Como aquella multitud rugiente en las graderías de la arena romana, la jauría futbolera aguardaba una señal del emperador. Un pulgar que digitara el destino de los gladiadores, épicos guerreros en competencia de fantasías para adueñarse de la sucesión.
Durante una progresión impiadosa de días, meses y años, decenas de aspirantes desvanecieron su ilusión con maestrías insuficientes. Ninguna musa conmovía al supremo, tan ansioso como su propio pueblo por detectar y consagrar a los herederos de su gracia. Hasta que un buen día de 2005, en uso de sus facultades plenipotenciarias, el emperador Diego Armando Maradona giró su pulgar hacia el cielo y lanzó el veredicto: “Messi y Ronaldinho son los mejores jugadores del mundo.”
Esa expresión de nueve palabras era suficiente para la coronación. Pero el emperador fue más allá y profundizó en el brillo de las dos joyas del Barcelona.
Pulgar para arriba para el mininho de Porto Alegre...
“Ronaldinho me inspira, me transmite alegría. Juega como lo siente, sin importar lo que puedan pensar el técnico o los periodistas. Se divierte y hace divertir a la gente. Si tiene que tirar un sombrero o un caño de más, no se preocupa. Es el tipo más feliz del mundo adentro de una cancha. Tiene una virtud innata: la rapidez de pensamiento con la pelota atada al pie. Esa jugadita que hace, el elástico, es una maravilla.”
Pulgar para arriba para el pibito de Rosario...
“Lo que más me sorprende de Messi es que no tiene problemas de manejo. Va llevando la pelota con el empeine y sólo tiene que preocuparse por la velocidad. El ya siente la pelota, y eso lo hace distinto del resto. Es diferente a Aimar, Riquelme o D’Alessandro, que son fenómenos a otro nivel. Este tiene una marcha más. Y siento que todavía no llegó a su techo. Debe estar en el Mundial de Alemania sí o sí. Se banca cualquier cosa, hasta el cartelito de salvador de la Selección. Le veo muchas cosas mías, pero eso no significa que deba ser mejor o peor que Maradona. Lionel va a ser Messi por sí mismo, con todas las letras.”
La magia y la admiración mutua tejieron pequeñas grandes historias entre los tres. Del emperador con cada uno de sus herederos. Y de los herederos entre sí. Historias entrañables que empezamos a recorrer…
–¿A que no adivinás quién quiere que viajemos para conocerte?
Rapado como un kiwi y con sus paletas enormes y desparejas a modo de proa, el chico de 17 años dejó volar la imaginación hacia horizontes equivocados. Pensó en cualquier cosa, menos en la respuesta de su hermano Roberto de Assis, ex futbolista devenido en consejero y representante.
–¡Maradona! ¡Diego Armando Maradona!
Aún hoy, a Ronaldinho –por entonces conocido como Ronaldinho Gaúcho, crack incipiente de Gremio de Porto Alegre– lo aguijonea un escalofrío por la espalda cuando recuerda ese viaje relámpago a la Argentina.
“Ese día sentí lo mismo que un chico que se la pasa viendo dibujos animados todo el día y, de repente, lo llevan a conocer Disneylandia. Diego ya era mi ídolo, mi jugador ideal. Empecé a quererlo a través de mi hermano, que también lo idolatraba y tenía un montón de videos con sus jugadas. Ver partidos de Diego era uno de nuestros pasatiempos preferidos. Gastábamos las cintas de tanto pasarlas. Pero nunca, nunca podía imaginar que él quisiera conocerme. Fue la montaña viniendo a Mahoma”, recuerda quien hoy usa la 10 blaugrana que Diego vistió entre 1982 y 1984.
Amigos en común con Roberto de Assis le sugirieron a Diego que le prestara atención a ese chico que había ridiculizado a Dunga con un doble sombrero en una de sus primeras apariciones en el Gremio. Y al emperador le sobraron un par de partidos para detectarle un talento particular. Lo mandó a llamar de inmediato...
