1988. Ben Johnson, el farsante
El 24 de septiembre conmocionó al mundo desde Seúl, con su victoria en los 100 metros y su nuevo record mundial. Horas después era desclasificado, el antidóping lo había encontrado culpable.
Sólo le faltaba el amor de la gente, eso es de Lewis. Carita de ángel, ojos redondos y brillantes como los de Ray Leonard, negrito simpático y saltarín... Johnson no. Es duro, o aparenta serlo. Tiene en la mirada una determinación absoluta —debí escribirlo antes—, un rapto fugaz agresivo, firme, inamovible. Debí escribirlo antes. Johnson no tenía el amor de la gente, pero tenía todo lo demás. El respeto. La admiración. El record asombroso conseguido casi sin esfuerzo. La medalla dorada. Tres millones de dólares ganados con el atletismo en lo que va de 1988. El futuro.
¿Y qué es ahora, una semana después de descubierta su estafa? Una sombra, apenas. Un hombre que salió de Seúl en la mañana del martes 27 de setiembre pretendiendo esconderse; tenía pasaje para el jueves en Canadian, lo hizo cambiar para el vuelo 023 de Korean Airlines que salió del aeropuerto Kimpo a las nueve de la mañana. Llegó a las siete al aeropuerto y se encerró con su hermana en la sala VIP. Todavía es VIP. No habló con nadie. El pasaje era a Nueva York pero bajó en Anchorage, Alaska, con la intención de seguir a Canadá en un avión alquilado. No sé si lo consiguió. No sé dónde está.
Lo único cierto es que ese hombre nacido en Jamaica hace 26 años, hijo de un campesino que criaba cerdos y que emigró con su familia a Toronto 14 años después, acaba de destruir su alma. No sé dónde está. Lo que sé, es que está terminado.
Dos historias paralelas
La de Ben Johnson, la de su noticia. A las tres de la madrugada de ese martes 27 el periodista argentino Osvaldo Ciezar estaba, solo, en la redacción de la agencia France Press. Solo. No era su turno pero decidió quedarse a ordenar cosas y entonces cambió con un compañero. Sonó el teléfono. Era un informante el que llamaba. Le dijo: “Averiguá, me acabo de enterar de que Ben Johnson corrió drogado".
Ciezar, despertó por teléfono a los responsables de la agencia, media hora después alguien llamó a casa del príncipe Alexandre de Merode, presidente de la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional.
—¿Cómo se enteraron?
—Bueno, lo sabemos.
—Está bien, es cierto. Tuvimos el informe definitivo esta noche y el tema se va a tratar mañana.
—¿Pero es cierto o no?
—Es absolutamente cierto. Ben Johnson ingirió un esteroide anabolizante que figura expresamente prohibido en la lista. El esteroide anabolizante se llama stanosolol, y los signos de su consumición pueden aparecer hasta seis meses después de haberlo ingerido. Unas horas más tarde, mientras Johnson buscaba en Anchorage un avión que lo llevara a alguna parte, el propio príncipe de Merode organizó una Conferencia de Prensa a la que acudieron 2.500 periodistas. Entonces dijo: "Se realizaron dos pruebas. La primera el mismo sábado de la carrera, tuvimos los resultados alrededor de las ocho de la noche".
—¿Por qué no lo dijeron?
—Simplemente porque faltaba la segunda. Citamos inmediatamente a los responsables de la delegación canadiense, y quedamos en hacer el segundo análisis el domingo a las 9 de la mañana. Podían venir ellos y también Johnson, que no vino. Iba a ser en un laboratorio distinto y con personal distinto. Volvió a dar positivo y ya no había ninguna duda. El resto del tiempo pasó en los trámites normales para estos casos y hoy martes, aunque un poco más tarde de lo que se supo, la noticia se iba a dar.
¿Qué tomó Ben Johnson?
Stanosolol, y lo tomó a partir del mes de marzo, porque en febrero de este año se le hizo un análisis y no se encontró nada. ¿Qué es el stanosolol? Una hormona andrógena similar a la testosterona que está prohibida desde los Juegos de Montreal, en 1976. ¿Para qué sirve? En realidad es una sustancia "frazada", de las que se usan para tapar a las que mejoran el rendimiento. Aumenta la masa muscular, disminuye el porcentaje graso y crea una sensación de euforia, viriliza, contribuye a incrementar el espíritu competitivo.
—En los últimos metros me dejé llevar por el envión, sí, porque para mí había dos cosas más importantes que el record: una, ganarle a Lewis, y eso estaba asegurado, y la otra, tener la medalla, y eso también estaba asegurado. Quería festejar lo antes posible.
