El gran Caruso Lombardi
Carismático y polémico, Caruso Lombardi nunca va a generar indiferencia. Tildado de picapiedras como jugador, acababa de concretar el ansiado ascenso a Primera con Tigre.
El pintoresco cafe La Bar-Bería vive una revolución interna. En las cinco esquinas de Victoria, un personaje célebre para toda una multitud azul y roja toma un cortado y disfruta de un tostado, mientras recibe las múltiples muestras de cariño de su gente. “¡Cómo están, es impresionante!”, comenta feliz de un reconocimiento que tiene más que merecido. En eso, un muchacho enfundado en la camiseta del Matador irrumpe en el café. “Caruso, estaba por acá, te vi y vine corriendo para sacarme una foto”. Sin dudarlo un instante, el exitoso entrenador de Tigre accede gustoso. Clic y muchas gracias por todo, pero antes un mensaje: “Ricardo, andá buscando lugar para la estatua”.
-Sí, pero comprá mucho bronce que estoy muy gordo –sorprende con una sonrisa Ricardo Caruso Lombardi.
Bicampeón con Tigre y por lo tanto artífice del esperado regreso a la B Nacional, el DT se ha transformado en un personaje de culto para los hinchas del Matador que, hasta su arribo, se entusiasmaban en cada comienzo de temporada, pero finalizaban penando con el equipo en mitad de tabla.
“En realidad, no sé si esto es para una estatua –arranca humilde–. A mí me interesa mucho más haber quedado en el corazón del hincha de Tigre. Triunfar en un club grande como éste no es cosa de todos los días y menos salir bicampeón. Esto es lo máximo que le puede pasar a un director técnico. Es haber ganado una Copa del Mundo. Es indudable que entré en la piel del hincha y viceversa. Hicimos una campaña que es reconocida por todo el ambiente. Es la mejor del fútbol argentino en todos los tiempos”, cuenta sin poder ocultar la emoción.
La nota se interrumpe constantemente ante nuevos pedidos de fotos y autógrafos, a los que no está dispuesto a negarse. Luego de ser maltratado por parte de la gente de All Boys a pesar de la buena campaña, Ricardo encontró en Tigre un lugar para sentirse ídolo. Y si la gente lo puso en ese pedestal es porque este equipo superexitoso lleva el made in Caruso impreso en todas las camisetas. “Me la jugué con Tigre porque sabía que era un elefante dormido. De movida me tiré con todo, pensé que tenía plantel para sacarlo, pero no fue así. Afortunadamente, me tuvieron mucha confianza. Sergio Massa, quien colabora con la dirigencia, y Ezequiel, su mano derecha, fueron los puntales que hicieron que yo me quedara y, a la vez, yo hice que ellos continuaran, ya que tenían ganas de irse. Simplemente les pedí que me dejaran este campeonato porque Tigre iba a ascender. Sin vueltas, a Massa le dije: ‘Decime cuánta plata hay para armar el equipo y te vas a sorprender con muchos jugadores que son desconocidos. Por ahí voy a sacar pibes de las pruebas. Pero de ahí en adelante quiero que tengas el plantel al día, un lugar para entrenar, para concentrar y para hacer una pretemporada como corresponde. Después dejá todo en mis manos y en las de mi cuerpo técnico’”.
