Seguía el juego...(1934)
Sintió su muñeca oprimida. Sin mirar, ya sabía quién imprevistamente la había apretado. Los gestos de asombro de sus compañeros de juego y la escapada eran por demás elocuentes. Y hasta la pelota olvidada parecía decirle:
-Vas en cana…
Miró hacia abajo y vio las botas. Subió un poquito con la mirada y llegó al borde del capote. Luego, observó aquella mano tosca que se había adueñado de su muñeca. Y echó a andar.
Ni le preocupaba saber qué vigilante era quien conducía. Ni se atrevió a implorar libertad. La mano ruda y su continuada opresión le decían de un policía inconmovible.
Cabizbajo iba andando. ¡Qué diría la vieja! Otro disgusto más. Paciencia. Y molestado por la idea de entristecer a su madre, cambió de pensamiento. Se dirigió al match interrumpido. Estaban dos a cero. Iban ganando ellos. Un goal lo había hecho Comeuñas y otro Dulceleche. Él había errado uno en la puerta del arco. Calculó mal el voleo y no lo agarró. Ante el recuerdo, olvidó la muñeca oprimida y amagó el shot. La respuesta fue un tirón seguido de estas palabras:
-En el calabozo vas a seguir jugando.
Era una voz ronca, la que por fuerza debía de corresponder a aquella mano tosca. El pibe dibujó en sus labios una sonrisa de pena. El calabozo. Daba frío esa palabra. Y se puso a pensar. Tenía piso de baldosas a cuadraditos y paredes de portland. Cuando la interrumpían sus matches de fútbol y lo llevaban a meditar en el calabozo, solía escribir en una pared. DE pronto, en su cabeza, las paredes comenzaron a andar y el calabozo se fue haciendo grande, muy grande, y se convirtió en una cancha de fútbol. Era como un garaje sin coches. Allí ubicó mentalmente a sus amigos y siguió el match. Estaban dos a cero.
De pronto, el Turquito se corrió por el wing y tiró un centro. Comeuñas la iba a cabecear, pero él gritó: “¡Mía!” y ejecutó el voleo.
Volvió a sentir un tirón en la mano y las palabras anteriores:
-En el calabozo vas a jugar.
El pibe se atrevió a subir la mirada. Fue saltando sobre los botones de metal y llegó a la cabeza. La cara de aquel vigilante debía haber nacido así. Nunca habría sido iluminada por un gesto infantil, por una sonrisa traviesa. Aquel policía habría nacido ya grande.
Al purrete se le inundaron las pupilas; no por su ida preso, sino que de lástima por el vigilante sin niñez.
Y siguió jugando mentalmente.
Gambeteando entre los fideos (1943)
-Adentro!... A dormir la siesta... - expresó la madre con ese gesto falso de severidad.
El pibe la miró al pasar como diciéndole: "No te mandés la parte..."; pero entró. No había otro remedio. Era obligatoria la siesta, como la sopa en las comidas. ¡Qué dos cosas terribles! De la calle llegan retacitos del match que se está jugando: ¡Correte!... ¡Pasala, Diego!... ¡No gambetiés! — pero la madre interrumpe el rumor con un consejo:
-La siesta es muy necesaria...
Sí, ya lo sé: como la sopa.
¡Qué dos cosas terribles! Teclas las madres empeñadas en lo mismo. Y mientras se acuesta, piensa en el partido. De pronto, por encima de las palabras de su mamá llega una que trepa, se abre paso y golpea fuerte en la ventana: "¡Gooolll!" ¿Quién lo habrá hecho? Será para el lado de Diego o del Tiznao? Llega la aclaración: "¡Bien, Tiznao!... ¡Fenómeno!... Se lo mandaste a una punta..."
-Dormí..., dormí... — expresa la madre, y el chico cierra los párpados y abre las orejas, El rumor del match continúa.
A veces se va apagando, se va yendo junto con el avance hacia el otro lado, y cuando ya el silencio parece sepultar el partido, comienza a llegar de a poquito, como un galope que se acerca, como una marejada de gritos y jadeos... "Pasale al Tiznao que está solo!...¡Hands!... Sí; te pegó en la mano...¡Es penal, entonces!...¡No..., no fué! ¡Sí que fué!..." ¿Quién lo pateará? Sin duda el negrito a quien le llamaron negro, congo, sartén... y al final le encontraron el que mejor le quedaba: Tiznao
-Dormí..., dormí que te hace falta la siesta... Estás muy flaco... En las vacaciones con el fútbol siempre te ponés flaco... Dormí que te hace falta...
-Sí, mama..., sí, pero esperé que pateen el penal...