“Nos fueron a buscar al aeropuerto y nos llevaron directo para la quinta de Diego. A poco de llegar ya estábamos jugando un picado. Nos pusimos en equipos diferentes porque Diego decía que juntos era un robo, jaja… ¡Las cosas que hizo con esa bola! Yo lo recuerdo como un momento mágico, uno de los días más especiales de mi vida. Me quedó grabada su humildad, su calidez, la pasión que ponía en cada pelota. Y también la frase que me dijo cuando terminamos de jugar: ‘Qué pedazo de jugador’. Jamás lo hubiera imaginado.”
Pasado un tiempo, Maradona escribió el prólogo de la precoz biografía del genio dientes de conejo, titulada “Ronaldinho, la magia de un crack”. Y el año pasado, cuando el Diez gambeteó en la cornisa de la muerte, Claudia Villafañe recibió un llamado de aliento y dos obsequios autografiados: un ejemplar del libro y una camiseta del Barcelona. Todo para Diego, uno de los primeros que levantó el teléfono para felicitarlo por su pase del PSG al Barsa: “Es lo mejor que podías hacer. Barcelona es un club bárbaro para todos los jugadores con magia.”
El último encuentro cara a cara lo tuvieron en Buenos Aires, la noche del lunes 6 de junio de 2005. Antes del partido por la eliminatoria, Maradona cayó de sorpresa en la concentración brasileña. Primero saludó a todos, después charló a solas con Ronaldinho. Y al final le regaló dos camisetas: la réplica de la azul con la que vacunó a los ingleses en México 86 y una de Boca, club por el que simpatiza R10 por razones obvias. ¿El brasileño? Exultante como en carnaval. Había sumado dos remeras a las que ya atesoraba en su minimuseo personal: una de la Iglesia Maradoniana y otra con la foto de Diego y la leyenda “Dios existe”.
“Maradona es mi ídolo. No sé si fue más que Pelé ni creo que eso importe demasiado. Son dos fenómenos. A Pelé lo he admirado por videos y lo quiero por ser de mi país. Pero a Diego lo siento más cercano, pertenece a mi tiempo y disfruto de su cariño. Por eso, aunque a muchos brasileños les cueste entenderlo, digo que mi ídolo no es Pelé, sino Maradona”, repite Ronaldinho. Y a Diego le galopa el corazón de tanto orgullo…
–¡Ey, Messi! Te quieren hablar… Es Maradona.
Leo puso cara de no me jodas y decime dónde está la cámara oculta. Mirá si Diego iba a estar en el celular de ese tipo que ni siquiera conocía, que luego resultó ser periodista de La Gazetta dello Sport… Pero igual estiró la mano, tomó il telefonino y dijo hola.
–Qué hacés, monstruo.
Era el Diego, nomás. Argentina había eliminado a Brasil y ya era semifinalista del Mundial Sub- 20. Un cardumen de periodistas jaqueaba al Mitland Hotel, de Utrecht, pugnando por entrevistas a los chicos que se perfilaban para conquistar el pentacampeonato. Y entre tanto chapaleo entró el llamado de Maradona, que petrificó a Messi.
“Me quedé helado, no sabía qué responderle. Apenas si le dije gracias. Me felicitó, mandó saludos para el resto de los chicos y me pidió, en nombre de todos los argentinos, que lleváramos la Copa para casa. Por suerte, pudimos cumplirle el deseo”, recuerda Messi, que descerrajó un deseo antes del the end de la charla: “Ojalá que un día podamos conocernos.”
Así como el hermano inoculó el virus maradoniano en Ronaldinho, papá Jorge sembró semillas de admiración en Leo. Lo llevó a la cancha en 1993, cuando Diego jugó para Newell’s, “pero yo era chiquito, tenía 6 años y no me acuerdo demasiado.” Y de a poco, como si se tratara de un cuento de hadas, le relató las hazañas de México 86 apoyándose en los videos: “Diego hacía lo que quería con la pelota, era impresionante.”
El torneo de Holanda fue la primera consagración global de Messi: vuelta olímpica, Botín de Oro por ser el goleador y Balón de Oro al mejor jugador, luego de pulverizar al nigeriano Obi Mikel en la votación de los periodistas, 423 a 130. Pero el premio mayor lo obtuvo a la vuelta del Mundial: conoció a Maradona.
