Premio Arredondo, Premio Scaglia, son carreras de velocidad que se verifican. El tiempo transcurre y se las cita como a otras más. Sólo que de tanto en tanto el recuerdo emerge a través de los años y el viejo cronista se pone a pensar. Y se le enturbian los ojos...
¡Qué lindo gesto el de Arredondo con su cara patinada de tierra y sudor en aquella Rosario-Santa Fe de las huellas y los arenales! Era más delgadito que cuando llegó a ser astro en nuestra Capital. Se hallaba en formación todavía, y, acaso, no ajustado a la disciplina que se impuso después.
La carrera había sido dura y los ciclistas iban desparramados por el camino. El cordobés llevaba sus caramañolas vacías; sus bolsillos también vacíos, y se le iban vaciando las piernas porque el estómago también lo estaba. Experimentaba esa sensación que baja del estómago e las piernas y por lo que se aconseja que cuando el primero comieras a sentir tal efecto hay que alimentarse de inmediato.
— ¡Un sandwich! — nos gritó Arredondo al pasar. Un sandwich. Y de dulce. Nos consta que algún dietista nos dirá que el pan cuesta digerirlo y asimilarlo; nos dará una serie de explicaciones científicas para esos casos y por las cuales el sandwich no es lo más aconsejable, pero nosotros sabemos que un buen trozo de pan y otro grandote de dulce en el medio hacen caminar. Es lo que sabemos contra todas las posibles explicaciones científicas. Y corrimos con el automóvil en busca de un almacén de la ruta.
— ¡Pronto!... ¡Un pan grande y con mucho dulce! Fue preciso aplastarlo bien, para que le fuera posible a Arredondo llevárselo a la boca. Y se lo alcanzamos. ¡Qué lindo gesto el suyo! Sin palabras, sin un "gracias" apresurado; tan sólo con una sonrisa en la que le brillaron los ojos. Una sonrisa que abrió brecha en la cara revocada de polvo y sudor y que puso dos chispitas relampagueantes en sus ojos.
Cuando se quiere recordar a una persona suele evocarse su figura en un gesto o actitud determinada. Cada vez que en la mente emerge el recuerdo de Arredondo es con aquella sonrisa, con aquel chispear de sus ojos. Y ríen y brillan sus pupilas a través de los años; a través de los años que enturbian nuestras pupilas...
BOROCOTÓ (1951)
(Del libro "Pedaleando recuerdos")