En pleno apogeo maradoniano, cuando Diego sembraba asombros a cada paso, el escritor Mario Vargas Llosa derramó algunas líneas para englobar lo que el resto de los mortales no éramos capaces de expresar en palabras: “Maradona es el Pelé de los años ochenta. ¿Un gran jugador? Más que eso: una de esas deidades vivientes que los hombres crean para adorarse en ellas”.
“Los pueblos –sentenciaba el peruano– necesitan héroes contemporáneos, seres a quienes endiosar. No hay país que escape a esta regla. Culta o inculta, rica o pobre, capitalista o socialista, toda sociedad siente esa urgencia de entronizar ídolos de carne y hueso ante los cuales quemar incienso. Políticos, militares, estrellas de cine, deportistas, cocineros, playboys, grandes santos o feroces bandidos, han sido elevados a los altares de la popularidad y convertidos por el culto colectivo en eso que los franceses llaman monstruos sagrados. Pues bien, los futbolistas son las personas más inofensivas a quienes se puede conferir esta función idolátrica. Ellos son, claro está, infinitamente más inocuos que los políticos o guerreros, en cuyas manos la idolatría de las masas se puede convertir en un instrumento terrible (...) Es también el menos enajenante de los cultos, porque admirar a un futbolista es admirar algo muy parecido a la poesía pura o a una pintura abstracta. Es admirar la forma por la forma, sin ningún contenido racionalmente identificable. Las virtudes futbolísticas –la destreza, la agilidad, la velocidad, el virtuosismo, la potencia– difícilmente pueden ser asociadas a posturas perniciosas, a conductas inhumanas.”
En otro tramo de su reflexión, acaso el más significativo para el perfil que intentamos abordar, Vargas Llosa sostenía que “el culto al as del balompié dura lo que su talento futbolístico, se desvanece con éste. Es efímero, pues las estrellas del fútbol se queman pronto en el fuego verde de los estadios y los cultores de esta religión son implacables: en las tribunas nada está más cerca de la ovación que los silbidos.”
La magia de Maradona, frondosa e inabarcable, certera y universal, se gambeteó hasta la lógica conjetura tejida por Vargas Llosa a mediados de los ochenta.
Ya internados en el tercer milenio, el reinado maradoniano permanece a años luz de la volatilidad. Efímero ha sido el paso de Diego por las canchas. Indeleble es la huella que ha dejado en millones de almas, que utilizan el pasado como herramienta para modelar un sentimiento presente.
Los seis años transcurridos desde su retiro, el prolongado destierro caribeño, la brusca disminución del centímil y el repentino apasionamiento por un deporte de menor repercusión como el golf, no le produjeron ni un rasguño al puente afectivo que supo construir con la gente. Como Gardel, Evita o el Che Guevara, Maradona es una divinidad popular argentina. Un mito de cuerpo presente. Un genio sin más tiempo que la eternidad. Una escarapela de identidad. Una imagen respetada y venerada por una enorme legión de fieles para quienes Diego no es parte de la religión, sino la religión misma.
No cabe duda: existe un culto maradoniano. Una pleitesía animada por infinitas formas de adoración. Que nacieron de la admiración por los dones lúdicos de Diego. Del recorrido épico de su campaña. Y que luego accionaron otros resortes de identificación, elevándolo a un altar imaginario para miles, millones de personas. En la Argentina –lo cual no deja de ser una obviedad étnica y geográfica–, pero también en los rincones más inesperados del planeta.
Maradona no es ni será un santo. Tampoco un superhéroe. Pero para miles, millones de personas, Diego es un hito de referencia. La luz que indica un camino. O, simplemente, un motivo para ser un poquito más felices. Quedó muy claro luego de recorrer las pequeñas historias de esta gran historia...