Invitado estelar a “La Noche del 10”, llegó bien temprano al estudio y se instaló en un camarín junto a su papá, su tío y un primo. Lionel lo recuerda así: “Esa noche estaba en una nube, me transpiraban las manos. De golpe se abrió la puerta y apareció Diego. Mis parientes se quedaron callados, pintados. Y yo hablé unas pocas palabras. ‘Tranquilo, nos vemos en el aire’, me dijo. Pero yo tenía el pecho que me explotaba. Cuando me presentó delante de las cámaras, estaba más nervioso que en la cancha, medio avergonzado.”
La vergüenza se le evaporó para el fútbol tenis. Junto a Tevez, le facturaron la única derrota del ciclo a Diego, que jugó en dupla con Enzo Francescoli. “Carlitos –relata Leo, y hasta se ruboriza– quería ganar sí o sí. ‘Mirá que tenemos que ganar’, me dijo durante el peloteo. Si hasta hubo una discusión bárbara por un pique…”
Antes de despedirse, cambiaron figuritas. Leo le entregó su camiseta del Barsa; Diego lo llevó aparte y le obsequió un consejo: “Vos seguí así, nunca te traiciones. ¿Viste cómo te cagaron a patadas los tanos de la Juve en la final de la Gamper? Vos tranqui, ellos son así. No ven la pelota y pegan. Pero tu negocio es ése, que no vean la pelota. Ah, otra cosa: no des bola cuando los periodistas te comparan conmigo o con cualquiera. Vos siempre en la tuya, que sos un monstruo. Yo vi lo que hiciste en el Mundial, te pusiste el equipo al hombro. Sabías que Argentina dependía mucho de vos y te la bancaste como una fiera. Eso lo pueden hacer pocos, Leo. Seguí así, seguí así...”
Pero los periodistas –mal que le pese a Diego– lo comparan una, dos y cien veces. Y le preguntan por eso en todos los idiomas. “Yo me siento orgulloso de que vean en mí algunas cositas suyas, pero no me la creo ni nada. Maradona hubo y habrá uno solo. Ojalá que yo llegue a un pequeño porcentaje de lo que él hizo. Con eso me conformo.”
–Qué hacés, boludo…
Cuando Lionel giró la cabeza, Ronaldinho ya estaba a su lado, flanqueado por un empleado del Barsa. Desde su llegada a Catalunya, R10 había escuchado maravillas de un argentino de la cantera: “Hace goles fantásticos”, “tiene una habilidad increíble”, “pasa a los rivales como parados”. Y ahora estaba en la playa de estacionamiento del club, movilizado por su propia curiosidad, sorprendiendo a un pollito mojado que no comprendía cómo una estrella mundial podía estar allí, saludando a un pibe que ni siquiera había participado de un entrenamiento con la primera. Reía, reía con ganas el brasileño, reconfortado con su ocurrencia fonética. “Qué hacés, boludo…”, le había dicho de atrás, la voz impostada, arrabalera, argentina.
Los tiempos de Leo se aceleraron desde aquel encuentro inicial. Mientras Ronaldinho detonaba ovaciones en el Camp Nou, Messi hacía algo más que los palotes en las inferiores, siempre supervisado por Carles Rexach, el entrenador que decidió ficharlo cuando medía 1,40 y Newell’s no le pagaba el tratamiento de 900 dólares mensuales que le permitiría superar los problemas de crecimiento.
“Hombre, yo no me voy a adjudicar ningún mérito –se ataja Rexach con humildad infrecuente–. Messi se descubrió solo. Cualquier persona del fútbol hubiera advertido que se trataba de un talento especial. No era necesario ser un visionario para detectarlo. Al principio le pedíamos que no gambeteara tanto, que pensara más en función de equipo. Pero luego nos dimos cuenta de que, en esencia, Messi es como Ronaldinho. Tienen el don de hacer cosas espectaculares con la pelota y es una tontería pedirles que no las hagan.”