—¿El record no es tan importante?
—No. Un día es de uno, otro día es de otro...
—¿Fue a propósito que corrió poco en las eliminatorias?
—Si ustedes quieren pensar eso.. Yo siempre me reservo para las finales. Y no sé de qué se sorprenden. Ya habla anunciado que iba a ser el primero en bajar los 9s80, y ahora les aviso que el año que viene bajo los 9s75, así que no se sorprendan más.
Esa noche, la misma noche de ese sábado que fue su gloria y su caída casi simultánea, Johnson fue a comer a la Casa de Italia. Al volver al hotel Shilla, le dijeron lo que había pasado. Se encerró durante dos horas, de repente gritaba cosas difíciles de entender, de repente entraba en largos silencios. Desde el otro lado de la puerta quisieron consolarlo, su entrenador y otras personas. Le hablaron de buscar salidas, pelear la situación. A las dos horas, más o menos, salió. Llevaba la medalla en la mano. Se la entregó a su entrenador y dijo apenas estas palabras: “Ya no es mía”.
Un poco más de stanosolol
Prácticamente no se administra en la vida cotidiana, salvo en algunos casos de personas con anemia. Y al margen de eso, está probado que causa trastornos: afecta al hígado, y puede llegar a generar cáncer. El príncipe de Merodes no parecía demasiado extrañado por el caso Johnson: “No sé si era una actitud habitual en él, pero a partir de aquí vamos a investigar profundamente para ver si es el único responsable. En los últimos tres años se han detectado 15 casos iguales en atletas canadienses con esta droga que se fabrica en Estados Unidos y se vende en todo el mundo. Decían que no era detectable".
Johnson la tomó, esto es seguro. Por eso se entregó sin pelea, por eso quedó vencido, silencioso y desesperado. Muchos se preguntan todavía por qué en velocista, ya que la droga es mucho más apropiada para pesistas, lanzadores de bala o de martillo; el físico de Ben da la explicación. Él es un atleta fabricado, que levanta 'fierros', y en esto coincide el doctor Antonio Alcázar, de la delegación argentina. “Usted compare el físico de Johnson con el físico de gacela que tiene Carl Lewis, por ejemplo".
—¿Arriesga su vida al tomar esa droga?
—No necesariamente, pero como actúa sobre el colesterol puede producir hepatitis por ictericia. Otra cosa es que reduce los espermatozoides, lo que significa que quede estéril, y además puede producir cáncer prematuro de próstata. A todo esto se arriesgó, es inteligente, razonador, y por lo tanto sabía lo que hacía. Ahora se entregó. Su entrenador, no. Dice Larry Heidebretz, “Esto es sabotaje, el estupefaciente lo agregaron en la orina, es sabotaje. Si Ben hubiera tomado algo yo lo sabría”. La Comisión Médica descarta absolutamente esa posibilidad.
No es el primero, es el más grande
En estos Juegos Olímpicos de Seúl, 6 atletas ya fueron sancionados por doping.
1) Angel Guenchev, pesista, búlgaro.
2) Mitko Grablev, pesista, búlgaro.
3) Fernando Mariaca, pesista, español.
4) Kalman Csengeri, pesista, húngaro.
5) Jorge Quesada, pentatlonista, español.
6) Alexander Watson, pentatlonista, australiano.
Y como detalle, queda el testimonio de que después de la descalificación de Guenchev, las autoridades olímpicas búlgaras decidieron retirar a todo su equipo. Johnson lo hizo, también. Ahora sólo lo defiende su entrenador —que quizás se esté defendiendo a sí mismo—, pero en cambio no tanto las autoridades deportivas de su país de adopción, puestas ahora bajo vigilancia. La frase de Marcel de La Sablioniere, vicepresidente del Comité Olímpico Canadiense, es el resumen de una posición que habrá de ser maciza. 'Lo vi antes de irse, cansado y depresivo. Fue una víctima de sí mismo. Lo siento mucho por Ben y por Canadá'.
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Lo siento por él, el negro gordo
Como lo llama Carl Lewis, quien no tuvo problemas en ser bien franco. 'No me sorprende, casi me lo imaginaba, lo que corrió ese mediodía y la forma en que lo hizo no son humanos".
Lo siento por él, por Ben Johnson, que nació en Jamaica pobre y en un criadero de cerdos, que se hizo atleta cuando descubrió que ningún policía podía alcanzarlo después de sus travesuras adolescentes, que un mediodía, el del 23 de setiembre de 1988, corrió a casi 38 kilómetros por hora para humillar a Lewis, sonreír desdeñosamente y colgarse del cuello sediento la medalla esperada. Lo siento por él, que recibe su castigo y el castigo de muchos otros que tal vez por su poca importancia pasaron inadvertidos.