M10 es la sigla que identifica al Museo Itinerante Maradona, la muestra que estará en la Sociedad Rural hasta el 15 de noviembre, exponiendo más de 600 objetos relacionados con la historia de Diego, sabiamente guardados por Claudia, ex esposa y madre de sus hijas. Recorriendo sus pasillos y vitrinas, extasiados en la contemplación de alguna de las 12 pantallas que reproducen instantes memorables de la magia maradoniana, feligreses de todas las edades se derriten de devoción. Padres e hijos, tíos y primos, abuelos y nietos…
A Walter le hubiera gustado que sus padres le pusieran Diego. Es el día de hoy que se los reprocha. Y no descarta cambiarse el nombre cuando la legislación se lo permita. Tiene 21 años y trabaja en la cocina de un local de comidas rápidas. Todo lo que gana –lo poco que gana– es para comer, vestirse y “honrar al Diego”. A las 7 de la mañana del día de la inauguración, se encontró con cinco maradonianos más en la reja de la Rural. Faltaban tres horas para la apertura y estaba sin dormir, pero tenía dos objetivos: sacar la entrada número uno y pasarse todo el franco adentro del museo.
El primer objetivo se les complicó. Los seis querían lo mismo y comenzaron a vociferar colgados de la reja. Bien podrían haberlos confundido con los monos del zoológico de enfrente. Al final, los organizadores optaron por una salida salomónica: hicieron un sorteo. Un entrerriano se quedó con la uno. Walter fue el sexto de los seis. Pero nadie lo movió del museo durante las diez horas siguientes. O sí: los médicos que vinieron a atenderlo dos veces, luego de desmayarse por la emoción y por no querer ingerir alimento alguno durante toda la jornada.
Contemplando botines y camisetas, Walter se conmovió como la vez que se topó personalmente con Maradona. Aquel día, el astro le firmó en un brazo y él estuvo varios días sin bañarse. Quería conservar ese rastro hasta el fin de sus días. Harto de los reproches familiares y de oler como el Riachuelo, concurrió a un local especializado y se tatuó la firma del Diez arriba de la original…
Aunque no hay una regla inquebrantable, los argentinos concurren por la tarde y los extranjeros copan las instalaciones durante las mañanas, justo cuando Claudia pasa a supervisar que cada cosa esté en su lugar. A ella ya nada la sorprende. Ha tenido que fotografiarse con un tour de 25 noruegos por el sólo hecho de compartir parte de su vida con Maradona. Y tiene la cintura a la miseria de tanto hacerse reverencias con hormigueros enteros de japoneses.
Uno de ellos se quejó porque no podía sacar fotos. Cada vez que hacía foco, ¡zas!, se le aparecían unas rayas. Por un momento perdió su paciencia oriental y le transmitió el fastidio a uno de los organizadores. ¿Qué pasaba? Sencillo: la cámara del japonés era taaan, pero taaan nueva, que captaba los rayos láser del sistema de seguridad…
Al rato, otro japonesito se apersonó ante un encargado hablando un inglés tembloroso.
–Quiero comprar los botines que usó Maradona cuando les hizo el gol a los ingleses.
–No están a la venta, señor.
–Pero yo estoy dispuesto a ofertar treinta.
–¿Treinta mil dólares?
–No, no: treinta millones de dólares.
Cuando se recuperó del shock, el empleado le reiteró que esos botines –autenticados por una escribanía inglesa, como todo lo que se expone–, no se vendían. Fue la penúltima vez que se lo dijo, porque el japonés regresó media hora más tarde.
–Dígale a Maradona que le ofrezco cincuenta millones de dólares.
Y dejó su tarjeta.
