Refuerzo húngaro: la operación fallida de Boca para reemplazar a Palermo
La exótica contratación ocurrió en 2002, cuando el técnico xeneize era el Maestro Tabárez.
BOCA sostiene, desde aquella histórica gira por Europa de 1925, un calibre internacional de difícil comparación con otros clubes de Sudamérica.
La delegación xeneize viajó 22 días en barco. Jugó 13 partidos en España y 6 en Alemania. Ganó 15, perdió 3 y empató uno. Prestigio es lo que más se llevó del Viejo Continente. Un prestigio que nunca más se borrará.
La tracción de su nombre, de sus jugadores, de sus conquistas y de sus colores azul y oro provoca la atención de las grandes estrellas del mundo europeo del fútbol. No por nada supieron llegar jugadores de aquel lado del Atlántico para vestir la camiseta xeneize. Desde las viejas contrataciones hasta los más recientes: el italiano campeón del mundo Daniele De Rossi o el mediocampista vasco Ander Herrera.
Pero hubo un refuerzo en la historia reciente que resultó tan exótico como llamativo. Boca venía de abandonar la primera y exitosa etapa de Carlos Bianchi como técnico, con dos conquistas de la Copa Libertadores y el indeleble triunfo ante Real Madrid en la final intercontinental.
Después de la caída ante Bayern Múnich en Japón, en diciembre de 2001, los dirigentes xeneizes eligieron a Oscar Washington Tabárez para suceder al Virrey. El primer semestre estuvo lejos del éxito cercano: la derrota 3-0 ante River en la Bombonera, con la recordada vaselina de Rojas, y el duro golpe en los cuartos de final de la Copa Libertadores ante Olimpia de Paraguay.
El Maestro se aseguró la continuidad hacia la segunda parte del año y decidió depurar el plantel. El recambio había llegado de la manera más profunda. Aquel año se fueron jugadores como Cristian Traverso, Mauricio Serna, Walter Gaitán, Julio Marchant, Juan Román Riquelme, Antonio Barijho y Oscar Córdoba.
En ese recambio sólo le quedaba una carta en el puesto de centrodelantero: el atacante Héctor Bracamonte, conocido por una porción de los hinchas como el Bracagol. Había que ocupar el espacio que había dejado vacante nada menos que el goleador Martín Palermo, por lo que la dirigencia buscó otra variante para el puesto.
Hubo algunas opciones de peso como el Tecla Farías, en aquel momento en Estudiantes, o José Saturnino Cardozo, el paraguayo que luego jugaría en San Lorenzo, o el propio Romario, ofrecido a la comisión directiva antes de recalar en Fluminense. La respuesta, entonces, fue sorpresiva: el nombre que surgió fue el de Robert Waltner.
El delantero húngaro, para el estupor generalizado, arribó a Buenos Aires el 12 de julio de 2002. Ya conocía la capital de la Argentina: tiempo atrás había jugado un amistoso con la Selección olímpica de Hungría.
El ariete que medía 1,84 metros traía en su bolso un total de 29 goles en 70 partidos y venía de consagrarse campeón local en Hungría con Zalaegerszegi. El Maestro Tabárez no lo quería: insitió para traer al Pampa Sosa, el delantero que pretendía que luchara el puesto con Bracamonte.
Lo cierto es que Waltner, amén de la resistencia del uruguayo, llegó para vestir la camiseta de Boca en el mismo mercado de pases en el que llegaron también Matías Donnet, Raúl Cascini, Hugo Ibarra, el Equi González, el Pipa Estévez y Diego Crosa, por caso.
Waltner llegó a Buenos Aires con su llamativa novia Petra y con la ilusión intacta de triunfar en un gigante mundial como Boca, que venía de jugar las últimas dos finales del mundo. Sus palabras lo demostraron: “Sin contar a Puskas o Kocsis, en Hungría no surgieron grandes jugadores; yo no soy tan bueno como ellos pero tengo lo mío. No cualquiera puede jugar en un equipo en el que brilló Maradona. Sé que ve los partidos en un palco: ojalá pueda dedicarle un gol”. Soñaba despierto: quería festejar en la Bombonera y mirar al mismísimo Diego.
A pesar de su resistencia Tabárez decidió probarlo. Entonces el húngaro se entrenó en Casa Amarilla, el campo de entrenamiento de aquella época. Estuvo con el resto del plantel. "Espero no defraudar a nadie", decía. Ni siquiera llegó a defraudar a nadie porque no jugó ni un solo minuto.
Con los sueños rotos, Waltner quedó relegado ante delanteros de la talla de Carlos Tevez -aquel año debutó en primera-, Guillermo Barros Schelotto, el Chelo Delgado y los mencionados Bracamonte, Sosa y Estévez.
"Tenía movilidad pero era limitado en la parte técnica. Tenía carácter, era de la escuela europea, pero le faltaba algo de picardía", recordaron algunos referentes de aquel plantel. Incluso trascendió que el Flaco Schiavi, siempre tan duro, lo atendió en uno de sus primeros entrenamientos. En pocas palabras: lo hizo sentir adónde había llegado.
Waltner no tenía demasiado espacio pero apareció en algunos partidos menores. Jugó, por ejemplo, en un amistoso que Boca perdió 1-0 ante Laferrere. Formó en un equipo muy alternativo: Dulcich; Forchetti, César González, Barbosa, Imboden; Omar Pérez, Dinas, Villarreal, Fabbro; Sosa y el propio delantero húngaro.
Incluso festejó un gol: convirtió en un triunfo 3-0 del Xeneize frente al equipo suplente de Sportivo Italiano. El peso de la dirigencia fue mayor que el de Tabárez y, por eso, el húngaro firmó un contrato por un préstamo que duraría un año pero que tenía una opción de compra por un millón de dólares.
Pocos días después de establecer su vínculo con Boca se calzó la camiseta para jugar en la Reserva. Fue en la segunda fecha del Torneo Apertura 2002 frente a Unión. Le dio la asistencia a Franco Cángele para el triunfo por 1-0. Tres fechas después volvió a jugar en la Reserva ante San Lorenzo. Su historia con Boca estaba sentenciada: en octubre debió pasar por el quirófano por una sinovitis en el tobillo derecho.
El regreso de Bianchi como entrenador marcó su final: el Virrey ni siquiera lo llevó a la pretemporada de inicios de 2003 y, marginado de los planes para el resto del año, su última aparición fue en un partido tan exótico como su propia presencia en Boca: jugó un amistoso en la Bombonera contra MetroStars de la MLS, partido en el que integró el frente de ataque junto a Bracamonte.
Mientras Boca volvía a conquistar América en la Copa Libertadores, a mediados de 2003, Waltner abandonó el Xeneize para sumarse al Anorthosis Famagusta de Chipre, equipo en el que estuvo un año antes de regresar a Hungría.
Alguna vez dejó una frase que acaso podría oficiar como una suerte de premonición: "A veces sueño con volver a la Argentina. Me impresionó la hinchada de Boca. Hay una cultura especial; ojalá algún día puede volver".
¿Será?