Farsovich: un cuento de fútbol
ESTOY EN LA CAMA, pero no tengo fuerzas para ir a trabajar hoy. Sí, lo sé, trabajar es necesario, no queda otra. Tengo dos hijos, hay que comprarles los útiles, el uniforme del colegio, los juguetes. A veces pienso que me hubiera gustado dedicarme a algo distinto. Hay gente que es buena para las matemáticas, otra a la que se le ocurren negocios geniales o que hace edificios. Yo no: sólo sirvo para esto.
Muchos me envidian, me dicen que debería estar agradecido, que tengo una profesión soñada. No saben nada: lo que hago es algo malo. No, malo no es la palabra. Indigno. No, indigno es demasiado. Triste. Eso, mi trabajo es algo triste. Hay laburos así, como el del patovica de un boliche. A veces pienso que lo mío es peor.
Hoy soñé que era el crupier de un casino. Estaba el viejo Rodríguez de viejo, acababa de cobrar su jubilación, pero no le alcanzaba para comprarse todos los medicamentos y venía a jugarse una fichita. Apostaba al negro, a par y a primera docena. Yo tiraba colorado el veintitrés. Me levanto de la cama, viene mi hijo y me abraza. “Pa, te amo, gracias por la play cinco, soy el único del colegio que la tiene”. El único del colegio. Debería tirar la play por la ventana.
Bajo al living. Hay un sillón de terciopelo, una escultura de oro de dos metros de alto y los aros de diamante de mi hija menor. Todo nuevo. Mi familia no me entiende. Prendo la tele de 75 pulgadas; pasan “Los analistas del fútbol”. Lo miro un rato: cuatro hombres debaten intensamente sobre quién debe ser el cuatro de Boca. Luego el presentador anuncia: “No se pierdan el programa de hoy, en un rato viene al estudio Farsovich, el héroe de la fecha”. Me había olvidado de la entrevista.
Me están por llamar para la Selección y mi representante pensó que era necesario un poco de prensa. Me subo al auto, un descapotable negro. La marca es sponsor del club y nos obligan a llevarlo a los entrenamientos. Al menos me dejaron que le pusiera vidrios polarizados. Tuve que decir que me habían querido secuestrar. Mentira. No soporto que me reconozcan cuando voy en el auto. Prendo la radio. Un periodista pregunta: “¿Es Farsovich el mejor jugador de la historia del club?”. La apago.
Falta poco para llegar al canal. Me detengo en un semáforo y miro a la derecha: un grupo de pibes juegan un picadito en una plaza. Uno patea, otro se tira al piso y grita: “¡La arañaaaaaaaaaa!”. Se levanta. Hay un gran número uno en su espalda con la inscripción que dice Farsovich. Me pongo los anteojos negros con una gorra y salgo del auto. Entro en el medio del picado, pateo la pelota a la calle, agarro al arquero del brazo y me lo llevo a los gritos: “¡Es mi hijo y debería estar en el colegio!”.
El chico protesta, jura que es mentira, dice que ya fue al colegio y que igual no sirve para nada porque él quiere ser jugador de fútbol. Una vez que estamos en un lugar alejado le ordeno que se saque la remera y se ponga otra. “Estás loco, es mi ídolo, quiero ser como él cuando sea grande", dice. Me saco lo anteojos y la gorra. El chico me abraza. “Es el mejor día de mi vida ¿Me firmás la remera? No, mejor contame: ¿Cómo hiciste para atajar el penal el otro día?”.
¿Vos sabés que a Rodríguez le cagué la vida? Unos hinchas le rompieron el auto y hace una semana que no puede salir de la casa. Todos sabemos que Rodríguez siempre le pega fuerte y cruzado, por eso me quedé en el medio. Esta vez no. Se le ocurrió picarla a los cuarenta y cuatro minutos del segundo tiempo en una final. Ni siquiera me había llegado la pelota a la mano y ya tenía todo el estadio a las puteadas contra él.
-No importa, Rodríguez, vos sos un genio-.
-¿Un genio? No, soy un creador de tristeza...-.
-¿Vos te acordás de la que saqué la fecha anterior?-.
-¡Obvio, fuiste tapa del diario! La pelota se colgaba en un ángulo ¡Pero vos te tiraste y la sacaste a mano cambiada!-.
-Te voy a contar lo que vi yo cuando me levanté-.