Ambas partes cumplieron y el sueño comenzó a gestarse. Sin tiempo que perder, Ricardo empezó a sumar nombres sin nombre. En su búsqueda se dio cuenta de que el Chino Luna, a quien conocía del Albo, estaba por explotar. Supo que Campestrini tenía pasta para dejar de ser suplente en Ferro y romperla en el Matador. Confió en que Castaño mostraría en Tigre las mismas virtudes que en Rivadavia, de Lincoln. Advirtió que Muñoz se adaptaría a la mitad de cancha sin problemas, más allá de venir de un equipo de la C. Se ilusionó con que Nicolás Torres, ese pibe al que había visto por TV peleando el descenso con Gimnasia de Entre Ríos, podía andar fenómeno. Y no se equivocó. “En el ascenso no se arman los equipos diciendo: ‘Traeme a aquél, traeme a este otro’. A los jugadores los voy a buscar yo. Les alquilo los departamentos, les salgo de garantía, les arreglo los contratos, los llevo a comer conmigo, los llevo a mi casa para convencerlos. Gasto un montón de plata en teléfono porque los llamo a todos lados, los sigo, voy a la casa. Los jugadores que me gustan, los consigo. Armar el equipo es una de las cosas que más me motivan en el fútbol. Y es una de mis virtudes máximas. El que conmigo no se prueba, no firma. Por más que me digan que es Pelé. Y por eso siempre tuve buena suerte. No hay dudas de que los jugadores son los responsables de este gran momento. Es algo que no me voy a cansar de agradecerles nunca. Y mirá cómo son las cosas. A un grupo de futbolistas que no era tan conocido, ahora lo pretende todo el mundo. Además, debo destacar a mi cuerpo técnico que es palabra mayor. Ariel Perticarari, preparador físico y Anìbal Biggeri, ayudante de campo, fueron dos puntales de esta gran campaña“, cuenta, feliz.
Entre autógrafos y fotos, las canciones de la gente de Tigre vienen a su mente. “Que de la mano, del gran Caruso, todos la vuelta vamos a dar”. “Saludamos a Caruso y a los jugadores por salir campeón”, canta sin importarle nada. Hay otro tema que no entona, pero que la gente de Tigre no dudó en dedicarle: “Borombombom, borombombom, para Caruso, la Selección”. “En ese momento sentí que tenía ganas de hablar con Pekerman, que es amigo mío, y decirle: “José, me dejás un ratito”. Pero, bueno, todo tiene su paso previo. Pasa que yo hace 12, 13 años que estoy dirigiendo, empecé a los 31, 32. Pero primero hay que volver a meter una buena campaña en la B Nacional para que sepan reconocer mi trayectoria. Hoy, con el bicampeonato, sos el técnico del momento. Salís en todos lados, entonces eso influye. Pero primero tengo que hacer una escalera normal, como cualquiera… Ojalá la gente me pida siempre. Acá en Tigre son una multitud incomparable. Hay muy pocas hinchadas como ésta. Fue récord de recaudación a lo largo de la temporada de todo el fútbol argentino. Hay equipos que merecen estar en otra categoría, y Tigre es uno de ellos, sin dudas”, sostiene.
Queda claro, Ricardo está muy lejos de bajarse de la ilusión de dirigir a la celeste y blanca. “Siempre voy a soñar, el día que no sueñe con ser el técnico del Manchester o del Milan, seguramente no seré yo.”
“Todo me lo gané en base a sacrificio. Soy un enfermo de esto, me gusta ir a ver partidos de cualquier categoría y sacar jugadores de cualquier liga, de un regional. Darles la oportunidad a los que no la tuvieron.”
A Caruso se lo nota superconfiado en sí mismo, incluso hasta un poco canchero. Alguna vez tiró “tengo chamuyo y capacidad, por eso soy un ganador nato”. Por supuesto, estas características han provocado críticas, las cuales casi siempre vienen de la vereda de enfrente. “Siempre van a decir que soy chamuyero: tengo facilidad de palabra. Como hablo mucho y aparezco en todos los medios, voy a todas las radios, a todos los canales… parezco más un artista que un técnico, pero bueno, es una manera de agradecerle al periodismo. No lo hago porque me gusta vender humo, como me joden Massa y los jugadores. El que me conoce personalmente sabe que desde hace doce años que estoy en esto, que he salvado equipos del descenso, he clasificado para octogonales, para finales de campeonato, he salido campeón, he vivido todas las cosas que uno puede imaginar en la B Nacional y en la B. Entonces, a mí no me sorprende nada. Creo que el destino quiere que todo el mundo me reconozca. El que dice que soy chamuyero, ahora por ahí lo está pensando. Y el que dijo ‘ojalá que Caruso no venga acá’ y me putea, ahora estará diciendo ‘por qué no vino’”.