Lo siento por él, que se fue de esta ciudad en la que encontró la gloria deportiva, a escondidas, escudado en veinte policías coreanos que lo protegían de las preguntas y las fotos. Y esta vez no escapaba de ellos, como en Jamaica. Lo siento por Ben Johnson. Tenía el respeto, la admiración, el record nuevo, la medalla y el futuro. Lo perdió casi todo. Sólo le quedan esos 9.83 del año pasado en Roma, maltrechos, sospechosos, y tres millones de dólares, o algunos más. Muy poco.
Y lo siento por todos los que, sin amarlo —eso es para Lewis—, creímos en él. En mí, que escribí hace una semana, "Estos Juegos Olímpicos se dividen en antes y después de Ben Johnson".
Así fue.®
JOSE LUIS BARRIO (Enviado especial a Seúl, República de Corea)
Fotos: AGENCIA GAMMA
YO DI LA PRIMICIA MUNDIAL
El teléfono sonaba con, insistencia. Cuando me levanté para atenderlo, en el otro extremo de la redacción, miré por reflejo la hora y descubrí que eran casi las 3 de la madrugada, las 2.58 para ser exacto. Cuando levanté el tubo, una voz en inglés claro, pero con fuerte acento coreano, preguntó si era la Agencia France-Presse, y como respondí que sí, me lanzó el mensaje a boca de jarro: "Le hablo de parte de Patrick. Dice que el análisis de antidoping de Ben Johnson dio positivo". Antes de que pudiera preguntarle nada había colgado. Ahí me quedé entonces, con una bomba en las manos, solo en medio del enorme edificio de prensa donde horas antes estábamos más de 5.000 periodistas del mundo entero. Ahí arrancó la historia de mi participación en la medalla de oro número 238 de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, ganada por la AFP —la agencia donde trabajo hace más de 14 años— por haber descubierto antes que nadie que la descalificación de Big Ben Johnson ya estaba un camino. Las otras 237 medallas, con mucho sudor y lamentos, se ganaron en los estadios olímpicos. La nuestra se elaboró pacientemente con gran empleo del teléfono, con el casi agotamiento de las fuentes seguras con que contábamos, con el razonamiento rápido y certero sobre los pasos que convenía dar para hacer de ese dato una victoria total. El azar quiso que la primicia, esa flor rara que el periodista persigue muchas veces sin saberlo, tuviera en su larga cadena de gestación un eslabón argentino. Que viene a ser como si un cachito de esa medalla de oro abstracta estuviera pintada de blanco y celeste. A partir del llamado que me sacó de mis reflexiones, se fueron dando los pasos que convierten a los individualistas acérrimos que somos los periodistas en un equipo absolutamente maravilloso, donde cada uno cumple su tarea sin pedir instrucciones ni olvidar ningún detalle. Después de despertar a Michel Henault, el patrón del equipo de 98 personas con que la AFP cubre las olimpíadas, servicio fotográfico incluido, mi parte consistió en confirmar telefónicamente cada paso dado, hasta tener la seguridad de que todo era coherente, y que la noticia podía crepitar al mismo tiempo, redactada en francés, inglés y castellano, en miles de teletipos de los cinco continentes al mismo tiempo. La rapidez con que trabajamos todavía me tiene asombrado. Lo mismo que la discreción con que nos movimos. Sólo así pudimos avisarle al mundo entero que Big Ben había trampeado con casi dos horas de anticipación sobre el resto de las agencias. Por supuesto, a nadie se le ocurrió por un instante pensar en los colegas, condenados esta vez a la derrota. No sé, tengo la impresión de saber qué piensa un campeón olímpico cuando, desde el escalón más alto del podio, mira hacia abajo y ve a sus rivales menos afortunados. En nuestro caso, la primicia nos dio un recargo de trabajo que nos hizo pasar casi dos días sin dormir ni comer, envueltos en una nube que mezclaba las felicitaciones recibidas desde todas partes con la necesidad de ocupar el terreno abierto con el golpe del 27 por la madrugada. Después, sólo después, pudimos descansar. Un poco, claro. Porque las medallas de la prensa duran apenas 24 horas, cuando duran. Después hay que seguir trabajando, para merecer que el dedo del azar te vuelva a elegir otra vez. Pero ésa es, y será, otra historia.
Por OSVALDO CIEZAR de la AGENCIA FRANCE PRESS y colaborador de EL GRAFICO.