Los italianos recorren el pabellón cacareando sus recuerdos en voz alta. No hay uno, por supuesto, que no haya visto alguna de las hazañas de Diego en directo, sean del pueblo que sean. Pero ninguno siente el orgullo de Pietro Morettini, un empresario napolitano que se enteró de la muestra al observar la gigantografía de la fachada mientras circulaba con un taxi por Plaza Italia, rumbo a concretar uno de los negocios que lo trajo a la Argentina: “Cuando vi la camiseta del Napoli que usó Diego, se me erizó la piel. Con todo respeto, no sé si ustedes, los argentinos, comprenden lo que significa Maradona para un napolitano. Desde que nos dejó, sólo tenemos tristeza y nostalgia. Diego nos hizo sentir fuertes de verdad. Nos entregó los años más felices. Y nadie lo olvida. Si recorren Nápoles, todavía se ven paredes pintadas en su honor, muñecos, estatuas. Quienes lo vieron no pueden soportar su ausencia. Y los niños, que no habían nacido cuando él jugaba, lo adoran como si lo hubieran visto. Todos lo adoramos, porque ésa es la palabra: adoración. En mi oficina, tengo un cuadro con una foto de Maradona gambeteando a un jugador de la Juventus. Cuando tengo que resolver algo importante, me acerco y le beso la pierna izquierda. Y generalmente me trae suerte…”
Media docena de irlandeses, algunos con camiseta verde y todo, enfilan derechito hasta la pantalla que reproduce los principales momentos de México 86. Cuando Diego les convierte los dos goles a Inglaterra –archirrival irlandés de todos los tiempos– gritan, se pechan y se abrazan como si los goles se consumaran en ese mismísimo instante. Aunque las imágenes siguen su curso, los irlandeses se quedan clavados allí hasta la pasada siguiente. Vienen los goles a Inglaterra y otra vez la misma historia: gritan, se pechan y se abrazan. Así cuatro veces, hasta que se acercan a un guardia para pedir permiso.
–Salimos a tomar unas cervezas y enseguida volvemos.
Regresan una hora después, algo más entonados. El resto del museo les interesa poco y nada. Ellos se clavan delante de la pantalla que reproduce los goles a Inglaterra. Y los vuelven a gritar una, dos, tres veces más…
La fobia irlandesa contra los ingleses nos remonta a una experiencia personal, vivida en la plaza principal de Saint Etienne, en junio de 1998. Transcurría la Copa del Mundo y hasta esa ciudad francesa habían llegado los pintorescos hinchas escoceses, dispuestos a presenciar la eliminación de su selección en manos de Marruecos. Dos cronistas de El Gráfico caminaban por la plaza, regodeándose con el carnaval escocés, protagonizado por cientos de hinchas danzando en el interior de una fuente con dimensiones que nada tendrían que envidiarle a la fontana romana de Trevi.
De pronto, un hincha individualizó a uno de los cronistas y quedó prendado. Los rulos, la cara redonda y un físico boteriano, más parecido al Diego actual que al de 1986, hicieron el resto. “¿Argentino?”, preguntó el escocés como si lo hubiera olfateado. Y cuando oyó la respuesta afirmativa, se arrodilló delante suyo y comenzó a reverenciarlo, al tiempo que le cantaba “ooooohhhhh, Diego Maradooona/ ooooohhhhhh, Diego Maradooona”. Dos minutos después, todos los escoceses estaban rodeándolo, a puro canto y reverencia. Aunque semialcoholizados, sabían que ese hombre no era el verdadero Maradona. Pero desde que el original les hizo morder el polvo a los ingleses, Diego es una divinidad para los escoceses. Y no pierden la oportunidad de homenajearlo.
Ese gol inigualable del “barrilete cósmico” es una especie de “inflador psicológico” para Oscar Pereyra, un empleado bancario de 37 años. Su hobby es coleccionar videos de Maradona: partidos enteros, goles sueltos, jugadas aisladas, reportajes, videos caseros, participaciones especiales en programas de televisión del mundo entero… Entre tantos casetes y horas de cinta, las imágenes del segundo gol siempre están a mano. “¿Viste que Bilardo cuenta que cuando se siente deprimido se da una vuelta por los hospitales o por el cementerio para levantarse el ánimo? Bueno, mi terapia para superar el bajón es mirar el mejor gol de la historia del fútbol. A veces, cuando llego de a mi casa con la cabeza reventada por el trabajo, le pego una miradita al gol y me vuelve el alma al cuerpo”, dice Oscar, todavía excitado porque en el museo hay una toma inédita del mejor gol de todos los tiempos.
