2001. LAS MANOS MÁGICAS
Gatti, Navarro Montoya y Córdoba se repartieron el arco de Boca durante 25 años, sembrando y cosechando gloria. El Gráfico los juntó en una charla muy rica, a pura anécdota, a puro fútbol.
Ustedes sí que tienen una suerte del carajo. Yo se las dejé servidita en bandeja. ¿Saben cómo tienen que agradecerme? Vos Mono, estuviste en Boca gracias a mí. Y vos Oscar, lo mismo. ¿La tienen en claro, no? Gracias a papá aprendieron cómo es este circo. ¿O me lo van a negar ahora? Porque este circo sabés cómo lo conozco. Hace más de cuarenta años que le vengo dando y dando. Y voy a seguir porque siempre hay clientes nuevos.”
El Loco Gatti empezó con todo. Jugando el partido que más le gusta. Poniéndole muchas fichas al humor. Despertando sonrisas. Recreando su onda de tipo que está más allá del bien y del mal. Y todos participan a su manera. El Mono Navarro Montoya con su vieja admiración por Gatti. Oscar Córdoba y su voz calma para apaciguar el fuego y el swing del eterno Loco. Los tres grandes propietarios del arco de Boca en los últimos 25 años compartieron un almuerzo con El Gráfico que tuvo una exquisita variedad de condimentos y picardía futbolera. Jugo de fútbol, en definitiva, con tres voces muy autorizadas.
“Un jugador no se mide por lo que ganó”
–Oscar, una pavada, pero te la tengo que decir –afirma Gatti–. Por favor, no te pongas más ese buzo verde. No, elegí bien. El verde no va. Parecés un arquero antiguo. A vos te queda bien la pilcha negra. Haceme caso. Como a mí y al Mono, que nos quedaba bien la ropa de varios colo res. Qué sé yo, me hacía sentir bien el colorinche. Me daba alegría.
La respuesta de Córdoba, alentado por el Loco a tomarse unos vasitos de vino blanco en la comida, fue breve: “Sí, puede ser. Vamos a ver qué hago”.
El Mono asiente detrás de su camisa blanca y traje oscuro, que lo lleva a Gatti a dispararle que parece un oficinista o un empresario: “No, si sabía que el Mono se venía así, con corbata y saquito, yo me cambiaba el look...”.
El look del Loco es bien descontracturado: remera roja, pantalón arremangado casi hasta la altura de las rodillas y zapatillas blancas sin cordones. Parece un pescador suelto en la ciudad.
–¿Fue casualidad que ustedes tres llenaran el arco de Boca en el último cuarto de siglo con un estilo más o menos alejado del clasicismo?
El arranque es del Mono: “Creo que en este sentido existió cierta estrategia. No fue fruto de la improvisación. La dirigencia habrá pensado en líneas y en estilos y las decisiones fueron para ese lado. Y, mirando los resultados, acertaron”.
El contrapunto fue de Córdoba: “La verdad, yo no estoy al tanto. Pero por otro lado quiero decir que mi continuidad en Boca, comparada con las trayectorias del Mono y de Hugo, es muy breve. Acá hace un poco más de cuatro años que estoy. Y creo que no voy a estar mucho más. En mi carrera recorrí varios clubes. Y lo máximo que permanecí en una institución fueron cuatro años. Así que me parece que no tengo mucho tiempo por delante en Boca. Ojo, no estoy diciendo que ya cumplí un ciclo, pero...”.
La respuesta fue del Loco: “Ojalá que puedas ligar una transferencia al fútbol europeo. Va a ser jodido, porque un arquero no se compra todos los días, pero me gustaría por vos. Te lo merecés. A Boca le rendiste muchísimo. Y si llegas a irte, ya tengo a tu reemplazante”.
–¿Quién es, Hugo?
