(Este reportaje de El Gráfico se realizó entre las dos finales de la Copa Intercontinental de 1966 entre Peñarol y Real Madrid. El equipo de Uruguay ya había ganado el primer partido en el Centenario, con dos goles de Spencer. En la revancha en el Bernabeu, los “Manyas” ganarían con idéntico score, con un gol del ecuatoriano y otro de Pedro Rocha de penal, consagrándose Campeón Intercontinental por segunda vez en su historia.)
La casa está allí, en Montevideo, a cincuenta metros del río, en la calle Tacuarí al 1300... Una construcción de un piso, con frente sin adornos. En la larga escalera de mármol un grupo de chiquilines turba el sosiego del mediodía...
—¿Busca a mi papá? ¿Van a sacarle fotos?... Por aquí, señor, por aquí.
El morenito apenas si se levanta medio metro del suelo... Pero es un torbellino devorando escalones mientras llama a los gritos a...
— ¡Papá! ¡Papá! Te vienen a sacar fotos, te vienen a sacar fotos....
Allá arriba asoma la piel más morena de Alberto Spencer y el brillo de una sonrisa que le ilumina toda la cara... Está vestido con una remera a rayas horizontales y calza unas zapatillas tropicales donde se confunden varios colores. Es enjuto, flexible, de hombros angostos, de cintura delgada...
—Acomódense ustedes. Acomódense… Este es Carlos Alberto, el mayor... Tiene 4 años. ¡No!..., éste nació aquí, en Montevideo... Es una máquina hablando.. ¡Oye! Pórtate bien, ¿quieres?
Pero Carlos Alberto sabe que es hijo de Alberto Spencer, Sabe que su padre es el hombre más famoso de Montevideo desde que decidió el primer partido frente al Real.
—Yo solo no he ganado el partido... A mí me ha tocado empujarla allá dentro —dice la sonrisa de Spencer—. Lo que pasa es que a mí me parece que los partidos se resuelven con goles, y eso es lo quo más me gusta... —agrega mostrando más dientes blancos—. Dicen por allí que soy torpe, que no sé manejar bien la pelota, pero a mí me gustan los punteros que la levantan... ¿Cómo lo dicen? ¿A la olla? Pues a mí me gusta eso... Será porque soy alto y les gano a todos saltando…
Es como opina Julio Abbadie. "¿Para qué vamos a jugar a otra cosa con un morocho como éste que las agarro todas?"
Y lentamente Spencer retrocede hasta su origen, a una historia que empezó hace exactamente 27 años.
—Pues, sí... yo nací en Ancon, lo conoce? Es un pueblito del departamento de Guayas, allá por donde baja el río… Es un campamento minero, donde están los Ingleses de la Anglo, de la compañía petrolera. Y junto con muchos ingleses llegó mi padre... ¡Ah!, ¿ustedes no sabían? Sí, mi padre era inglés, y al poco tiempo de estar establecido conoció a mi madre.., Ecuatoriana, de allí, de Ancon, muy joven cuando se casó...
Spencer hace un gesto con los hombros como quien cuenta un hecho natural.
