Boxeo
Tyson Fury, al borde del abismo
Verborrágico y señalado por racista, el campeón del mundo de los pesados quedó literalmente contra las cuerdas. Drogas, alcohol y depresiones lo obligaron a dejar vacantes sus títulos. Su futuro deportivo es un interrogante.
La noche en que Fury derrotó a Klitschko y se sintió en el cielo. Luego, su vida se desplomó.
Alto (2,06 metros), corpulento (112 kilos en pelea; hoy excedido de peso), con un corte de pelo y barba al ras y tan soberbio como racista, pocos lo imaginaban vencido no en el ring, sino ante un micrófono. Se descargó, finalmente, ante la revista Rolling Stones. Reconoció que era consumidor de cocaína y bebidas alcohólicas. “Bebí de lunes a domingo. Lo único que me ayuda es beber hasta perder el conocimiento”, contó. Se sinceró, además, con el consumo de cocaína. “Mucho, durante los últimos meses”. También: “No es una sustancia que mejore mi rendimiento. Jamás peleé dopado o bajo los efectos de las drogas”. Se mostró frágil, dijo que no aguantaba más sus depresiones –trastorno bipolar, especificó– y se “esperanzó” con que alguien lo mate. Antes de que lo hiciera él mismo, como afirmó. “La cocaína es algo pequeño en comparación con no querer vivir. Por ahora no entreno. Estoy deprimido. Atravieso un infierno personal, tratando de quitarme muchos demonios de encima. Estoy harto de la vida”, dijo además.
Cuando derrotó a Klitschko –un símbolo de la categoría–, todo indicaba que tocaría el cielo con las manos y que habría más y mejores resultados en su carrera ascendente y a una edad ideal. Boxeador del año, Sorpresa del año: los premios no le escatimaron. El sitio web especializado BoxRec llegó a considerarlo el sexto mejor del mundo libra por libra. Sin embargo, a partir de aquella victoria todo se le volvió contra. En 2016 se cancelaron dos peleas por la revancha: la primera pautada para el 9 de julio (por una inventada lesión suya) y la segunda el 29 de octubre. Eran excusas, se supo, mientras perdía la batalla con sus adicciones. Paulatinamente dejó los entrenamientos. Desde mayo, directamente los abandonó a pesar de que se anunciaba el combate. Como si fuera poco, dos análisis antidoping le dieron positivo. Su suerte estaba echada. Pero él fue más allá: se disfrazó de Al Pacino (Tony Montana, el personaje) en Scarface y trucó una montaña de coca para una foto que subió a su cuenta de Twitter. Un gesto tan altanero como desafiante. “El boxeo es la cosa más triste en la que he participado. Todo un montón de mierda. Soy el más grande y también estoy retirado, así que vayan a mamarla, felices días”, publicó en la misma red social para descargar su bronca ante la suspensión anunciada. Su verborragia parecía ilimitada.
Su victoria consagratoria fue ante Wladimir Klitschko, en Düsseldorf. Le valió gloria, títulos y cinturones.
Se ve que le gusta disfrazarse. En septiembre de 2015 apareció vestido de Batman en la presentación de su pelea con Klitschko, que finalmente se postergó por lesión de este, quien no pudo evitar una sonrisa al verlo. “Serás el próximo en caer”, vaticinó Fury, acompañado de alguien que interpretaba al Guasón. Después se fue en su Lamborghini amarillo. Su excentricidad se continúa en su costumbre de subir videos a la web –hay uno en el que rompe una sandía con la cabeza– y cantar. Lo suyo es hacerse notar.
Ya más con los pies sobre la tierra, y después de aquella imagen con la droga frente a él, apareció la Rolling Stone como una suerte de confesionario. “No veo una salida, yo ni siquiera veo una forma de vida para mí, no quiero vivir más. Me ha llevado al borde de la muerte, que es donde estoy en este momento”.
Sin embargo, en medio de todo eso hay una buena: el propio Fury admitió que está bajo tratamiento profesional. “Hoy estoy limpio”, agregó. Al menos una esperanza de recuperarse. En este sentido, Oscar de la Hoya se mostró optimista en cuanto a un regreso. “Volverá más fuerte que nunca. Solo tiene que ir a buscar ayuda y aferrarse a ella. Va a ser la pelea más dura de su vida, pero creo que puede hacerlo. Es un luchador. Creo en él”.
Hincha del Manchester United, Fury aprovechó su influencia mediática para expresarse más allá del ring. Criticó al gobierno de su país al señalar que se ocupaba más de los inmigrantes que de los pobres y adictos nacionales. También expresó deseos de dedicarse a la política. Y acentuó su camino hacia la vereda del racismo. “El mundo se ha vuelto loco, no hay moral, no existe la lealtad. Los judíos sionistas les lavan el cerebro, son dueños de todos los bancos, de todos los medios de comunicación”, disparó. Las críticas no tardaron en llegar y Tyson –que se llama así porque su padre era fan de Mike– se retractó: “Cualquiera que me conoce personalmente sabe que no soy de ninguna manera un racista o intolerante y espero que el público acepte esta disculpa”. “Como hijo de emigrantes, el Sr. Fury ha sufrido la intolerancia y el abuso racial durante toda su vida y, como tal, nunca desearía que nadie sufra lo mismo. Tiene muchos amigos de una amplia gama de orígenes y razas y no desea ningún mal a cualquiera de cualquier raza, religión u orientación sexual”, agregó en defensa su entrenador y tío, Peter Fury.
Excéntrico, se disfrazó de Batman y protagonizó un paso de comedia en una conferencia de prensa con el gigante ucraniano.
En diciembre de 2015, tras vencer a Klitschko (que no perdía desde 2004), lo despojaron del título de la FIB, porque esta, por contrato, lo conminaba a enfrentarse con Vyacheslav Glazkov. Por el contrario, Fury firmó la revancha con el ucraniano. “Tuve que luchar contra uno de los mejores campeones de la historia e igual me tratan como una mierda. En una semana la FIB robó mi cinturón para dárselo a otra persona, aun sabiendo que no podía defenderse en una semana porque tenía una revancha con Klitschko. Eso fue corrupción en el boxeo”.
También le afecta, y lo repite en cada ocasión, ese sentimiento de persecución del que dice ser víctima a raíz de su origen gitano y de sus fuertes convicciones cristianas. “Nunca seré aceptado por lo que soy. Soy gitano, lo que significa que jamás rechazo una pelea. Cuando un tipo borracho me enseña los puños... me encantaría difundir alguno de estos encuentros. Pertenecer a esta comunidad es imborrable, como un negro que no puede cambiar su color. Es mi vida, es lo que soy y aunque sea rico siempre viviré en una caravana”. Según él, no lo quieren en su país ni en el extranjero. Y la prensa solo cuenta sus cosas negativas, se queja. Las cargadas que recibe en las redes sociales le duelen. Y alguna vez, contó, le prohibieron ingresar a un restaurante junto a su familia. “Vivo en una caza de brujas”, se justifica cuando habla de las críticas y acciones que hay en su contra desde que se consagrara campeón mundial.
“Yo era mucho más feliz cuando no tenía el título de campeón del mundo: la gente no me trataba como una mierda. Me han empujado al borde. No puedo aguantar más. Por eso estoy en un hospital, viendo a psiquiatras. Ahora lo único que quiero es tener un trabajo normal”, contó en la misma entrevista en la que también dijo sentir miedo de que su esposa y sus hijos lo abandonen.
Por Alejandro Duchini / Fotos: Reuters
Nota publicada en la edición de enero de 2017 de El Gráfico