En una carrera en la que Francisco Rodríguez todavía actuaba en segunda y su categoría largaba diez minutos detrás de la primera, consiguió Paco despegar y darle alcance al rezagado Pompei.
— ¿Dónde vas, pibe? — le gritó El Pescador. — Vení, vamos a tomar un vaso de vino...
Parecerá raro, pero Pompei, por aquellos ya sus años de veterano, llevaba vino en las caramañolas.
Pare le segunda etapa de la Rosario-Buenos Aires de 1929, corrida la jornada inicial el 23 de diciembre, en Pergamino me dijo:
— ¿Me llevas la ropa?
—Pompei, que después te tengo que esperar en la raya y vos llegas... el martes.
—Me la dejás en el almacén de Cagnone.
—¡Ah!..., bueno: así, sí...
Y se vino tomando blanco y tinto. Cuando se le acababa el de las caramañolas encontraba repuestos en boliches de la ruta. Y al sentirse medio mareado aprovechaba cualquier arroyo para proporcionarse una zambullida y decir:
—En todos los incendios vienen los bomberos.
Era una especie de boliche con ruedas...
— ¿Querés algo, Mario?
—Un po di moscato... — y Argenta llegó triunfador a Santa Fe sin poder mantener la línea de marcha, porque la bicicleta se movía...
— ¿Qué si muove? ¿El camino o la bichicleta? — preguntaba.
A Cosme Saavedra le aconteció otra cosa. Jamás bebía alcohol, pero le dieron cierta receta a base de quina y la ensayó en una de las tantas carreras en las que los automóviles de reaprovisionamiento solían retrasarse en los pantanos. Y comenzó a beber traguitos de aquello. ¡Qué rico! Realmente era una bebida agradable. ¡Caramba! Un traguito llamaba a otro..., y cuando se quiso acordar estaba borracho de quina.
—¿No me hará mal? — y cuando al fin de la jornada vió a Mathieu tomando leche me preguntó: —Mario..., ¿es enfermo?
—No..., es un muchacho muy sano... Toma nada más que leche...
— ¿Sin que se la recete el médico?
BOROCOTO (1951)