—Pues..., se casaron y tuvieron hijos… ¡Yo solo no! ¿Sabe cuántos hermanos somos? Trece... Yo soy el penúltimo... Cuando estaba en el segundo año del Liceo empecé a jugar al fútbol más o menos en serio… ¡Ah, sí! Siempre con el número 10. Y lo elegí seguramente porque era para el hombre más adelantado... Pues yo tengo otro hermano jugador, ¿no oyó hablar de él? Se llama Marcos Spencer y jugó siempre por el Everest de Guayaquil... ¿Qué pasó? Que yo siempre marcaba goles en el campeonato estudiantil, y mucha gente le decía a Marcos: "Mira que tu hermanito juega bien, ¿por qué no lo traes a la Capital?" Y un día me llamaron desde Guayaquil para jugar por una selección… Tenía 14 años, y en ese partido marqué dos goles... Bueno, y seguí jugando... Ya me quedé allí y no volví a Ancon. .. Siempre marcaba goles y ya tenía un nombre… ¡Calcule que era tan alto como ahora! Allá es distinto que en la Argentina, que aquí en Uruguay... Los clubes son sociedades donde mandan cuatro o cinco señores que invierten el dinero y son los únicos que administran... La única época importante es cuando llegan los equipos extranjeros, cuando se hacen torneos con clubes de afuera... Y entonces se suele prestar a jugadores para reforzar el equipo de allí... Yo me acuerdo que jugué contra River Plate en 1956... Cumplía entonces 16 años, y jugué para el Emelec... En River estaban: Rossi, Labruna, y otros que no recuerdo... Gran equipo ése... Manejan muy bien la pelota los argentinos... Pero a mí me salieron muy bien las cosas... ¿Usted comprende? En esos encuentros es cuando uno consigue que lo conozcan, como pasó conmigo... Llegó el Palestino, de Chile, para llevarme, pero no hubo arreglo con los señores del Everest... —y Spencer se sonríe con picardía—, ¿sabe lo que me dijo el tesorero, que era mi patrón? "Mira, yo te pago y yo soy quien te vendo". Si, allá es así... Hay uno que le paga al arquero, otro al back... Quien me pagaba a mi era el tesorero... Los turcos son así, porque allá la mayoría de los dueños de clubes son turcos... A mí me pagaba el señor Isaías.
— Mire..., yo sabía que usted iba a preguntarme eso... Pero no me molesta, créalo... ¡No!... Si ya lo oí decir muchas veces... Mire..., hace poco los dirigentes me llamaron porque Peñarol andaba mal... "¿Qué pasa, Spencer? —me dijeron—. Pues, ¿qué va a pasar?" les respondí yo—. "Que andamos todos mal... ¿Por qué me preguntan a mí solo?" Yo le voy a hacer a usted una pregunta... ¿Usted cree que un hombre que tiene dos operaciones en los meniscos, que tiene algunas puntadas en la cabeza, un jugador que como yo tiene que entrar siempre allí, que fue goleador en el 61, en el 62, puede tener miedo a poner la pierna? Es que yo no voy a salvar. al equipo cuando todos andamos mal... Por eso ayer, después del partido con el Real, quise hablar yo con los dirigentes... "¿Y ahora qué me dicen?" —les pregunté—. No lo gané yo el partido. Todos anduvimos bien...
Le preguntamos por su incidente con Pachín, por esa caída simulada que le costó la expulsión al jugador español... Pero Spencer lo resume con pocas palabras, sin colocarse en pícaro ni en héroe...
—No sé…. yo estoy en lo mío..., ¿me entiende? En el campo ni siquiera hablo, no me meto con los rivales... Pero el Real no me ha gustado... Yo no entiendo esa marcación donde un hombre corre a otro todo el partido... Al final no marcan a nadie, como ha pasado esta vez. Podíamos haber marcado varios goles más...
Suena el timbre... Abajo, en la puerta de calle hay más fotógrafos, más periodistas... Hay más motivos para que el morenito siga devorando escalones para avisarle a su padre que hay más fotografías, más oportunidades para que él salga en los diarios...
—¿El mejor jugador que yo he visto? Pues eso tiene respuesta inmediata... Pelé, no hay otro que Pelé. ¡Ese es un fenómeno! Ahora, de ustedes, me ha gustado mucho Ermindo Onega... ¡Buen jugador!
Allá, a muchos kilómetros de Guayaquil, en el campamento minero de Ancon quedó la mamá negra con algunos hermanos morenos... Alberto, aquél que nació penúltimo, aquél espigado, de cintura flexible, cambio su destino de petróleo por esta dorada fama, que ya brilla en el mundo tanto como su blanca dentadura de moreno…
OSVALDO ARDIZZONE (1966)