Así como durante décadas -entre los '60 y hasta fines de los '80- cada cita olímpica tenía la intensa rivalidad entre estadounidenses y soviéticos, producto del poder mundial que ejercían ambos países con la denominada Guerra Fría que se trasladaba al deporte, el nuevo milenio nos ha deparado una nueva lucha por mostrar la supremacía deportiva, pero con un nuevo actor en lugar de Rusia (ex URSS): la República Popular de China.
Los chinos se han convertido en el nuevo contrincante del sueño americano, a la luz también de su gigante crecimiento y poder ecuménico en todos los rubros, aprovechando también la caída de los rusos producto de diferentes sanciones que les ha impedido competir como tal en las últimas ediciones.
La primera fue a fines de 2019, cuando la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) impuso una sanción de cuatro años por encontrar culpable a Rusia de manipular los resultados de los controles que se llevaron a cabo en un laboratorio de Moscú. Una grave falta que había sido descubierta en 2014, tras los Juegos de Invierno de Sochi, luego del documental alemán "Dossier secreto dopaje: cómo fabrica Rusia a sus campeones", donde se narraba cómo se adulteraban los test antidopaje para evitar que sus deportistas sean sancionados.
La última restricción que sufrieron los rusos, al igual que Bielorrusia, fue impuesta por el Comité Olímpico Internacional (COI) por la invasión a Ucrania, en febrero de 2022. Sin embargo, los deportistas de ambos países tuvieron la posibilidad de estar presentes en París porque el COI los habilitó a participar como neutrales y de manera individual, aunque sólo lo hicieron un puñado bajo la denominación de Atletas Individuales y Neutrales (AIN). No obstante ello, estos atletas tuvieron que cumplir con algunas condiciones como nunca haber apoyado la invasión a Ucrania ni tener alguna relación con el ejército.
Sin embargo, más allá de las sanciones impuestas a los rusos, nada ha sido al azar para China. Todo estuvo pensado y nació con la designación de Beijing como sede de los Juegos Olímpicos de Verano en 2008. Desde allí, la política deportiva del país asiático ha significado una multimillonaria inversión no sólo en infraestructura sino también en el desarrollo de sus deportistas en diversas actividades que nunca habían dominado para tener posibilidades serias de competir por quedarse con la mayor cantidad de oros, que a la postre definen quien se queda con el primer puesto por encima de la totalidad de medallas que cada nación pueda obtener.
Esta claro que las políticas deportivas que ambos países llevan a cabo da sus frutos; y la inversión que realizan para ello habla por sí sola. Según estimaciones, los Estados Unidos -que presentó 592 atletas en París 2024- invierten anualmente entre 35 y 50 mil dólares por cada deportista de acuerdo al deporte o especialidad que practican, pero abarca todo lo que un atleta de alto rendimiento precisa para competir al más alto nivel (entrenamientos, entrenadores, médicos, viajes, alojamientos, etc.). Varios de ellos, además, reciben apoyo externo de sponsors lo que les permite dedicarse 100% a su actividad. En el caso de China, que contó en París con 388 atletas, se especula que los costos por cada uno de ellos pueden llegar hasta los cien mil dólares en todo lo concerniente a los rubros ya mencionados.
Au revoir París 2024, welcome Los Ángeles 2028. Sólo cuatro años nos separan de una nueva cita, pero la lucha por la cima ya promete nuevos capítulos entre los dos gigantes que acaparan -a fuerza de talento y poder económico- la cúspide del deporte mundial. Una rivalidad reflejada en el medallero que durante dos semanas los tendrá en vilo por conseguir la mayor cantidad de preseas doradas posibles para vivir lo más grande que un deportista puede alcanzar: la gloria olímpica.
Foto de portada: Diseño El Gráfico