Maximiliano Felici tiene 32 años y dos tatuajes en sus brazos, gruesos de tanto gimnasio. Al bíceps derecho lo rodea una guarda tribal, un modelo estándar para los amantes de la piel esculpida. Y en el izquierdo, cerquita del hombro, hay un Maradona con el torso desnudo, sonriente, mostrando en su propio brazo el tatuaje del Che Guevara. “Como soy admirador de los dos, me fui a lo del tatuador con El Gráfico y le pedí que me copiara tal cual la foto de Diego. Me identifico mucho con ellos, con su lucha”, relata Maxi, que le está transmitiendo los genes maradonianos a su hijo Nahuel, de 7 años: “Por suerte, salió fanático del fútbol como yo. Y de a poquito, sin volverlo loco, le estoy explicando lo que significó Maradona para la Argentina. Aunque Diego siempre dice que él no es ejemplo de nada, que el ejemplo para los chicos deben ser sus padres, cosa que comparto totalmente, a mí me encantaría que mi hijo pusiera en su vida la pasión y el amor que puso Diego para defender la camiseta argentina en cualquier cancha, aunque estuviera en una pierna o con un tobillo más grande que un zapallo. Me gustaría que tuviera esa pasión y ese sacrificio para lo que quiera ser en su vida.”
Cerca de la camiseta del Santos que Pelé le regaló a Maradona en 1979, cuando se conocieron por iniciativa de El Gráfico, en Rio de Janeiro, merodea André Martins, un empresario paulista que peina canas enruladas y vio jugar a ambos. Este fana del Corinthians sostiene que “es una estupidez compararlos. Cada uno fue genial a su manera, aunque Maradona, desde mi punto de vista, jugó más solo que Pelé, no tuvo tantas figuras que lo rodearan. Yo no sé, por ejemplo, qué hubiera conseguido Pelé si le hubiera tocado jugar en ese Napoli horrible de sus primeros tiempos. Lo que sí noto claramente, porque vengo muy seguido a Buenos Aires, es que los argentinos son más fanáticos de Maradona que los brasileños de Pelé. Es un amor incondicional, que va más allá de todo.”
Noche cerrada en el barrio La Tablada, en Rosario. El reloj marca las 0.15, está desperezándose el 30 de octubre de 1998. Cabizbajo, Hernán Amez camina por caminar, ansioso como un volcán a punto de explotar. Por la misma vereda viene caminando su amigo Héctor Campomar. Cuando se cruzan, brota el saludo.
–Hola, Hernán, ¿cómo andás?
–Bien, Héctor, bien. ¡Feliz Navidad!
–¡¿Eh?! ¿Cómo feliz Navidad?
–Claro… Pensá un poco…
–¡Tenés razon, loco! Hoy es el cumpleaños del Diego… Muy bueno, muy bueno… ¡Feliz Navidad!
Media hora después, un teléfono sonaba a varias cuadras de allí, en el barrio La Guardia, sur de la ciudad. Sobresaltado, atiende otro amigo: Alejandro Verón.
–¿Qué hacés, Ale? Habla Hernán. ¡Feliz Navidad!
–Negro, son como la una de la mañana... ¿Qué tomaste, formol?
–No, loco, pensalo bien: ¡Feliz Navidad!
Al atardecer siguiente, una cerveza fue la excusa para el primer brindis navideño maradoniano. Otros amigos se fueron sumando a la celebración en 1999 y en 2000, hasta que el 7 octubre de 2001, pocos días antes de un nuevo aniversario, Amez y Verón fueron más lejos.
–Este año habría que hacer algo distinto, más grande.
–¿Y si nos organizamos e invitamos a los maradonianos a compartir la cena navideña con nosotros?
–Sería espectacular. Podríamos llamarnos maradonianos…
–Sí, ¿por qué no? Si Diego es el Dios del fútbol, debería tener su iglesia, la Iglesia Maradoniana.
–La idea es buena, pero los curas nos matan…
–Nooo… Iglesia Maradoniana “La Mano de Dios”. Al que le guste, bien, y al que no…
El 30 de octubre de 2002, en el restaurante del club Central Córdoba, 120 personas participaron de la cena. Y se fundó una congregación sin más fines que la adoración al supremo Diego Armando Maradona.