El segundo encuentro de los elegidos fue en el vestuario de Barcelona, cuando Leo y un grupito de canteranos subieron el peldaño que les faltaba para entrenar con la Primera. Vestuario enorme, gigante, con forma de ele y dos regiones bien diferenciadas. Una, la más amplia, para las superestrellas. Otra, igual de confortable pero más pequeña, para los juveniles en ascenso, sumisos, temerosos, incapaces de emitir sonido. Otra vez, como en el estacionamiento, el que camina desde el reinado del glamour hasta el rincón de los soñadores es Ronaldinho…
–Qué hacés, boludo… Vení, vení a charlar con nosotros.
Desde entonces, R10 cobijó a Messi bajo su ala: “Es mi hermano menor.” Desde entonces, se contaron cosas como sólo pueden hacerlo dos amigos. Desde entonces, bromearon con sus diferencias y coincidencias…
“Como era muy flaquito, en Brasil decían que no iba a triunfar en el fútbol. Querían mandarme a un gimnasio, pero me negué. Gracias a eso, no perdí agilidad. Y después me hice fuerte naturalmente. Crecí 10 centímetros entre los 20 y los 21 años”, le confesó Ronnie.
“A mí me decían lo mismo, pero nadie quería bancarme el tratamiento, hasta que apareció el Barcelona. En 30 meses crecí 29 centímetros”, le retrucó Leo.
“¿Así que vos sos un chico prodigio del fútbol?, –lo chicaneó el gaúcho. Mirá que mi primera nota me la hicieron a los 6 años por meter 23 goles en un partido.”
“¿Eso te parece una hazaña? –ni ahí de achicarse el rosarino. Mirá que una vez hice dos goles en diez minutos con una fractura de pómulo.”
Onda, código. Eso tuvieron desde el principio. Y la relación creció día a día, fertilizada por varios gestos de Ronaldinho. ¿Ejemplos? Lo insertó en el grupo de los brasileños –Sylvinho, Belletti, Edmilson, Deco– con voz y voto para las bromas. El 24 de octubre de 2004, cuando se produjo el debut oficial de Messi en el Camp Nou reemplazándolo justamente a él, lo abrazó largamente y le dijo unas palabras al oído antes de que entrara. Y durante un amistoso tuvo un gesto sorprendente para su entorno: se quitó la cadenita de oro y rubíes, con una “R” de dimensiones hipnotizantes, y se la dio a Leo para que se la cuidara. “A esa joya la quiere con locura y no se la deja tocar a nadie, ni siquiera a la madre”, exageró su hermano Roberto. Pero se la confió a Leo…
“Ronaldinho –cuenta papá Jorge– ha sido muy generoso con mi hijo, igual que los demás muchachos brasileños. También lo tratan excelente los catalanes, pero con los brasileños tiene una relación especial. Sylvinho se porta como un padre. Y Deco es un tipazo, un fuera de serie. Lo lleva a cortarse el pelo a una peluquería donde van los brasileños y lo acompaña a comprar ropa.”
La eficiencia del asesor de vestuario se comprobó el 19 de septiembre, cuando Leo viajó a Udine, Italia, para recibir el premio Eurochampion 2005 como revelación juvenil del fútbol. “Dejá que yo te ayudo”, le dijo Deco, y estacionó en una tienda donde le hizo modelar media docena de trajes, hasta que escogió uno. “De ropa no sé demasiado, pero supongo que era lindo. Confié en Deco, cerré los ojos y me lo puse”, cuenta Leo, más inseguro que las pocas veces que se atrevió a competir con Ronaldinho haciendo jueguito.
“Si se pone a hacer malabarismos –admite Messi bajándose del caballo–, no hay ninguno como él. Todavía no le pude copiar bien ninguna fantasía. Sí hicimos un par de desafíos al fútbol tenis, aunque nunca los terminamos. Siempre aparecían otros muchachos para armar un dos contra dos, y chau mano a mano. En realidad, nos castigamos más con el PlayStation…”
Parece que la magia de Ronaldinho se proyecta desde sus botines hasta la consola. Siempre juega con Brasil –obvio que se pone– y su manía es acumular volantes ofensivos y delanteros, casi sin defensores. Lionel dice “nos castigamos”, aunque participa tímidamente de los tremendos desafíos que involucran a la armada brasileña e infiltrados de fuste, como Maxi López.
