2002. Vení, vení, canta conmigo
River conquistó el campeonato Nº 30 en el profesionalismo con una victoria por 5-1 frente a Argentinos y desató el delirio de su gente. Las razones de una campaña que volvió a colocar al Millo en lo más alto del fútbol argentino.
¿Sera este país? ¿Será este tiempo? ¿Será cierto esto que pasa aquí, en un Monumental que ha desaparecido detrás de un telón de humo, en el que 70 mil almas sonríen y se alegran, se emocionan y encuentran un motivo para ser felices por un ratito? ¿Será verdad que en este país desesperanzado y malherido, en este tiempo de caras largas y voces roncas de tanto reclamo amargo jamás escuchado, ahora estos hombres, mujeres, niños, ancianos y generaciones por venir han encontrado una excusa para andar juntos y soltar un grito que no es de queja sino de sana alegría, cobijados como están bajo un sentimiento que es sentido de pertenencia fiel e inseparable?
River Plate se abraza al título N° 30 de su recorrido profesional por el fútbol argentino y si alguien imaginaba, sinceramente, sin computar chicanas ni posturas cargadas de envidia, que podría tratarse de un festejo devaluado por el epílogo algo irregular de la campaña, se equivocó fulero, fulero. No es fácil llenar el Monumental, eh, y la gente de River lo llenó. Pero lo llenó en serio y casi en exclusiva, sin dejar un huequito, desbordando pasillos, copando barandas y abarrotando escaleras. Lo llenó de gente, de banderas, de bengalas, de estrellitas. Lo colmó de gritos, lo adornó de fiesta, lo copó de chicos y chicas, deportistas que día a día escriben sus pequeñas historias bajo el cilindro del Monumental y que se han dado el gusto inmenso este domingo 12 de mayo de 2002 de sentirse partícipes de la fiesta, armando una coreografía con globos en la que se lee: “Felices 101 años”. Así se crece con espejos de carne y hueso, así uno se embebe de espíritu riverplatense, así se disemina un sentimiento que hace cosquillas debajo de la piel.
También fue generosa con el espectáculo la actual dirigencia millonaria, que le brindó al hincha la chance de gozar con una vuelta olímpica limpia de intrusos, ofreciendo una tarima móvil conformada por un trencito y un camión repartidor de cervezas, en la que se podían identificar claramente los cuerpos y los brazos de los verdaderos protagonistas, sus gestos y emociones, y no las penosas corridas de los cazacamisetas, pantalones y, por qué no, cadenitas y lentes fotográficas.
Se ve nítido en esa ronda de gritos a Angel David Comizzo, hecho un pibe aunque es el jugador más viejo del fútbol argentino. Sólo él sabe lo que sufrió hace 10 años, porque no hay peor infamia que la de los rumores malintencionados, y sólo él pudo haber creído que esta utopía era posible. Salta como un nene Comizzo, y no importa que se haya tenido que perder los últimos capítulos de la novela por un arresto de irresponsabilidad: es feliz y se lo merece.
Le da al bombo con el alma Martín Demichelis, uno de los que estrena vueltas olímpicas, y uno no puede dejar de pensar en la personalidad que irradia este pibe que se puso los guantes contra Racing como si tal cosa en el momento más caliente del torneo, y ordenó la barrera, y mandó a su casa a los alcanzapelotas con una determinación cuando menos llamativa.
Dirige la batuta también el Cabezón D’Alessandro, que cuando dijo que no se quería ir de River sin ser campeón parecía estar excusándose con un caramelito para los hinchas pero ahora se comprueba, observando su alegría sin poses, que se lo había propuesto de verdad, que no era verso.
No está el Burrito, no está su pera saliente y su paso de cumbia, pero está, claro que está, en el corazón del hincha, que lo evocó antes que a nadie con el clásico “Orteeeeeeega, Orteeeeeega” apenas el equipo saltó al campo de juego y cuando el triunfo comenzaba a transformarse en vuelta olímpica.