“Al principio, nuestra congregación causó mucha impresión. Pocos podían entenderlo, especialmente los fieles católicos. Nos llevó un tiempo hacerles entender que nuestra religión es deportiva y va por otros carriles”, asegura Verón. “De todas maneras –apunta Amez con picardía e hilaridad–, nuestra religión tiene un punto muy interesante de expectación. Así como los cristianos se reúnen conscientes de que Dios los mira desde el cielo, a nosotros se nos puede aparecer el Señor en cualquier momento. No perdemos las esperanzas de que un día golpeen a nuestra puerta y sea Diego.”
La raíz de la Iglesia Maradoniana fue un puñado de rosarinos hinchas de Newell’s, pero pronto se sumaron fans del resto de la Argentina y de buena parte del mundo. Hoy la Iglesia cuenta con 15 mil adeptos, que lograron su carné de pertenencia tras solicitarlo a la Web: iglesiamaradoniana.com.ar. En los registros figuran anónimos adherentes de varios países y algunos famosos, como los futbolistas Rio Ferdinand, del Mancheter United, y Michael Owen, del Liverpool, que idolatran a Maradona desde la adolescencia.
Obviamente, Argentina es el país que registra más adherentes, seguido muy de cerca por España. “Tuvimos la suerte de que el diario As nos publicara una contratapa entera –cuenta Verón– y al día siguiente nos inundaron la casilla con solicitudes de afiliación. No lo podíamos creer.” En Estados Unidos y México, también viven cientos de maradonianos. Y se han recibido solicitudes de países escasamente vinculados con el fútbol de elite, como Afganistán. “El día que tengamos una página bilingüe o trilingüe, se afilia medio planeta”, conjetura Verón.
Para refrendar la onda eclesiástica, utilizan como Biblia el libro “Yo soy el Diego de la gente”. Se valen de un calendario con fecha de inicio en 1960, año natal de Maradona, por lo cual acabamos de ingresar al año 43 d.D. (es decir, “después de Diego”). Eligieron al 22 de junio –día en que le convirtió dos goles a Inglaterra en México 86– para celebrar la “Pascua Maradoniana” y proceder a los bautismos, que consisten en prometer fidelidad eterna a Diego sobre la “Biblia”. “Cuando a los católicos nos bautizan, somos chiquitos y no tenemos conciencia de ese acto. Los maradonianos, en cambio, somos conscientes de lo que estamos jurando”, explica Verón.
Nombraron a sus apóstoles: san Guillermo (por Cóppola), san Salvador (por Bilardo). Combaten a Satanás João (por Havelange). Respetan sus propios 10 mandamientos y rezan particulares oraciones (ver aparte). En cada encuentro, no pierden la oportunidad de saborear un “budín de nuestros hijos ingleses“. Y el 22 de noviembre de 2001 celebraron el primer “Casamiento Maradoniano”, entre Mauricio Bustamante y Jaquelin Verón.
“Fue una idea de mi marido, que es fanático de Newell’s y de Maradona como yo. Me lo propuso y acepté enseguida, aunque primero pensé que me estaba cargando. Ese día nos casamos tres veces. A la mañana, por Civil. De ahí nos fuimos a la cancha de Newell’s, uno de los templos donde jugó Diego, y juramos amor eterno arriba de una pelota y de la Biblia Maradoniana. Y a la noche nos casamos en una Iglesia Católica”, cuenta Jaquelin, mientras amamanta a Giuliana, nacida hace un mes. “Si era un varón, íbamos a ponerle Diego de segundo nombre para cumplir con uno de los mandamientos.”
Se comenta que en cualquier momento habría otra boda. “Hay una parejita de Viedma que se conoció en la Bombonera, el día del partido homenaje. Empezaron a salir y hoy son felices por obra y gracia de Diego”, comenta Verón, que les reservó dos entradas para el festejo navideño del pasado miércoles 29 en un restaurante de la Costanera, donde relataron su historia de amor delante de cientos de maradonianos porteños que no pudieron menos que admirarlos y aplaudirlos.
