Palmiro Cavallasca y Cirilo Tamayo irrumpieron en la televisión de 1967. Y un hincha irrumpió en un partido. Fue el 18 de octubre, un miércoles, en Rosario. San Martín de Mendoza visitó a Central y los locales tenían una cábala que venía dando efecto: ingresaban a la cancha después que el rival. Esta vez, los mendocinos se hicieron esperar, ganaron la pulseada, pero les costó un desaire: cuando cada jugador fue a regalarles, como era costumbre, dos botellas de vino mendocino, los rosarinos las rechazaron.
El peso de la cábala se hizo sentir: faltaban dos minutos para que terminara el partido y San Martín, con goles de Valencia, ganaba 2 a 1. Dos hinchas canallas se las ingeniaron para atravesar un alambrado y saltar a la cancha, con intenciones de abalanzarse sobre el árbitro, en momentos en que Valencia esquivaba a Andrada y quedaba cara a cara con el arco para hacer el tercero. La pelota ya tenía piloto automático y rodaba sin escollos rumbo a la red, cuando uno de los dos hinchas, el Turco Orlando Espip, entró, la paró con la mano y salió jugando. Sí, arrancó con pelota dominada y se la tocó a Fanesi para que iniciara la contra. Pero no fue a buscar la devolución, sino que corrió a su madriguera, previa escala en el árbitro para culparlo de la derrota. El juez hizo lo que correspondía: dio un pique en el lugar de la interferencia, a un metro del arco. Pero no bien la pelota picó, Andrada se tiró encima y salvó el peligro. Central se salvó del tercero por el hincha que la sacó justo a tiempo.
Por Daniel Balmaceda (2001).