Abre los brazos Fernando Cavenaghi, pedazo de goleador que está haciendo las valijas, que en su primer torneo completo rompió todas las redes y los récords, y ya se prueba la pilcha de máximo artillero del campeonato. Pero lo que más conmueve y llama la atención, al margen de sus goles, es la sencillez y su compromiso con el equipo. Suele decirse de todo goleador que el egoísmo es uno de sus atributos más preciados; bueno, este chico es la antítesis del egoísmo, sorprende su generosidad en el juego: se la da siempre a un compañero, aunque pueda mandarse solo. Y eso tal vez no se valora tanto, cuando en realidad tiene un valor enorme.
Sonríe Ramón Díaz, levanta sus brazos, sabe que está en el cielo de los entrenadores, que superó a su maestro Labruna, que nadie le quitará sus pergaminos aunque comience a ensayar una despedida consensuada.
Baila Cuevitas, su desparpajo casi inconsciente, su corrida milagrosa ante Racing. Se prende el Chacho, uno de los más queridos, usina creadora de buen humor y pieza vital del equipo. Salta el Chino Garcé, el capitán Celso, el silencioso Ledesma, el reconocido Zapata, el Cuchu y sus goles decisivos y Ricardo Rojas, especie milagrosa de la resurrección futbolera que merecería ser objeto de estudio para Víctor Sueiro. Delira el Chori Domínguez, imprevisto héroe de fin de fiesta, ahora que esa imagen impactante de su fractura televisada es pasado, por suerte. ¡Cuántas alegrías tiene guardadas en el bolsillo este empedernido tirador de caños para ofrecerle en el futuro cercano a la gente de River!
Fin de fiesta. River ha sellado un campeonato que no admite discusiones en cuanto a su legitimidad, con una goleada barnizada por cinco goles de auténtica estirpe millonaria, de toque corto y juego asociado en velocidad. River celebra su campeonato N° 30 pero sobre todo se saca la mufa de tres subcampeonatos consecutivos que comenzaban a molestar y que empujaban a desempolvar los viejos apodos de épocas trágicas, que ahora parecen tan lejanas.
Festeja River, canta la gente, que no quiere abandonar su casa, donde no se daba el gusto de campeonar desde 1997, la noche de San Salas contra el San Pablo, por la Supercopa, casi cinco años atrás. Festeja al fin un campeonato después de dos años, que no es tanto en realidad si no fuera porque en esos dos años, justamente, el primito de siempre se llevó dos Libertadores, una Intercontinental y un torneo local. Y entonces los dos años se hicieron casi dos décadas. Por el sufrimiento, ¿vio?
EL MEJOR DE TODOS
Hacíamos referencia a la legitimidad del título y aquí no puede haber cuestionamientos. Es cierto que el equipo de Ramón podría haber dado la vuelta olímpica contra Lanús y desperdició la chance; también que Argentinos entró destruido anímicamente a disputar el choque decisivo contra el Millo por el descenso anticipado al que lo sometió el cronograma disparatado de partidos. Y que la mediocridad hace tiempo se comió al fútbol argentino. Lo que nadie podrá decir es que hubo un equipo superior a River. Y tampoco nadie podrá refutar que el equipo de Ramón fue liquidando sucesivamente a sus perseguidores con claridad y contundencia: le ganó a Boca en la Boca y por goleada, venció a Gimnasia en La Plata con una demostración convincente de fútbol y despachó a Racing, después de superarlo en el juego y de hacer méritos para llevarse el triunfo, con un desenlace dramático que no se olvidará por los años de los años (a ver si no va a importar ganar un torneo local).