Un seguidor de la iglesia es Pedro Romero Victorica, adaptador de un Padrenuestro y un Dios te Salve, oraciones de rezo frecuente entre los maradonianos ortodoxos. “Me enteré de la movida, me pareció muy copada y hablé con los fundadores para contribuir con mi granito de arena. Les mandé las letras por mail –cuenta Pedro– y no tuve problemas para que las publicaran. ¿O acaso se puede lucrar con Dios? Para mí, Maradona es lo más grande que pudo y podrá existir dentro de una cancha. Nunca lo conocí personalmente. La vez que estuve más cerca fue cuando debutó en Newell’s. Pese a ser hincha de Boca, me compré una platea baja en la cancha de Independiente y gocé con ese regreso al fútbol argentino. Pude verlo bien de cerquita... No conservo ningún objeto de Diego, sólo miles de recuerdos. Y el orgullo de haber adaptado esas oraciones.”
Otras fueron aggiornadas por Lucas Balbontini, quien, emulando a Diego, firma sus mails como “Lucas (10)”. “Lo de la Iglesia –se entusiasma– me pareció brillante, porque Diego es eterno. Su huella estará siempre, pase lo que pase. Acá no está de por medio ni la religión ni la política, sólo el amor al más grande. El fútbol cambió desde que Maradona pisó una cancha, por eso no me parece que se haya retirado.”
Podría decirse que Balbontini fue un precursor del merchandising maradoniano: “Todavía conservo una remera que me hice hace más de 15 años, donde se veía a Diego pisando la pelota, una cruz y la leyenda ‘Dios pecó por nosotros’, por el gol a los ingleses. Después me hice muchas más, todos diseños únicos, originales. Son remeras que no sólo uso para la cancha, sino para cualquier ocasión.”
Es innegable que muchos matices de la vida maradoniana ofrecen un espeso bosque para la discusión. Desde lo deportivo hasta lo privado. Pero si algo parece inmune al disenso, eso es su condición de eternidad.
Así lo entiende el francés Eric Cantoná, que brilló con la camiseta del Manchester United y fue protagonista estelar del partido homenaje a Diego, en la Bombonera: “Maradona es al fútbol lo que Mozart a la música y Rimbaud a la poesía. Y dentro de cien años, así será recordado.”
Así lo entendió ese hincha que recorrió el museo con una remera de confección casera que advertía: “Algún día, tu hijo y el hijo de tu hijo preguntarán por él”.
Así lo entiende un pueblo sin fronteras que quiere a Maradona cada día más y que no pierde un segundo en preguntarse por qué. Lo siente, y con eso le basta para ser feliz.
Daniel Pellegata, ex defensor de Tigre y pintor desde la infancia, se inspiró en el polémico gol de Diego a Inglaterra para crear una obra que ya ha vendido cientos de copias entre los maradonianos del mundo entero.
“Soy como una especie de bicho”, se autodefine Daniel Pellegata entre pincelada y pincelada. Muchos lo recordarán por su pasado como central de Tigre, pero lo que pocos saben es que la de futbolista fue una profesión accidental. Pellegata pinta desde los 11 años y desde el día que se retiró del fútbol, hace casi 25 años, eso de pintar se transformó en algo más que un vicio.
Pero aunque muchos puedan tener alguna de sus obras en su living sin saberlo, hay un cuadro de Pellegata que cautiva la atención de cualquiera que lo vea, aunque sea de refilón. Desde el más futbolero hasta el menos, encontrarse a Diego y un coro de atrevidos ángeles que lo asisten es, en general, algo que detiene el paso de quien sea.
“¿Ese no es Maradona?”, pregunta una viejita que pasea junto a su hija en el Unicenter. “Sí, y mirá los angelitos.. qué lindos”, replica ella cándidamente, sin tener mayores registros de La Mano de Dios. Los varones, en cambio, disfrutan viendo cómo tres de las “criaturitas de Dios” agarran a Peter Shilton, mientras otro le tapa los ojos al árbitro y, como frutilla del postre, un quinto aparece cabeceando la pelota. “¿Qué mano? ¿No viste que el gol fue de cabeza?”, apunta Pellegata.
