Simón, Jorge A. (17)
Sittner, Juan Aurelio (18)
Soria, Rubén (20)
Sosa, Elio Baldemar (24)
Suárez, Luis Crescendo (nunca se supo la edad)
Sueldo, Delfo Jesús (26)
Tamburello, Antonio Omar (25)
Toledo, Nicasio Antonio (24)
Toledo, Francisco (19)
Treppini, Juan Francisco (27)
Troppini, Antonio (29)
Von Bernard, Guido Rodolfo (20)
Zugaro, Leopoldo Fernando (35)
Por Ramon Zapico (2008).