–¿Cómo quién es, Mono? ¿Estás hablando en serio? ¿No lo sabés? Sos vos. Tenés que ser vos. Ya conocés lo que es Boca, ya rendiste, saliste campeón. Sería lo ideal. Se lo tengo que decir a Macri. Cuando vos quedaste afuera de Boca, al poco tiempo, charlé con Mauricio sobre arqueros. Él quería traer a Chilavert. Y me dijo que la Bombonera se vendría abajo cuando Chila cruzara la mitad de cancha para patear un tiro libre. Pero le dije que también se iba a venir abajo cuando le metieran esos goles que él se come. Porque Chilavert como arquero no me gusta para nada. Me te goles, le pega muy bien a la pelota, pero nada más. A mí no me la vende. En ese momento le dije que el hombre para el puesto era Córdoba. Y me hizo caso. Lo que yo le veía a él era una gran potencialidad. Pero me gustaba más antes, cuando salía más. ¿No la ves como yo, Oscar?
–Sí, pero es que el sistema táctico de Boca me obliga a tener que salir menos a anticipar. La línea de fondo, en general, se para muy cerca del área. Y no tengo espacio. Pero es cierto: ahora no participo como estaba acostumbrado a hacerlo en los equipos de mi país o en la selección Colombia.
–Yo estoy seguro de que a vos te gustaba más lo que hacías antes. Porque jugabas más. A mí verles el culo de cerca a los defensores me ponía loco. Los quería lo más lejos posible, porque ahí, metidos casi en el área, me terminaban asfixiando. Me ahogaba. Y les decía que rajaran para adelante, que ahí no los quería ni en pedo. A vos, Mono, te debe pasar lo mismo. Por eso tu mejor etapa fue con el Flaco Menotti. Salías a tapar, a anticipar, hacías la de Dios, un fenómeno. Disfrutabas, viejo... Y el fútbol es un disfrute. ¿O me equivoco?
–Mono, ¿se equivoca?
–No, Hugo tiene razón. Con Menotti pasé una época bárbara. Tenía que ser una especie de jugador libre con anticipo, con achique. Y Boca llegó a jugar muy bien.
–El problema es que no ganaron nada.
–Jugamos la final de la Supercopa y perdimos sin merecerlo ante Independiente, pero siempre digo que no todo pasa por ganar. Un jugador no se mide sólo por lo que ganó o por lo que dejó de ganar. La dimensión de un jugador o de un director técnico pasa por lo que propone y por lo que deja. Y el Flaco Menotti me dejó un paquete de cosas.
–Es que César respira fútbol –agrega Gatti–. Y es del palo de los jugadores. Los entiende, interpreta todo y sabe mucho. Distinto, pero también un capo, es el Toto Lorenzo. Lo que hizo en Boca no fue joda.
El Mono mete la cuchara: “Me quedó algo relacionado con eso de que ganamos muy poco. No fue así. Ganamos bastante: la Copa Master, el Apertura 92, el Clausura 91, que la AFA no nos quiso reconocer, el torneo de...
–¡Por favor! –dispara el Loco sin anestesia–. Paren un poquito al Mono que si lo dejamos seguir resulta que ganó más campeonatos que Córdoba y yo juntos.
“Contra los rusos jugué en pedo”
Con frecuencia, estallan las risas. Gatti es centro y puntal de la mesa. A veces toca y sale, como lo hacía su admirado Muhammad Alí. A veces deja caer la ficha y se divierte con la bombita que deja estallar. Se sirve otra copa de vino blanco, toma un par de trozos de hielo con la mano izquierda, convida y alienta a Córdoba para que se entone un poquito y va por otra.
–Unos vinitos hacen muy bien. Yo siempre tomé antes de los partidos. Me sacaba el cagazo. Porque aquel que dice que nunca sintió cagazo, miente. Y el vino me daba swing.
Córdoba mete una pregunta, entre sorprendido y curioso: “¿Y cuánto tomabas antes de los partidos?”.
–Más o menos medio litrito. Pero la medida del cagómetro depende de cada uno. El vino me soltaba. Me liberaba. Me hacía perder el miedo. Pero tomá, Oscar. Dale, vení que te sirvo. No te hagas el jugador europeo ni el fino conmigo, que te conozco bien. A vos te gusta la caña. Y me acuerdo cómo le dabas a la caña con el negro Asprilla. Entre los dos se bajaban una botella...