Tuvo ráfagas esporádicas de fútbol exquisito que no se vio en ningún otro participante del torneo, a instancias del gran talento individual de sus mejores solistas, como en esos minutos en los que acribilló sin piedad a Huracán, Estudiantes y Unión. Tal vez no alcanzó la constancia en el alto nivel que sí alcanzó en el torneo pasado, cuando jugó “bien” bastante más tiempo que en este Clausura. La diferencia estuvo en que esta vez River sacó pecho en los compromisos decisivos y se impuso con gran personalidad, situación que no se dio en el Apertura, cuando perdió puntos valiosísimos ante Boca y Racing, por ejemplo.
Ahora, en cuanto al valor específico de un campeonato local, es verdad que la eliminación de la Copa Libertadores ante Gremio provocó un malhumor generalizado en el hincha de River. Y ese malhumor se potencia porque Boca lleva ganadas dos al hilo y andaba derecho en el recorrido de la actual, aunque el pequeño tropezón sufrido ante Olimpia podría cerrar un primer semestre casi perfecto si se consuma su eliminación. Por otra parte, como bien señala el presidente Aguilar, cualquier hincha que haya padecido aunque sea parcialmente la noche de los 18 años sin títulos, jamás podría menospreciar el valor de una vuelta olímpica. Hay números que resultan elocuentes al respecto: River y Boca lideraban la tabla de campeonatos ganados hasta 1974, con 12 cada uno. Ahora, a los 30 de River lo siguen bien de lejos los 19 de Boca, una brecha que resulta casi imposible de imaginar como descontable, en las próximas décadas al menos, una brecha que no tiene antecedentes en el fútbol mundial medianamente competitivo.
CRÓNICA DE UNA VICTORIA ANUNCIADA
Bien, vayamos entonces a una pequeña crónica de lo que ocurrió en la tarde de la consagración. El equipo de Ramón saltó al campo de juego sospechando que el empate no le alcanzaba porque Gimnasia iba ganando, resultado que se confirmó cuando en Núñez se llevaban disputados diez minutos de partido. Tenía que ir a buscar su destino. Y si bien lo hizo con convicción, presionando desde el minuto cero, a los 13 minutos estaba perdiendo 1-0, después de que Lux diera rebote en un disparo sin complicaciones de Cordone y que un tal Leonardo Pisculichi capturara el balón para silenciar a todo el estadio. Fueron unos minutos en los que revolotearon los fantasmas más temidos: Argentinos se acercó para marcar el segundo, se escucharon algunos murmullos por la decisión de Ramón Díaz de pedir el famoso artículo 225 por D’Alessandro y no por Comizzo, y hasta en algunas radios comenzaron a especular qué ocurriría con el viaje previsto para el día siguiente de Celso Ayala y de Cuevas para integrarse a la selección de Paraguay. En nueve minutos, sin embargo, el nudo comenzó a desatarse. Y River fue un vendaval del mejor fútbol. Primero empató Cambiasso –uno de esos volantes que cualquiera quiere en su equipo por su afinidad notable con el gol– entrando como nueve por el medio del área. A los 33, once minutos después del 1-1, la defensa de Argentinos se durmió en un tiro libre, el Chori se la pidió a D’Alessandro y definió con un cañonazo cruzado para el 2-1. Cinco minutos más tarde se alcanzó el clímax: el futbolero y también el emotivo. En una jugada en la que se realizaron 15 pases entre futbolistas de River sin que pudiera intervenir ningún rival, que comenzó a enhebrarse por la derecha y fue despertando un “ole” in crescendo a medida que progresaba la acción, D’Alessandro alargó para Coudet, el Chacho se sacó de encima a Pena con un caño, y con un centro-pase al medio del área se la dejó servida a Cavenaghi. El Gordo la empujó y desató el delirio contenido. Allí River se sintió definitivamente campeón.
Pero si faltaba alguna prueba más, en el último minuto del primer tiempo el mismo Cavenaghi le puso el broche a otra gran maniobra colectiva que se inició con una salida intempestiva de Ricardo Rojas por la izquierda (un clásico a esta altura, la jugada testigo de este campeonato podría agregarse), que se prolongó en D’Alessandro y en el Chori Domínguez, gran asistidor de la noche.