Gracias a esa facilidad de palabra, antes del partido contra Platense, en Vicente López, metió una arenga que fue transmitida en directo por TyC Sports y emocionó a más de uno. Por la presencia de las cámaras, sus detractores también le cayeron encima. “Yo siempre hago arengas. Simplemente que esta vez, Cascioli me dijo: ‘¿Podemos grabarla?’. Y yo le contesté: ‘Hacé lo que quieras, yo no escondo nada’. El que esconde es porque no sabe o porque no confía en sus condiciones. Hacer una arenga no es fácil. Y yo sé que le entro al jugador, sé que lo saco con una predisposición diferente. Salieron a la cancha llorando. Y no sólo los jugadores, los dirigentes y los médicos también: todos se volvieron locos. Ahí empezamos a ganar el campeonato, no me cabe duda. Fuimos como punto. Ellos tenían todo preparado para hacer una fiesta total, porque Tigre nunca había ganado en Vicente López y sólo les llevábamos un punto de diferencia. Y, sin embargo, el campeón fue Tigre”.
Tiempo para una pausa. Pide una Coca diet, reconoce que se saca el sombrero ante Bianchi y cuenta que Julio Grondona le cambió la cabeza y lo supermotivó. “‘Dedicate a trabajar que tenés muchas condiciones, pregunto constantemente por vos y sé que sos un técnico de Primera A. Algún día vas a llegar, quedate tranquilo’, me dijo”. Por los dichos de don Julio, pero sobre todo por su confianza, Caruso piensa que un día se le dará. “A veces tiene que ver el nombre, la chapa. Un dirigente, con un técnico de nombre, está cubierto. Con uno de la B, no. Al segundo partido lo echan al técnico y a él. Igual, estoy convencido de que el caso de Alfaro sirve muchísimo: tuvo que ascender para demostrar que estaba para Primera. Y el caso de Teté Quiroz es un fiel reflejo. Venía de una campaña muy buena en Platense, que lamentablemente perdió la final y nada más. Después en Huracán no le fue bien, y por ahí alguno habrá pensado: ‘No sirve’. Luego, en un mes, en Instituto pasó de villano a héroe. Esas son las cosas que me sirven. Igual, pienso que con Tigre se me puede dar”.
Si Caruso es famoso por su capacidad dialéctica, lo que será su loro: “Habla de todo. Es un monstruo. Canta ‘Zapatos rotos’, ‘Todos los patitos se fueron a nadar’”. No hay dudas, la parla de Caruso viene de toda la vida. “Mi primer laburo fue como vendedor callejero de palanganas, fuentones y baldes. En dos meses me compré una camioneta, vendía como un animal. Luego le sumé cubeteras, jugueras y mangueras. Y a eso le agregué tierra, resaca y macetas de cerámica. Al mismo tiempo empecé a jugar en Primera, pero como quería vender más cosas, me fui a una distribuidora. Me dijeron: ‘Tenemos cervezas y otras cosas’. En una semana hice 87 almacenes. Vendía a lo guanaco. Después me dediqué a los letreros luminosos. Nunca dejé el trabajo, porque no gané mucha plata con el fútbol. Vivía al día y, a veces, ni siquiera”.
Además de tener labia, siempre le gustó bailar, entonces, qué mejor que buscar algo que combinara las dos cosas. Por eso durante once años tuvo un boliche para solos y solas. “Largué porque no daba más, pero me fue muy bien. Armé muchísimas parejas, pero al final iba muerto a dirigir. Lo tenía desde mi última etapa como jugador. En mi vida he hecho de todo, pero una de las cosas más lindas fue el boliche. Fue impresionante. Yo tenía más una tanguería que otra cosa. La gente mayor estaba chocha. Hoy me los encuentro por la calle y me dicen: ‘¿Cuándo abrís un boliche?’.
–¿Iban tus colegas?
–Yo los invitaba siempre, pero me decían: “No, está lleno de viejos, dejate de hinchar las bolas”. Entonces, yo les decía: “Vení, quedate tranquilo. A lo sumo, a la mañana, cuando tengo que barrer todo, por ahí cae uno y me dice: “¿No dejé los dientes postizos en alguna mesa o alguien los encontró tirados en la pista de baile?”, pero no son tan viejos, ja”. Eran cosas que hacían a la alegría del boliche. Siempre me gustó la música. Bailo muy bien rock. Además, me gustan el merengue y la salsa; es un vicio, un hobby.