–Hugo, contá lo de la petaca de whisky que tenías dentro del arco en el partido frente a la Unión Soviética en el 76.
–Es que en Kiev hacía un frío que te asesinaba. Por la nieve la cancha parecía una pista de hielo. Y yo con la petaquita. Cada tanto, un traguito. Por eso debe haber sido que contra los rusos la rompí. Si estaba en pedo... Pero no fue sólo en ese partido: en todos con la petaca. Contra Polonia, Hungría... La verdad, muy bueno.
–Oscar, ¿compartís lo que afirmó Hugo respecto a esa sensación de miedo?
–Sí, algo hay. Existe. Me pasó en las eliminatorias, en un partido frente a Ecuador. Nosotros llegábamos con el antecedente de cuatro partidos consecutivos sin triunfos y yo me reincorporaba a la Selección después de una ausencia de dos años. Y sentí eso.
–Yo también –sostiene el Mono–. A mí me transpiran las manos. Es la ansiedad. No me banco las charlas técnicas. Y quiero que empiece el partido ya. Me acuerdo dos casos: en el 91, cuando empatamos y salimos campeones frente a San Lorenzo en cancha de Vélez, con el gol de Pico, y en el 92, ante San Martín de Tucumán, en la Bombonera. Esa tarde empatamos 1-1 y también salimos campeones con el Maestro Tabárez.
–Ese 1-1 estuvo arreglado –comenta Gatti–. Mamma mía lo que fue eso...
–No, pará –le responde Navarro Montoya al toque–. No hubo ningún arreglo. Yo lo viví desde adentro.
“El respaldo de Bianchi fue clave”
Córdoba, con pantalón negro ajustado, zapatos negros y camisa blanca de manga corta, es quien aporta más silencios. Pero tanto él como el Mono parecen estar atrapados por el carisma de Gatti. Sigue la ronda del vino acompañada por fiambres, ravioles a la bolognesa, pizza y el inigualable perfume del fútbol. Navarro Montoya va por otra ruta: bebe agua mineral. Y festeja las salidas del Loco; dice que es increíble que su ídolo no tenga un lugar para desarrollar todo lo que sabe y suelta algo que a Gatti lo hace saltar de la silla.
–Para mí, estoy convencido, los arqueros tienen que atajar y jugar. Porque a veces hay que atajar y en otras hay que jugar.
–No, Mono. Yo no puedo identificarme con el rol de atajador. Nosotros somos jugadores, que tenemos la ventaja de que en determinado lugar de la cancha podemos usar las manos. Pero nada más, no nos confundamos. ¿Qué es eso de atajar? No, yo no entro. Siempre fui un jugador.
–¿Todavía existe el prejuicio de que el puesto de arquero es para los giles?
–Sí, totalmente –apura el Loco–. Se decía antes y también ahora. Esto no cambió. Y mucho tie- ne que ver el hecho de que hubo y hay arqueros de metegol. Esos que se paran casi debajo del travesaño. A algunos se les va a caer no sólo el travesaño en la cabeza sino los postes tam- bién. Todo al mismo tiempo. Pensar que hace casi cuarenta años que debuté en Primera y todavía estoy adelantado al resto. Claro que hubo excepciones.
El Mono pregunta: “¿Cuáles fueron, Hugo?”.
–Una fue el ruso Yashin. Lo vi en un partido en la Argentina y la rompió. Se anticipaba, adivinaba, la bajaba con una mano. Era distinto. Sabía. Otra excepción fue Errea. El Flaco era un exquisito. Fino, técnico, inteligente. Una barbaridad.
Ahora el que pregunta con gran interés es Córdoba: “¿Y Amadeo Carrizo?”.
El Loco toma la posta: “Amadeo tenía una gran técnica para cortar un centro, para pegarle a la pelota, para matarla contra el pecho. Pero no sé sí era tan inteligente. Lo que pasa es que deslumbraba por su técnica. Otro que me deja dudas es Higuita. Es atrevido, sale, juega con los pies, hace la del escorpión que yo nunca la hice ni en joda, pero inteligente, no sé...