Y comenzó: "Miré para la tribuna y vi a un abuelo en el decimocuarto escalón de la tercera bandeja. Se agarraba la cabeza y la movía para los dos lados mientras se mordía el labio. Una lágrima le caía por la mejilla derecha. Pobre viejo, no tiene un mango para pagarse una platea y vengo yo y le cago el domingo. Sacate ese buzo, ponete la camiseta de Palermo, Saviola o el Flaco Schiavi. Hasta los defensores suben a cabecear y meten un gol cada tanto. Es así. Todos odian los cero a cero, pero nunca escuché a nadie quejarse de un cuatro a cuatro. Te voy a contar un secreto. Tengo la lista de los goles que arruiné en toda mi carrera. Siete mil quinientos treinta y dos. Y solo cuento las pelotas difíciles. Le pedí a un matemático que me haga el número exacto según los hinchas de esos equipos. Cuatro millones setecientos veintiún mil trescientos quince abrazos impedí. Vos no querés eso en tu vida. El chico intenta decir algo, pero no le doy la posibilidad. ¿Sabés qué es lo peor de todo? Las ovaciones. Porque los insultos son entendibles. El domingo pasado en cuanto llegué al arco un hincha se puso al lado del alambrado y empezó: 'Farsoooooviiiiich, agarrame las boloooooviiiiich".
"Estuvo el partido entero así. A ese lo entiendo. Se la pasó toda la semana como chofer de la línea 383 ramal Claypole y viene a la cancha a disfrutar. El problema soy yo. Por otro lado a la gente que me ovaciona la repugno. ¿Cómo vas a querer a alguien que arruinó cuatro millones setecientos veintiún mil trescientos quince abrazos? Ahí te das cuenta de lo podrida que está lo sociedad. Asesinatos, robos, secuestros. Todos esos deben ser fanáticos míos. Tenés que decidir ahora mismo. ¿Vas a seguir usando mi remera y colaborando con la putrefacción del país? ¿O te la vas a sacar y cuando vuelvas al picado vas pedir ser delantero?", sentenció.
El chico empieza a llorar. "¿Qué haces con mi hijo? Ya llamé a la policía", dice un hombre que llega desesperado. Empiezo a explicarle, pero antes grita: “¡Farsovich! No lo puedo creer. ¿Te puedo sacar una foto con mi pibe? ¡Contame cómo hiciste para adivinarle el penal a Rodríguez!”. Mi puño impacta directo sobre su cara en cuanto termina la oración. El hombre cae al suelo y aprovecho para golpearlo más. La policía llega al lugar. Entre cinco oficiales me tienen que agarrar para que deje de pegarle.
Pienso que me llevarán detenido. Al menos voy a tener una excusa para faltar a la entrevista. Uno de los oficiales se acerca: “Ya está todo arreglado. Nos estamos llevando al hombre a la comisaría. No sé qué hizo para hacer enojar al próximo arquero de la Selección, pero quedate tranquilo que va a pasar unos buenos días en cana”. Acto seguido me pide una foto y se ofrece a llevarme en la patrulla a la entrevista. Llego al canal. Estoy transpirado y tengo manchas de sangre en la cara. Paso por maquillaje y firmo diez autógrafos para empleados del lugar.
Antes de ingresar al estudio escucho al presentador del programa: “Estimados espectadores, queremos contarles acerca de un suceso que debe hacernos reflexionar sobre lo que somos como sociedad. ¿Qué valores les inculcamos a nuestros hijos? ¿Somos conscientes del efecto de nuestras acciones sobre otras personas? Hoy el héroe del campeonato, el futuro arquero de la Selección, fue víctima del sinsentido y la violencia que rodean a nuestro fútbol. Mientras se dirigía a este estudio vio a un niño que jugaba un picado con su camiseta. Pudo haber seguido en su descapotable, aunque optó por realizar un acto de grandeza. Una acción que lo coloca como el máximo ídolo de toda la juventud. Frenó y fue a buscarlo para regalarle su autógrafo y una foto con él. Pero el padre del niño, que según indicaron fuentes policiales es hincha del clásico rival, intentó agredirlo. Por suerte, estimada audiencia, Farsovich usó los reflejos que lo transforman en el mejor arquero del continente y evitó lo que pudo haber sido una desgracia. Pese al incidente cumplió con su palabra de caballero y ya lo tenemos en nuestros estudios”.
Ingreso al estudio. Los periodistas de la mesa me aplauden. Me siento en mi silla. El presentador dice: “Farsovich, respondenos lo que todos los fanáticos del fútbol quieren saber: ¿cómo hiciste para adivinarle el penal a Rodríguez?”.
Gentileza: Alejandro Fainstein