El hombre del florete mágico
Boris Onischenko, oficial del ejército soviético, llegó a los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976, con cierta reputación como pentatleta gracias a la medalla plateada que había ganado en Munich 72. El pentatlón moderno es una competencia que abarca cinco disciplinas, entre ellas la esgrima. En esa especialidad, precisamente, Onischenko mostró su arma mortal... el florete contaba con un dispositivo electrónico que el hombre accionaba a voluntad, y así se cansó de ganar puntos sin siquiera tocar a sus rivales.
El equipo británico, que luego ganaría la medalla dorada, fue el primero en sospechar algo extraño en el estilo del ucraniano. Y todo empezó a aclararse cuando Jim Fox, el siguiente rival del soviético, sin querer advirtió los poderes mágicos de la espada de Onischenko. Cuando se encendió la lucecita y Fox perdió el punto, el británico se arrodilló ante el juez y le suplicó: “Le juro que este hombre no me tocó, se lo juro”. Al revisar el arma se descubrió la verdad. Onischenko siguió compitiendo con un florete sustituto, pero luego se anunció su descalificación. Su nombre apareció en la tapa de todos los diarios y se lo rebautizó como “Disonischenko” o “Boris, el Tramposo”. La leyenda cuenta que al regresar a su país fue confinado a Siberia.
Delito de corrupción
Se hizo conocido como el escándalo de las Medias Negras cuando se comprobó que los jugadores de uno de los equipos de béisbol más populares de los Estados Unidos aceptaron dinero de los apostadores para ir a menos en la final de la Serie Mundial de 1919, que fue ganada por Cincinnati por 5-3.
Los apostadores –incluido el boxeador Abe Atell– les prometieron 100.000 dólares a ocho jugadores de Chicago. Al año siguiente, la Justicia investigó el caso y logró que algunos de los beisbolistas –entre ellos el famoso Joe Jackson, una estrella de ese deporte– confesaran ante un jurado. Y aunque les habían prometido que si declaraban no tomarían acciones en su contra, todos fueron inmediatamente suspendidos. Se dice que cuando Jackson salía de la corte, un niño le imploró: “Dime que no es cierto, Joe”. La frase se convirtió en una de las más repetidas de la historia del deporte estadounidense. En junio de 1921, cuando estaba a punto de empezar el juicio, el testimonio de los beisbolistas misteriosamente desapareció y todos fueron absueltos por falta de evidencia. Sin embargo, nunca más se les permitió jugar en las grandes ligas. El escándalo de Chicago (1988), película de John Sayles, con John Cusack, está basada en esta historia.
La mano de Dios
Minuto 54 de Inglaterra-Argentina en el Mundial de México 86. Cuando el arquero inglés Peter Shilton y el capitán argentino Diego Maradona saltaron para interceptar un pase forzado de Jorge Valdano nada hacía prever que el 0-0 se iba a modificar en esa jugada. Después de todo, Maradona era mucho más bajo que Shilton, quien elevó su puño derecho para despejar la pelota. Entonces ocurrió el milagro. Maradona ganó el duelo y el balón ingresó en el arco. El árbitro tunecino Ali Bennaceur, que estaba bien ubicado, ignoró las protestas de los jugadores ingleses. Tampoco consultó al juez de línea, el búlgaro Bogdan Dotschev. Pero las imágenes de la televisión y una foto tomada por un reportero gráfico mexicano muestran cómo la mano izquierda de Diego desvía el balón.
El propio Maradona la llamó “la mano de Dios”. Argentina venció 2-1, eliminó a Inglaterra en los cuartos de final de la Copa del Mundo y mantuvo con firmeza, de esa manera, su marcha hacia el título.
El hijo (ilegítimo) del viento
“Mi nombre es Benjamin Sinclair Johnson Jr. y este récord mundial durará cincuenta años, o quizá cien.” Las palabras de Ben Johnson en el podio de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 no fueron precisamente premonitorias. Su récord –9,79 segundos para los 100 metros– duró apenas cuatro horas. En el Centro de Control Antidoping, a menos de dos kilómetros del estadio en el que el canadiense había recibido su medalla dorada, el doctor Park Jong-Sei descubría en la orina de Johnson restos de estanozolol, un anabólico esteroide.
Eso confirmó la sospecha de un entrenador estadounidense que antes de la carrera había notado algo extraño en la mirada del atleta: “Tenía los ojos amarillos y eso es producto del excesivo trabajo del hígado para producir esteroides”. Fue uno de los grandes escándalos en la historia de los Juegos. Johnson –que insistía en su inocencia– fue despojado de la medalla dorada, que pasó a manos de Carl Lewis, segundo en la competencia. Luego de dos años de suspensión, regresó sin éxito en los Juegos de Barcelona 92. Un año después volvió a dar positivo en un control antidoping y fue suspendido de por vida.
El golfista tramposo
El golf siempre ha hecho un culto de la honestidad y del autocontrol de sus jugadores al momento de competir. Sin embargo, siempre hay una excepción a la regla. Y ése es el caso de David Robertson, un escocés con varios pergaminos y ciertas mañas... algunas de las cuales empezaron a descubrirse en el hoyo 14 de la ronda final del Abierto de Deal Kent, Inglaterra, en 1985. Sus rivales llamaron al oficial del día, quien descalificó a Roberts por no reemplazar la pelota en el lugar correcto del green. Después se supo que el hombre había acercado la pelota unos 5 metros. ¿Qué hizo? Llegó al green antes que nadie con la excusa de marcar la posición de la pelota, pero en vez de hacerlo en el lugar donde había caído, lo hizo muy cerca del hoyo. Parecía fácil porque en 1985 no había tantas cámaras de televisión como ahora, pero la mentira suele tener patas cortas... Robertson fue multado con más de 35.000 dólares y suspendido por 20 años para jugar como profesional en Tour Europeo. En 1992, consiguió volver como amateur y participó de varios torneos.