Detrás de este óleo sobre tela que pintó en 1998 para la exposición “Al fútbol con amor y color”, se esconde una simbología: “Cada uno de los ángeles representa a un continente –dice Pellegata–, porque los ingleses tuvieron líos por todo el mundo. Tiene una connotación política, decir que Dios los castigó con palo y con rebenque. Si no era contra los ingleses no pasaba nada… La imagen estaba por todos lados y la pintura no fue difícil de hacer, en un par de semanas ya estaba. Lo que importaba no eran los detalles, sino la esencia”.
La obra original, de 1,2 por 1 metro, quedó en manos de su hijo. Lo que se venden en la galería de arte de Unicenter –exclusivamente– son copias enmarcadas.
Pellegata conoció a Maradona allá por el 79. “Tigre y Argentinos concentraban en el mismo hotel y tenían al mismo profe, Horacio Daguerre. Jugábamos muchos entrenamientos, ya que éramos la defensa menos vencida de Primera B”. Recuerda que, después del título en Japón, la Sub-20 y los jugadores de Tigre festejaron en un carrito de la Costanera. “Diego no pudo comer, le sacaron como 7000 fotos. Justo había un fotógrafo que aprovechó la movida, ¿quién no quería tener una foto con Maradona? El tipo tuvo que llamar a un remís para que le fueran a buscar más rollos... ”.
Dos adherentes a la Iglesia Maradoniana adaptaron algunas oraciones del culto católico para honrar a Diego. No faltan las menciones a sus hazañas futboleras ni los recordatorios para uno de sus máximos enemigos, como el brasileño João Havelange, ex presidente de la FIFA.
Diego nuestro que estás en Cuba,
santificada sea tu zurda,
venga a nuestros ojos tu magia,
háganse tus goles recordar,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy una alegría en este día,
y perdona aquellas patadas.
No nos dejes manchar la pelota
y líbranos del mal fútbol...
Amén.
Autor: Pedro Romero Victorica
Dios te salve pelota,
llena eres de magia.
El Diego es contigo.
Bendita tú eres entre todas las demás
y bendito es el Diego que no te deja manchar.
Santa redonda, madre del fútbol,
ruega por nosotros los jugadores,
ahora y en la hora de nuestro encuentro...
Amén.
Autor: Pedro Romero Victorica
Creo en Diego,
futbolista todopoderoso.
Creador de magia y de pasión.
Creo en Pelusa, Nuestro Rey, Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia de los Reyes del Fútbol.
Nació en Villa Fiorito,
padeció bajo el poder de Havelange,
fue crucificado, muerto y sepultado,
suspendido de las canchas,
pero volvió y resucitó su hechizo.
Estará dentro de nuestros corazones,
por siempre y en la eternidad.
Creo en el Espíritu Futbolero,
la Santa Iglesia Maradoniana,
el gol a los ingleses,
la zurda mágica,
la eterna gambeta endiablada
y en un Diego eterno.
Diego.
Autor: Lucas Balbontini
Por Elías Perugino (2003).
03 de febrero. El portugués brindó una entrevista en la que habló de sus cualidades y las comparaciones con otras leyendas del fútbol.
20 de enero. Fue en 1992, cuando Diego cumplía una suspensión por doping y decidió inventar un deporte.
17 de enero. El ex integrante de la Selección Argentina volverá del retiro para competir en la Liga de la Costa.
16 de enero. Sorpresiva declaración de uno de los futbolistas que más brillan en el firmamento del Viejo Continente.
12 de enero. Insoportablemente vivo: Diego volvió a sorprender con una imagen inédita que ya recorrió el mundo.
31 de diciembre. El reconocido periodista dialogó con El Gráfico sobre la actualidad y la historia del deporte: La Pulga, Maradona, Monzón, Fútbol de Primera y más.
29 de diciembre. Triunfo ante Uruguay en ¨La batalla del Río de la Plata¨, la Mano de Dios y el gol mejor gol en la historia de los Mundiales. Victoria ante Bélgica y la ansiada vuelta olímpica tras el triunfo ante Alemania en la final.