–No, René es muy inteligente –aclara Córdoba–. No es sólo audacia. Sabe en serio. Lo vi durante mucho tiempo. Seguí su carrera de cerca y no me quedaron dudas. Aunque reconozco que a mí el que más me llegó fue Pedro Zape, quien jugaba en el Deportivo Cali durante los 70. Yo lo miraba. Y mirándolo me fui formando. Pero Higuita fue un grande.
–Hugo, tiene razón Oscar –afirma el Mono–. A Higuita lo distinguía la inteligencia. No era apenas intuición. Tenía muchos conocimientos.
–Hablando de conocimientos –ataca el Loco–, uno que está del otro lado y es un verdadero desastre es el francés Barthez. El técnico del Manchester no para de bancarlo, pero hoy la mejor manera de proteger a Barthez es sacándolo. No puede seguir jugando con el nivel que tiene. Hay que darle un descanso sí o sí. Se está haciendo cada goles que no se entienden. Atropella a sus propios defensores, sale cuando no tiene que salir, no sale cuando tiene que salir. En fin, está para las cachetadas. Yo lo veo y la verdad no lo puedo creer.
–¿Vos pensás lo mismo, Mono?
–Sí, es terrible. El muchacho anda a contramano.
–Estamos de acuerdo –dice Córdoba–. Está cometiendo muchos errores. Pero el técnico considera que la mejor manera de darle confianza es que siga jugando.
–¿A vos, Oscar, te pasó más o menos lo mismo en el arranque del Apertura 98?
–No, no fue tan así, de ninguna manera. Bianchi me bancó en un momento difícil, cuando a Boca le metieron seis goles en las tres primeras fechas del campeonato; pero él me dijo que no me hiciera problemas y que yo no me cargara los goles sobre mis espaldas, ya que no era responsable. Porque hubo muchas críticas. Y me apuntaron. En especial, por un gol de Argentinos Juniors en la Bombonera. Un gol medio extraño por la trayectoria de la pelota. Pero Bianchi no dudó. Seguí actuando. Para un jugador sentir ese respaldo es clave, fundamental. Y yo lo sentí en una etapa complicada.
El Loco se quedó colgado con los arqueros que no le cierran: “Otro que no me gusta es el pibe Saja, de San Lorenzo. Qué le voy a hacer, no me gusta. Es malo. Tiene carita de malo. El gesto, la onda. La otra vez cuando fue a buscar el pelotazo largo a Sava lo mató sin necesidad. El choque fue terrible. Y pudo haber sido mucho peor. ¿Sabés cómo se resuelve esa jugada? Con una mano, viejo, con una mano. Si hubiera anticipado, como correspondía, la pelota hubiera sido de él y no pasaba nada. Se la tocaba por arriba de la cabeza con una mano, la agarraba con la otra y metía el contraataque. Veo estas cosas y me amargo. No me las banco.
–¿Al Flaco Comizzo te lo bancás?
–Al Flaco, sí. Pero todavía no se soltó. Está mirando demasiado el documento. Cuando lo deje de mirar va a andar mejor. Lo que precisa es andar un balazo en un partido para ganar en confianza y soltarse. Igual, me gusta. Se nota que sabe. Y atrás tiene al chico Costanzo, al que le veo futuro. Si lo mira bien al Flaco va a aprender. Lo tiene que mirar. Porque así también se aprende. El problema es que en la Argentina se rompió la cadena de maestros. Casi no quedan maestros.
–Pero Hugo, un maestro sos vos –sostiene el Mono–. Y sin embargo no estás laburando. Si no laburás porque no te gusta la docencia, está bien. Pero si no trabajás porque no te ofrecen nada, estamos muy mal. ¿Cómo se va a desaprovechar todo lo que sabés? Es de locos. Tendrías que estar en Boca o en la Selección junto con el Pato Fillol formando arqueros. ¿Se imaginan lo que sería para un pibe tener enfrente al Loco tirándole algunos conceptos? Se le aflojan las piernas a cualquiera.