“Leo es un chico humilde, muy ubicado. Pero ha hecho sus cositas, ¿eh?”, revela R10. Cositas como ganarle una vez en el torneo de jueguitos. Y más de una al Winning Eleven…
Aunque no comparten la habitación, en la concentración los hermana un vicio: dormir como osos panda. La compu y la tele son los compañeros de emociones cuando en la cara se les pinta el dos de oro. El brasileño supervisa la actualización de su página web (ronaldinho10.com), que ya superó los 4 millones de visitas, y no se pierde ningún partido televisado de sus amigos del fútbol, contabilizables por decenas. Messi también mira cuanto fulbito se le cruce por el zapping y acaricia la laptop para bajar música. ¿El sitio personal? No tiene, aunque existen tres nombres registrados: lionelmessi.com, lionelmessi.net y lionelmessi.org.
Para el almuerzo y la cena, la mesa tiene una formación titular inamovible: Ronaldinho, Messi, Deco, Sylvinho, Edmilson, Giuly y Eto’o. Expertos en el arte de bromear, sobre todo si el punto es uno de los comensales habituales. En la última gira, Lionel lo pagó con gotas de vergüenza. Pensó que había extraviado el celular, diminuto aparatejo con una frase de la película “Torrente“ como ringtone: “Eh, chaval, atiende el teléfono.” En realidad, lo había dejado en el micro y cayó en las garras de Deco, quien lo escondió en el comedor. A la hora de la cena, los diablillos empezaron a llamarlo. El rubor de Leo se incrementó proporcionalmente a las veces que se escuchó “eh, chaval…”, mientras el grupo, con R10 a la cabeza, lloraba de la risa.
Para ambos es dificultoso encontrarse fuera del club. Ronaldinho no puede caminar por ninguna calle de Barcelona sin que lo acosen los fans. Y la cotidianidad de Leo se perfila para eso. “Ya tarda 15 minutos para hacer una cuadra”, cuenta papá Jorge. Menos mal que vive en un departamento a 200 metros de la puerta del Camp Nou…
La situación inmobiliaria del brasileño excede ampliamente un tres ambientes… Está afincado en la zona residencial de Castelldefels, un poblado distante a 15 kilómetros del centro de Barcelona. Allí alquiló una casa construida en la cima de una colina. Tiene cuatro pisos –el primero es un inmenso garaje para varios autos–, ascensor, piscina interna y externa, un jardín de ensueño y una segunda casa para los invitados ocasionales.
Ronaldinho vive con su hermana Daisi, docente y licenciada en ciencias económicas. Su madre, Miguelina, va y viene de Brasil, sólo pasa períodos de 15 o 20 días en Barcelona. En Porto Alegre habita una mansión fabulosa montada en el barrio Cavalhada. Se trata de un condominio exclusivo de la familia Assis Moreira, integrado por lotes comprados poco a poco durante tres años y medio. Cuenta con dos casas, dos canchas de fútbol, una megapiscina, vigilancia las 24 horas, un salón de fiestas y un quincho que, sumados, ocupan 5000 metros cuadrados.
Los Messi –Leo y papá Jorge– viven en la misma manzana del estadio. La familia de Rodrigo, su hermano mayor, se instaló en un departamento cercano, mientras que mamá Celia continúa en Rosario junto a su hermanita María Sol, que cursa la primaria. Cerca de ellas vive el otro hermano, Matías, con su familia. Viajan a verlo cada tres meses.
Además de Daisi y Roberto, a Ronaldinho lo acompañan dos fieles escuderos: Vladimir, su primo hermano, de profesión preparador físico, y Tiago, mano derecha y chofer del BMW que lo transporta hasta los entrenamientos y en las escasas salidas a restaurantes exclusivos. Tiago conoce a R10 desde la escuela primaria y compartió algunas temporadas en las inferiores de Gremio, donde se truncó su carrera.
