Era francesa; educada, fina, pero tenía bigote. Un bigote raleado, canoso, grotesco. La ridiculizaba tanto que a nuestros ojos desaparecían todas las virtudes de aquella buena señora. En otro barrio su bigote hubiera pasado; en el nuestro no. Éramos muy mal educados.
Un día se enojó.
—¡ Voy a llamar a la pulisa! — dijo. Y le quedó el nombre. Para siempre fue la Vieja Pulisa. Anteriormente le habíamos dicho Vieja Bigotuda, pero no nos gustaba. Pese a nuestra falta de educación, ese mote nos parecía muy ofensivo. Además, carecía de gracia.
—Vaya... Vaya a llamar a la pulisa... — le decíamos en cuanto aparecía en su balcón protestando por un pelotazo.
—Mejor que llame al peluquero — le dijo en cierta oportunidad Manyasupa.
—No, che; no... ¡Eso no! — protestamos un tanto avergonzados.
Su casa estaba tan estratégicamente ubicada que nos servía de referencia.
—¿ Dónde hago el arco?
—De la casa de la Vieja Pulisa para allá.
Siempre igual: para acá o para allá de la Vieja Pulisa.
Llegó un momento en que no salía a protestar. Jugábamos frente a su puerta, retumbaban los pelotazos y la Vieja Pulisa no aparecía. Al advertirlo, comprendimos que estaría enferma. Entonces hicimos el arco más acá. Tuvimos ese gesto del cual la Vieja Pulisa no se habrá enterado.
Una mañana vimos crespón en su puerta. Había muerto. Nos sobrecogió el temor. Experimentamos el arrepentimiento de haberla ofendido tantas veces. Recordamos cuando nos dijo que Dios nos iba a castigar. No obstante, quisimos verla en el ataúd. Existía la curiosidad de ver por última vez su bigote. Quién sabe cómo habría quedado, qué aspecto tendría.
Fuimos. Apretados entre sí, mirando a hurtadillas, saciamos nuestra curiosidad. Su bigote se destacaba sobre la faz pálida. Más poblado, más duro, tenía algo de reproche. Parecía un imán que nos atraía.
¡Qué alivio cuando nos hallamos ya fuera de su casa! Respiramos libremente y hasta tuvimos fuerza para sonreír. Pero no hicimos el arco en ningún lado; ni más acá ni más allá de la casa. Llegaron nuevos días y se reanudaron nuestros juegos.
—Che, ¿dónde hago el arco?
—De la casa de la Vieja Pulisa para allá.
Para nosotros siguió viviendo. Le hicimos ese triste homenaje.
Borocotó (1934)
10 de diciembre. Las apiladas de Borocotó, Los Juegos Evita, el potrero: un capítulo de la nueva publicación que recupera los orígenes de un club diferente.
22 de mayo. Una charla cargada de nostalgia se pudo dar entre el prestigioso Borocotó y el notable deportista. Esa que se genera con el paso del tiempo y que acumula recuerdos. Los lindos y los no tanto.
09 de mayo. Borocotó y una conmovedora entrevista con el mítico Alberto Zozaya, quien se despedía de Estudiantes de La Plata. “En nombre de quienes te vieron jugar y te son deudores: Muchas gracias “Don Padilla”
21 de abril. El defensor que supo hacerse de armas en el fútbol argentino jugando por Huracán, cruzó el charco para vestir la camiseta del Génova de Italia por seis temporadas. Y ahora, su regreso lleno de aprendizaje.
20 de abril. En 1934 Borocotó entrevista al novel half de River de apellido impronunciable: Aaron Wergifker. Nació en Brasil, en su documento figuraba como ruso, pero jugó en la Selección Nacional. Una historia fascinante.
08 de abril. Última fecha del mundial de F1 en Barcelona. Aspiran al título Ascari y los argentinos Froilán González y Juan Manuel Fangio. Revivimos la crónica de Borocotó del primer título del Chueco en la F1.