–Es que estar con los chicos no es la mía, Mono. Preferiría trabajar más arriba. Pero no voy a andar llamando para ofrecerme. Me parece que no debería ser así. A esta altura no voy a estar pidiendo un puestito. Todos saben quién soy y dónde estoy.
“Óscar quería los penales”
Córdoba apura el último tramo de la charla. Dice que en pocos minutos tiene que partir. Gatti lo gasta a cuenta: “No ves que sos un arquero. Ahora que esto venía diez puntos, vos te vas. Sos un boludo, Oscar”. Las risas inundan todo. El Loco está inspirado. Navarro Montoya, que en principio había comentado que andaba sometido por la dictadura del reloj, se queda un rato más y le pide a Oscar un tiempo suplementario. La próxima parada se concentra en otro rasgo futbolero: los penales.
–¿Para atajarlos hay que ligar o saber?
–Goycochea sabe –interpreta Gatti–. Y lo demostró no sólo en el Mundial de Italia. Es una virtud. Claro que ahora hay muchos más elementos que antes. La televisión te da muchas señales. Otro que demostró que sabe es Oscar. Él en los partidos finales de la Copa Libertadores quería ir a los penales. ¿Sí o no? Dale, no te rías. Si llegaban a los penales, como finalmente llegaron, Boca ganaba. Él lo sabía. Y con Goyco lo mismo. Él estaba convencido de que si había definición por penales, de mínima se atajaba un par. ¿Es así, Oscar? Además, no precisabas tener al pelado de Ischia atrás del arco haciendo señas. Acá, allá, acá, allá, no, todas boludedes. Vos me entendés.
–Sí, te entiendo. Me tenía mucha fe en los penales decisivos por la Copa. No lo voy a negar. Estaba bien. Y me fue muy bien.
–Vamos Colombia, no te hagas el humilde conmigo. Vos querías que Boca empatara. Y definir por penales frente al Palmeiras y el Cruz Azul. ¿O no, Mono? ¿No quería eso Oscar?
–No sé, Hugo, él lo tiene que decir. Yo nunca me consideré un especialista, aunque algunos atajé. Por ejemplo, en la final de la Supercopa 89 le atajé el último de Independiente al Luifa Artime. Después Giunta metió el suyo y ganamos. Otro que me acuerdo fue el penal que le desvié a Hernán Díaz en el Apertura 92. Esa tarde ganamos 1-0 con gol del Manteca Martínez.
El Loco no se puede contener y larga una bocanada: “Ese penal de Artime que atajaste fue un pedo de vieja. Hizo pifff. Otro pedo de vieja fue el de Vanderley, en la final por la Copa, en Montevideo. Aquella noche del 77 estaba con la rodilla hecha bolsa. No me podía ni mover. Y fue el negrito Vanderley a sacar ese tirito. Después, ya en el festejo, le dije al Chapa Suñé que seguro los periodistas me iban a poner la chapa de héroe. Dicho y hecho. Al otro día, los títulos: Gatti, el héroe del Centenario. Puras giladas. Porque los periodistas dicen muchas giladas.
Después, sí, tiempo cumplido. Las fotos, una pelota que salta al escenario, las ganas de Gatti de hacer jueguito, un par de besos y abrazos de despedida, la promesa de próximos encuentros, las risas que vuelven a estallar por alguna salida graciosa. Y el color del fútbol en plenitud. De última, el Loco tira una piedra: “Ojalá que Racing no salga campeón. Juega muy mal y no le haría nada bien al fútbol argentino. Prefiero a River”. El Mono apoya: “Sí, Racing ofrece poco juego”. Córdoba prefirió guardarse la opinión.
Ocurrió en Pizza Banana de Puerto Madero. La nostalgia dirá que en una tarde de primavera tres hombres que defendieron el arco de Boca durante un cuarto de siglo formalizaron la continuidad histórica. Y fueron felices comiendo pizza y tomando vino.
Por Eduardo Verona