El que sabe, sabe. Tanta fe se tiene y se tenía Caruso desde pibe, que hasta encaraba en japonés. Un grande. “Viajé con Argentinos, yo tendría 18 años y aprendí a decir tres frases. ‘Hermosa’, ‘dame un beso’ y ‘vamos a…’ Además, como hablaba algo de inglés, iba charlando con una de las chicas, y la subí a la habitación. Estaba ahí y le decía ‘hermosa’ (repite la frase en japonés). Después, ‘dame un beso’ (vuelve a hablar en japonés), entonces me daba un beso. Era un desastre, no sabés. Cuando le dije lo otro, gritó: ‘Aaaahhhhh’, me hacía todo como un león. Y yo le digo: ‘Daaaale, un poquito’. Cuando me quise acercar, saltó a la cama, gritó: ‘Aaaaahhh’, y se puso en guardia. Me quería pegar y, encima, gritaba como loca. Yo le decía: ‘Callate que viene el técnico y me echa, la puta que te parió’. Y seguía: ‘Aaaahhh’. Entonces la dejo ir, pero de la bronca que tenía cuando abro la puerta le pego una patada en el culo que la estrello contra la pared. Ahí aparece un compañero y me dice: ‘No abrás porque te mata’. La mina quería tirar la puerta abajo. Era karateca, yo qué sé”.
Esa extraña geisha no llegó a pegarle. En esa ocasión tuvo suerte, pero en cancha de Central Córdoba, cuando era DT de Estudiantes de Caseros, no la pasó nada bien. “Yo escuchaba que atrás del banco uno gritaba: ‘Caruso, la puta que te parió’, ‘Caruso, hijo de mil putas’, ‘Caruso, la concha de tu madre’. Me escupieron todo el partido, me mearon, me dejaron el traje a la miseria. No sabía cómo escudarme. Al final viene un morochito chiquitito con camisa celeste, me mira, me agarra el cachete y me dice: “Ya está, te rompimos el culito, te metimos tres goles”. Me agarró una calentura, lo empecé a cagar a puteadas. Lo quería matar. Se armó un quilombo terrible. En eso, vamos al vestuario, viene la policía y me quiere llevar preso. Me dicen: ‘¿Sabés quién era el morochito de camisa celeste? El comisario’. Todos en cana. Encima, ese día yo cumplía 36 años. Cuando estaba en la comisaría prestando testimonio, mientras me tomaban las huellas digitales, los jugadores, en la calle, empezaron a cantar: ‘¡Qué los cumplas feliz, qué los cumplas, Caruso…!’. Y yo preso. Tenía una calentura”.
¿La misma que hoy tienen unos cuantos hinchas de Platense? “Mirá, muchos me felicitan. Ahora los pibes que son de la barra… La otra vez, en la plaza de Crisólogo Larralde, la que está cerca de la cancha, paré con el auto, bajé la ventanilla porque tenía calor y unos diez pibes me reconocieron y me empezaron a correr y a tirar piedras. Así que me tuve que escapar porque si no, ja,ja… Son todas anécdotas del fútbol que, lamentablemente, en ocasiones tenés que vivir en carne propia. Es así, a veces es mejor escaparse para seguir dando batalla”.
Palabra del gran Caruso, un guerrero del ascenso que, con Tigre, quiere ser de Primera.
Anécdota bien japonesa
Cuando tenIa 18 años, Caruso viajó a Japón con Argentinos y se ganó un lugar en la TV. “Estábamos jugando contra el Middlesbrough, perdíamos 4-0 y todos los goles habían sido en offside. Entonces, agarré al referí japonés, le tiré los ojos para abajo y le dije: ‘Vas a cobrar una para nosotros’. Ahí me echa. Me fui llorando y cuando enfrenté al línea le dije de todo, pero él también era japonés. Entonces le empecé a hacer señas y gestos: ‘Ves la bandera, metétela en el culo’. Luego, en el hotel, cuando estábamos cenando, pasan las imágenes en pantalla gigante. En eso, muestran en cámara lenta cuando le hacía el gesto al juez. Estaba lleno de ponjas mirándome. De la vergüenza me tuve que esconder debajo de la mesa”.
Por Marcelo Orlandini (2005).
Foto: Alejandro Del Bosco.