En ese momento cobró fuerza una idea que encontraría una corroboración más, por si hacía falta, unos minutos después, con la conquista del quinto y último gol, también facturado por Cavenaghi tras asistencia de Domínguez: cuántos problemas se le habrían resuelto a River si el Chori hubiera sido inscripto para disputar el campeonato en lugar de Esnaider, Fonseca y hasta de Husain. Hasta ese lujo se dio River, a instancias de un error que a Ramón Díaz le podría haber costado muy caro. Pero, evidentemente, a este hombre que ya es récord, lo distingue un aura especial, está tocado por la varita. A diferencia de lo que le pasó a Américo Gallego, por ejemplo, con Ramón en el banco de suplentes Boca perdió la Intercontinental. Y a Ramón, también, le tocó Gimnasia y Esgrima como perseguidor, mientras que el Tolo tuvo que vérselas con el San Lorenzo que rompió todos los récords del fútbol argentino con su serie de triunfos consecutivos. Será nomás un iluminado, como suele caracterizarlo el presidente del club, José María Aguilar.
Continuando el repaso cronológico, el segundo tiempo estuvo de más. Sirvió para que en un momento algunos hinchas sentaran su postura en relación a quién debería conducir los destinos del equipo en los próximos meses (algunos vivaron a Ramón, muchos insultaron a Passarella y todos recordaron con cariño a Francescoli); para que ingresaran, a modo de homenaje, Martín Demichelis, Ariel Franco y Nelson Cuevas; para que la gente ovacionara a Coudet, Rojas y Cavenaghi en su salida; para que fuera afinándose la garganta para la explosión final.
Era increíble, pero cuando en el óvalo de césped se estaba disputando un partido de fútbol, en la vieja pista de atletismo comenzaban a desplegarse todos los extras que armarían la coreografía de la fiesta, incluida una locomotora típica de despedida de solteros y un camión con acoplado. Era muy raro. “Si Castrilli lo suspendía por un camarógrafo mal ubicado, con esto se hacía un festín”, comentó socarronamente un plateísta. La saga de festejos comenzó cuando faltaban 20 minutos para que concluyera el partido en uno de los ángulos de la platea San Martín alta, justo arriba del túnel de River. Allí flamea desde hace dos años una bandera de River con una sola insignia: el número 29. En una breve pero emotiva ceremonia, como dirían los viejos cronistas, se procedió al acto de reemplazo: los hinchas de ese sector encendieron las bengalas para concitar la atención, después fueron retirando el “trapo” viejo y bajaron el nuevo hasta ubicarlo en su posición original al son de “Llegamos a treinta, la puta que lo parió”.
A partir de allí fue mucha fiesta y poco fútbol, salvo para el bueno de Pipino Cuevas, que pareció ser el único de los 22 participantes al que le interesaba meter un gol. Je, a Pipino no le vengan con eso de los códigos del fútbol.
“Este campeonato me da una satisfacción enorme porque pude batir un récord dificilísimo para un entrenador. Pero no me quedo acá, voy por más”, se entusiasmó Ramón en una conferencia de prensa en la que se chicaneó con el Chacho Coudet, con mucha onda pero también con un trasfondo de realidad incuestionable. “Esto es inexplicable, yo me crié en el club y nunca me imaginé una alegría tan grande”, se emocionó D’Alessandro, consciente como pocos de que tal vez sea la última vez. “Nunca voy a olvidar este día, cumplí uno de los sueños de mi vida”, cerró Cavenaghi, y nadie duda que dice la verdad.
Increíble. En este país, en este tiempo, todavía hay motivos para darse una tregua de felicidad.
Por Diego Borinsky (2002).
Notas: Tomas Ohanian y Maximiliano Goldschmidt.