Messi tampoco maneja en Barcelona: “En Rosario ya me animé, pero acá todavía no, estoy tomando coraje.” Quizás el mismo coraje que juntó para pedirle a R10 que le regalara un par de botines. “Le tiré la onda cuando fuimos de gira por Japón y me los dio. Me quedan grandes, pero no son para usar, los quiero de recuerdo.”
A juzgar por lo que firmaron el mes pasado, harán camino al andar durante un tiempo largo. Ronaldinho acordó su continuidad en el Barcelona hasta 2010, con una opción de ampliación hasta 2014, a cambio de 126 millones de euros y una cláusula de rescisión de 180 millones. Messi se aseguró un contrato hasta el 2014, con un blindaje parecido: 150 millones.
El lunes 26 de septiembre, cuando El Gráfico los juntó para la producción de tapa, destilaron admiración mutua. “Messi es un jugador brillante. Día a día me sorprende su capacidad y su crecimiento”, dispara el brasileño. “Yo me siento un privilegiado por jugar a su lado y al de tantos fenómenos, trato de aprender lo máximo que puedo”, agrega Leo. Y ambos ríen pícaramente cuando se les desliza si se imaginaron cara a cara en la final de Alemania 2006. Lógico: Argentina-Brasil, el clásico del mundo, es carne jugosa para las cargadas de la intimidad. “Por ahora –se adelanta Messi– venimos a mano. Yo le hice un gol a Brasil en el Sub-20 y él le metió a Argentina en la Copa de las Confederaciones. Ninguno podía decirle nada al otro.” “Siempre es bueno que el fútbol sudamericano esté en lo más alto. Si se da esa final, ojalá podamos jugarla y que gane el mejor”, define R10, diplomático.
El eje de la convocatoria fue el pulgar al cielo del emperador, la consagración de su herencia futbolera. Y ellos, portadores insignia de los genes maradonianos, le devuelven la pared: “Nos sentimos muy orgullosos por las declaraciones de Diego. Es lindo saber que podemos emocionar a quien nos hizo tan felices con su juego. Pero jamás podremos superarlo, Maradona es único.”
● Aprendió a gambetear bailando a sus hermanos mayores. ● De chico dormía abrazado a una pelota. ● Música preferida: cumbia.
● Rexach le “firmó” el primer contrato en una servilleta. ● Detesta perder. ● Tercer futbolista más joven en debutar en el Barcelona, detrás de Alcántara y Babangida. ● Le falta el último año del bachillerato español.
● Jugador más joven que jugó la Champions para el Barsa: 17 años y 153 días. ● Es puntualísimo. ● Grabó un institucional como símbolo de la nueva generación de futbolistas canteranos.
Ronaldinho es el mejor jugador brasileño del momento. Juega en cualquier puesto del medio para adelante. Su pegada es exquisita. Y tiene el nivel de fantasía de los grandes. Se divierte adentro de la cancha.
Yo no tengo dudas: Ronaldinho es el último de los románticos. Un artista de la pelota, que privilegia la alegría por encima de los resultados y las responsabilidades del superprofesionalismo. Es digno de admirar.
Ronaldinho es el mejor jugador del mundo y, por suerte para nosotros, se siente muy a gusto en Barcelona, un club donde puede desarrollar sin problemas toda su fantasía. Como presidente, me siento orgulloso.
El talento es parte de su fútbol desde que era pequeño. Se ha transformado en el mejor porque se preocupó por aprender de los mayores, supo escuchar los consejos. No se conformó con sus dones naturales.
Ronaldinho no sólo usa sus habilidades para jugar al fútbol, sino para dar el show que agrada al público. En eso es único, ningún jugador de la actualidad puede igualarlo. Hay varios cracks, pero un único artista.