El maratonista “camionero”
La Maratón de los Juegos Olímpicos de Saint Louis 1904 fue recordada por varios motivos. Uno de ellos fue el sofocante calor de aquella tarde de agosto, lo que obligó a abandonar a más de la mitad de los competidores. El primero en cruzar la meta fue el neoyorquino Fred Lorz, quien completó el recorrido en 3 horas y 13 minutos. Lorz fue recibido con la corona de laureles y hasta se fotografió con Alice Roosevelt, la hija del presidente de los Estados Unidos. Todo parecía normal hasta que los jurados fueron informados de que el atleta había recorrido casi 20 kilómetros arriba de un camión. La prueba decisiva la aportó el propio hombre que lo llevó, que testificó que vio al atleta acalambrado y se ofreció a llevarlo. “Lo dejé cerca del estadio porque me dijo que tenía que pasar a buscar sus pertenencias, pero cuando al día siguiente leí en el diario que había ganado la maratón me quise morir”, explicó el chofer.
Lorz adujo que se trató de una broma, aunque de todos modos recibió una supensión de por vida. No obstante, al año siguiente volvió a correr y ganó la Maratón de Boston.
Thomas Hicks, que quedó como ganador de la carrera en los Juegos de 1904, también debió haber sido descalificado porque en el medio de la carrera le suministraron un polvo estimulante mezclado con brandy para que recuperara las energías.
El jockey demasiado veloz
En una tarde con mucha neblina de enero de 1990, los apostadores del Hipódromo de Lafayette, Louisiana, Estados Unidos, se llevaron una gran sorpresa al ver llegar a Landing Officer. Guiado por el jockey Sylvester Carmouche, el caballo pagaba 23 a 1. Pero hubo algo extraño. Carmouche, que había quedado atrás en el pelotón, aprovechó la poca visibilidad para tomar un atajo. El problema fue que le faltó timing; al menos debió esperar un poco para reinsertarse en la carrera. Ganó por 24 cuerpos y aún cruzando el disco al galope, bajó en 1,2 segundo el récord histórico para la distancia. Por eso despertó las sospechas... El resto de los jockeys testificó que nunca lo vio superar el pelotón. El admitió su maniobra una vez que el veterinario James Broussard comprobó que el caballo ni siquiera estaba agitado. Recibió 10 años de suspensión, pero volvió a la actividad cuando le faltaban cumplir dos.
El rey de la orina
Jacques Anquetil, una de las grandes figuras del Tour de Francia, la carrera de ciclismo más importante del mundo, una vez expresó: “Para correr el Tour no se necesita precisamente agua mineral”. Quizá por eso Michel Pollentier eligió otra clase de líquido para la edición del año 1978, en la que fue descalificado. Y no por lo que contenía su orina, sino porque la muestra que dio para el control antidoping no le pertenecía. El belga venía de ganar una etapa durísima en los Alpes y ya se había colocado la remera amarilla que distingue al puntero. Pero un extraño movimiento que hizo con sus hombros en el momento del control antidoping lo delató. Le pidieron que se sacara la ropa y descubrieron el secreto de su éxito: un sofisticado sistema de tubería plástica que servía para trasladar un bulbo lleno de orina desde la axila hasta su bragueta. Fue suspendido por dos meses y luego regresó a la práctica. Durante años, el reemplazo de orina fue la forma más utilizada para burlar los controles.
“La lista es personal y seguramente muchos no van a coincidir”, dice John Henderson, del diario inglés The Observer, autor de la nota. En diálogo con El Gráfico, el periodista explicó: “Elegí primero la de Onischenko porque, a pesar de que se trata de un deporte no tan popular como la esgrima, lo suyo fue preparado de antemano. Para el segundo lugar no me decidía entre el caso de soborno en el béisbol y la mano de Maradona. Pero la de Diego quedó tercera porque, en definitiva, no fue un hecho premeditado; aprovechó la oportunidad... Eso sí, por más que ingeniosamente haya salido con eso de ‘la mano de Dios’, el hecho de no reconocer su trampa lo vuelve culpable. En 1986 vi Argentina-Inglaterra por tevé. No lo podía creer, la impotencia que sentí fue muy grande. Antes y después hubo otros goles con la mano, pero ninguno tan decisivo como ése. Y era un Mundial”.
Al periodista Henderson el gol de Maradona le dolió en el alma, sólo así se justifica que lo haya puesto delante de los escándalos de Ben Johnson o el del ciclista Pollentier, o de tretas injustificables como la del maratonista Fred Lorz. Sin hacer apología de la trampa, lo de Maradona fue claramente una picardía, una reacción hasta casi lógica del futbolista que no llega a la pelota. En todo caso la gran responsabilidad es del árbitro que no la vio. No es casualidad que en todos los casos mencionados a los infractores se los retiró de la competencia, se les anuló su performance y se los suspendió. Con Maradona no ocurrió: el gol fue convalidado, siguió jugando el Mundial y hasta hoy no recibió ninguna sanción por la Mano de Dios. Quizás en el Día del Juicio Final se le reclame haber usado el nombre de Dios en vano y desoído el Segundo Mandamiento. Pero ése es otro tema.
Por Claudio Martínez (2003).
Fotos: Archivo El Gráfico.
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