¡Qué cosas terribles! La siesta y la sopa. ¿Quién las habrá inventado? "¡Fuera!..." se escucha. Lo erraron...
Los párpados pesan más, cada vez más. Los gritos se apagan y al pibe se le ocurre que los amigos están corriendo en un mar de sopa, gambeteando entre los fideos.
En las veredas estaban instalados los arcos. Opuestos e idénticos: el árbol y la pared. Y en cada uno dos ojos chispeantes y un jopo que, al secarse, se habla desparramado frente abajo.
Era difícil llevar a la de trapo por los adoquines desparejos de la calleja de barrio y se necesitaba una gran habilidad para subirla a las veredas, que facilitaban el remate sobre las baldosas disfrazadas de ravioles. Tras la pelota iba el jadeo con pedidos y protestas; se los llevaba con ella, a la rastra De las sudorosas frentes catan perlas que se deshacían en el suelo.
-INo me pegués!
-¡Si no te toqué!
La jugada peligrosa cortaba la discusión, y el juego proseguía. No era el caso, detenerse por un cortocircuito estallado en alguna canilla desnuda al momento, el machucón del puntazo o trazaba un sinuoso hilito hacia bajo.
- iPasá!... ¡pasá!...iNo te la comás! ... Estaba solo, estaba…- el de la solicitud se detiene amargado y pica de nuevo rumbo al borbollón.
Todos los anhelos, las esperanzas, la vida misma convergen en esa pelota de trapo que va de un lado a otro; que la pisan, la aprietan, la acribillan a puntazos contra el cordón de la vereda. Unos quieren levantarla; otros, llevarla rumbo al medio de la calzada; triunfa uno que la aprisiona entre sus tacos y la levanta en un salto con los pies juntos. En cuanto la deja, la toma bien de empeine.
Estalla un vidrio con sonoridad alegre, musical, como el chispear con que inicia un pájaro su trino, como una lluvia de monedas. Se clavan en la ventana los ojos infantiles. Se produce una duda, de un segundo, como para dar tiempo al pensamiento que ordena la fuga, y la disparada es general. La calle queda desierta, en silencio. Todo fue tan veloz, tan rápido, que hasta parece que no sucedió.
Se abre la ventana, surge el rostro asombrado de una vecina; mira hacia las costados y apenas alcanza a ver la cola del último guardapolvo, Los otros van delante. No oculta su gesto de contrariedad. Mira el hueco dejado en el vidrio roto, vuelve los ojos al suelo y allí, entre fragmentos, ha quedado la pelota de trapo. Todavía fatigada, temerosa, como diciéndole a la vecina: "Fui yo".
En esa esquina de Medrano y Cabrera su hermanita se acercaba a verlo pasar. Bien sabía que no estaría entre los primeros, pero Ramón S. Molle pasaría por allí confundido en el grueso núcleo de competidores de la Maratón de los Barrios. Ella vivía por las cercanías, y el último domingo de noviembre, se arrimaba a la esquina con una sonrisa fraternal en los labios y un "buena suerte" que empujaba.
Todos los años, desde la primera edición de nuestra carrera, Molle fue corriendo con la seguridad de encontrarla, pero en 1941 ya sabía que la hermanita lo estaría mirando desde el cielo hacia donde había partido imprevistamente.
Un muerto querido se lleva siempre en el alma, pero el trajín diario aporta el momentáneo olvido sin el cual no sería posible vivir. Mas cuando hemos de pasar ante una ventana cargada de recuerdos, cuando las circunstancias nos obligan a marchar por un circuito que hemos apartado de nuestro común itinerario, la evocación llega preñada de nostalgias y alberga en sí hasta ese cachitín de felicidad que se experimenta al comprobar que todavía se tiene corazón...
Molle sabía que en ese 1941 la hermanita no estaría en la esquina de Medrano y Cabrera, pero él pasaría como antes, con un número a la espalda, lleno de ese entusiasmo ejemplar de quienes saben que no podrán ganar. ¡Magnífico amor deportivo porque es sin esperanzas!..
Por allí correría ya tibio de sudor, pero sin recibir la sonrisa ni el "buena suerte" fraternales. Calladamente, sin que nadie lo supiera, quiso rendirle aquí abajo un homenaje a la hermanita que está allá arriba... y dejó caer una flor en la esquina. Desde entonces, Ramón S. Molle viene arrojando una flor en Medrano y Cabrera y hasta busca el rostro de su hermanita con ojos ansiosos sabiendo que no está, así como también compite sabiendo que no ganará. Pero llega siempre a la meta, como habrá de llegar su homenaje hasta la hermanita que lo verá pasar asomada al balcón de Dios...
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