● Aprendió a gambetear en el comedor de casa, eludiendo sillas y al perro. ● Es huérfano de padre, João murió ahogado en una pileta cuando él tenía 8 años. ● Segunda pasión: la música. ● Escucha y baila “pagode” (ritmo típico brasileño). ● La rompe en el karaoke. ● Ídolo infantil: Xuxa. ● Tiene debilidad por las hamburguesas. ● Gasta fortunas en cremas y acondicionadores para el cabello. ● Imagen institucional de Nike, Pepsi y la Liga Profesional de España (LPF). ● Autodefinición: “Soy un feo simpático, que con el tiempo termina siendo guapo…”
Es un ganapartidos. Desequilibra en cualquier situación. Tiene una habilidad diferente al resto de los jugadores que he visto. Por su destreza en velocidad, me hace recordar al Maradona que jugó en Barcelona.
Dentro de un par de años se hablará de él como hoy se habla de Zidane o Ronaldinho. Es un crack con todas las letras, un chico de una calidad infinita. Los hinchas de Barcelona lo van a disfrutar por mucho tiempo.
Jugadores como Messi sólo surgen en tres lugares del mundo: Brasil, Argentina o Africa. Es excepcional, pero hay que llevarlo de a poco, sin exigirlo al máximo. Hasta los futbolistas extraordinarios necesitan un tiempo de maduración.
Siempre digo que va por la cancha con todos los espejitos limpios, tiene un panorama impresionante. Su arranque explosivo es igualito al de Diego. Sin dudas, lo llevaría al Mundial como jugador 23. Puede definir un partido.
Messi es una bendición para el fútbol argentino. Pero tenemos que ser muy cautos para acompañar su evolución en una justa medida, sin cargarlo de exigencias desmedidas para su edad. Lo seguimos con mucho detenimiento.
Además de su talento, que es poco común, destaco sus ganas de trabajar y aprender de los jugadores de trayectoria que integran el plantel del Barcelona. Si capitaliza esa experiencia, crecerá muy rápidamente.
Paradójicas coincidencias en la vida de Lionel Messi y Ronaldinho.
Debido a sus problemas de desarrollo –era flaquito, le costaba crecer– le auguraban un mal futuro en el fútbol. Debió hacer un tratamiento especial para fortificarse.
*Debutó oficialmente en la Selección Mayor en Paraguay, en la derrota 0-1 ante los locales, por las Eliminatorias, el 3 de septiembre de 2005. Entró en el minuto 70.
*Como buen argentino, le encanta tomar mate, con yerba que encarga desde Argentina.
*Desde un golazo que le hizo a Venezuela, en el Sudamericano Sub- 20, comenzaron a compararlo con Maradona.
*Jorge, su padre, fue su primer entrenador en el club Grandoli, donde jugaba al baby.
*Debido a sus problemas de desarrollo –era flaquísimo, comía poco– le auguraron un mal futuro en el fútbol. Debió hacer un tratamiento especial para fortificarse.
*Paraguay fue la tierra que lo vio debutar oficialmente en la selección mayor de Brasil, el 30 de junio de 1999, por la Copa América, en el 7-0 a Venezuela. Entró en el minuto 70.
*Como buen oriundo de Porto Alegre, le encanta tomar chimarrao (el mate gaúcho), con yerba que su madre le envía desde Brasil.
*Desde un golazo que le hizo a Venezuela, por la Copa América, comenzaron a compararlo con Pelé.
*João, su padre, fue su entrenador personal, antes de inducirlo a fichar en el baby del Gremio.
Producción: Marcelo Orlandini
Texto: Elias Perugino (2005)
Foto: Jordi Play.
05 de febrero. Patrick Mahomes, mariscal de campo de Kansas City, habló sobre el capitán del seleccionado argentino, tras un rumor que luego se apagó sobre su posible presencia en la gran cita del fútbol americano del próximo domingo.
04 de febrero. El 10 es parte de una gira de amistosos en Centroamérica previo al inicio oficial de la temporada.
03 de febrero. El portugués brindó una entrevista en la que habló de sus cualidades y las comparaciones con otras leyendas del fútbol.
03 de febrero. Mirá el detalle completo de los jugadores con más tantos.
02 de febrero. Mirá la sorprendente comparación entre la Pulga y el astro portugués.
02 de febrero. El capitán argentino volvió a jugar en el tercer partido de preparación del equipo de Javier Mascherano, ante Sporting San Miguelito.